Día 93. Martes 16 de junio de 2020

Día 93. Martes 16 de junio de 2020


Sí, lavé los platos. Voy a agendar esta fecha para las efemérides del año que viene. Es posible que mi marido incluso la celebre.

Al parecer la limpieza exterior actuó cuánticamente en mi higiene interior, porque hoy desperté totalmente despejada antes de que sonara la alarma.

No obstante me encuentro un poco abrumada porque después de muchos meses de flojera, oscuridad, depresión y conspiranoia, ahora tengo energía para hacer muchas cosas, pero son tantas y tan largamente postergadas, que después de poner orden a mi agenda me escandalicé a lo grande.

Esto de haberme ido de las redes y tener que mudar mi contenido a nuevos sitios cambió todos mis planes y me sumó nuevas tareas que no estaban antes en mi radio de acción.

Por otra parte, el entusiasmo de haberme salido de la ciénaga por fin, hace que mi cerebro bulla de nuevas ideas y nuevos proyectos. No tengo manera de reconciliar lo nuevo que brota, con lo importante postergado.

Es un choque de realidades. Una confrontación muy estruendosa.

Miro mi mesa de trabajo, donde duermen al menos cinco muñecos a crochet sin terminar con sendos patrones que debo editar digitalmente. Miro mi lista de pendientes donde lo antiguo coexiste con lo reciente y quiero echarme a llorar.

El entusiasmo de la inteligencia artificial que me permite hacer lo mismo que antes en una fracción de tiempo llegando a la misma cantidad de personas me pone en un estado sumamente creativo, pero a la hora de contrastarlo con mi realidad donde existe un niño que necesita jugar con su madre, y que merodea inquieto mientras trabajo, me genera un abanico de sensaciones que van desde el enfado hasta la culpa.

Quiero crear, necesito crear, me pongo a crear, el niño interrumpe, me enojo, lo mando a jugar lejos y luego me siento la peor de las madres. Dejo de crear, me pongo a jugar con él, pero entonces mi mente viaja a lo que debería estar creando. Dejo de jugar y el ciclo vuelve a empezar.

En fin. No hay soluciones inmediatas ni definitivas para esta situación. Es un dilema de larga data. No lo voy a resolver en un pestañeo ni con buenas intenciones. Tengo que bucear más profundo y ahora mismo no soy capaz de hacerlo.

Hablemos de la nafta. Y debo decir que me estoy acercando peligrosamente a la diplomatura de bruja vidente. ¿Qué hicieron los dueños de las estaciones de servicio? Lo que dije ayer. Mandaron al gobernador (artífice del dictamen de cerrar los abastecedores de combustible) a meterse su ordenanza en ese orificio de su humanidad donde no llega la luz del sol.

Hoy, los propietarios abrieron sus negocios igual, alegando que no era su problema ni área de su competencia vigilar a la gente que circula por las calles.

Y ahora sí lo digo sin ironía, dedicado a dueños particulares: aplausos. Genios.

Listo. Es todo por hoy. No me siento muy verborrágica. Estoy de capa caída porque sé que tengo un problema interno que resolver. Y lo quiera o no, eso suma un pendiente más a mi lista. 



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