Propósito

Propósito

Cecy Gauna-Diario de una Artesana


Ayer entré a Instagram y vi que una chica tejedora me había etiquetado días atrás en una historia suya. La historia ya no estaba disponible, claro. Expiran a las veinticuatro horas las muy malditas. Le respondí igualmente a la chica diciéndole que me disculpara, que me había perdido su historia... Ella dijo que la mención era para el post “¿Te parece caro mi trabajo?”, que le había gustado mucho.

Y eso que es viejito, pensé. Ese post tiene cinco años y se sigue leyendo. Me parece asombroso...

Le agradecí a la chica, y cerré la ventana de Instagram. Ya había revisado y contestado los mensajes. No tenía nada más que hacer allí. No obstante, me quedé como boba delante de la pantalla de la computadora, rascándome la cabeza con desconcierto. Cinco años... ¿y se sigue leyendo? ¡Qué bárbaro!

Y qué curioso también, porque a nivel literario, ese post no es de los mejores. Es decir, está escrito de la forma tosca, sin edición, de mis primeros tiempos. Un poco a las apuradas, con palabras repetidas y todos esos errores que no reconocía anteriormente ya que aún no había pasado por la experiencia de publicar un libro que se revisó y corrigió quichicientas veces por varias personas exponiendo a la luz mis vicios gramaticales y todo eso que se hace antes de que las palabras se impriman.

¿Y eso que importa? Me dijo una vocecita interior. Lo que a la gente le gusta de ese post es el mensaje.

Es verdad, respondí. Aunque a mi juicio actual está escrito “a lo criollo”, el mensaje es honesto. Las emociones del momento en que lo escribí, han quedado fielmente plasmadas. Eso se siente. Eso es lo que gusta.

Me di un momento para sentir satisfacción por mí misma y decirme: ¡buen trabajo! Yo soy finita, mortal. Algún día abandonaré este lugar. Moriré, pero mis palabras perdurarán, alegrarán o inspirarán a alguien. La labor bien hecha no requiere de mi presencia. Eso es un gran alivio.

Pero un segundo después sentí un aguijonazo de remordimiento... Del uno al diez, ¿qué tan segura estás de haber concluido tu labor?

¿De qué estás hablando, Willie?

¿Qué carajo estás haciendo que no estás escribiendo? Digo, no sé. Todo bien con tus tormentos mentales, rebeldías y demás, pero ya estuvo bien. A mover el culo, nena... Mejor dicho, aplastá el traste y empezá a mover los dedos, ¿ok?

Me disculparán que en esta ocasión no coloque asteriscos a las malas palabras, pero también ya estuvo bien de ser políticamente correcta para las redes sociales durante estos años. Lo que tuve que contenerme en los escritos para no dejar correr mi natural boca de camionero es un sufrimiento que no le deseo ni a mi peor enemigo.

¿Que qué cuernos estoy haciendo que no escribo? ¿Te parece poco lavar los platos todos los días? ¡Todos los días, eh! Bueno... está bien. Día de por medio, tenés razón.

Excusas.

¡No tengo tiempo para eso! Entre los videos que guardo para mirar y los que me mandan mis amigas no me da la vida para verlos todos y encima ponerme a escribir.

Esa excusa es todavía más deprimente. Inventate otra.

Me pasé una semana estudiando la fisonomía de los capibaras, mirando cientos de fotos y dibujos de carpinchos, garabateando y haciendo cuentas matemáticas de puntos hasta lograr la forma tejida y ¡solo alcancé a tejer la cabeza! Vos querés todo: que teja lindo, que escriba, que lave los platos... ¡naaa! ¡Dejate de joder!

Excusas. A mí me parece que tenés miedo.

¿Miedo de qué? ¿Estás loca? Sé que voy a morir y no me da miedo. ¿Cómo voy a temer escribir? ¡Si escribo todos los días!

...en tu cuaderno...

Escribo todos los días. A veces, hasta dos veces al día.

Andá a leer tu blog. ¡Ahora! Cuando termines un post seguimos hablando.

