•PAREDES DE PAPEL.

•PAREDES DE PAPEL.

contos

-Escritor(a): Alfas Corpii.

-Categoría: Maduras.

-Tiempo Estimado de Lectura: [19min.]


CONTINUACIÓN...

Los días siguientes pasaron sin volver a tener noticias de mi vecino. La verdad es que, en cuanto el fin de semana pasaba y sus padres volvían a casa, casi ni me enteraba de que vivía al lado. Sin embargo, en mis pensamientos estaba continuamente presente.



No podía sacar de mi cabeza la imagen de su joven y atlético cuerpo, de su magnífica polla siendo devorada por aquella golosa amiga, la sensación de haberme sentado sobre su pétreo miembro instalándose entre mis glúteos, el bombardeo en la pared, la sinfonía de gemidos, gruñidos y gritos, el chasquido de la piel golpeando piel, cada palabra y frase que me había dicho con doble sentido…



Sí, pasé tres días masturbándome como una loca y haciendo largas y agotadoras sesiones de gimnasio para poder apartar los dedos de mi propio cuerpo.



Cuando volvió mi marido de viaje, le di un repaso que le dejó casi agonizando, con mi mente fantaseando que, quien me follaba, era Fernando. Y, prácticamente, le exigí una ración diaria de sexo, con encuentros de mañana y noche si aguantaba, provocándole continuamente para que me diera lo necesario para apagar mi fuego. Pero no era suficiente, lo mío era un auténtico incendio sin control, y Agustín, a sus cincuenta y cinco años y con sus costumbres sedentarias, ya no tenía la potencia y resistencia por las que todo mi cuerpo y mente clamaban. Por no mencionar que él no era capaz de excitarme tanto como había sido capaz de excitarme el vecinito, quien se me antojaba como el bombero con la manguera que podría extinguir mis llamas.



— Bueno, entonces, Fernando te arregló el ordenador, ¿no? —me preguntó Pilar una tarde que le había invitado a casa para tomar café.



— Sí —contesté con cierto nerviosismo al mencionarlo su madre—. Fue muy amable… Gracias por pedírselo…



— De nada, mujer, estamos para ayudarnos, y él está encantado de haber podido echarte una mano.



«Sí, a la cintura para sentarme sobre su polla», confesé para mí misma.



— Sin duda, tienes un hijo con una buena… iniciativa —dije, frotándome inconscientemente un muslo contra el otro.



— Lo sé —expresó Pilar con orgullo—. A ver si consigo que entre en mi empresa, creo que podría desarrollar una gran carrera en ella, y la empresa se beneficiaría mucho de su iniciativa y sus múltiples talentos.



«Creo que no te imaginas ni la mitad de talentos que tiene…»



— Pues, ojalá —le deseé sinceramente—, aunque por lo poco que le conozco, creo que no le faltarán oportunidades.



— No, claro que no. Y si no sale lo de mi empresa, seguro que consigue algo tan bueno o mejor, sabe “venderse” muy bien.



— Sí —confirmé, recordando su descaro—, esa impresión me dio.



— Además, cuando se propone algo, siempre lo consigue. Tiene sus objetivos muy claros, y no le gusta dejar nada a medias…

Si quieres enviar un relato o confesion.


Sentí cómo un escalofrío recorría mi espalda. ¿Estaría yo entre sus objetivos, habiendo visto cómo le gustaba ir de flor en flor, y cómo se me insinuaba sin vergüenza alguna? ¿Sentiría que había dejado algo a medias cuando me tenía totalmente cachonda, sentada sobre él, y mi marido llamó por teléfono? El escalofrío se convirtió en una súbita subida de temperatura.



— Como lo de tu ordenador, por ejemplo —prosiguió—. Me comentó que, a lo mejor, se pasa otro día por aquí para asegurarse de que te lo deja como nuevo.



