•PAREDES DE PAPEL.

•PAREDES DE PAPEL.

Contos

-Escritor(a): Alfas Corpii.

-Categoría: Maduras.

-Tiempo Estimado de Lectura: [20min.]



CONTINUACIÓN...

Al día siguiente, me levanté con fuerzas renovadas. El estado de ansiedad de las jornadas anteriores había desaparecido por completo y, lo más importante, no tenía ningún remordimiento por lo que había hecho.



Consumar una infidelidad con un chico casi veinte años menor que yo, hijo de una amiga y, además, vecino, teniendo en cuenta mis circunstancias personales y el momento de mi vida en el que me encontraba, estaba segura de que se podría considerar como una consecuencia natural.



«Si pudiera contarlo, seguro que la mayoría de mis amigas se morirían de envidia», me decía a mí misma. «Sonia ya no sería la única heroína que se tira a un veinteañero macizo».



Sonia era una de mis mejores amigas, que había pasado por un duro trance a causa de su traumático divorcio. Sin embargo, en su recuperación anímica había influido notablemente un chico bastante más joven que ella, un ligue que se había echado en el trabajo. Desde que estaba liada con él, se había vuelto más suelta, y no dudaba en contarme morbosos detalles de cómo se lo habían montado en la oficina.



Cuando me contaba sus historias, despertaba mi imaginación e, incluso, algo de envidia, y tal vez eso hubiera sido otro granito de arena en la montaña que me había alzado a cometer la locura de acostarme con mi vecino.



«¡Una locura increíble y maravillosa!, ¡nunca me había sentido tan viva!»



Como ya era mi tónica habitual, fui al gimnasio a primera ahora, antes de que hiciera más calor, y así podría trabajar luego tranquilamente en casa. Además, para la tarde había quedado con Pilar para que viniera a casa a tomarse un café cuando ella llegase del trabajo y, conociéndola, estaba segura de que ese café ya se prolongaría por el resto de la tarde.



Después del calentamiento y algunos ejercicios con pesas, ocupé una de las bicicletas estáticas y, ¡qué casualidad!, en la dé al lado, me encontré con mi amiga Sonia.



— Pero, Sonia, ¿qué haces tú aquí a estas horas? —fue mi saludo dándole dos besos.



Mi amiga vivía cerca, e íbamos al mismo gimnasio, pero nunca habíamos coincidido por la diferencia de horarios.



— Mayca, guapísima —me saludó, correspondiendo mis besos—. Pues ya ves, que esta tarde tengo un viaje de trabajo, y como no volveré hasta mañana por la tarde, entrando en el fin de semana, he preferido madrugar un poco más hoy para no pasar tanto tiempo sin entrenar, que con lo que me ha costado ponerme en forma, como para perderlo ahora…



— ¡Venga ya!, ¡pero si estás estupenda! —dije, observándola de pies a cabeza.



— La que está estupenda eres tú —replicó, mirándome ella también de abajo arriba—. Y si ahora estoy más en forma, en parte es gracias a ti, que me animaste a apuntarme al gimnasio como vía de escape tras aquello.



— Bueno, yo solo te di un empujoncito…



— Y el ver los resultados tan divinos en ti, me sirvió de inspiración —afirmó, consiguiendo ponerme colorada.



Cada una tomó posesión de su bicicleta y, durante media hora, nos concentramos en el ejercicio sin mediar palabra. Yo me puse música inmediatamente, pues nada más sentarme sobre el sillín, sentí molestias en mis huesos pélvicos como recordatorio del “castigo” al que mi vecino los había sometido, por lo que preferí sufrir en silencio las consecuencias de mi lujuria y la potencia de mi amante.



Cuando terminamos, aún charlamos un rato antes de que ella se duchara en el propio gimnasio para luego irse a trabajar, yo ya me ducharía cómodamente en casa.



— ¿Y qué tal está Agustín? —me preguntó—. Hace mucho que no le veo.



— Bien —contesté con un suspiro—, de viaje, como casi siempre…



— Vaya, pues ya lo siento. Es increíble lo diferentes que son vuestros trabajos: él casi siempre viajando, y tú en casa. ¡Cómo para tener vida en pareja!



