Día 103. Viernes 26 de junio de 2020 

Día 103. Viernes 26 de junio de 2020 


Puse la fecha de hoy y me sorprendí que fuera viernes.

Hoy me desfogué llevando adelante la idea que hace unos días atrás me inundó de alegría el cuerpo: grabé un podcast.

Aunque técnicamente no es un podcast, solo hice la lectura de uno de mis escritos. Le debía ese audio a una amiga y colega escritora, que viene publicando en sus redes fragmentos de obras leídas por sus autores. Una iniciativa muy linda para sacarnos del anonimato a los escritores regionales.

Me lo pidió hace varios meses, pero por una u otra razón no encontraba el momento idóneo para sentarme delante del micrófono. Aunque a decir verdad, también temía hacerlo, y quizás por eso lo postergaba inconscientemente.

Aunque el entusiasmo era grande, salir de la zona de confort nunca es fácil. Y justamente porque no es la primera vez que grabo, ya se de antemano que la actividad me pone sumamente ansiosa.

La última vez que grabé una canción mía, el año pasado, mi marido, el ingeniero de sonido, tuvo que pedirme una veintena de veces que repitiera las tomas. Muy despacio. Modulá más la voz. Titubeaste. Te alejaste del micrófono. ¡Corte! Pasó una moto rezumbando. Vamos de nuevo. Muy bajo. Vamos de vuelta. No te muevas tanto. ¡Respirá! E infinidad de directrices más.

Hace dos años grabé un par de canciones más en el estudio de un amigo de la familia. Y fue la misma historia. Las repeticiones me ponían muy nerviosa. Me agotaban. En una grabación de audio se oyen hasta las respiraciones, por tanto conseguir un material en crudo de buena calidad, exige incontables esfuerzos y una gran atención al detalle.

He grabado solo cuatro de las ochenta y dos canciones que compuse. Si algún día me decido a recopilarlas todas, tendré que trabajar en ello varios años como poco.

Los gajes del sonido son tan arduos como los gajes en la fotografía. Así como me paso horas preparando el set para sacar fotos, esperando la mejor luz del día, acomodando y reacomodando atrezzo, haciendo un millón de tomas, y manipulando una y otra vez los controles de mi cámara, un buen audio requiere minucias como un buen micrófono, un filtro anti-pop, cortar y volver a grabar cuando me comí una S al final de la palabra, retomando desde el principio del párrafo que estaba leyendo, y mil horas de escucha y edición.

Aunque es verdad que con esos aparatitos que llevamos en el bolsillo trasero del pantalón podemos tomar fotos y grabar audio de altísima calidad, las dinosaurios como yo prefieren ir a lo seguro y tradicional. Aunque los dispositivos para registrar sonido e imagen hayan dejado de ser analógicos, mutando a lo digital, sigo prefiriendo mil veces tomar fotos con mi réflex que con el celular, y grabar audio con un micrófono unidireccional.

Lo único que aún no tengo es un filtro anti-pop profesional. Pero eso se resolvió muy fácilmente con un bastidor redondo de bordado sujetando un trozo de tela negra. Anti-pop en dos segundos gracias a la artesana.

Volviendo al tema de los podcasts…

Me di cuenta que no iba a ser tan fácil como sentarme a hablar por horas acerca de un tema. Esa era la expectativa. Comparada con la realidad fue otro cantar.

En el momento que me decidí a atravesar la sala y dirigirme hasta la habitación donde yace la computadora grande, fue todo un acontecimiento de reunión de valor y coraje. Voy a hacer esto, me dije. Al menos tengo que intentarlo.

El día anterior, mi marido me mostró los controles, indicó en que resquicio iba cada cable, que botón había que apretar, cual programa abrir y cosas así.

Pese a sus detalladas instrucciones me encontré con unas cuantas dificultades. Y estaba dale que te dale enchufando y desenchufando cosas, abriendo y cerrando ventanas de la computadora, probando botones y demás cuando providencialmente él abrió la puerta de la habitación y me preguntó qué estaba haciendo.

¡Ayudame, por favor! No entiendo nada de esto…

Tocó aquí, presionó allá, y magia. Probá ahora, me dijo.

Grabando. Genial.

Bueno ahora voy a hablar de algo.

¡Hola a todos y bienvenidos a este primer podcast titulado…! ¿Qué título le voy a poner? No lo pensé.

Mi nombre es Cecy Gauna y hoy voy a estar hablando de… ¡Dios! ¡No sé cómo seguir! ¿Por qué no escribí un guión? Nota mental: imprescindible escribir un guión de antemano para evitar lagunas futuras.

Intenté varias tomas pero no me gustó nada de lo que hice. Entendí que la improvisación solo era posible si estaba programada, al igual que el contenido para redes que hasta hace unos meses publicaba. Puedo improvisar sí, siempre y cuando el marco esté previamente establecido y sepa a ciencia cierta que voy a decir. Entonces da lo mismo si cambio una palabra por su sinónimo en el momento de decirla, porque el sentido del mensaje se comprenderá igualmente.

Y bueno, ya que estoy acá, tengo todo enchufado y en marcha ¿por qué no grabo el audio que le prometí hace meses a Marina? Me dije.

Busqué el texto y empecé. No fácilmente, por supuesto. Siempre me van a poner nerviosa y ansiosa las repeticiones. Tengo demasiados vicios en el habla –como el siseo, por ejemplo- y severos problemas de dicción como para leer dos mil palabras sin equivocarme.

