•PAREDES DE PAPEL.

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Contos

-Escritor(a): Alfas Corpii.

-Categoría: Maduras.

-Tiempo Estimado de Lectura: [18min.]



CONTINUACIÓN...

Con la respiración casi suspendida, le dejé guiarme por el programa informático, mostrándome todas sus opciones y explicándome cuándo utilizarlas. Todo ello sin dejar de sentir su mano derecha dirigiendo suavemente la mía, la izquierda acariciándome sutilmente la cintura y, sobre todo, su tremendo paquete, duro como una roca, bajo mis posaderas. No pude evitar acomodarme, en acto reflejo, para que aquella enloquecedora barra que el pantalón no podía contener, se instalase entre las redondeces de mis prietos leggings de cuero, lo cual él agradeció con un gemido prácticamente inaudible.



Cuando, por fin, terminó de recrearse dándome hasta la más mínima explicación, me tenía totalmente trastornada, con mi libido disparada. No me había enterado de nada que no fuesen sus manos, su aliento en mi oreja y cuello, y su pétrea carne instalada entre mis glúteos.



Estaba a punto de hacer una locura, pues mi cuerpo lo pedía a gritos, cuando la melodía de mi teléfono sonando sobre la cama con una llamada entrante, me hizo dar un salto.



— Perdona, es mi marido— dije apurada, cogiendo el móvil—. Tengo que contestar, llama desde el extranjero…



— Claro, claro— dijo Fernando, levantándose él también—. Te dejo atenderle tranquila… Ya nos veremos…



Evidenciando la portentosa empalmada a la que no pude quitar el ojo de encima mientras se marchaba, el chico me hizo un gesto de despedida con la mano, sin perder su cautivadora sonrisa. Tan solo pude devolverle el gesto a la vez que contestaba la llamada, quedándome sola.



— Sí, cariño… Pues nada, aquí, eh… trabajando con el ordenador.



Esa misma noche, estaba completamente desvelada. Aunque la conversación telefónica con mi marido había bajado mis ánimos y libido, había pasado todo el día nerviosa, incapaz de centrarme en nada, únicamente pensando en los juegos de palabras con mi vecinito, y en la terriblemente excitante sensación de estar sentada sobre su joven, dura y enorme polla.



Serían las dos de la madrugada, y no se oía ningún ruido procedente de la habitación de al lado que me diera un nuevo aliciente para descargar mi tensión con una relajante paja de oyente, así que salí a la terraza a fumarme un cigarrito sintiendo la leve brisa que se había levantado.



Consumí el cigarrillo, pero no me pareció suficiente, así que encendí otro. Cuando estaba soplando el mentolado humo suavemente hacia arriba, me pareció escuchar un leve gruñido, despertando mi interés, así que presté más atención y capté unos sonidos de movimiento procedentes de la terraza de al lado.



En la penumbra, a la que mi vista ya se había acostumbrado, seguí a la pequeña nube de humo blanco que había salido de entre mis labios mientras flotaba hasta la terraza contigua, como guiando mi curiosidad.



Cuando llegué a la separación entre las dos viviendas, otro gruñido ahogado y lo que parecía una silueta que se intuía a través de los pequeños agujeros de la celosía de madera, me confirmaron que había alguien del otro lado.



Sigilosamente, me pegué a la pared, junto a la celosía, en el punto exacto donde ésta no llegaba a tapar la separación entre los dos pisos, dejando una rendija a través de la que, si una se acercaba lo suficiente y se colocaba en el ángulo correcto, se podía observar casi toda la terraza vecina.



Sintiendo el corazón en la garganta y dando una nueva calada por puro nerviosismo, eché una ojeada. Efectivamente, encontré a alguien al otro lado. Allí estaba Fernando, completamente desnudo y de perfil a mí, con su largo miembro «¡Oh, Dios, sí que la tiene grande!», entrando y saliendo de entre los labios de una chica que, arrodillada ante él, se estaba dando un festín con tan excelso pedazo de carne.



«Madre mía, menudo follador, está hecho este muchacho…», pensé, espiando sin reparo. «¡Y qué bueno está!», me dije, estudiando su atlética anatomía de musculatura definida pero no hiperdesarrollada. «Y ese pedazo de polla…», atestigüé cuando la chica se la sacó completamente de la boca para lamerla mirando fijamente a su dueño.

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Como secreta espectadora, sujetando el cenicero con una mano y consumiendo pausadamente el cigarrillo recién encendido, me deleité con el inesperado espectáculo de aquella chica (ninguna de las dos anteriores con las que le había visto) haciéndole una tremenda mamada a aquel que ese día se había confirmado como protagonista de todas mis fantasías, y objeto de mi deseo.