Tuve una leve sensación de vértigo. «¿Será el ordenador, o seré yo a quien quiere dejar como nueva?», me cuestioné con nerviosismo. «Y si soy yo, ¿seré capaz de resistirme a la atracción que ejerce sobre mí para no caer en la tentación?, ¿seré capaz de mantener impoluto mi matrimonio ante la posibilidad de cumplir mis fantasías?».



— Es un encanto —fue lo único que me atrevía a decirle a Pilar. Tras lo cual, ella cambió de tema de conversación preguntándome por el último viaje de Agustín.



Los días pasaron, sin poder evitar cierto nerviosismo ante la posibilidad de que Fer se presentase en casa, especialmente por las mañanas, cuando, tanto Agustín, como sus padres, estaban fuera trabajando mientras yo trataba de concentrarme en casa con mis traducciones.



La visita no se produjo, lo cual, no sabía si era un alivio o una decepción. Cada vez estaba más obsesionada con el joven, con cómo me gustaba y excitaba, con sus actividades nocturnas de fin de semana… Fantaseaba una y otra vez con su forma de mirarme, los juegos de palabras, su descaro, su cuerpo desnudo y duro para mí… Y en secreto deseaba, tratando de negármelo a mí misma, que me convirtiera en una de sus conquistas para darme lo mismo que a ellas les hacía enloquecer.



Sin embargo, lo que conseguí fue tener muy satisfecho a mi marido, quien, en la medida de sus posibilidades, acabó echándome un buen polvo todas las noches.



El viernes, sabiendo que Pilar y José Antonio (su marido) se habían marchado al pueblo, y tras una pausada mamada a Agustín, con la que disfruté observando cómo se corría sobre su barriga para acabar durmiéndose como un tronco, esperé despierta para no perderme la sinfonía del otro lado de la pared. Pero, para mi frustración, esta no tuvo lugar.



El sábado lo pasamos de compras, y por la tarde-noche de cañas y vinos con unos amigos, haciéndome olvidar por unas horas mis fantasías.



Llegamos tarde, después de cenar, algo afectados por las bebidas y dispuestos a caer agotados en la cama, pero al llegar al portal, nos encontramos con nuestro vecino, acompañado de una bonita chica de ondulada melena negra y ojos de color verde.



— Buenas noches, Agustín —dijo, abriendo la puerta para franquearle el paso a mi marido—. Buenas noches, María del Carmen —añadió, cautivándome con su sonrisa tras dejarme pasar y, disimuladamente, mirarme el culo (o eso me pareció a mí).



— ¿Qué tal, Fernando? —preguntó mi marido, sin darme tiempo a mí para contestar más que con una sonrisa—. Aprovechando que tus padres están en el pueblo, ¿eh? —añadió, guiñándole un ojo en gesto cómplice.



Vi cómo la chica sonreía con una timidez que, a la luz de mi experimentada mirada, supe que era totalmente fingida. Y me fijé unos segundos en ella, corroborando que, efectivamente, no era ninguna de las chicas con las que ya había visto a mi vecinito. Y no solo era bonita, tenía un cuerpo curvilíneo que no dudaba en lucir con unas prendas bastante ajustadas.



— No se te escapa una, Agustín —contestó Fer, devolviéndole el guiño para, después, clavar unos instantes sus ojos en los míos, provocando mi combustión interna.



Mi marido ni se enteró de ese breve, pero intenso, contacto visual. Estaba demasiado ocupado en realizar el escáner completo de la preciosidad que acompañaba a nuestro vecino.



— Je, je, je —rio—. Disfrutad la noche, jóvenes, que estáis en la edad.



Y dicho esto, tomó mi mano para conducirme escaleras arriba.

Disfruta de este Relato Prémium.


— Hasta mañana —solo pude decir, algo ebria e impactada por el encuentro, viendo de reojo cómo la mirada del joven volvía un instante a mi culo al comenzar a subir, atizando mi hoguera interna.



