•PAREDES DE PAPEL.

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Contos

-Escritor(a): Alfas Corpii.

-Categoría: Maduras.

-Tiempo Estimado de Lectura: [18min.]



CONTINUACIÓN...

— Mmm, no sé, por lo que he oído esta mañana, eres más de crías flacuchas —le recriminé, evidenciando inconscientemente mis celos—. Tu madre está pagando a Dana para que limpie, no para cepillarse a su hijo…



— Vaya, estás celosa, ¿eh? —observó, con una sonrisa de medio lado.



— ¿Yo? —pregunté, ofendida por haberme delatado—. Soy una mujer casada, ¿recuerdas? —continué, poniendo mis brazos sobre las caderas en actitud firme, y a la vez, con una pose que remarcaba mi silueta y ensalzaba mis pechos—. No tengo ninguna razón para estar celosa por lo que hagas o dejes de hacer con la asistenta...



— Querrías haber estado en su lugar, ¿eh? Necesitas una buena dosis de rabo, y es lo que viniste a buscar hace un rato a mi casa…



— ¿Serás creído? —le espeté con rabia por acertar de pleno—. Seguro que ya no podrías hacer nada conmigo, después de haber oído cómo se lo dabas todo a la rumana esa… No me interesa comprobarlo.



— Claro, y por eso estás desnuda y no dejas de clavar esos ojazos verdes en mi paquete —contestó, recolocándose el enorme bulto y haciéndome morderme el labio inconscientemente—. Dana no ha sido más que un aperitivo, un entrenamiento para darte a ti, y ahora, lo que te mereces…



— ¡No eres más que un chulo prepotente!



— Y lo que te pone eso… Casi tanto como esto…



Ante mi atenta mirada, Fer, con un solo movimiento, se bajó el pantalón y el bóxer deshaciéndose de las prendas. Su tremenda verga se presentó ante mí, tan larga y gruesa, tan hermosa y apetecible, que me relamí sintiendo el vacío en mi bajo abdomen como un hueco en el espacio-tiempo, a la vez que la lubricación se evidenciaba visiblemente en mi lampiña vulva.


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— Joder… —se me escapó. Nunca dejaría de asombrarme.



— Vamos, que lo estás deseando, vuelve a probarla, golosa…



Sin saber cómo, mi vecino ya me había tomado por la nuca, metiendo sus dedos entre mis negros cabellos aún mojados por la ducha, incitándome a agacharme sobre su exultante erección. No necesitó hacer fuerza. Deseosa, me dejé llevar para acabar poniéndome de rodillas, tratando de empuñar el grueso músculo con mi mano derecha, mientras la izquierda se aferraba a uno de sus duros glúteos.



Saqué la lengua para lamer, el suave glande redondeado, y éste se arrastró por ella, con un ligero empuje de la mano que tenía sobre la cabeza, para dirigirse al interior de mi boca. Mi labio superior rodeó la testa del cetro, y el húmedo músculo se retrajo hacia el interior, acariciándola, para que fuese acogida por el mullido labio inferior. Succioné con ambos pétalos, acompañando el avance de la pétrea carne que invadía mi boca hasta alcanzarme la garganta y que, inmediatamente, se retiraba con un movimiento pélvico, dejando el balano rodeado por mis labios.



Con la verga así sujeta, miré fijamente a Fer, quien contemplaba mi rostro con un gesto de satisfacción.



— Así, solo un poquito —susurró—, lo justo para quitarte el ansia... Estás preciosa. Esa mirada tuya, con mi polla entre tus labios y los carrillos hundidos, ganaría millones de likes en cualquier web porno.



Un ronroneo surgió de mí, y volví a succionar chupando la mitad de la vara, degustando el salado sabor de su piel, calibrando su grosor y testando su consistencia, hasta que el informático me la sacó completamente de la boca con un característico sonido de succión.



— ¡Joder, cómo la chupas, Mayca!, pero ya es suficiente, que nos viciamos los dos y te lleno la boquita de leche…



— Me encantaría tomarme otra vez toda tu lechecita caliente —contesté, lujuriosa y llevada por la gula, sabiendo que yo misma podría alcanzar un orgasmo al sentir su potente corrida en mi paladar.



— Es muy tentador —concedió, tomándome de la barbilla para obligarme a incorporarme—, pero ahora lo que quiero es follarte bien follada.



No pude reprimirme y, poniéndome de puntillas y abrazándole por el cuello, me lancé a sus labios, pegando mi ardiente cuerpo al suyo, aplastando mis tetas contra sus fuertes pectorales y sintiendo toda la longitud de su virilidad incrustándose a lo largo de mi abdomen.



Fernando recibió mis labios chocando contra los suyos para, inmediatamente, abrir su boca y hacerme sentir cómo su escurridiza lengua se colaba entre mis sensibles pétalos, invadiendo la cavidad para enroscarse con el músculo que anhelaba acariciarla en húmeda danza.