Fernando emitía leves gruñidos con la labor de su nueva compañera, quien, a pesar de no poder tragarse más que la mitad de ese imponente miembro, debía ser muy buena chupándolo, a juzgar de cómo mi vecinito gozaba, y además se veía que la felatriz disfrutaba con ello.



Todo el apetecible cuerpo del joven estaba en tensión, tan delicioso con sus glúteos, contrayéndose con cada succión de la chica… Un auténtico bombón que me encantaría ser yo quien se lo estuviera comiendo.



Sus gruñidos de satisfacción aumentaron de tono, y cogió la cabeza de su amante para, con rítmicos movimientos pélvicos, follarle la boca con mayor intensidad, haciéndola tragarse su gruesa verga para alcanzar mayor profundidad, a lo que ella respondió con un gemido de aprobación ahogado con carne.



Yo ya tenía el coño hecho agua, recreándome con una escena que unos pocos días antes solo había podido vislumbrar, pero que en esta ocasión se me ofrecía con todo detalle. Me resultaba terriblemente morboso y excitante ver en la penumbra cómo esa poderosa polla entraba y salía de la boca de la chica, haciéndome relamerme; ver cómo Fernando comenzaba a agonizar de placer metiendo su lanza hasta la garganta; contemplar cómo ella saboreaba cada centímetro de duro músculo hundiendo los carrillos… Y todo ello aderezado con el picante de la contemplación furtiva, del pícaro encanto de ver sin ser vista, terminándome un cigarrito como quien come palomitas, disfrutando de una buena película, y con la adrenalina corriendo por mis venas ante la posibilidad de ser cazada.



Había llegado al espectáculo cuando éste ya hacía un rato que había empezado, y la actitud de ambos jóvenes, en pocos minutos, me vaticinó que aquello estaba a punto de acabar.



Apretando los dientes, el chico detuvo sus empujes de cadera, dejando que fuese la chica quien controlase la velocidad y profundidad de la mamada. Lo cual hizo comiéndose sólo la mitad de la brillante lanza, pero a una velocidad endiablada, masajeando vigorosamente con su mano, a la vez, la porción de carne que no engullía.



Fernando suspiró con fuerza, y su amante, se sacó la polla de la boca para situar el glande ante su rostro, a pocos centímetros de sus labios, frotando la vara con insistencia.



— ¡Dámelo todo, guapo! —exigió, para mi asombro—. A ver cómo te corres…



«Um, sí, a ver cómo te corres», repetí yo internamente.



— Oooohh —obtuvo como respuesta.



De la punta de aquel imponente falo salió un denso chorro blanco que se estrelló contra la nariz y labios de la beneficiaria, lo que me resultó hermosamente pervertido y excitante, dejando un brillante reguero en su rostro y labios. Y acto seguido, deteniendo el frotamiento para solo presionar, aquella advenediza se colocó el glande sobre el labio inferior, permitiéndome solo vislumbrar cómo, entre gruñidos del macho, más potentes chorros desaparecían propulsados hacia su boca abierta.



«¡Qué pedazo de zorra!», pensé, sorprendida por un intenso sentimiento de envidia.



El semen comenzó a rebosar de la boca de la joven, cayendo en lechosos regueros por la comisura de sus labios, y ella tiró de la verga hacia dentro, succionándola, mientras Fernando enloquecía, terminando de descargar su abundante corrida directamente en su lengua, haciéndosela tragar entre resoplidos.



Ante la evidencia de que aquello llegaba a su fin, apuré la última calada de mi cigarrillo para apagarlo, observando cómo la chica mamaba de aquel pedazo de carne hasta obtener de él la última gota de su néctar y sacarlo de su boca relamiéndose.



— ¡Umm, qué rico! —dijo, limpiándose el chorretón de leche del rostro para lamérselo de la palma de la mano—. ¡Y menuda corrida! Ibas bien cargado, ¿eh?



— Uf, sí— contestó Fer, con una sonrisa de oreja a oreja—. Llevaba conteniendo la corrida desde esta mañana… —añadió, girando su rostro hacia donde me encontraba yo.



Me quedé petrificada. ¿Sabía que estaba ahí?, ¿me estaba mirando?



«Yo puedo verlos, pero ellos no pueden verme a mí…», traté de tranquilizarme. «Están demasiado alejados como para verme a través de la rendija, y está oscuro…»

¿Te gustan los Comics?


El joven volvió a girarse hacia su compañera, quien se levantaba recogiéndose los regueros de la barbilla para chuparse los dedos.



— Por eso me has llamado hoy, ¿no? —preguntó la chica, con una mirada maliciosa—. Después de un mes sin saber de ti… Alguna te ha puesto la polla bien dura y necesitabas que yo te aliviase como esa no ha hecho…



— Sí, algo así —confesó, encogiéndose de hombros—. Y porque echaba de menos tus mamadas y correrme en esa cara de viciosa que tienes…



«Algo así», repetí para mis adentros. «Esa alguna soy yo… Fui yo quien le puso la polla dura…», me congratulé, sin atreverme a mover un músculo que delatara mi presencia.