También comprendí que si voy a dedicarme a hacer esto de vez en cuando requiere los mismos ejercicios de calentamiento vocal que cuando voy a iniciar una sesión de canto. Y no solo de esos. También los de colocar el lápiz en la boca para aflojar la lengua son necesarios. ¡Qué difícil es ser artista! ¿Por qué mi sueño no fue convertirme en bibliotecaria? Hubiera sido igualmente feliz de pasarme la jornada rodeada de libros, y me habría evitado todos estos preliminares artísticos.

Aunque pensándolo mejor, si volviera a nacer, elegiría otra vez ser lo que soy. La sensibilidad a la belleza que colma la vida es más fácil de percibir para los artistas.

Puedo recibir un ataque verbal sin inmutarme, diciendo por dentro: lo que digas de mí, habla de quien eres tú. Pero no puedo dejar de llorar escuchando una buena canción, viendo un pajarito, admirando un cuadro, o leyendo un libro con el que me siento íntimamente identificada.

Dice la gente que estamos locos. Y llevan razón. Tenemos un pie en este mundo y el otro pie en una realidad paralela.

¿Cómo atender la conversación de una aburrida reunión cuando en mi mente surgen melodías, escritos, diseños de nuevos muñecos, o ángulos de imágenes que me gustaría fotografiar? A veces tengo que pedirle a mi marido que me repita otra vez la frase que acaba de decir porque mi mente estaba volando lejos. ¡Ay esa cabecita! Me dice. ¿En dónde estará esa mente ahora?

Estaba pensando que… a ver decime que te parece esta idea…

Afortunadamente convivo con otro artista así que nunca padecemos de conflicto de intereses o invasión de espacio.

Ser artista es difícil a la hora de relacionarse en sociedad. Cuando mi cuñada, antes de la cuarentena me sugirió que saliera a tomar aire a la vereda y conversara más con los vecinos (o que al menos los reconociera como tales ya que ni siquiera sé quiénes son ellos), le miré bastante horrorizada, persignándome y haciendo el vade retro.

¿De qué podría hablar con los vecinos? El de al lado escucha música de estilo reggeaton y cumbia, y cada vez que la pone a volumen alto a mí me sangran los oídos, tanto que voy a esconderme al baño para evitar un daño irreversible en mi cerebro. ¿Cómo le explico a quién sea mi vecino, no tengo el gusto de conocerlo, que existen The Beatles, Santana, Mozart y miles de otros más que componen o ejecutan música de verdad?

Los anti Beatles me dirán que Rollings Stone es mejor que The Beatles y aunque no concuerdo con la teoría, prefiero Rollings antes que Los Chaques, que los primeros sí son músicos y no pierdo el orgullo por reconocerlo. Poneme Rollings si querés, así evito correr al baño a vomitar escuchando a Maluma. Gracias.

En fin. Ser artista no es compatible con sociabilizar íntimamente con los vecinos. Especialmente para no quedar en evidencia con mi abanico de excentricidades. Un cordial trato me parece bien. Ir a la casa de la doña de enfrente a tomar mate con bizcochitos todas las tardes me aburriría enormemente. Cuando le empezara a contar mis ideas acerca de esto y aquello me echaría a escobazos. ¿Qué tal si le dijera que soy la tutora que se rebela a los mandatos del jardín de su hijo? Ella se persignaría de mí, y haría el vade retro en mi contra.

No, mejor no. Recuerdo haberle contado a mi entrenadora del gimnasio (en la época que los negocios abrían, y la gente se podía relacionar cara a cara ¡qué tiempos aquellos!) como se sentía el proceso creativo. Como funcionaba la magia de la inspiración. Como la advertía en el cuerpo y el cambio de velocidad de mi cerebro que la sucedía. Como un chispazo de luz y un bloque perfectamente claro de acciones a seguir se presentaba por la pantalla de mi mente, tan diáfano como el día.

Ella no me juzgó ni tampoco noté crítica alguna en su mirada. Me escuchó atentamente con los ojos bien abiertos y totalmente desconcertada. Era como si le estuviera describiendo que viajé a Marte y contacté con los aliens. Un relato inverosímil.

Pero así es la cotidianeidad de los artistas. Algo de otro mundo. No es casual que evadamos la realidad, no porque lo hagamos adrede, sino porque es demasiado aburrida en comparación con lo que sucede en nuestro interior que está en constante movimiento como un ser vivo.

Si mi hijo viniera en este momento a decirme algo, no lo escucharía. Y no porque no quiera. No puedo. Estoy tan absorta en la escritura de estas líneas y se siente tan maravilloso que al menos algunas palabras del lenguaje se puedan usar para hacer una pálida descripción de lo que acontece en nuestro mundo interno, que recién al terminar esta entrada podré volver a realidad.

En el mientras, en pleno proceso creativo, el exterior desaparece por completo. Incluso el yo se esfuma. Acabo de hacer el ejercicio de preguntarme mi nombre y tardé varios segundos en recordar cómo me llamo. Lo dicho: hasta la personalidad del mundo real queda en un segundísimo plano cuando se está creando.

Hoy estuvo intensa el Hada de las Letras. Acabo de recordarle que hoy madrugué otra vez y que sería buena idea terminar ya estas líneas e ir a descansar. Después de la enorme inversión de energía esta mañana para grabar audio, sumado al éxtasis de escribir estas cosas, mi cuerpo está pidiendo un respiro. Y lo merece. Ha sido un gran y productivo día.



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