Sus manos atenazaron mis nalgas con fuerza, estrujando mis firmes glúteos con sus dedos como garras, mientras me derretía besándome con una pasión que hacía años que no sentía en mi marido. Hasta que tuve que separarme de él para poder recobrar un poco de aliento mientras me chupaba el carnoso labio inferior.



— Vamos a la cama —susurré jadeando—. A ver si das tanto como alardeas…



— ¿Notas hasta dónde te llega mi polla, tal y como me la has puesto? —preguntó, estrechándome más contra su cuerpo.



— Uff, sí, casi a las costillas…



— Pues imagínate todo esto dentro de ti, abriéndote en canal. Y no serán dos minutos, no… Voy a follarte hasta que empapes toda tu cama de matrimonio como nunca lo has hecho.



Suspiré profundamente ante tal perspectiva, sintiendo cómo mis pezones punzaban su piel y mi coñito lloraba de alegría humedeciendo mis muslos.



Dándome un estimulante azote, el joven me incitó a dirigirme al dormitorio, aunque a través del espejo del pasillo comprobé que no me seguía.



— ¿No vienes? —le pregunté, girándome.



— Por supuesto, solo estoy disfrutando de cómo meneas ese culazo…



Se me escapó una carcajada de satisfacción y reanudé el camino al dormitorio, aunque más lentamente, marcando aún más el contoneo de caderas.



Al llegar a los pies de la cama, expectante y excitada como nunca, el tiempo que el chico tardó en aparecer me pareció una eternidad. «¿Se ha arrepentido y me va a dejar así?», me pregunté con impaciencia.



A los pocos segundos, mi fruto de deseo hizo su triunfal entrada en el ruedo que a ambos nos daría una tarde de gloria. Luciendo su espléndida desnudez para mi deleite visual, con su amenazante pica en ristre ya enfundada con un preservativo, lista para realizar la faena, avanzó hacia mí con paso decidido y sus ojos avellana refulgiendo, hasta tomarme por el talle y pegar su cuerpo al mío, instalando su poderosa arma entre mis muslos para que mi vulva besase la longitud de su tronco, embadurnándolo con su jugo, mientras me hacía sentir cómo la punta de semejante instrumento se abría paso instalándose entre mis cachetes.



«¡Joder, podría clavármela por el culo desde delante!».



Aprovechando mi boca abierta por el asombro de semejante constatación, sus labios se apropiaron de los míos, y su lengua invadió mi cavidad, acariciando la mía para fundirnos en un tórrido beso con el que mi hizo suya, deslizando su enhiesta vara por mi coño, perineo y nalgas.



Una de sus manos subió hasta mis pechos, masajeándolos enérgicamente, estimulándolos de tal manera que el placer me obligó a arquear la espalda, ofreciéndoselos para que su boca descendiese por mi cuello y atrapase un pezón. Sin detener el maravilloso tratamiento al seno izquierdo, sus labios succionaron mi pezón derecho, haciéndolo vibrar con la lengua para terminar engullendo cuanto volumen mamario le cupo en la boca.



Jadeando, borracha por las sensaciones que recorrían todo mi cuerpo, me entregué a él, consciente de que lo único que impedía que cayese de espaldas era su brazo izquierdo, rodeando mi cintura, además de la dura barra de carne sobre la que montaba, que se deslizaba atrás y adelante en húmeda frotación de mis zonas más erógenas.



Sin dejar de devorarme las tetas como si tuviera hambre atrasada, pasando de una a otra para succionar y presionar con los labios, amamantándose con la generosidad de mi busto, lamiendo y rozando los pezones con los dientes para ponérmelos como pitones, su mano bajó hasta mi culo, acariciándolo y atenazando un glúteo para acabar tomándome del muslo y subirlo hasta que mi pierna se abrazó a su cintura.



Sentí cómo Fer flexionaba sus rodillas, y cómo el glande que se insertaba en mi raja trasera hacía el recorrido inverso, incidiendo directamente entre mis lubricados labios mayores. Estos rodearon la gruesa cabeza, adaptándose a su contorno, y permitieron que el empuje de la misma los franqueara, dilatándome y haciéndome gemir, disfrutando de cómo esa dura polla se me clavaba en el coño con inaudita facilidad.



— ¡Dios, qué gusto! —exclamé complacida.



— Me tenías tantas ganas que te entra sola… —afirmó el chico, fijando su mirada en la mía.



— Umm, sí, no puedo negarlo… Aunque sé que eres capaz de tirarte a cualquier niñata que se te ponga por delante…—manifesté, aún con rencor.



— Ya te lo he dicho, Mayca, eso no son más que entrenamientos para prepararme para ti. Tú eres mi musa, a la que siempre he deseado follarme. Pero estás casada, y eres una mujer madura, casi inalcanzable… Ahora que te tengo para mí, me voy a resarcir de todas las pajas que me he hecho en tu nombre.



Su virilidad se deslizó hacia fuera haciéndome suspirar, e inmediatamente, un nuevo empuje, clavándome los dedos en el muslo, me arrancó otro gemido al sentir la verga, abriéndose paso por mi vagina otra vez.



