•PAREDES DE PAPEL.

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Contos

-Escritor(a): Alfas Corpii.

-Categoría: Maduras.

-Tiempo Estimado de Lectura: [18min.]



CONTINUACIÓN...

Jamás había vivido una situación de tanta tensión sexual, al menos por mi parte. ¿Habría sido todo tal y como yo lo había percibido, o no había sido más que una interpretación propia por una mente recalentada? Tenía que ser lo segundo, ¿no? Hasta ese día solo había cruzado con el chico “hola y adiós”, y pocas palabras más cuando había coincidido con él en casa de sus padres.



«Joder, no puede ser tan desvergonzado», me dije a mí misma. «Soy veinte años mayor que él, su vecina, amiga de sus padres, casada, ¡y encima él tiene novia! Lo del otro día me ha vuelto loca, ¡tengo que quitármelo de la cabeza!».



A pesar de que no era lo más recomendable antes de ir al gimnasio, mi estado de ansiedad era tal, que tuve que salir a la terraza a fumarme un cigarrillo que calmase mis nervios, tras el cual acudí a mi entrenamiento para terminar de descargar toda la tensión.



Esa noche me acosté un poco más tarde de lo habitual, era viernes y ponían una película en la tele que me apetecía ver, así que aguanté hasta el final.



Cuando ya comenzaba a coger el sueño, empecé a escuchar sonidos del otro lado de la pared. Agudicé el oído, y reconocí una conversación de voces masculina y femenina, llegando incluso a captar las palabras, pues ambos tonos iban en aumento, como si en ese momento le hablasen a la pared.



— Mmm… me tienes atrapada —escuché a la voz femenina—, así no voy a poder moverme…



— Porque te voy a mover yo —reconocí la voz de Fernando—. Estás muy buena… ¿Notas cómo me pones?



— ¡Joder, como para no notarlo! ¡La tienes enorme y durísima!



Al momento, todo mi cuerpo entró en combustión.



— Te la voy a clavar entera —anunció él.



— Mmm, sí, por favor, me tienes como una perra…

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Junto a sus voces se escuchaban roces en la pared.



«¡Dios, los tengo aquí pegados!», me dije mientras uno de mis dedos se colaba bajo mi tanga.



— Pero por ahí no, es muy grande y me da miedo que me partas —aseveró la voz femenina.



— Tranquila, preciosa, si te da miedo, te ensarto bien por donde más te guste… Abre un poco más las piernas.



— ¿Así?, joder, me vas a empotrar. ¿Y los vecinos?



Mi dedo corazón ya acariciaba sin recelos mi clítoris, produciéndome un más que agradable cosquilleo.



— Mi vecina estará dormida, pero aunque la despertemos, creo que le gustará oír cómo te follo. Es mayor, pero es una cachonda, como tú…



Aquello me puso a mil, e hizo que mi dedo corazón, junto con el anular, se deslizase hacia abajo para penetrar con ganas la empapada y caliente gruta que los recibió con satisfacción.



De pronto, simultáneamente, un golpe amortiguado en la pared y un sorprendido, pero placentero “Ooohh” femenino, resonaron en mis oídos.



— ¡Joder, hasta el fondo! —informó la chica.



Otro golpe amortiguado y un profundo gemido acompañado de un gruñido masculino.



— ¡Uf, qué bueno! —exclamó ella—. Me aplastas las tetas contra la pared cuando me embistes, ¡y me encanta! Dame más, cabrón…



En ese instante visualicé, como si la estuviera presenciando, la escena que ocurría en el dormitorio contiguo. Fer, desnudo, con su atlético cuerpo en tensión, empotraba la juvenil y agraciada anatomía de su chica contra la pared, teniéndola completamente atrapada entre yeso y músculo mientras embestía vigorosamente con su pelvis contra el culo de la afortunada, penetrando el ansioso coñito con su potente barra de carne, haciéndola gemir y gritar de profundo placer.



Escuchando el incesante ritmo de golpes amortiguados, acompañado de jadeos, gritos y gruñidos, horadé con los dedos mi ardiente vagina a la vez que masajeaba mi perla, masturbándome con ahínco mientras mi imaginación se desbordaba para convertirme en protagonista de ese enérgico polvazo.

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— ¡Oh, oh, oh…! —profería la joven con cada empellón.



Mientras mi mano derecha me llevaba al paraíso entre mis muslos, la izquierda estrujaba mis abundantes senos ensalzando mi propio goce, escuchando el incesante retumbar de sexo salvaje que en mi mente se dibujaba con mi cuerpo aplastado contra ese muro compartido, mientras el joven macho me taladraba haciéndome chorrear.



Un profundo aullido femenino me anunció el poderoso orgasmo alcanzado, pero el ritmo de tambores no se detuvo, prolongando la agonía de la joven para desquiciarme de pura excitación, a la vez que los gruñidos del semental escalaban en volumen.