Ok, ok. Voy.

La inercia (o la intuición) me llevó a abrir el post “Domingo de miércoles”. Derramé tres lágrimas, y a la cuarta me levanté para ir a llorar donde mi marido no me viera. No quería asustarlo. No lloraba de tristeza. Tampoco de alegría. No sé de qué lloraba. De todos modos, no iba a poder explicárselo si me lo preguntaba. Ni siquiera yo lo sabía.

¿Qué parte de “sos canal de algo más grande” no entendiste? Susurró mi voz interior. No me iba a dar tregua. Reconozco cuando viene así de intensa.

Muchas personas se pasan su vida entera buscando su propósito de vida. Muchas otras mueren sin haberlo hallado. Otras, tristemente la mayoría, ni siquiera se plantea la posibilidad de que exista un propósito de nada. Nacimos, y el mundo “ya está estaba enchufado, así funcionando” como dice la canción.

Nuestros padres nos comunican como son las cosas aquí, la educación refuerza dicho adoctrinamiento, en el mejor de los casos durante catorce años, porque si vamos a la universidad la alienación de nuestra verdadera identidad queda absolutamente garantizada y el propósito de vida se establece casi uniformemente para todos, según lo que dicte el contrato social histórico imperante.

El ámbito laboral suele actuar luego como una especie de “mantenimiento regular de sistema”, donde cada elemento cuida que los otros elementos no se salgan de los lineamientos establecidos. Directrices que nadie plantea su origen, ni de dónde surgieron, ni por qué se cree en ellas con fe ciega como si fuera una religión.

La gran mayoría de la población mundial tiene propósitos, sí, y viven su vida de acuerdo a ellos. El único problema es que éstos son... ajenos. Otros los diseñaron, y los han vendido con propaganda y publicidad. La sociedad compró el pack completo. El uso y la costumbre se encargó de la implantación gradual de ese producto acabado. El confort y la comodidad de no tener que pensar, porque ya todo ha sido dispuesto, facilitó la transmisión de padres a hijos, generación tras generación.

Así estaba el mundo cuando yo llegué.

El gran dilema de mi existencia, es que nunca compré esa idea del todo. Siempre olí que había algo estructuralmente enfermo en ella. Entonces me acomodé como pude. Mordí la manzana envenenada, pero nunca tragué el bocado. Me llamaron loca y me trataron como tal por indicar que la manzana tenía un sabor desagradable y muy extraño. Que no parecía natural, que probablemente había veneno en ella. No me iba a tragar el cuento de que aquello era mi propósito comenzando por el hecho de que no era mío, y siguiendo con lo obvio: no me calzaba, ni yo encajaba en él. Mis vísceras gritaban: ¡tiene que haber algo más!

El “mantenimiento regular del sistema” a través de mi entorno cotidiano se encargó de dejarme claro que me apurara a “entrar en razón” o sería castigada por desobediente. De hecho, fui sancionada unas cuántas (muchas) veces con condena social por excesivamente rebelde. Sufrí cada una de esas ignominiosas deshonras sociales a lo largo de mi vida como si fuera a morirme, porque, de hecho, eran una especie de sentencia mortal. La muerte de la imagen social, del ego, del avatar, del personaje ficticio.

Gracias a todas esas muertes y el aislamiento social consecuente, un día descubrí mi propósito de vida. No tenía nada que ver con obtener un título para ser alguien en la vida, o con un trabajo mejor pago para poder adquirir cosas que no necesitaba para ostentar lo que no soy. No. Era más simple, por ende, más bello. Y lo mejor de todo: ni siquiera se lo vendía empaquetado con propaganda y publicidad. Así que podía estar segura de que no provenía de la Matrix. Había surgido de mi propio interior. Del susurro de mi corazón. De eso que llamo “lo más grande”.

Mi propósito es ser canal. Así de simple. Así de bello.