— ¡Qué pájaro el Fernandito! —exclamó Agustín cuando entramos en casa—. Este sí que sabe… ¿Te has fijado en la chica?



— Pues claro que no —mentí, caminando por el pasillo para conducir a mi marido hasta el dormitorio.



Estaba un poco borracha, y ese encuentro no había hecho más que reavivar en mí las ganas de echar un polvo.



— Pues era todo un bombón —prosiguió mi esposo—. Se parecía bastante a ti…



— ¿Ah, sí? —me sorprendí por no haberme percatado, calentándome más ante esa posibilidad— ¿Yo también soy un bombón? —le pregunté, melosamente, rodeándole el cuello con mis brazos y pegando mi cuerpo a él.



— Tú eres un bombonazo —me susurró, dándome un beso y haciéndome sentir que ya tenía el paquete duro. ¿Se lo habría puesto yo así o habría sido por la amiguita del vecino?—. Esa chica podría pasar por una versión veinteañera de ti, aunque, en realidad, se parecía más a cómo estás ahora que a cuando tenías su edad.



— ¿A qué te refieres? —pregunté intrigada, desabrochándole la camisa.



— A que cuando tenías su edad, tú estabas más rellenita, y aún no te habías retocado la nariz —contestó, cogiéndome con fuerza del culo mientras mis dedos desabrochaban su pantalón.



— ¡Vaya! —exclamé contrariada, separándome de él—.¡Gracias por recordármelo!



— No, no me entiendas mal, cariño —trató de disculparse—. Quería decir que tú ahora estás mejor que nunca, y que esa chica se daba un aire más que razonable a tu aspecto actual…



— Eso no suena tan mal— acepté su disculpa, orgullosa porque me comparase con una atractiva veinteañera a la que el protagonista de mis fantasías, seguro, iba a dar una buena ración de sexo, como a todas sus conquistas.



«¿Se habrá ligado Fer a esa jovencita por su supuesto parecido a mí?», me planteé. «¿Imaginará que soy yo mientras la folla duro?». Esas ideas me incendiaron.



— Estaba buena, ¿eh?, ¿cómo yo? — provoqué a Agustín, bajándome la cremallera del vestido para que este cayera a mis pies y mostrarme con la lencería elegida para esa noche.



— Estaba buena, pero tú lo estás más —aseguró, devorándome con la mirada—. Más quisiera tener esa chiquilla, el par de tetas que tienes tú —sentenció, sacándose la ropa desabrochada por mí para mostrarme su erección atrapada en el calzoncillo.



— ¿Te refieres a estas? —subrayé lo evidente, dejando mis generosos y redondos pechos libres.



Mi marido, como siempre, se quedó boquiabierto ante mi poderío pectoral, aún turgente, a pesar de ser más abundante de lo que cabría esperar en mi complexión, con mis pezones en punta denotando mi estado de extrema excitación.



— Las tetazas con las que cualquier hombre soñaría —aseguró—. Las que al vecino le gustaría que tuviera su “novia”…



Sin saberlo, Agustín había echado gasolina al fuego. Me lancé sobre él, haciéndole caer en la cama y, prácticamente, le arranqué la ropa interior con los dientes, sin darme tiempo siquiera a quitarme la mía.



Apartando la fina braguita a un lado, me clavé de sopetón en su estaca, y le cabalgué como si no hubiera mañana, haciendo oídos sordos al mundo que me rodeaba mientras mi imaginación se desbordaba con la fantasía de estar montando al vecino mencionado.



A pesar del entrenamiento al que llevaba toda la semana sometiéndole, mi esposo se corrió enseguida, llevado por mi incontenible lujuria, y fruto de la misma, yo también alcancé la catarsis al sentirle derramándose en mis entrañas, acompañándole en su grito triunfal.



«Joder», pensé, recobrando la cordura. «¿Nos habrá oído Fer al otro lado, como yo le he oído a él con sus amiguitas?».