— Sí, la verdad es que es complicado. Me siento muy sola… —no sabía si le contestaba a ella, o me reafirmaba a mí misma por lo que había hecho.



— Qué pena, una mujer que se mantiene tan joven y guapa… ¡La de hombres que harían cola para llenar esa soledad! —afirmó, guiñándome un ojo de complicidad.



— ¡Ja, ja! —reí. «Si tú supieras», dije mentalmente—. A lo mejor debería buscarme un jovenzuelo que me alegrase, como el tuyo, ¿no?


Último capítulo de Paredes de Papel.


— ¡Absolutamente recomendable! —exclamó entre risas—. Como cantan Los del Río: “Dale a tu cuerpo, alegría, Macarena, que tu cuerpo es pa’ darle alegría y cosas buenas…”



Reí con ella.



— Anda que no te has soltado la melena desde que estás con ese chico —le solté con la confianza que había entre ambas.



— ¡Pues claro que sí, chica! La vida son dos días y hay que disfrutarlos. Solo me arrepiento de no haberlo hecho antes, incluso cuando aún estaba con el cabrón de mi ex…



«Vaya, sí que se le ha abierto la mente, sí», pensé. «Y eso que su divorcio fue, precisamente, porque él la ponía los cuernos. A lo mejor sí puedo desahogarme en algún momento con ella contándole mi aventurilla. Parece que lo entenderá y me guardará el secreto».



— ¿Y cuándo vuelve tu ausente maridito? —me preguntó a bocajarro.



— El sábado por la mañana. Ahora está en Grecia. Mañana, cuando acabe de trabajar, tiene que tomar un tren para ir hasta Atenas, hacer noche, y ya coger el vuelo para acá.



Me pareció ver un brillo en sus enormes ojos verdes, como los míos, aunque irisaban hacia un fascinante tono gris oliváceo.



— Pues como yo vuelvo mañana por la tarde —me recordó con entusiasmo—, ¿qué te parece si te vienes a cenar a casa? Te presentaré a Julio, te va a encantar…



«Un momento, ¿quiere presentarme formalmente a su chico?»



— No sé, Sonia —dije, dubitativa—. No quisiera meterme en vuestros planes de pareja…



— ¿Pareja? No, no, ¡qué va! —negó rotundamente—. Lo último que quiero yo ahora son ataduras, lo que realmente necesito son nuevas experiencias… Julio solo es un miembro de mi equipo… —hizo una pausa dibujándosele una sonrisa de picardía— Un miembro que me gusta y con el que me corro como una loca, ¡ja, ja!



Volví a reír con ella. Resultaba chocante y divertido escucharla, hablar así, teniendo en cuenta su perfecta corrección y saber estar en todo momento.



— Ya veo, ya... Anda, déjalo, que tal y como estoy, hasta me das envidia —dije manteniendo, por el momento, mi imagen de perfecta y fiel esposa de un marido que me tenía abandonada.



— ¡Pues por eso! Para no darte envidia, vente a cenar con nosotros —sus bonitos ojos volvieron a adquirir un brillo especial mientras me repasaba visualmente de los pies a la cabeza—. Estoy segura de que Julio estará más que encantado de conocerte. Nos tomamos unos vinitos y que la noche se lleve las penas… Creo que lo podemos pasar muy bien los tres, mi cama es grande…



«¿He entendido bien lo que me está proponiendo?», me interrogué mentalmente, sintiendo cómo los pezones se me ponían durísimos para marcarse en el sujetador deportivo y el top. «¿O mi mente recalentada por lo pasado en los últimos días me está haciendo imaginar cosas?»



Remarcando sus palabras, Sonia tomó un mechón de mi negra melena, que había escapado de la coleta, para colocármelo tras la oreja con una sutil caricia.



«¡Joder, sí quiere nuevas experiencias, sí!»



— Yo… eh… necesito pensármelo —contesté, abrumada y curiosamente excitada.



— Claro, claro —se apresuró a decir sonriéndome dulcemente, haciéndome apreciar, de un modo distinto al de siempre, la belleza y armonía de su rostro—. Con toda la confianza para lo que decidas, somos amigas —prosiguió, tomando mi mano con las suyas con otra caricia—. Y si este viernes te parece precipitado, y prefieres otro día, ¡pues perfecto!. Si con alguien me gustaría compartir cena, y probar un menú distinto, es contigo.