Y tengo la tremendísima suerte de saber que pito toco en este concierto desafinado que llamamos mundo, cuando muchos nunca llegan ni siquiera a preguntárselo y otros mueren sin haberlo desentrañado. Pero resulta que me doy el lujo de hacerme la desentendida.

Ah, ya... ahora entiendo por qué lloré al leer mi propio post: porque no es mío.

Yo lo di a luz, sí. Como di a luz a mi hijo una noche lluviosa y fría, y sus cachetes sonrosados iluminaron la sala de parto y los que allí estábamos testimoniamos el milagro de la vida ocurrir en un instante. Un milagro que no tenemos capacidad para generar, a lo único que podemos aspirar es a ser sus silenciosos testigos. Un milagro del que somos canales, pero nunca hacedores.

Ese niño que vino a través de mí, jamás será de mi propiedad aunque lo llame hijo mío. Al igual que estas palabras que escribo, nacen gracias a mí, pero no me pertenecen. Yo no las creé. Solo las transmito.

¿Para quién son estas palabras? ¿Para qué sirven?

Tampoco lo sé. No tengo esas respuestas, ni las necesito. Soy canal, no vine a controlar ni fiscalizar otros procesos que no sean los propios. Mi trabajo es ponerlas a disposición de los demás, y listo. La Verdad no necesita propaganda ni publicidad. Simplemente ES. Y cuando escribo, escribo desde mi Verdad. Que es Una, indivisible y en esencia la misma para todos. Lo que no necesita marketing llega por sus propios medios a quién la esté buscando, en el momento justo. Eso es todo lo que sé.

¿Por qué entonces tantas excusas para no hacer lo único que tengo que hacer? Esa sí que es una buena pregunta.

Me aventuro a la hipótesis de que, dada la configuración actual del mundo, con el añadido de querer vendernos a cualquier precio un nuevo contrato social, mucho más lesivo para la humanidad que el anterior, los castigos también pretenden ser más severos.

Desde el confinamiento de 2020 enfrento problemas que antes no tenía. Claro, no veía amenazados mi libre pensamiento o mi libertad física como ahora. No podía detectar mi propio adoctrinamiento adquirido a través del sistema educativo. No encontraba nada de malo en pasarme el día con los sentidos embotados y el cerebro sobreestimulado de dopamina navegando y publicando en las redes sociales. Escribía, y hablaba de cosas super divertidas, lindas, chistosas o inspiradoras, ignorando la ingeniería social que nos manipulaba 24/7/365 sin que siquiera nos diéramos cuenta.

Ahora los divulgadores comprometidos con su propósito aprendieron a hablar en código para evitar censuras y cierres de cuentas. O publican en sitios poco conocidos.

Yo vi eso y no quise mojarme los pies públicamente. De hecho, me salí corriendo de todo aquello, y una vez mi crítica interna quiso insinuarme que fue cobardía. La puse en su lugar en ese mismo momento: supervivencia de la obra y preservación personal, querida, le dije.

Si me hubiese quedado, habrían eliminado todo mi trabajo. Lo que quería decir en aquel momento me habría valido la hoguera por bruja. Ya entonces me hacía una idea del efecto que producían mis escritos: no dejaban a nadie indemne.

Me gustaba incluir mensajes entre líneas: una o dos capas de interpretación más profunda que solo unos pocos detectaban. ¿Qué habría pasado si decía las cosas con todas las palabras, sin una pizca de tacto o diplomacia? Era obvio.

Además estaba tan enojada y asqueada de oscuridad que la verborragia negativa se me derramaba involuntariamente. Lo habría dicho todo de muy malos modos. Conociéndome como me conozco, blandir mi espada, es decir mi pluma, habría activado inmediatamente a los bots de Matrix 4. Podía vérmelas con los perros guardianes del sacrosanto sistema de a uno. Pero no todos juntos. Me habrían destruido. Estrategia, baby. Una tiene que aprender a leer los signos de los tiempos y saber en qué momento correr, y en qué momento desenvainar la daga.

Sin embargo, una valentía desconocida para mí llegó después de lamerme las heridas. Gracias a haberme salido justo a tiempo.

