Día 115. Miércoles 8 de julio de 2020

Día 115. Miércoles 8 de julio de 2020


Inevitable fue releer la entrada anterior y lamentable ahora, con los ánimos más calmados, tener que retractarme de algunos de mis dichos de ayer.

Sería sumamente fácil seleccionar lo escrito y darle al botón suprimir para borrar la evidencia de mi exabrupto. Pero no lo voy a hacer. Tampoco editaré las líneas cuando publique estas cosas. Quedará tal y como está, porque forma parte de quién soy y de mis convicciones. Atropelladas, vehementes y posiblemente inexactas, son mías y me hago cargo.

No obstante, nueva información y una charla con mi marido me hizo notar puntos flacos en mi argumento, y la cuestión amerita que hoy explique esos pormenores que suavizan el asunto.

Existe una normativa para empresas que les conmina a liquidar a pesos argentinos los activos que posean en pasarelas de pago internacionales so pena de verse implicados en problemas con el fisco. Y reitero la salvedad: empresas que mueven grandes volúmenes de dinero de o hacia el exterior del país. No pequeños emprendedores como yo que ganan cinco dólares al año y quieren comprar un e-book en una librería digital con esos cinco dólares.

Cuando fui a la fuente para corroborar la inquietud manifestada ayer por mi colega, no encontré el video que le generó dicha duda. Eso quiere decir que me indigné gratuitamente y me dejé llevar por el ardor de mi cólera sin haber oído las palabras originales de la contadora.

Lo otro que pudo haber ocurrido, es que mi colega haya interpretado de otra manera el sentido de los dichos de la contadora, generándose una duda en ella fruto de una mala compresión que su a vez me transmitió a mí.

No voy a cejar en mi intento de acceder a la grabación original en la que se planteó esta cuestión para dirimir y zanjar el asunto. Ya sea porque los dichos de la influencer se prestan a confusión y eso en sí mismo representa un peligro para pequeños emprendedores como mi colega o yo, para admitir que me equivoqué al llamar mentirosa a la contadora, o bien, para dejarle un comentario para desmentir sus dichos en caso de que mi colega haya entendido bien y esa persona esté afirmando falacias.

Como sea. Estoy más calmada y más centrada pero hoy me pasé el día evangelizando a mi comunidad de Telegram. No hice nada más que grabar larguísimos mensajes de audios de veinte minutos explicando que es blockchain, que son las criptomonedas y el contraste entre las redes sociales tradicionales y las nueves redes basadas en meritocracia que recompensan a los creadores de contenido desde el día uno.

Finalmente, fue inevitable hacer un análisis personal más profundo y reflexivo donde expuse que el asunto va más allá de percibir recompensas por nuestro trabajo, sino que aquí se juega un valor fundamental del individuo: la libertad.

Estamos ante un cambio de paradigma. Un modelo está teniendo sus últimos estertores moribundos, mientas emerge otro modo de ser y estar en el mundo.

Soy la nueva Moisés y vengo con un decálogo innovador. Así me vi por un instante y me reí de la analogía. Cada vez me parezco más a uno de esos locos profetas. Temo por mí al observar en lo que me estoy convirtiendo. Cada vez me asemejo a lo que predijo mi astrologo favorito de los nacidos con Plutón en Escorpio: una revolucionaria con la guillotina lista para cortar cabezas.

Confieso que me sorprende el ardor con el que defiendo la buena nueva, pero también creo que podría estar equivocada. Y lo que hoy se despliega como oportunidades con infinitas posibilidades, mañana se puede convertir en el mismo lastre que hoy son Google y Facebook.

Por supuesto estoy al tanto y he leído concienzudamente los inicios de estos gigantes tecnológicos. Su historia, sus pasos, el perfil de sus creadores y demás. Y no voy a discutir la supremacía que han ganado a pulmón, por meritocracia, por su inteligencia y por utilizar modos innovadores de cómo hacer las cosas. Son dignos de aplausos por haber contribuido a cambiar la historia.

Sin embargo, me apena en lo que se han convertido.

Y otra vez, teniendo como referencia la historia, no puedo asegurar ni poner las manos en el fuego por las nuevas tecnologías emergentes sabiendo que su sentido primigenio y sus valores pueden mutar en cuanto empiecen a ganar unos cuantos millones de dólares a costa de quienes como yo, hoy predicamos sus beneficios.

No obstante todo lo que he escrito aquí y en el Diario de una Cuarentena I es lo que viví en carne propia. Y desde mi experiencia puedo hablar de ello.

Hoy le expliqué a mi comunidad lo que experimenté al dejar de publicar mi contenido en las redes sociales tradicionales, mudándolo a estas nuevas plataformas -como Lbry- que recompensan a los creadores en tokens o criptomonedas propias.

En cuatro años de dedicarme religiosamente a trabajar en esto, mis ganancias como artista provinieron indirectamente de mi exposición en las redes. Escribía un artículo en el blog o subía la foto de un amigurumi que había tejido y de repente alguno de mis contactos veía el muñeco y me lo compraba. O bien, el tráfico generado por el artículo alojado en un blog monetizado con un producto de Google llamado Adsense, -que coloca anuncios en sitios verificados- permitía que la cuenta subiera unos centavos de dólar por cada mil visitantes que entraban a leer el escrito.

