Día 94. Miércoles 17 de junio de 2020

Día 94. Miércoles 17 de junio de 2020


Después de varios días jugando con inteligencia artificial, me olvidé de atender mi granjita. Estoy temiendo haber perdido la recompensa semanal que dan cuando juego todos los días. Supongo que ya está, no la ganaré esta vez.

Hoy hice un alto, después de una somera introspección donde descubrí que casi casi estoy a punto de volver al ritmo de antes, ese que abandoné al irme de las redes.

Dice el principio del vacío que el Universo no tolera este. Es por eso que cada vez que se hace espacio en un ambiente, en una relación, incluso en un armario, la energía del Universo lo llenará inexorablemente.

No pretendo hacer de esta entrada un ensayo de leyes universales ni profundizar en la Ley de Atracción, pero a lo que me ocupa en este momento, diré que al dejar de publicar en redes creé un vacío que ahora se está llenando. Pero no con algo nuevo, sino con más de lo mismo. Ya no publico en Facebook, ni en Instagram, pero si lo estoy haciendo en Telegram y Lbry. Y casi con la misma intensidad que entonces.

Al notarlo, corrí a toda velocidad a apagar el Wi-Fi del teléfono como si de esa manera pudiera conjurar el embrujo del mundo virtual. Y me puse a jugar con mi hijo, olvidando el abanico de emociones de culpa y enfado.

Hace un tiempo le fabriqué un juego con cartón y tapitas de gaseosa. En el cartón dibujé círculos, y en cada uno de ellos dibuje una letra del abecedario. Con cinta de papel hice etiquetas para pegar en las tapitas. También escribí las letras en ellas.

El juego consiste en identificar las letras de las tapitas y colocarlas en el círculo correspondiente del tablero. A decir verdad, no creí que algo tan simple pudiera entusiasmar a mi hijo, pero vaya sorpresa, que con el pasar del tiempo cada vez le divierte más. Ya reconoce las letras, e incluso sabe el nombre de las más fáciles y las identifica si las ve en otro sitio. Anótele un tanto a la madre artesana, señora.

Hoy el día despuntó primaveral y con un cálido viento norte. Está tan agradable el clima que hubiese sido un pecado no salir a la vereda a empaparme las mejillas de ese viento levanta peluquines.

No solo salí a disfrutar del aire, también trasplanté algo con muchas raíces –que tiene pinta de ser árbol y que ya no cabía en la maceta-, al cantero del frente de mi casa. Dijo el poeta cubano José Martí: « Hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro».

Si esa planta con el transcurso del tiempo resulta ser un árbol, ya me puedo morir tranquila. Completé la check list de José. He dejado como legado al mundo esa planta, tres burritos y cuatro aloes.

Wow, escribí la palabra legado y se accionó un disparador en mi mente. Acabo de ingresar a esa dimensión desconocida donde el tiempo se detiene y se despliegan las infinitas posibilidades.

Supongo que en este punto es inevitable la asociación del concepto de legado con la presencia obligada de la muerte.

Tampoco puedo esquivar la pregunta de qué dejo al mundo si me voy ahora.

Esta misma pregunta suelo hacerla a menudo a modo de ejercicio que logra ponerme en la perspectiva correcta, colocando mis prioridades en primer plano, y relegando los detalles a un segundo. Pero es la primera vez que me la hago mientras escribo. ¿Qué dejo al mundo en realidad?

Mis canciones, mis escritos, un libro, mis muñecos, mis tejidos. Y un mensaje. Uno muy claro: hay que seguir el propio camino.

Creo que soy una de esas raras personas que se tomó a pecho el concepto de Austin Kleon de robar como un artista. Porque he aprendido a nutrirme de todo y luego de esos fragmentos he podido crear cosas nuevas, a mi manera, con mi estilo, bajo mi impronta personal.

Y no solo me alimento de los lindo y lo bello. Lo trágico y lo burdo también se puede reciclar. Todo sirve. El truco es transmutarlo y darle un giro personal.

Soy una coleccionista de fragmentos. Mi talento consiste en saber que debo guardar y que desechar. Soy la artesana que moldea a sí misma día tras día. Y me siento muy satisfecha de la forma que ha adquirido mi vasija.

Me puedo morir tranquila, no por tachar los ítems de José Martí, sino porque no me privé de nada. Hice lo que quise, y a mi modo. Siempre me supe libre, soberana y artífice de mi destino.

Y ese es mi mayor legado al mundo. Mostrar que se puede. Sí se puede, yo lo hice. Cualquiera puede lograr lo mismo y más. 



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