— Eres un cabronazo —le espetó la muchacha—, pero cómo me pones… —añadió, pegándole su cuerpo enfundado en un ceñido vestido, de profundo escote y minúscula falda, para rodearle el cuello con los brazos—. Te aprovechas de mis vicios…



— Lo sé, porque te encanta comerme el rabo y que te riegue con mi leche, ¿verdad? Te pone como una perra tragártela toda, ¿a que sí?



La chica afirmó con la cabeza, emitiendo un profundo suspiro de excitación.



— Y ahora estás cachonda perdida, deseando que te folle para correrte tú, ¿eh? Querrás que te la meta entera en cuanto vuelva a tenerla dura...



— Joder, sí, Fer, sabes que sí… Venga, fóllame, cabronazo —casi suplicó, agarrándole la verga, que apenas había mermado y ya recuperaba su vigor.



— Anda, vamos para dentro, que te voy a dar lo que te has ganado —sentenció mi vecinito, tomándola de la cintura y arrastrándola hacia el interior con una última mirada en mi dirección.



Sentí cómo me ponía roja como un tomate, aunque estaba segura de que él no podía verme.



«¡Menudo caradura y semental está hecho!», me dije a mí misma, entrando yo también en mi dormitorio. «Y cómo me pone a mí también…»



Tras un trago de agua en la cocina, volví a la habitación. Apenas llevaba unos minutos tumbada sobre la cama, acariciándome suavemente por encima del tanga como consecuencia de lo que acababa de presenciar, cuando los golpes en la pared comenzaron a atronar, acompañados de interjecciones femeninas aumentando de tono.



— Joder —susurré, metiéndome la mano bajo el tanga para clavarme dos dedos en mi encharcado coño—, si es que me obligáis…



Masturbándome con más ganas que cuando era adolescente, en pocos alaridos y retumbar de pared, escuché cómo la viciosa mamadora alcanzaba un brutal orgasmo, lo que avivó la movilidad de mis dedos jugando con mi flujo.



— Vamos, zorrita— oí la voz de mi vecino tras un breve silencio—. No querrás irte con una sola corrida… Vas a cabalgar hasta que no puedas más…



Los golpes en la pared pasaron a ser más leves y pausados, acompañados de suspiros femeninos.



— Uf, cómo se me clava… —escuché entre gemidos.



Yo ya no podía más, demasiada excitación reprimida durante todo el día, así que estallé en un intenso orgasmo que hizo todo mi cuerpo vibrar, mientras del otro lado de la pared se intensificaban los golpes y gemidos femeninos con algún gruñido masculino.



Estaba rendida, sintiendo cómo el sueño, por fin, me abrazaba, pero en la habitación contigua la cabalgada estaba llegando a un punto álgido, y unos minutos después, volví a escuchar, entre alaridos de placer, cómo la amiga de mi vecino se corría de nuevo.



«Qué suerte tienen algunas», pensé, con envidia.



— Ahora seré yo quien te monte a ti— escuché la voz del joven—. Ponte a cuatro patas, jaca viciosa…



En un momento, el retumbar en la pared se reanudó, más pausado, pero contundente, con gemidos largos acompañados de un sonido como de palmadas, inequívoca evidencia sonora de la pelvis del joven golpeando rítmicamente las nalgas de su amante.



«Joder, qué aguante tiene el chaval…»



Poco a poco, el ritmo se fue incrementando, volviéndose aún más sonoros los azotes pélvicos en el culo de la montura, hasta que sus gemidos, convertidos nuevamente en gritos de puro gozo, se amortiguaron, indicándome que la chica hundía su cabeza en la almohada.



Sin haber sido realmente consciente de ello, un delicioso calor y agradable cosquilleo me desvelaron que había vuelto a esquivar el sueño para masturbarme con dedicación, pellizcándome los pezones como pitones, y haciendo vibrar mi perla sin dejar de escuchar cómo, al otro lado, el escándalo se enriquecía con los gruñidos del macho en pleno esfuerzo follador.



— ¡Dioosss! —le oí clamar—, ¡te voy a reventar…!



— ¡Síííí! —obtuvo como respuesta perfectamente audible.



Los golpes se volvieron atronadores, y entre un dúo de gemidos masculinos y femeninos en sintonía, no perdí detalle auditivo de cómo Fer se corría gloriosamente, llevando a su compañera a un nuevo orgasmo, y provocando el mío propio como efecto colateral.



Se hizo el silencio, y ya no pude saber si aquello era el gran final o habría otro asalto, porque el sueño cayó sobre mí como una losa. Hacía años que no me masturbaba dos veces seguidas.

CONTINUARÁ...


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