Ambos casos funcionaron muy bien para que la gente me descubriera. Los lectores del blog, conocedores de mi prosa fueron quienes después adquirieron mi libro, y me escribieron cientos de personas desconocidas solicitando mis amigurumis porque mi nombre había sido recomendado. Vendí mucho, sí. Indirectamente, claro. ¿Si me hice de una reputación y un prestigio en mi sector? También, sí a esa pregunta. Especialmente como escritora, ya que de todas las blogueras del crochet y las artesanías que hay muchas y muy buenas, ninguna ha publicado una obra literaria que aborda las cuestiones más viscerales del oficio que expuse en mi libro.

Ahora bien, ¿Qué hubiese pasado si como artista hubiese tenido la posibilidad de recibir microrecompensas cada vez que subía una foto inspiradora o un artículo cargado de información de valor?

A esta altura tendría que ser millonaria si hubiese un equivalente monetario a los seguidores, a los likes, los corazoncitos, y los comentarios de elogio y agradecimiento a los cientos de horas de transmisiones en vivo, tutoriales, y escritos que he compartido durante estos cuatro años.

Y si de inspiración hablamos, mi filosofía de vida y mi trabajo ha inspirado a miles de personas que se animaron a hacer cosas que temían como interpretar un patrón de amigurumi en ruso o lanzarse a crear su propio emprendimiento artesanal. He sido coach, guía, mentora, y consultora de muchísimas personas y estoy orgullosa de mi servicio.

He aportado un valor incalculable a mi comunidad a través de mi arte. Y valga la redundancia, solo por amor al arte, ya que no contaba con un medio para obtener una ganancia directa de todas y cada una de esas publicaciones.

Tanto Facebook como YouTube tienen sus respectivos programas de patners que permiten monetizar una página de fans en el primer caso, y un canal de videos en el segundo. Pero llegar a cumplimentar los requisitos que ellos piden para participar de esos programas implica mover un volumen de cientos de miles de personas y acceder a hacer las cosas al modo que ellos indican. Y la condición, claro está, es atiborrar a esos cientos de miles de personas con anuncios de terceros.

Bien analizado el asunto, es vender el alma al diablo para obtener una migaja infinitesimal del dinero que ellos le cobran a los anunciantes. Y a costa de que el usuario tenga que pasar por miles de horas de propagandas.

Por descontado, una influencer de baja estofa como yo que sólo logró reunir dieciocho mil seguidores repartidos entre tres páginas de fans, queda afuera de la ecuación. Mi contenido, a criterio de Facebook y Youtube no es monetizable por mucho valor que aporte a mi tribu. O les cambie la vida para bien como me han manifestado muchas veces mis lectoras.

Pero cuando empezó la censura en YouTube, que los bots de la plataforma analizaban los dichos de los influencers impidiendo que mencionen determinadas palabras como Organización Mundial de la Salud, o borraban canales enteros como le ocurrió a Mindalia Televisión, los youtubers más vanguardistas, conocedores de la tecnología blockchain nos hablaron de la existencia de Lbry TV, similar a YouTube en su interfaz, pero libre de censura. Y mejor, con un programa de microrecompensas que ponían al usuario en control de la visibilidad de su contenido.

Hace dos meses uso Lbry. Y he ganado unos cuantos dólares por hacer exactamente lo mismo que hacía en Facebook, Instagram y Youtube, incluso con menos frecuencia.

Si alguien se benefició con mi contenido y me lo quiere agradecer, no tiene una opción de pulgares arriba que puede ser fantástica para mi ego, pero no paga ni un medio kilo de pan. En vez de eso, me deja una propina en criptomonedas, intercambiables por dinero fiat a partir de un monto determinado. Y he recibido muchas propinas desde que uso Lbry.

Vayamos a los números. Tres años y medio y seiscientos posts en blogs monetizados con Adsense arrojan una ganancia al día de hoy de veintiséis dólares con noventa y un centavos. De Facebook, ventas directas: cero. Porque he aquí que los productos digitales que comercializo violan las normas de su comunidad y no me los permiten vender en su tienda.

Setenta días en Lbry y treinta publicaciones después: quince dólares en total. Y eso sin contar los productos digitales que ya puse a la venta allí. ¿No queda ya en evidencia que me refiero a un cambio de paradigma en sentido literal?

¿Tiene acaso sentido publicar una foto en Instagram cuando existen plataformas sin algoritmos de visibilidad que alojan contenido de manera inamovible de la cadena de blockchain y además permiten monetizar desde el día uno?

Como le explicaba hoy a las chicas, todo lo que se sube a la cadena de bloques o blockchain es visible para todo el mundo. Subo una foto, y por medio de una dirección llamada hash, cualquiera puede ver en donde se alojó esa foto dentro del servidor. Si subo una foto a Facebook y después me arrepiento y la elimino, esa foto queda alojada de todas formas en un servidor oculto al que ningún usuario tiene acceso.

Y lo peor. Todos sabemos que Marquitos tiene debilidad por los millones que gana vendiendo información de sus usuarios a terceros en vísperas de elecciones estadounidenses. Aunque él no es el único que lo hace.

Esta entrada se hizo muy larga. Y yo sigo con ese sentimiento de guerrera templaria peleando una cruzada por la libertad de los usuarios de internet, y la recuperación del control de nuestros datos y contenidos subidos a la red.

Más que nunca tengo valor para aportar a la comunidad, pero los artículos y los posts no se escriben solos, y mi cámara no toma fotos gracias a un robot.

He de ponerme a trabajar en ello. Hoy evangelicé todo el día pero no me ocupé de mis propios proyectos. Suficiente por hoy.



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