Día 90. Sábado 13 de junio de 2020 

Día 90. Sábado 13 de junio de 2020 


Y llegué nomas a los tres meses de cuarentena.

Lejos de sentirme encerrada hoy me la pasé viajando por el mundo. Fue un día de locos. Cómo si hubiese hecho un trayecto en ómnibus a Buenos Aires, ida y vuelta, conversando con medio continente. Así.

Dos mil kilómetros o más sin moverme de mi casa en ocho horas.

Hoy me expuse al mundo y no llevé paraguas. Dejé que las aguas sociales cayeran sobre mí, y me puse a chapotear bajo esa eufórica lluvia.

 Hoy salí de mi coraza y me entregué sin reparos ni restricciones. Ni tengo que decir que me siento como si me hubiesen atropellado veinte camiones, y estoy aquí, ahora, por obra y gracia de la energía creativa que no me deja cejar en la labor de continuar este escrito. El solo pensamiento de dejar la hoja en blanco en esta maravillosa jornada, me inyecto la adrenalina necesaria para sentarme frente a la pantalla.

Hoy quebré mi propio molde inspirada en una cita de Kim Harrison: «Romper las reglas no es malo cuando lo que estás haciendo es más importante que la regla misma».

Hoy publiqué en las redes sociales.

Hoy no puse horarios para contestar mensajes. Y los respondí todos.

Hoy fui invitada sorpresa de un evento online para celebrar el Día Mundial de Tejer en Público. Un día que generalmente suelo festejarlo tejiendo con mis amigas, este año no fue viable por motivo de la reclusión obligatoria.

Hoy también es el Día del Escritor, y me enteré de ello cuando una de mis lectoras me etiquetó en una publicación de Facebook. Feliz día para mí. De vez en cuando, soltar el látigo de la tirana que llevo dentro y reconocerme los logros sería otra regla que podría romper más a menudo.

¿Sabés qué? Sos una escritora fantástica. Por primera vez y en un escrito que será público, te lo admito. Por favor, no me llores ahora. Ni una sola persona que te haya leído alguna vez, se ha quedado indiferente ante tu prosa. Sos perfectamente consciente de cuantos corazones tocaste y conmoviste. Lo sabés. Solo que nunca te lo reconozco. Hoy, en mi Día Personal de Romper las Duras Reglas Autoimpuestas, me permito este desliz. Sos una gran artista. Y te amo por tu valentía de ser vos misma, incluso cuando todo el mundo te grita que estás loca. Hay que tener ovarios para ser disruptiva en una sociedad que, por todos los medios, trata de uniformarnos y numerarnos. Hay que ser corajuda para mostrarse auténtica en medio de tanta hipocresía. Sí, nena. Tenés ovarios y también sos aguerrida. Bien por vos. Continúa así.

Bien. Un lapsus de cinco minutos para mimarme. Un espacio de tiempo demasiado extenso si considero que no lo hago desde… nunca. Y menos públicamente. ¡Qué vergüenza! Y ya decidí que voy a publicar estas cosas. Permiso para secarme los mocos, ya vuelvo.

Okey. Retomo.

Hoy me levanté más temprano que de costumbre para estar lista para la hora del Conversatorio Online de Tejedoras que se desarrolló en Zoom, una aplicación para video conferencias.

Me peiné, me maquillé, ajusté la luz, revisé la webcam, monitoreé los ángulos y demás. Como en los viejos tiempos cuando transmitía en vivo o grababa videos para las redes sociales. Seguí el mismo ritual de entonces mitad nostálgica, mitad nerviosa. Porque a mostrar la caripela en público, es algo a lo que una jamás se acostumbra. Ni con un millón de transmisiones en su haber. Nunca. Y si además hay que disertar o exponer oralmente un tema, peor. Y me iba a enfrentar a ambas cosas.

La charla tenía un tema definido: “Cómo el tejido nos conecta”, y mi parte estaba bien trazada también, “Las redes sociales no son el único medio de conexión, existen otras alternativas”.

Me sorprendí por el recibimiento de las participantes cuando entré a la reunión virtual. ¡Realmente estaban contentas de verme allí! Efusivos saludos y mi corazón se aceleró al ver tantos rostros conocidos y entrañablemente queridos. Una oleada de alegría y felicidad me invadió. ¡Qué grato volver a verlas, muchachas!

Al parecer no hice el ridículo cuando me tocó hablar porque un par de horas después, el grupo privado de Telegram que había creado como alternativa a las redes, empezó a aumentar su número de miembros. Muchas querían seguirme, pero no sabían dónde si ya no estaba activa en los medios tradicionales como Facebook e Instagram.

Previamente a tan emotivo momento, al poco de finalizar mi rutina de mate y escritura matutina, había terminado de descubrir una funcionalidad de Telegram mejor que el grupo, en donde se evitaba la congestión y el ruido propio de una reunión de personas hablando todas al mismo tiempo: un canal de difusión unidireccional.

Ya estaba eufórica en aquel momento por lo que parecía ser la respuesta a mis oraciones. Mi pregunta recurrente era ¿cómo evito que mi contenido se pierda entre tanta charla? La casualidad o el sincrodestino me habían llevado a curiosear en los ajustes de Telegram terminando en tan magnífico hallazgo. Una rápida búsqueda en Internet hizo el resto. Me convencí de que había hallado una solución más duradera que la temporalidad del grupo que espanta los miembros cada vez que se enciende la temperatura de una conversación. Que entiendo perfectamente que nadie en su sano juicio se siente a leer trescientos mensajes por hora.

