•PAREDES DE PAPEL.

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Contos

-Escritor(a): Alfas Corpii.

-Categoría: Maduras.

-Tiempo Estimado de Lectura: [18min.]



CONTINUACIÓN...

¿Para qué lo voy a negar?, soy guapa, y orgullosa de haber alcanzado la madurez en tan buenas condiciones. Aunque reconozco que, también, me lo he trabajado para encontrarme a mí misma mejor que veinte años atrás. Soy asidua al gimnasio, al que acudo religiosamente tres o cuatro veces por semana desde hace cinco años. Y eso ha influido directamente en los pequeños cambios que he comentado antes para mostrar un rostro menos “rellenito” y, ya de paso, esculpir un cuerpo ya naturalmente bien proporcionado, aunque ahora más tonificado y compacto, al que a mis abundantes, redondos y aún firmes pechos, se ha sumado, como consecuencia de mi entrenamiento y motivo de orgullo, un culete bien proporcionado, de piel tersa y cachetes consistentes.



Así que, Agustín, encantado con su sensual mujercita y el especial apetito sexual que tenía en esos días, me echó unos buenos y pasionales polvos que me hicieron olvidar al hijo de mis vecinos y su actividad nocturna.



Sin embargo, a pesar de no cruzarme con él en esos días, el chico volvió a mis pensamientos de forma casual e inesperada.



Aquella tarde había invitado a tomar café a Pilar, mi vecina y amiga. A pesar de que eran mayores que yo, de la quinta de mi marido, había entablado una sana amistad con el matrimonio vecino, que se veía reflejada en los frecuentes encuentros con mi amiga para tomar café en mi casa, o para ir con Agustín a comer a la suya, pues Pilar era una excelente cocinera.



Entre varios temas de conversación, ese día se me ocurrió comentarle a mi vecina que estaba desesperada con mi ordenador portátil, ya que iba lentísimo y me costaba mucho abrir cualquier documento. Lo cual era un incordio para trabajar en casa como traductora de una pequeña editorial.



— Fernando podría echarle un vistazo —me propuso—. Ya sabes que es informático…



Solo escuchar aquello activó los recuerdos de su hijo con los pantalones a medio muslo, mientras su novia se limpiaba los labios, y los de los sonidos de cómo la joven pareja había follado después. Algo se agitó en mí.

¿Te gustan los Comics?



— Gracias, Pilar, no le molestes por algo tan tonto… —dije sin convicción, sintiéndome nerviosa por la posibilidad de encontrarme con el muchacho—. Ya se lo llevaré al informático de la editorial… Además, seguro que tu chaval está bastante liado con lo de buscar trabajo…



— No es ninguna molestia, mujer, seguro que él estará encantado —contestó, haciendo un gesto con la mano—. Creo que le caes muy bien, y por lo de buscar trabajo, no te preocupes. Como acaba de terminar la carrera, se está tomando el verano de descanso y, mientras tanto, yo estoy moviendo algunos hilos para ver si le consigo algo en mi empresa. Así que tiene tiempo más que de sobra…



— No quisiera ponerle en un compromiso por nuestra amistad…



— ¡Que no, que no es ningún compromiso para él! —exclamó de forma desenfadada—. Seguro que si lo hubieses comentado delante de él, él mismo se habría ofrecido a ayudarte… Estoy más orgullosa de mi niño…



— Muchas gracias —acabé cediendo, con un cosquilleo en el estómago—. No me extraña que estés orgullosa de él, se le ve buen chico…



«Y lo bueno que está, y cómo le hace gemir a su novia…», añadí para mis adentros.



— Pues no se hable más, luego se lo digo, y que se pase mañana por la mañana por aquí —concluyó triunfalmente mi vecina—. Estarás trabajando en casa, ¿no?



— Sí, claro, como siempre —contesté sin poder objetar nada—. Además, volveré a estar sola. Agustín se marcha pronto de viaje, y no volverá hasta el martes.



— Nosotros nos iremos por la tarde al pueblo… ¿Por qué no te vienes? Así no pasas todo el fin de semana sola… —me ofreció con entusiasmo.



— De verdad, gracias, Pilar, pero no quiero abusar de vuestra amabilidad —repuse inmediatamente, algo horrorizada ante la perspectiva de pasar el fin de semana en un pueblo perdido—. Aprovecharé para trabajar tranquilamente, sin que ronde por aquí Agustín, que me distrae mucho. Y seguro que quedo con alguna amiga para tomar algo…



Mi amiga, sabedora de mi poco gusto por la vida rural, no insistió, por lo que continuamos nuestra charla por otros caminos.



A la mañana siguiente, despedí a mi marido cuando, apenas, acababa de amanecer. Así que tuve el buen propósito de ponerme temprano a trabajar, pero, tras una sarta de improperios hacia mi ordenador por tardar tanto en arrancar, recordé que, en teoría, esa misma mañana vendría mi vecinito para echarle un vistazo.