Ahora peleo batallas mucho más complejas y graves que no tienen fotos o videos para publicarse. Sé más leyes que cuando estudiaba abogacía. Aprendí que pierdo si me demoro indignándome demasiado, y a sostenerme desde la energía que proviene de mis convicciones más profundas.

No es NO. Podrán intentar someterme a la fuerza, pero nunca les voy a dar mi aquiescencia y aceptación. Jamás. Intentarán asustarme con sus amigos invisibles, indemostrables en un laboratorio, pero el cuerpo tiene la última palabra: mi salud habla más fuerte. Su religión cientificista no es ciencia rigurosa. Es un dogma de fe. ¿Desde cuándo ha quedado obsoleta la premisa fundamental de la Ciencia que es cuestionar?

Las condenas sociales y la discriminación que en ocasiones experimento solo por tener la osadía de hacer preguntas, son tan sutiles que es difícil ponerlas en palabras de manera que no venga algún hater a adulterar el sentido original con el que intento comunicarlas.

Las redes sociales forman parte del entramado de ingeniería social que pretende vendernos una cosmovisión que tiene beneficios para sus diseñadores, no para nosotros, con penas bien pensadas para los desobedientes: que sirvan al resto de ejemplo. Sabiendo esto, y temiendo lo otro, hasta me parecía ridículo e incongruente transmitir el mensaje usando sus herramientas.

Además, ellos lo dispusieron todo de tal manera que es muy fácil descontextualizar los conceptos, maximizar la rapidez en detrimento de la profundidad, ensalzar la trivialidad, y que lo que genuino se pierda en un mar de basura intrascendente cuando no alcanza a ser censurado.

En fin. Dicho esto, por hoy, cumplí mi propósito. Del uno al diez ¿Cuánto creo que me falta para concluir mi labor? Unos incisos aclaratorios más...

El propósito de vida es algo muy personal. Todos los artesanos y artistas son tan canales como yo. Bueno, de hecho, todo ser humano es creativo por naturaleza si no permite que el condicionamiento diseñado, empaquetado y vendido para cercenar sus capacidades innatas bloquee el flujo. Pero no todos vinimos a canalizar y materializar las mismas cosas. Cada cual aporta su propia ficha de puzzle. Todas son diferentes. Todas son necesarias. Todas importan. Si falta una, el esquema quedará incompleto. Hay muchos buenos escritores, pero ninguno podía redactar este post, de esta manera. Malas palabras incluidas.

El propósito de vida no te lo dice nadie, se descubre adentro. Un día cualquiera, haciendo cualquier banalidad. Uno se pregunta entonces ¿Por qué no supe esto antes? Porque no se estaba preparado para saberlo, y punto. O porque no se tenía el deseo de conocerlo. Nadie puede encontrar aquello no busca.

Y el deseo tiene que ser realmente ardiente. Tiene que quemar adentro. Ese fuego actúa como unas gafas infrarrojas para ver en la oscuridad. Sin anteojos especiales, es decir, sin deseo, el propósito de vida puede ser un elefante dentro de la bañera, invisible a los ojos pese a su tamaño.

Nada, absolutamente nada, y cuando digo nada es NADA de lo que la Matrix intenta vendernos puede otorgar la paz y la felicidad que solo es posible encontrar cuando se vive en alineación al propósito único e individual. Ni riquezas, ni daiquiris en Hawaii, ni Ferraris, ni reconocimiento mundial, ni millones de seguidores, ni ropa de París. Nada.

Ah, Cecilia, eso es muy superficial y frívolo. Hay muchas personas espirituales que no le importan esas cosas. Ok, válido. Bueno, encontrar la pareja ideal, formar una familia, cumplir el sueño de tener hijos, publicar un libro, salvar a las ballenas, alimentar a los niños de África, erradicar la malaria, el ébola y el Parkinson, viajar por el mundo, nada de eso hace feliz si no corresponde al propósito personal e individual de uno.