Me corrí con un estallido que hizo convulsionar todo mi cuerpo, y mientras mi respiración volvía a la normalidad y todo mi ser se relajaba, escuché cómo el ritmo retumbante se aceleraba y, entre sollozos declarantes de otro orgasmo femenino, el rugido triunfal del clímax del macho taladró mis oídos para incrustarse en mi cerebro.



Se hizo el silencio, tras el cual sólo pude percibir algunos murmullos incomprensibles.



«¡Menudo fiera está hecho el chaval!», pensé. «No sólo está bueno y parece tener una buena polla, sino que encima tiene aguante y folla como un dios…»



Aún sudorosa, me levanté para calmar la sed provocada por mis propios jadeos acompañando a la pareja, tras lo cual me fumé un relajante cigarrillo en la terraza antes de volver a la cama.



Justo antes de acostarme, volví a escuchar voces, pero esta vez no provenían de la habitación contigua, sino del portal. Parecía que mi vecino se estaba despidiendo de su novia, y no pude evitar acercarme a echar un vistazo a través de la mirilla.



Efectivamente, Fernando se despedía de la chica, que en ese instante se giraba hacia mí para bajar por la escalera. Era muy guapa, delgada y con un cuerpo de bonitas formas, pero lo que me sorprendió fue que, a pesar de que no recordaba su cara de la vez anterior, lo que sí tenía seguro era que aquella chica tenía una larga melena rubia, y esta otra lucía una media melena morena.



«¡Se ha llevado a otra a su cama!», exclamé para mis adentros. «Menuda caja de sorpresas está hecho el informático éste… Ojalá fuese yo…»



La mañana siguiente la pasé nerviosa, esperando la visita de mi vecino para que me pusiera a punto el ordenador tras el diagnóstico del día anterior. No dejaba de darle vueltas a nuestro anterior encuentro, analizando cada frase que me había dicho sin aparente malicia, pero con un doble sentido que, tras haberle escuchado por la noche volviendo loca a su nueva compañera, me resultaba más evidente. ¿Había sido ese jovencito tan atrevido como para flirtear conmigo, una mujer casada, veinte años mayor que él? La respuesta, rememorando las palabras que le había escuchado esa noche: “Mi vecina estará dormida, pero aunque la despertemos, creo que le gustará oír cómo te follo. Es mayor, pero es una cachonda, como tú…”, fue un rotundo sí, y eso me provocó un agradable cosquilleo.



Si ese seductor chico quería tontear conmigo, ¿por qué no seguirle el juego? Era muy agradable sentirse atractiva, y más si quien me halagaba con sus comentarios era un jovencito tan tentador. Además, sólo era eso, un juego. No tendría ninguna implicación en mi matrimonio. Aunque muchas veces me sentía sola por los continuos viajes de Agustín, ambos éramos felices, y en ningún momento había pasado por mi cabeza la posibilidad de una infidelidad. ¿Fantasías?, por supuesto, pero nada más.



Ante la evidencia de cómo ese informático me había mirado el culo el día anterior, demostrándome que le había gustado cómo me quedaban las mallas del gimnasio que la casualidad había querido que llevase puestas para recibirle, decidí seguir sacándole partido a mi trabajado y prieto trasero enfundándome en unos leggings de cuero rojo brillante, y como prenda superior, elegí un top blanco ajustado a mis femeninas formas, con un escote redondo por el que se divisaba un evocador canalillo que, aunque solo se mostraba ligeramente, sabía que atraía las miradas de los hombres para perderse en él y las voluptuosas formas de mis rotundos pechos.



Justo cuando me miraba en el espejo del dormitorio, comprobando mi juvenil y sensual aspecto, con mi negra melena suelta y mis verdes ojos brillando por el nerviosismo, sonó el timbre.



— ¡Buenos días, Mayca! —exclamó Fernando al abrirle la puerta, observándome con los ojos como platos y haciéndome un rápido escáner integral.



— Buenos días, Fer —contesté con una sonrisa, encantada con su forma de mirarme—. Pensé que no te acordarías de venir, siendo sábado por la mañana…



— ¿Cómo no iba a acordarme? —se defendió, pasando al recibidor y cautivándome con su sonrisa—. Es un lujo venir a verte —remarcó su respuesta, mirándome nuevamente de arriba abajo, con más detenimiento—. Acabas de alegrarme la mañana…



— Qué amable eres, encima de que vienes a hacerme un favor…



— Más de un favor te hacía yo —soltó con descaro.



Sentí cómo el rubor teñía mis mejillas.



— ¿Cómo? —pregunté, haciéndome la loca.



— Que puedes pedirme lo que quieras, es un placer poder ayudarte con el ordenador.



