Día 114. Martes 7 de julio de 2020

Día 114. Martes 7 de julio de 2020


Trato de escribir mientras me abrazo intentando contener mi cuerpo del temblor que lo recorre. Es verdad que hace un frío de perros, pero también tirito de indignación total. Estoy sumamente enojada y me pregunto en qué mundo vivo. Ciertamente no en el mismo en el que habitan los demás.

Como pregunta añadida surge la cuestión de discernir si eso resulta algo bueno o malo y me respondo que todo depende del cristal con el que se mire.

Desde el punto de vista de la maga que crea su propia realidad, no me cabe duda de que me estoy luciendo al vivir en un universo paralelo que pocas personas parecen comprender.

Desde el punto de vista de la gente normal, debo parecer una chalada desquiciada vociferando a los cuatro vientos palabras ininteligibles.

En los últimos setenta y cuatro días publiqué en redes sociales de manera nativa tres veces: la primera para despedirme, la segunda compartiendo los enlaces a mis nuevos canales en Telegram y hoy, para avisar que ya acepto criptomonedas como método de pago para mis productos en venta. 

Las tres veces ha sido una tortura volver. Tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas, sortear varios demonios interiores y sugestionarme para convencerme que el fin era superior al medio como para justificar mi permanencia de unos pocos minutos en esos sitios que cada día odio más.

Es un odio visceral y rencoroso, y tal vez muy estúpido. Como cuando le digo maldito a mi teléfono cuando el mal uso que hice de él fue una decisión libre de mi parte.

De la misma manera les digo malditos a Google y Facebook y a todos sus productos, porque cuando desperté de la ilusión ya era demasiado tarde como para volver al estado anterior y original de las cosas. Y no poder volver a ese estado anterior y original me quema las entrañas y me sube fuego hasta la garganta. Maldito Gran Hermano disfrazado de servicio para el bien de los usuarios. Usan y abusan de nosotros con nuestro beneplácito y por añadidura juntan en carretilla los millones de dólares que facturan a nuestra costa.

Ya el hecho de tener que exponerme a los malditos Facebook e Instagram me pone de mal talante por tener que ceñirme a sus reglas para que la gente vea mi comunicado. Y un poco trastornada por ello y al notar la poca respuesta de mi audiencia –fruto, sin dudas, de los ominosos algoritmos que invisibilizan publicaciones adrede-, una colega tejedora me escribe para consultarme cuánto había de verdad acerca del mal funcionamiento de cierta pasarela de pago internacional.

Me comentó que una contadora a través de Instagram estaba diciendo que los ingresos de los argentinos peligraban en dicha pasarela, y como ella estaba al tanto que yo era usuaria de ese servicio quería mi opinión.

Entonces me indigné. Pero no solo me indigné porque entendí rápidamente que los dichos de la influencer contadora eran una vil mentira, sino que a eso se sumó la exasperación de comprobar por mí misma cuan fuerte aún es la ilusión en la sociedad que sigue enganchada a lo conocido y no puede pensar fuera de la caja.

Me esperaba que las personas me preguntaran que son las criptomonedas. Pero eso también me daba la pauta de cuán lejos están de las nuevas posibilidades que se despliegan a toda velocidad en el mundo virtual. Y es una pena, realmente. Y un verdadero peligro que influencers con títulos profesionales digan mentiras que atentan contra las pequeños emprendedores y para ello, claro, ¡cómo no! Se sirven de las malditas redes para difundir contenido engañoso.

La moneda argentina ni siquiera sirve para un buen chiste. La inflación cada día sube más, y el peso cada vez vale menos. Ya hablé del impuesto del treinta por ciento a la moneda extranjera y el cepo que nos limita invertir en una moneda más estable como el dólar norteaméricano. También hablé en el diario anterior de mis penurias por no poder contar con el fruto de mis ventas al exterior por todas estas restricciones gubernamentales.

Pero resulta que una más chiflada que yo que además tiene un título universitario –las personas se deslumbran con esos papeles que no avalan ni experiencia ni conocimiento porque en Argentina es muy fácil comprar uno de ellos sobornando a quién corresponda- está diciéndole a los emprendedores que deben retirar sus dólares de la única pasarela internacional estable en la que el gobierno aún no puede meter sus narices, y cambiarlos con urgencia a pesos, so riesgo de perder las ganancias de sus ventas.

Mentira. Ruin mentira.

Como emprendedora y como usuaria de la pasarela sé perfectamente que eso es mentira porque desde que utilizo la plataforma todos los medios disponibles de retiro y cambio a pesos benefician al gobierno, al banco y a los intermediarios, menos a mí, que soy quién sudó la gota gorda para generar esas ganancias. Por eso jamás retiré mis dólares de allí, e incluso puedo usarlos libremente para hacer compras, y el gobierno no puede poner sus sucias manos allí aplicándome el recargo del treinta por ciento.

Básicamente esta profesional le está diciendo a los emprendedores que se coloquen la soga al cuello para seguir beneficiando al poder a cambio de una moneda que no vale nada, o bien, que renuncien a sus posibilidades de trabajar, ya que al omitir información relevante, el emprendedor no puede ver el panorama completo ni observar las otras posibilidades.

Odio visceral. Aún más profundo que el que experimento por el Gran Hermano.

Influencers comunistas con título, funcionales a los amos de turno haciendo daño a los que generamos riqueza auténtica con el fruto de nuestro trabajo. Escupiría en el suelo si no fuera porque soy yo quién va a tener que limpiar el piso después.

Como el odio es como tomarse veneno esperando que muera el enemigo, canalizaré de algún modo esta indignación lacerante que me corroe por dentro.

Espero volver mañana un poco más centrada y menos iracunda. Justamente porque las mentiras están a la orden de día (¿o debería decir las redes sociales?) necesito toda la claridad y la calma posibles para no naufragar en este mar de hipocresías.

Esto es una guerra. Y la voy a luchar. Prefiero morir en la batalla que seguir callada. No me callo más nada. No voy a silenciar estos atropellos. 



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