Día 73. Miércoles 27 de mayo de 2020

Día 73. Miércoles 27 de mayo de 2020


Por todos lados me está llegando una y otra vez el mismo mensaje: meditá.

Meditación.

Qué bonita palabra, pero que actividad tan difícil de llevar a cabo con éxito. Siempre le digo a mi marido que no le deseo ni a mi peor enemigo la tortura de vivir dentro de mi mente. Es el caos absoluto.

Él, muy cariñosamente lo ve como un signo de genialidad, y mi amiga Claudia como un rasgo de multipotencialidad. Algunas personas me dicen alma vieja y sabia. Y siempre les contesto: ¿ustedes están seguros de lo que dicen? ¿Con cuántos vinos tintos ya bebidos lo afirman?

Meditar para mí es una de las cosas más difíciles de hacer, porque tengo una mente que habla demasiadas lenguas, tiene demasiadas voces, y vive cargada de un bagaje de información propio de Wikipedia.

No obstante, en algunas etapas de mi vida pude realizar el ejercicio de meditar medianamente bien, viviendo en el cuerpo, la mente y el espíritu sus hermosos beneficios.

Hace cuatro días venimos experimentando con dos amigas eso de recogerse en silencio mental durante unos minutos. Estamos en diferentes lugares del país, pero a las cero horas en punto nos reunimos virtualmente -sin dispositivos electrónicos- con el fin de elevar nuestra vibración a una frecuencia más alta de la normal.

La verdad es que la intención fue puramente experimental y lúdica. Hemos jugado con la pregunta: ¿y qué tal si la telepatía funciona?

Y con un asombro que nos deja heladas y abriendo la boca estamos descubriendo que sí. Sí funciona.

Siempre he procurado que mi vida no carezca de magia. A muy temprana edad ya curioseaba en la astrología, la metafísica y el mundo esotérico. Cuando fui atando esos cabos y entendí que las llamadas casualidades, sincronicidades, coincidencias o serendipia eran un principio mágico, cuidé de prestar atención cuando estas se producían.

Cuando las casualidades empiezan a sucederse una tras otra, estoy segura de haber activado el mecanismo de la magia. Lo llamo magia como podría denominarlo creatividad, y estaría refiriéndome a la misma cosa.

Lo cierto es que desde que empezamos a meditar en grupo estos días, las sincronicidades no han dejado de ocurrir una tras otra. Entre ellas claro, aquella que envía ese mensaje: meditá.

No estoy segura de hacerlo lo suficientemente bien, pero al menos le estoy dedicando varios minutos al día a realizarla. Y desde entonces empecé a escribir este diario, y el mundo volvió a tener luz para mí.

Tal es así, que hoy en el grupo varios miembros más han asentido a mis apreciaciones. Y aunque a mi ego, mi personalidad, mi yo terrenal y egoísta ese gesto le encantó sobremanera, alcancé una especie de lucidez superior que me permite darme cuenta de que afirmen o estén en desacuerdo con mis dichos en realidad no significa nada importante. No para mi espíritu.

En este día setenta y tres de cuarentena empecé a ver luz hasta que me llegó un mail que estaba esperando acerca de la resolución de un problema que tenía con un pago. La conclusión fue negativa, porque me comunicaron que perdí nueve dólares de mi billetera en Paypal.

Reaccioné un buen rato despotricando contra las plataformas engañosas y estafadoras que piden datos de billeteras virtuales y esconden la letra chica.

Cuando me tranquilicé me di cuenta que el error había sido mío. Si fui yo quien proporcionó esos datos. He aquí un ejemplo de las tonterías que cometo a menudo. No le doy mis fotos a Facebook pero estúpidamente le doy mis señas de Paypal a una plataforma de libros virtuales de dudosa categoría.

Cuando finalmente acepté que había perdido mis nueve dólares, y que no quedaba más nada por hacer surgió la misma certeza: realmente tampoco significa nada relevante para mi espíritu.

Y volví a penetrar en esa luz que tiene a bien acompañarme desde que medito a diario.



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