Día 88. Jueves 11 de junio de 2020

Día 88. Jueves 11 de junio de 2020


Hoy no me siento especialmente inclinada a decir algo en concreto. Pero sentarme todos los días frente a este escrito a la misma hora, se me hizo costumbre. Si no lo hago, siento que me olvido de lo importante. Además la inspiración es mitad verdad, mitad mito. La experiencia me enseñó que la inspiración se estimula siguiendo una rutina y es mejor cuando te encuentra trabajando. Es así que cuando me pongo frente a la pantalla, siempre se me ocurre algo que escribir, aunque no esté en un estado de éxtasis creativo.

Vuelvo al punto. Hoy me duele bastante la cabeza. Me he mantenido alejada del mundo exterior así que tampoco sé de las últimas novedades. Ideas para escribir: por el momento, ninguna; aunque hay una reflexión que me da vueltas en la cabeza desde ayer.

He llegado a la semi conclusión de que a mayor inteligencia, la línea del bien y el mal se disipa. Es más, cuanto mayor es la primera, la tendencia es más fuerte hacia la malicia.

No existe mujer en el mundo que no haya tenido cerca a ese chico enamorado de ella al que solo “quiere como amigo”. De tan bonachón que es, ya da lástima. Generalmente, amamos a los villanos que nos dejan el visto clavado o nos meten los cuernos con otra.

Estoy exagerando, por supuesto. Pero creo que se entiende el punto.

Una persona demasiado buena, generalmente no hace gala de una alta inteligencia, quizás no porque no la posea, sino porque a veces se comporta como una verdadera tonta. He comprobado esta hipótesis en carne propia.

Y a medida que pasan los años, y gano experiencia vital, la opción de elegir la maldad a veces se vuelve demasiado tentadora.

Ayer por ejemplo, esa chica que escribió «pesada» en el chat grupal me puso su cabeza para que se la corte con mi guillotina. Ella sola se colocó en una posición donde es presa fácil para que alguien como yo ejerza su malicia. No voy a mentir: se me ocurrieron al menos cinco frases hirientes para responder a su dardo. Sin embargo opté por la acción que mayor daño podía hacerle: ignorarla, pasar de ella como si no existiera. ¿Por qué la gente hace esas cosas? Lo único que logró fue hacerme sentir superior. Mi arrogancia hizo el resto. Por eso me reí una hora a su costa. Diversión gratis, y ni siquiera la busqué.

¡Es que las personas solitas y sin ayuda se colocan allí!

Si yo me comportaba como una persona buena, le iba a preguntar a qué se refería, porque había escrito eso, y me habría excusado y explicado. Pero como la mediana inteligencia que poseo me hizo advertir como venía la jugada, opté por ser mala y además intentar herirla con ignorancia. Y ya para sobrarle, abandoné el chat. Y dudo de que ella haya notado que con mi acción velada le di a entender que era una tonta que no sabía cómo salir de un chat grupal de Instagram.

No soy muy inteligente en algunas cuestiones, pero si me vuela la cabeza en otras y puedo alcanzar enormes alturas. Sé que mi capacidad de relacionar cosas dispares me proporciona tanto material de escritura y reflexión, como soluciones creativas a problemas concretos. Por eso mucha gente no puede seguirme el tren cuando de pensamiento abstracto se trata, y para algunos mi lógica es rayana en la genialidad. Por supuesto, me exaspero con facilidad cuando noto que alguien es lento para asimilar lo que para mí es tan obvio como el verde de las plantas.

Y cuando estoy iluminada puedo ser una estratega implacable o una profetiza que acierta en sus predicciones. Es una lástima que no todos los días me sienta así de lúcida.

Ahora bien. Para mí la inteligencia es altura. Y desde arriba las cosas siempre se ven diferentes que desde abajo. Cuando una persona no ejerce su inteligencia, no tiene opciones. No tiene libertad de elección. Sólo puede ver un solo camino por delante. Cuando uno se posiciona en lo alto, puede ver lo bueno, lo malo, y los caminos intermedios. Infinitas posibilidades.

Para una persona buena, solo el bien es aceptable. Para una persona inteligente, lo más apropiado puede semejarse a la maldad o la inmoralidad, porque todos los caminos son opciones. Y puede ver atajos entremedios. Observa desde lo alto. No hay bien ni mal. Solo se trata de opciones.

A lo largo de estos años de exposición en redes sociales, me fui acercando más a la malicia que a la bondad, porque si elegía lo segundo, el mundo me pisaba la cabeza. Me dí cuenta muy a mi pesar que estaba forzada a volverme inteligente para sortear determinados obstáculos, y con la nueva inteligencia también empecé a notar las múltiples posibilidades que se desplegaban ante mí.

Muchas de esas opciones implicaban “volverme mala” para lo comúnmente aceptado como bondad.

Y es curioso como pensando en estas cosas recordé sentencias de un libro interesante La semana laboral de 4 horas de Tim Ferris, donde sugiere hacerse completamente inaccesible a la gente para cumplir los objetivos de uno con eficacia. Al leer esas cosas la primera vez me horroricé. Para mi programación mental, ser buena era estar disponible para ayudar a los demás. Y ya he dicho como mi concepto de ayudar ha mutado de forma: cuando tenga algo para dar, lo quiera y en mis términos. He aquí un ejemplo de que la inteligencia tiende a lo que la gente entiende por malicia.

Porque bien mirado ¿es malo ocuparse de uno mismo? ¿Es malvado y ruin pensar en el bienestar personal? ¿Es egoísta poder elegir uno mismo en qué cómo y con quién emplea su tiempo? ¿Habiendo tanta cosa boba circulando por ahí, y tanto vampiro chupa energía no sería poco inteligente no preservarse? ¿Con personas muy perdidas como para buscar pelea en un chat de Instagram y creer que todos somos igual de tontos que ella como para seguirle la bravuconada estéril?

A medida que me vuelvo más inteligente, más comprendo que no puedo regalar mi tiempo a situaciones como esa. Por el contrario, esas personas me hacen el enorme favor de proporcionarme material de reflexión. Ya escribí dos páginas en un día en el que no sabía que escribir y me dolía la cabeza hasta el paroxismo. Gracias. Solo eso puedo decir. Tus tonterías me sirven para hacer arte. Gracias de verdad.

Y sí. Me estoy haciendo más mala. Y tampoco voy a mentir en esto: me encanta. Me encanta tener libertad de elección en medio de un escenario apocalíptico donde permanecemos encerrados en nuestras casas, mientras el país se vuelve comunista. Si luzco o no malvada por las cosas que reflexiono y escribo, mi nueva maldad no permite que eso se convierta en un obstáculo.

Es más. Ni siquiera me importa.

Ya he comenzado, me agrada, me divierte, y además se ha vuelto rutina. Dudo que exista algo que pueda detenerme en este punto. 



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