Sentí una súbita subida de temperatura, ¿y si decidía venir pronto? No podía recibirle llevando, únicamente, la amplia camiseta que me había puesto tras ducharme.



Como tenía intención de ir después al gimnasio, me vestí poniéndome, de entre las prendas que usaba para mi entrenamiento, unas mayas violetas y una camiseta entallada de tirantes, color rosa, y recogí mi negra melena en forma de cola de caballo. Así estaría más decente, sin dejar de estar cómoda, y además ya preparada para coger la bolsa y marcharme en cuanto el muchacho acabase el compromiso en el que le había metido su madre.

Disfruta de este audio.



Aún pude trabajar durante cuatro horas antes de que sonara el timbre, cuando ya había dado por hecho que, al final, a su madre se le había olvidado comentarle mi problemilla.



— Buenos días, María del Carmen —dijo el chico cuando le abrí la puerta—. ¡Pero que, muy buenos días! —añadió, mirándome de pies a cabeza con una sonrisa.



En ese momento, fui consciente de que, en la elección de mi vestimenta, no sólo había primado la comodidad y el sentido práctico, sino que, inconscientemente, también había elegido unas prendas que se ajustaban perfectamente a mi cuerpo, remarcando cada una de sus curvas, envolviéndolas perfectamente para dibujar una bonita silueta de la que estaba más que orgullosa.



Sentí cómo me ruborizaba ligeramente. ¿Al chico le había gustado lo que acababa de escanear con la mirada? ¡Menudo halago para una mujer madura!, ¡y más viniendo de un jovencito que estaba como un queso!



— Buenos días, Fernando —contesté, reponiéndome del ligero sofoco—. Por favor, llámame Mayca. María del Carmen me hace muy mayor…



— ¿Mayor? —preguntó, volviendo a escanearme—. Estás más para darte un buen azote que para ofrecerte asiento en el metro…



— ¿Un azote? —dije conmocionada, poniéndome roja como un tomate, y recordando lo que había visto y oído una semana atrás.



— Claro, me refiero a por parecer una niña a la que le gusta hacer trastadas…



Un brillo en sus ojos me dejó bien claro que no era eso a lo que había querido referirse. ¿Cómo podía ser tan descarado?



«Cuestión de inmadurez, supongo», pensé. «Aunque, joder, ¡cómo me ha gustado!».



Le sonreí, siendo condescendiente, como si hubiera creído su aclaración, y yo también le miré de la cabeza a los pies, constatando que ese jovencito de veintitrés años era más que tentador.



Vestía una simple camiseta ajustada al torso, marcándolo ligeramente bajo la prenda para hacerlo intuir fuerte y compacto, con un abdomen plano que hacía imaginar su dureza, como la de los brazos, bien definido y ligeramente musculoso. La prenda inferior era un pantalón vaquero corto, y también ajustado a unas piernas robustas y de músculos definidos, al igual que las extremidades superiores.



Pero rápidamente tuve que subir mi mirada, porque enseguida fui consciente de que marcaba un buen paquete, «¡Uf!», y mis ojos se habían detenido en él unas décimas de segundo más de lo necesario.

Al volver a encontrarme con su sonriente rostro, suspiré internamente al comprobar su atractivo magnetismo. Era guapo, aunque tampoco un adonis, pues su algo pronunciada nariz encajaba perfectamente en un rostro de mandíbula cuadrada, labios carnosos, barba de dos días, frente despejada, y ojos de un enigmático color avellana, a juego con su alborotado cabello castaño claro con brillos rojizos.



— Bueno, Mayca —interrumpió mi contemplación—, mi madre me ha dicho que tienes un problema con el ordenador… Si me dejas echarle un vistazo, tal vez pueda solucionártelo.



— Sí, sí, claro, Fernando —contesté atropelladamente, habiendo olvidado por un momento el motivo de ese encuentro—. Pasa, por favor, sígueme al dormitorio…



— Llámame, Fer —corrigió, entrando y cerrando la puerta tras de sí—. Así me llama todo el mundo, menos mis padres. Y estaré encantado de seguirte a tu dormitorio…



¿Había dicho esa última frase con cierto retintín, recreándose en ella?



Guiándole por el pasillo, no pude evitar echarle una nueva ojeada a través del espejo que había al final de este. ¿Me estaba mirando el culo a cada uno de mis pasos?



Sentí cómo se me erizaban los pezones ante la posibilidad de que mi vecinito se estuviera deleitando con la contemplación de mis nalgas enfundadas, y bien marcadas, en las mayas de deporte.



A una le gusta sentirse guapa y sexy, y el hecho de despertar instintos en un joven y atractivo ejemplar masculino, constituye un subidón de autoestima y, por ende, de excitación.



— Aquí está —dije, mostrándole el portátil sobre el escritorio de la habitación—. Estaba trabajando con él, pero le ha costado arrancar un buen rato y, a veces, se me queda “colgado”.