— Ya, claro, eres un encanto —dije, sintiendo una combustión interna—. Tengo al enfermo en la habitación…



Sin duda, ese chico era un auténtico Casanova, desvergonzado y seguro de su atractivo. Cada vez me atraía más, sumiéndome en deseos que nunca habían sido más que fantasías, pero que empezaban a materializarse como algo hipotéticamente posible.



De camino al dormitorio, marcando conscientemente mis pasos con un balanceo de caderas, me sentí más sexy que nunca y, al igual que el día anterior, comprobé en el reflejo del espejo del pasillo cómo mi vecinito, mordiéndose el labio inferior, no perdía detalle de mi culito bien resaltado por los leggins.



Cuando llegamos a la habitación, en el momento en que se sentaba para tomar posesión de mi equipo de trabajo, no pude evitar la tentación de mirarle, la entrepierna.



«¡Dios, qué pedazo de paquete!», exclamé interiormente, alborozada y sintiendo el calor acumulándose en mis mejillas.



En el pantalón del chico se marcaba un descarado abultamiento, de incuestionables y atractivas dimensiones, que evidenciaba una buena erección de un más que respetable instrumento.



Un leve suspiro escapó de entre mis labios, y él lo percibió, cazándome con la vista clavada en su entrepierna. Su sonrisa, ante el avergonzado alzamiento de mi mirada, fue reveladora y seductora, manteniendo sus ojos avellana clavados en el verde de los míos.



— Si quieres, te dejo trabajar tranquilo, puedo esperar en el salón— dije, tratando de aligerar la tensión que sentí en ese momento.



— No hace falta, no tardaré nada —contestó—. Además, no me gustaría renunciar a una compañía tan estimulante —añadió, ampliando su sonrisa y descendiendo lentamente con su mirada hasta mis labios para seguir bajando y recrearse unos instantes en mis prominentes pechos, a pocos centímetros de su rostro al quedar sentado y yo de pie junto a él—. Estaré encantado de que puedas admirar mi herramienta por encima de mi hombro… Incluso te dejaré manejarla para que te vayas acostumbrando a ella…



Me quedé sin aliento, notando humedad en el tanga.




— Aquí la tengo— aclaró, sacándose un pendrive del bolsillo y denotando picardía en su mirada y sonrisa.
— Hago un par de cosillas para ponértelo a punto, y te la meto…




Mi calor interno se acrecentó, quedándome muda y expectante, ante lo cual, Fernando se puso manos a la obra trasteando con el ordenador.



Tras unos segundos viéndole saltar con maestría de pantalla en pantalla, con irrefrenables miradas hacia su entrepierna para comprobar que no había menguado su imponente tamaño, me repuse del impacto inicial de sus palabras recordándome a mí misma que la madura era yo, y que estaba dispuesta a seguirle el juego desde antes de que llegara. Esos juegos de palabras con connotaciones sexuales me resultaban muy divertidos y excitantes.



— Bueno— dijo con aire triunfal, volviendo su rostro a mí y cazándome nuevamente con mis verdes ojos posados en su paquete—, ya lo tengo como quería, caliente y listo para meterte lo que tengo para ti…



— Uhm, sí —contesté con un tono tan meloso que a mí misma me sorprendió—. Seguro que me entra bien… Méteme todo lo que quieras…



En ese momento, a quien se le escapó un leve suspiro y quedó descolocado por las palabras, fue él.



— Será un auténtico placer— repuso finalmente.



Introdujo el pendrive en el ordenador y, mirándome de reojo, instaló el programa de optimización del equipo y protección frente a amenazas, haciendo las comprobaciones sobre su funcionamiento.



— ¿Ya está? —pregunté cuando cerró el programa—. ¡Qué rápido! Como parece tan potente —añadí, queriendo prolongar el divertido juego un poco más—, pensé que, tal vez, no me cabría todo… Pero la verdad es que ni me he enterado…



Una breve y sincera carcajada escapó del atractivo joven.



— Eso es porque para que te enteres de verdad, tienes que ser tú la que lo maneje…—arguyó con su cautivadora sonrisa.



Entonces, para mi sorpresa por su increíble atrevimiento, rodeó mi estrecha cintura con su brazo izquierdo y me sentó sobre su regazo. Me quedé paralizada, sintiendo el innegable y duro bulto de su pantalón en mi culo, apoyado directamente sobre su erección.



Sin dejar de sujetarme por el talle, aprovechando mi desconcierto, tomó mi mano derecha con la suya, y la llevó hasta el ratón del ordenador para manejarlo juntos.



— ¿Ves? —dijo, casi en un susurro, con su aliento, colándose en mi oído y produciéndome un cosquilleo que terminó por encharcar mi coñito—. Tienes que apretar aquí— añadió, haciéndome clicar con el ratón—, y luego aquí…

CONTINUARÁ...


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