Día 85. Lunes 08 de junio de 2020

Día 85. Lunes 08 de junio de 2020


Intenté mirar más videos de Estulin anoche, pero mi cerebro se negaba a cooperar. Cerré la ventana de reproducción y me dije: ya basta. Suficiente. No quiero saberlo. En mi mente no cabe una sola teoría conspiranoica más. Necesito algo diferente.

Por eso hoy hice algo alocado y distinto a lo acostumbrado: salí a la vereda a trasplantar plantines de burrito y aloes en los canteros del frente de mi casa. La jardinería, poner mis manos en la tierra y conversar con las plantas me hizo muy bien al espíritu. Luego de eso me sentí como nueva.

Anoche también decidí que ya no importa que tanto cambie el mundo ni como sea el nuevo régimen económico que nos querrán vender como el gran salvador de la economía. Ya existe un modelo vanguardista hace más de una década muy poco explotado por el común de la gente: las criptomonedas. Hoy fue mi primera lección concienzuda en el estudio de las mismas. Y seguiré explorando.

Si la tecnología es inevitable, mejor andar a la saga y estar al tanto de lo nuevo. Ya entendí que no volverán los teléfonos fijos y conviene saber que es un smart contract.

Si como dicen los viajeros del tiempo, en el futuro tendremos robots asistentes como el Hombre Bicentenario de Isaac Asimov, voy a necesitar dinero para comprarme uno. O veinte. Que cocinen, que limpien la casa, que me cuenten un cuento antes de dormir, y que de ser posible jueguen con mi hijo así descanso un rato del mantra infantil: mamá, mamá, mamá, mamá, mamá…

La vida misma se ha convertido en una novela de ciencia ficción, surrealista y disparatada. Para esta época ya teníamos que tener autos voladores, y andar vestidos con monos plateados. Sin embargo en algunos barrios periféricos de la ciudad ni red cloacal tienen esas gentes…

SpaceX envía un cohete al espacio, pero en algunas zonas de África, no tienen agua ni comida.

Visto de este modo, ¿no parece el mundo un gran sinsentido?

La futurología convive con el pensamiento medieval. Ya existen programas de computación capaces de escribir un libro sin intervención humana y yo acá como zonza pensando y tipeando palabras. ¿Qué es este crisol de realidades humanas que llamamos mundo? ¿Podría llamar realidades humanas a la vista de tantos acontecimientos OVNIs?

¿De qué se trata en verdad este lugar? ¿Y qué diablos hacemos todos aquí, respirando y viviendo una supuesta vida que en los últimos tres meses solo ha sido de intercambio virtual?

Todavía abrazo a mi hijo y beso a mi marido para no olvidar lo que es el contacto humano. Pero a este ritmo y después de ochenta y seis días de distanciamiento social, tengo miedo que se me olvide.

Los primeros veinte días de cuarentena me los pasé a lo grande, cantando karaoke y tejiendo a mansalva. Hacia el mes empecé a impacientarme, con la rutina invertida de dormir a las cinco de la mañana y levantarme a las dos de la tarde. Justo que este año había decidido empezar el gimnasio, y ya me había acostumbrado a tener mi cuerpo activo, con el cierre de los negocios, ya no seguí con el entrenamiento. El sedentarismo empezó a hacer mella en mi mente.

Para ese entonces, los cumpleaños de mi papá y mi hermano que están en mi ciudad natal, Corrientes, a veinte kilómetros de Resistencia, me sumieron en una profunda tristeza. No podía acudir a verlos. Nadie podía salir de la ciudad.

Entonces el ánimo se me empezó a agriar. Y una completa oscuridad, acompañada de incertidumbre, me devoró el corazón. Tuvieron que transcurrir cuarenta días más para que saliera de allí: en parte meditando. En parte por la escritura de estas líneas. Y, aun así, un rincón oscuro pende en mi alma como una visión fastasmagórica que susurra: «ya te voy a volver a atrapar, ya te voy a volver a atrapar, buuuu…»

Y a veces me atrapa.

Pensamientos con nubes de tormenta cruzan por el firmamento de mi consciencia y me pregunto ¿para qué? ¿De qué sirve nada?

Mañana o pasado se desata la tercera guerra mundial, o empieza la guerra civil y los altos ideales se convertirán en polvo. Frente a la urgencia de sobrevivir, el arte, hacer arte, tejer, cantar, escribir y todas esas cosas que alimentan mi espíritu no llenarán mi barriga. Entonces ¿para qué molestarme? ¿Qué importa si me levanto una hora más temprano para hacer dos o tres posturas de yoga? O peor ¿realmente importa que me levante cuando se dice allá afuera que existen personas que nos quieren de rodillas? Esperen, les evito la fatiga de tener que doblegarme a la fuerza. Denme dos segundos que yo solita les ofrezco mi cabeza para que la coloquen en su guillotina.

Despoblación, dicen. Que la gente de la tercera edad es una carga enorme para las arcas de los estados. Tomen, un virus para que los mate así nos ahorramos unos pesos.

Que la gente de media edad se reproduce como cucarachas y no hay empleo para todos. Tomen un virus, para que no puedan salir a trabajar ni dar de comer a sus quichicientos hijos, así matamos dos generaciones de hambre de un solo tiro.

Que los siete mil millones de habitantes que tiene el planeta se están comiendo los recursos, tomen chinos, un virus, se lo merecen por ser mayoría.

¿Eso si tiene más sentido?

Reducción de la población, porque el ganado es superior en número a los detentadores del noventa y nueve por ciento de riqueza del mundo. Tomen un virus. Si no se mueren de neumonía, se morirán de hambre.

¿Alguien más se percató del genocidio mundial programado que se ha montado con esta pandemia?

Nos han puesto en una ratonera donde si no perecemos a causa del virus, falleceremos por falta de comida.

Hay días como hoy, en que pese a que la jardinería aliviana mi espíritu, algunas reflexiones, bastante obvias además, me hacen temer por nuestro destino colectivo. ¿Qué pasará con nosotros? ¿Cuándo terminará el encierro? ¿Qué ocurrirá luego?

Demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Mejor me voy a jugar a la granjita.



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