Tuve que postergar la creación de los nuevos canales para mis antiguas páginas de Facebook, Aramela Artesanías y Diario de una Artesana para más tarde, porque se acercaba peligrosamente el momento de la reunión virtual. Y una acción tan importante como aquella necesitaba de mi completa atención.

No sucedió con la calma que pretendía, porque luego de finalizado el Conversatorio, tenía nuevas miembros saludando y haciendo las preguntas que no cupieron en la reunión de Zoom. Igualmente lo hice. Y para completar, me di cuenta que iba a tener que echar mano de mis nuevos enemigos Facebook e Instagram para comunicar la noticia a más personas. Y una labor tan sencilla como hacer una publicación en estas redes se vuelve una tortura cuando la rebeldía conspiranoica la lleva a una a desinstalar las apps que lo hacen todo más fácil.

Tres horas. Sí. Escribí bien. Tres horas. Ciento ochenta minutos. Desde el pensamiento la foto que debería acompañar el comunicado, y que temas concretos tocar en él, hasta la irritante publicación en sí misma. Demoré tres horas en prepararlo todo y largarlo al mundo virtual.

Cuando terminé, tomé plena consciencia de que había hecho eso mismo cinco días a la semana durante cuatro años y no lo pude creer. ¿En esa vorágine estuve metida todo este tiempo? ¿Acaso estuve loca o me encontraba zombi? ¿Cómo demonios lo pudiste soportar, Cecilia?

(Si, evidentemente hoy estoy decidida a considerarme en tercera persona).

¡Que alguien me explique cómo toleraba esa locura de crear y publicar contenido a mansalva y estar expuesta como carne de cañón en las malditas redes sociales! Insania a la máxima potencia.

Pese a la alarmante reflexión a pie de página, los comentarios a mis publicaciones no tardaron en aparecer y una nueva oleada de alegría me llenó por dentro al reconocer perfiles de otrora seguidoras incondicionales. ¡Qué alegría verlas de nuevo, muchachas!

A partir de allí mi teléfono se puso en modo on fire: comentarios y mensajes aquí y allá. Y los respondí todos. Cuando llegué al punto de saturación de ya-no-soporto-seguir-un-segundo-más-sosteniendo-este-teléfono-me-quiero-ir-a-hacer-otra-cosa bloqueé la pantalla y deje aparcado el celular bien lejos de mi vista. Y creo que esa actitud me durará posiblemente hasta el lunes, porque experimenté una exposición equivalente a un mes en mi nueva escala de tolerancia.

Después de cincuenta días de paz (sí, soy tan ñoña que los conté) alejada del mundanal ruido, encerrada en mi casita y poniendo horarios para mirar el teléfono o dejando mensajes sin responder durante horas o días, el contacto con la gente ha sido sumamente grato, pero conflictivamente intenso para mi nueva yo: la ermitaña con libertad de decidir de qué manera ocupar su tiempo. Y si me entran ganas de no hacer nada, poder también darme ese lujo.

No puedo evitar la reflexión ulterior, ni el reconocimiento de cuán mala era mi estrategia anterior de atraer seguidores, suscriptores, fans, a través de publicar mi arte por medio de las redes sociales. ¡Que insana manera de intentar capitalizar mi talento! Y que triste que como sociedad ya tengamos incorporado el mandato de que las cosas se hacen de esa única manera.

Si al menos supiéramos que existen otras alternativas y que esa es una opción entre muchas, las personas no se lanzarían a una ciega carrera de hacer cosas aún más estúpidas como inflar sus cuentas comprando seguidores.

Nos estaría haciendo falta una pizca de inteligencia para mirar las mismas cosas de siempre desde otra altura.

Pese a lo que se pueda inferir de mis escritos, y sabiendo todo lo que he criticado a las redes sociales, no estoy en contra de ellas. Sigo agradeciendo por todas las personas de diferentes partes del mundo que no sólo me han apoyado y alentado con mis proyectos, también han sido un pilar en el que me he sostenido cuando las fuerzas me flaqueaban. Jamás habría conocido a tanta gente maravillosa sin las plataformas digitales de uso masivo. Son tantas personas, sin embargo, en este momento pienso en Silvia, la única que tiene acceso a este borrador.

No me puedo imaginar lo triste que hubiese sido mi vida sin estos tres años de su amistad. Con besos, con abrazos, con palabras motivadoras, con gestos de cariño. Y ahora, viviendo ambas en la misma ciudad no la puedo ver ni abrazar por esta estúpida cuarentena.

La conocí gracias al blog de Diario de una Artesana. Y han sido millones las veces que di gracias a la Divinidad por la bendición de que sea mi amiga.

Silvia, te amo. Y sí estoy llorando. Te extraño mucho.

Que no se me malinterprete. No estoy en contra de las redes. Solo creo que hay que tener en cuenta que es una opción más de muchas opciones disponibles. Una opción que he decido ya no elegir. Y desde hace cincuenta días me agradezco haber tenido los ovarios que hacían falta para salirme de ellas yendo a contramano de lo que hace todo el mundo.

O que al menos tenga la libertad de escoger cuándo y cuánto tiempo permanecer en ellas. Y no que un irritante algoritmo de inteligencia artificial, decida algo tan personal y tan mío por mí.

Es más de medianoche. Técnicamente, estos últimos párrafos corresponden a un nuevo día de diario, pero ya he visto que la adrenalina me durado bien mucho.

Continuaré en unas horas, en un nuevo apartado.

Voy a decir gracias, otra vez. Gracias por la bendición de haber vivido este día y por la energía extra para poder narrarlo.

Permiso, me voy a secar de nuevo los mocos.



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