— Mmmm, de verdad que parece un buen equipo —comentó, sentándose a la mesa—. Se ve potente…



¿Era cosa mía, o había dicho eso mirándome el pecho y cómo se me marcaban ligeramente los pezones, en vez de mirando al ordenador?



Volví a sentir rubor en mis mejillas, y él sonrió, girándose para poner su atención en el portátil.



Estuvo un rato trasteando con la máquina, pasándole un antivirus online, y metiéndose en pantallas de configuración del equipo que yo no sabía ni que existían.



La verdad es que no presté mucha atención a lo que hacía, mis conocimientos informáticos son prácticamente nulos, así que, aprovechando mi privilegiada perspectiva, de pie tras él, eché un buen vistazo a ese paquete que se le marcaba a pesar de estar sentado.



«¡Uf!, él sí que parece que tiene un equipo potente», me dije, visualizando en mi mente el instante en que su novia se había apartado de su entrepierna para dejarme vislumbrar una, más que respetable, polla aún erecta. «Y por lo que oí el otro día, sabe bien cómo usarlo…»



— Bueno, esto ya está —dijo tras unos minutos, girándose hacia mí y obligándome a alzar mi vista hacia su cara.



— ¿Ya lo has arreglado? —pregunté, sorprendida—. Has acabado rápido.



— No soy de acabar rápido —contestó, con una sonrisa de picardía—. Me gusta meterme bien a fondo y tomarme mi tiempo para conseguir un resultado más que satisfactorio…



«¿Será descarado?», pensé, rememorando cómo la pared había retumbado el fin de semana anterior con sus potentes embestidas. «No, no, estoy interpretando… Tengo una mente calenturienta…», traté de autoconvencerme.



— Ahora solo he hecho un apaño para que vaya un poco mejor —añadió—. Pero me gustaría meter mano en condiciones. Creo que puedo conseguir un rendimiento óptimo de tu equipo, Mayca —concluyó, atravesándome con su magnética mirada.



Notaba mis pezones a punto de rasgar el sujetador deportivo y la elástica camiseta. ¿Por qué entendía con segundas todo lo que decía? Sin duda, lo de la otra noche me había trastornado y cambiado mi percepción del hijo de mis vecinos.



— Gracias, Fer, pero no quisiera molestarte más, seguro que estás ocupado —acerté a decir.



— No es ninguna molestia. A ti te lo haría todo encantado…



«Joooodeeeeer….». Noté humedad en mi entrepierna.



— Mañana por la mañana estoy libre —prosiguió, tras lo que me pareció una pausa para comprobar el efecto de sus palabras en mí—. Un equipo tan bueno es todo un triunfo —volvió a mirarme de pies a cabeza, haciéndome estremecer—. Si quieres, puedo venir y te meto mano de verdad, además de una buena herramienta con la que quedarás encantada…



— ¿Cómo? —pregunté, casi sin aliento, sin terminar de creer lo que parecía que me estaba proponiendo.



Sus ojos brillaron, y una nueva sonrisa se dibujó en su rostro.



— Mañana por la mañana quedamos, y le hago una puesta a punto a tu ordenador eliminando los fallos más ocultos —aclaró, dejándome con la incertidumbre de si había sido realmente consciente de lo que me había dicho antes—. También te instalaré un buen programa que tengo, que optimiza el rendimiento del equipo y elimina todos los malwares que se te han ido colando con la navegación por internet.



— Ah, gracias —contesté, visiblemente turbada, sintiendo el tanga mojado—. Estaré en casa, así que vente cuando quieras.



Caminando por el pasillo, de vuelta a la entrada, fui yo quien no pudo apartar la vista de ese joven culito que los vaqueros marcaban. ¡Menudo calentón tonto tenía!



— Por cierto —dijo antes de salir de mi casa—, me he dado cuenta de que tu dormitorio está pared con el mío…



— ¿Ah, sí? —fingí desconocimiento, sintiendo un vacío en mi interior—. No tenía ni idea.



— Sí, seguro. Espero no molestarte cuando pongo música…



— No, no, ¡qué va! —exclamé, sujetando el picaporte para abrir la puerta.



— O algunas noches de fin de semana…



Sentí cómo se me hacía un nudo en la garganta.



— No, no, en absoluto —repuse, sintiendo cómo mi cara ardía, delatando que no era sincera—. Yo duermo como una marmota.



En su rostro volvió a formarse una pícara sonrisa.



— Genial, entonces no tendré que esforzarme en ser más sigiloso… —concluyó, bajando su tono de voz.



— ¡Uf! —se me escapó un suspiro, a la vez que le abría la puerta.



— Hasta mañana, Mayca.



— Hasta mañana, Fer.


Nada más cerrar la puerta, todo el aire escapó de mi cuerpo.

CONTINUARÁ...


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