Turbada, aunque no por la propuesta en sí, sino porque mi mente no la rechazaba de pleno, sintiendo incluso curiosidad, liberé mi mano suavemente.



Mis ojos recorrieron, inconscientemente, la anatomía de mi amiga, apreciando en sus ajustadas prendas de gimnasio cómo el entrenamiento del último año había tonificado su cuerpo, ensalzando la curvilínea belleza de la que yo siempre había considerado la más guapa, con diferencia, de mis amigas. Aunque, curiosamente, lo que más nos unió cuando nos conocimos en la época universitaria, fue que ella venía del instituto, habiendo sido el patito feo de su clase, convirtiéndose en cisne ese verano, y yo venía del mío, habiendo sido la guapa acomplejada por una nariz claramente mejorable.



— Ya te diré, ¿vale? Si no, ya haremos juntas alguna otra cosa de amigas —le dije, intentando que no se sintiera rechazada en caso de no aceptar algo que nunca me había planteado.



Mi vecino, sin proponérselo, había trastocado mi forma de ver las cosas a niveles que ni yo misma conocía, y el erizamiento de mis pezones por esta conversación, y esa nueva forma de mirar a mi amiga, eran pruebas fehacientes de ello.



— Pues claro, ¡como siempre! Solo es una idea que se me ha ocurrido para sacarte de la rutina —argumentó alegremente—. Me ayudaste con mi depresión, y no me perdonaría que tú cayeses en una sin haber hecho nada para evitarlo, sea lo que sea —añadió, guiñándome nuevamente el ojo con complicidad—. También podemos cenar, tomar algo y ya está, ¿vale? Y ahora me voy corriendo a la ducha, que si no, no llego al trabajo.


Atentos a Contonoticias y a Contoshop.


Dándonos dos besos, como siempre, nos despedimos quedando en que ya la llamaría para el viernes, o más adelante para lo que fuera.



De camino a casa fui dándole vueltas a la conversación. Era increíble el cambio que había experimentado mi amiga. En poco tiempo, lo que parecía un matrimonio perfecto, se había hecho trizas al descubrir que su marido le había estado engañando con una jovencita. Había caído en una profunda depresión, pero había resurgido de ella más fuerte que antes, un poco díscola, pero sin duda más feliz.



«¿Haré yo algo así?», me planteé. «Sin duda, Fer me ha revolucionado dándole nuevas emociones a una aburrida vida que paso la mayor parte del tiempo sola, pero, ¿seré capaz de ir más allá? ¡Joder, que Sonia me ha propuesto montarnos un trío con su follamigo!»



«¿Y por qué no?», surgió la voz de mi demonio interior. «Sonia es una mujer muy atractiva, ¿has visto cómo le brillaban los ojos? Es tu amiga de casi toda la vida, hay confianza entre vosotras… Si quisieras acostarte con una mujer para probar lo que es, ¡ella sería la candidata perfecta!»



«Pero yo nunca me he planteado acostarme con una mujer...», repliqué.



«¡Si eso es, exactamente, lo que estás haciendo ahora!», me desveló vehementemente mi lado oscuro. «Además, como su amante sea la mitad de bueno de lo que ella alardea, vais a pasar una noche para no olvidar jamás… ¡Si hasta te has excitado al mirarla!»


«Uf, sí…»



En ese debate interno estaba, en el que parecía que mi oscuridad iba a ganar, cuando, llegando al penúltimo escalón del portal para llegar a mi piso, se abrió la puerta de los vecinos, apareciendo Fernando ataviado con unos shorts y una escueta camiseta de tirantes, entallada a las formas de su magnífico cuerpo.

— Umm, así da gusto salir de casa —dijo al verme—. Buenos días, pibón —añadió, embebiéndose de mi anatomía embutida en las mallas y el top que delineaban mi figura.



— ¡Shhh! —le chisté, poniéndome un dedo en los labios—. No me hables así en público —le advertí con un susurro.



«¡Madre mía, qué ejemplar masculino!», no pude evitar gritar por dentro al analizar cómo las prendas deportivas mostraban sus robustos muslos y fuertes brazos, envolviendo su tronco y dibujando las líneas de sus firmes pectorales para describir la forma trapezoidal de su torso.