Mis sueños eran encontrar a mi alma gemela, formar una familia maravillosa, publicar un libro, grabar mis canciones y el más reciente: el daiquiri en Hawaii. ¿Cuántos de estos sueños cumplí? Casi todos, menos el de grabar todas mis canciones, (solo grabé cuatro de ochenta) y el daiquiri. ¿Qué quiero decir con esto? Que los sueños se cumplen. Y estoy segura que iré a Hawaii.

Cualquiera que me conozca un poco sabía que era prácticamente imposible que yo encontrara un compañero a mi medida, porque mis expectativas no eran altas, eran estadísticamente improbables de encontrarlas todas en un solo hombre. Sin embargo, aun habiendo obtenido lo imposible, cuando no estoy siendo canal de eso más grande, me siento la tipa más miserable del mundo. Por muchas palabras de consuelo y mimos que me den mi compañero y mi hijo, no estoy completa ni plena.

Nada de lo que el mundo ofrece puede reemplazar la paz y la felicidad de estar haciendo lo que uno vino a hacer acá.

Paradójicamente, otra característica importante del propósito de vida, es que luce egoísta pero nunca lo es. Yo creía que escribía para mi propio placer. Que tejía por divertimento y a manera de meditación. O que cantaba porque es una de las pocas actividades que consigue silenciar mi cabeza repleta de voces que gritan.

Pero cuando una chica tejedora que no conozco de nada menciona un post que escribí a las apuradas hace cinco años porque le ha gustado mucho, y me hace pensar en todas las cosas en las que estoy trabajando estos días y todavía no compartí por poner excusas boludas, comprendo de cuántas cosas bellas que no me pertenecen estoy privando a los demás. ¡Y con la falta que hacen justo ahora que el monotema viró a la guerra! Será una desgracia con bendición disfrazada si unen los puntos y descubren que hace años estamos en guerra...

No voy a afirmar que vuelvo a las redes sociales, pero por mi bien, procuraré vivir más alineada a mi propósito. Y si no queda más remedio que usar el fucking Instagram... y bueno. Alguna manera encontraré de publicar sin que me represente tanto conflicto interno, ni tan seguido que me sienta una empleada del metaverso.

La muerte llegará inexorablemente, y no es soberbia decir que no le temo. Fue uno de los procesos que viví este tiempo y el resultado fue perderle el miedo. Sucedió. ¿Qué le voy a hacer?

Cuando llegue, no quiero deberle nada a la Vida. No fueron pocos los talentos que me ha regalado. Una vez le pregunté al Ser Superior ¿por qué tantos? ¿Qué se supone que tengo que hacer con todo esto? Fue como darme cuenta de repente que siempre había sido multimillonaria. Era tan rica que, al descubrirlo, no supe en qué gastar tanto dinero. Tal vez fue tomar consciencia de que en realidad necesito muy pocas cosas. O me abrumé creyendo que tomarían demasiados años llevar adelante todos los proyectos y posibilidades que me facilitaban esos talentos.

Si pudiera materializar sin trabajo físico ni esfuerzo mental todos los amigurumis, todos los libros, todas las melodías y todas las ideas que cruzan por mi cabeza a la misma velocidad en que las veo en la pantalla de mi mente... sería fantástico, pero no es posible en este mundo 3D. Tampoco tendría chiste. El propósito se experimenta. La magia está en el proceso creativo. El deleite anida en cada paso dado en el camino.  

Porque el propósito es un perpetuo AHORA.

Pocos son capaces de comprender que la eternidad existe y se esconde tras la fachada de un instante. De hecho, ni siquiera es posible aprehender ese concepto de manera intelectual. Solo puede experimentarse... en el AHORA.

Existe el paraíso en la tierra. El cielo que disipa el infierno. La realidad que corre el velo de las ilusiones. Es una paradoja intelectual, y asimismo una verdad universal. Yo puedo contar que existe y experimentarlo mientras escribo esto, y hasta aquí llega mi labor.

El resto, que es descubrir y vivir su propósito, depende de cada uno de ustedes...




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