— Mmm… A ti te da igual que esté casada o que tenga edad como para ser tu madre. Has ido a por mí en cuanto has tenido una oportunidad… ¡Cómo me pones!, aunque seas un cabrón. A ver si puedes follarte a una mujer de verdad como te follas a tus amiguitas —volví a provocarle.



Su respuesta consistió en una sonrisa de autosuficiencia, que hubiera sido bravucona de no ser porque su polla se clavó un poco más en mí, dándome un placer difícil de asimilar, y que constataba que era más que capaz de cumplir cada una de sus fanfarronadas.



Con varios mete y saca seguidos, incitándome a botar sobre su estaca, me hizo proferir los primeros grititos de gozo. Su verga era la más gruesa que me había calzado, y estimulaba las paredes de mi vagina con un maravilloso cosquilleo.



— Te gusta, ¿eh? —preguntó en un susurro.



— Oh, sí, me encanta… No pares, ¡dame más! —pedí con lujuria.



— Más te voy a dar…


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Inclinándose hacia delante, me hizo caer de espaldas sobre la cama, dejándome abierta, contemplando su magnífica planta de joven deidad esculpida en mármol. Se puso sobre mí y, manteniendo sus brazos estirados, bajó la pelvis hasta que la punta de su enfundado estoque volvió a acariciar mi vulva, frotando los empapados labios e incidiendo contra mi clítoris de forma enloquecedoramente placentera, obligándome a gemir deseosa de volver a sentirlo dentro.



— ¡Métemela, por Dios! La necesito entera otra vez… —supliqué.



— ¿Entera otra vez? —preguntó divertido, colocando su balano entre mis gruesos y acogedores labios anhelantes—. Aún no te la he metido entera…



— ¡¿Cómo?! —exclamé, loca de excitación.



Su cadera, experimentada por el variado entrenamiento con veinteañeras, encontró el ángulo correcto y, con un empujón, sentí cómo el ariete se abría paso por mis carnes, dilatándome por dentro hasta donde había llegado anteriormente, sin detener su repentino avance horadándome, y alcanzando el límite cuando su pelvis chocó bruscamente con la mía en una profunda y violenta penetración.



— ¡Aaaahhh…! —grité sorprendida por el súbito e incontenible placer que estalló en mi interior.



Como si fuera un grano de maíz expuesto al fuego, mi orgasmo explotó, desgarrándome desde dentro, haciéndome convulsionar en un éxtasis que mi amante disfrutó, dejando su taladro dentro, deleitándose con cómo mis músculos lo estrujaban con todas sus fuerzas durante unos segundos que me parecieron horas.



Cuando volví a la realidad, respirando agitadamente, me descubrí sujetándome de los antebrazos de mi vecino, quien había grabado en sus retinas cada mínimo gesto de mi rostro en pleno delirio orgásmico.



— Pura poesía —me dijo.



— ¿El qué…? —pregunté, aún aturdida.



— Tu preciosa cara en pleno orgasmo.



— Vaya… si hasta vas a ser sensible, y todo… —comenté con sorpresa.



— Sí, pero a ti lo que te pone es que sea un chulo, ¿verdad? Quieres emociones fuertes. Eres una auténtica zorra cachonda, solo he tenido que meterte la polla a fondo una vez para que te corras…



— Uhm, sí…—confirmé, volviendo a sentir el cosquilleo que me producía esa actitud.



— Bueno, pues vamos a ver otra vez esa preciosa cara que pones…



— ¿Qué?, ¿es que tú no te has corrido? —pregunté inocentemente, a pesar de que seguía ensartada por su polla, dura como el acero.



— Te he dicho que te voy a dar lo que te mereces, y pienso cumplirlo —sentenció, haciéndome sentir cómo su glande se deslizaba hacia atrás recorriendo mi conducto.



— Uummm…



Con una potente acometida pélvica, el ariete volvió a abrirse paso dentro de mí, expandiendo mis paredes internas hasta sentir que hacía tope bruscamente contra mi matriz, simultáneamente a un choque de pubis que propagó ondas sísmicas por toda mi geografía femenina.



— ¡Aaahh! —grité envuelta por el placer de tan repentina y, sobre todo, profunda penetración.



— Uf, Mayca, qué coño tan estrechito y tragón tienes… Te la voy a clavar a fondo…



— ¡Oh, Dios, sí! ¡Clávamela así, hasta el fondo! —le pedí, llevada por la lascivia de comprobar, empíricamente, que la generosa dotación del joven me daba un gusto mucho mayor que la mediocridad de mi marido.



Mis manos fueron directas a agarrar los pétreos glúteos de ese David de Miguel Ángel, espoleándole para que volviera a arremeterme de la misma manera.



Una nueva retirada que me deleitó con el arrastre de su gruesa cabeza entre mis mojadas paredes estrechándose, a la vez que su culo se levantaba, y otra pasional estocada contra mi matriz, haciendo vibrar mi clítoris con el choque pélvico, me arrancaron un indecoroso gemido.

CONTINUARÁ...


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