— ¿Por qué? —preguntó, tomándome de las caderas cuando subí el último peldaño—. Mis padres ya se han ido a trabajar, y los abuelos de abajo no se levantarán hasta dentro de un rato. Además, si eres un pibón, eres un pibón, y ya está.



— Eres un crío —le espeté, obligándole a apartar las manos de mis caderas.



— Ah, ¿sí? Eso no es lo que pensabas ayer, cuando me pedías que te la metiera entera, ¿eh?



— ¡¿Serás cabrón?! —le reprendí, abalanzándome sobre él para empujarle contra su puerta, tapándole la boca con una mano—. ¡Nunca menciones eso fuera de mi dormitorio!



Apartándome la mano, aprovechó los escasos dos centímetros que separaban nuestros cuerpos para cogerme de mi estrecha cintura y apretarme contra él.



— La verdad es que no esperaba volver a tenerte tan pronto… ¿Sientes cómo me has puesto ya? —preguntó, haciéndome sentir, a través de las finas prendas deportivas que ambos llevábamos, su dura erección incrustándose en mi abdomen.



— ¡Suéltame! —le ordené revolviéndome, aunque sin verdadera convicción, apreciando cómo el tanga se me humedecía por el roce de mis pezones contra su pecho y su tremenda vara contra mi bajo vientre— Yo solo volvía del gimnasio…



— De ponerles la polla dura a todos, como a mí ahora. Hay que ver cómo te queda esa ropita de fitness…



— ¿Serás descarado? Yo voy al gimnasio, a entrenar, no a lucir palmito —repliqué.



— Y yo me iba ahora a correr, pero viendo este palmito, prefiero correrme en él…



— No es el momento ni el lugar de que me hables así —le recriminé, bajando nuevamente el tono.



Conseguí girarme para marcharme, aunque Fernando no se dio por vencido, logrando retenerme con sus brazos alrededor de mi cintura.



— Dios, Mayca, así me pones más —me susurró al oído, atrayéndome hacia sí para que mi culo quedase pegado a su tremendo paquete.



En cuanto sentí esa dura barra de carne alojándose entre mis cachetes, únicamente contenida por livianos tejidos, una interjección de placentera sorpresa se escapó de mi garganta.



— Joder, qué culazo más rico… —añadió el chico, restregando su potencia entre mis glúteos, produciéndome una electrizante y agradable sensación—. Con estas mallas que llevas, casi puedo taladrártelo…



— ¡Uf! —suspiré, con mi tanga ya empapado—. No sigas, por favor…



— ¿Qué no siga? —se coló su aliento en mi oído con un cosquilleo—. Si ya estás ronroneando, gatita, y este culito prieto lo está pidiendo…



Tenía razón. Inconscientemente, mis caderas habían comenzado a acompañar sus movimientos pélvicos, recorriendo con el canal formado por mis nalgas la excitante forma de su virilidad, imposible de ser enmascarada por aquellos shorts.



«Me está nublando el juicio…», me dije.



Sus manos recorrieron mi vientre, acariciándolo para ascender hasta alcanzar las montañas de enardecidas cumbres. En cuanto rozó los erectos pezones, una descarga provocó un espasmo en mi columna, arqueándola para sentir más intensamente cómo aquella magnífica hombría se incrustaba en mi culo.



— Uufff…



— Menudos pitones, vecina, listos para una buena corrida —observó, recorriendo el volumen de mis pechos a dos manos, tratando de abarcarlos mientras los presionaba con las yemas de sus dedos.



«Me derrite, el muy cabrón me derrite…», confesé, complacida por el exquisito masaje pectoral al que me sometía, sin dejar de hacerme notar el tamaño de su erección.



— Aquí no… ahora no… —traté de resistirme entre suspiros—. Vengo sudada del gimnasio…

CONTINUARÁ...


Siguiente Capítulo>


<Anterior Capítulo.


-ÍNDICE.


·Relacionado con Contos:


-CONTOSCO.


-CONTOSAGAS.


-SIGUENOS.


-CONTOSHOP.


-CONTONOTICIAS.

Report Page