Desmonté a mi satisfecho maridito, percibiendo por primera vez que, absorta en mi propia fantasía y disfrute, no me había dado cuenta de que no se escuchaba nada del otro lado de la pared. Los únicos gemidos que se habían escuchado esa noche habían sido los míos.



«¿No echa un polvo con esa que, supuestamente, se parece a mí?», me pregunté, decepcionada. «No, a lo mejor es que, como hoy estaba seguro de que yo estaba despierta y con Agustín, se han cortado y están en plan silencioso. O en el salón, o en la cama de sus padres…»



Me puse el vaporoso camisón veraniego para salir a la terraza a fumarme el “cigarrito de después”, comprobando que, fruto del ajetreado día fuera de casa y del rápido, pero intenso polvo que acabábamos de echar, mi esposo había caído rendido, durmiéndose como un bendito.



Había luna llena, y a pesar de que corría un poco de viento, éste era cálido, como vestigio de un día que había sido abrasador. Encendí el cigarrillo, y exhalé plácidamente el humo, disfrutando de mi malsano vicio en la circunstancia que me resultaba más placentera, justo después del sexo.



— Ah, ah, ah, ah… —escuché unos ahogados gemidos femeninos entre el canto de los grillos.



«¿En serio?, ¿están follando aquí fuera?», me pregunté, incrédula. «¿Por eso no se oía nada en el dormitorio?». Tenía que comprobarlo.



Me acerqué a la celosía, y desde la rendija a través de la cual pude espiar la otra vez, eché una ojeada a la terraza de al lado. Efectivamente, sobre una de las dos tumbonas, hallé a mi joven doble montada sobre Fernando, meciéndose adelante y atrás sobre sus ingles, mientras él le acariciaba los pechos.



«¡Otra vez espectáculo!», me dije, dándole una calada al cigarro y experimentando una mezcla de excitación y morbo.



Desde mi oculta perspectiva, apenas podía ver al chico poco más que sus brazos y manos trabajándose a su amante. Sin embargo, a ella la veía perfectamente, cabalgando entre gemidos que trataba de contener, pero que escapaban sin remedio de su boca abierta, mirando fijamente a su macho, despatarrada para clavarse en su mástil insistentemente y devorarlo con su coño. Sentí una profunda envidia.



«¡Joder, sí que se me parece!».



El ritmo estaba aumentando, con los gemidos subiendo de volumen mientras las manos masculinas estrujaban los pechos de la amazona, hasta obligarla a incorporarse y empalarse a tope con un aullido de placer.



Las manos descendieron recorriendo el bonito cuerpo de la joven para atenazarla por las caderas, y la pelvis masculina comenzó a subir y bajar con fuerza, haciendo botar a la chica y permitiéndome ver, por momentos, una porción de la lanza que le clavaba sin compasión.



La afortunada convirtió sus gemidos en auténticos gritos entrecortados, con su rostro vuelto hacia el cielo mientras sus pechos saltaban sacudidos por el ímpetu del macho.



Por cierto, mi marido había acertado en su apreciación, el tamaño de esas dos turgentes mamas danzarinas no alcanzaba al de mi exuberante busto. Mi doble tenía un buen par de tetas, una talla noventa o noventa y cinco “B”, le calculé, pero no eran rival para mí “pechonalidad” de talla noventa y cinco “D”, que siempre había atraído la mirada de los hombres y que yo lucía con orgullo.



— ¡Vamos, guapa, córrete! —escuché, por primera vez, la voz de mi vecino



Escudada en mi parapeto, y disfrutando de mí “cigarrito de después”, no perdí detalle de cómo Fer catapultaba hacía un aullante orgasmo a su nueva conquista.

CONTINUARÁ...


Siguiente Capítulo>


<Anterior Capítulo.


-ÍNDICE.


·Relacionado con Contos:


-CONTOSCO.


-CONTOSAGAS.


-SIGUENOS.


-CONTOSHOP.


-CONTONOTICIAS.

Report Page