Día 102. Jueves 25 de junio de 2020

Día 102. Jueves 25 de junio de 2020


A ver que tiene el Hada de las Letras para mí hoy. Solo espero que sea corto, porque hace frío. Mucho frío. Especialmente en el garaje.

Me empezó a doler la nuca de la tensión por ponerme a trabajar en ese hipocampo que comencé en febrero, con la intención de extraer de él las instrucciones para reproducirlo, esas que después comercio como un archivo digital que se adquiere en una tienda online y que en lenguaje tejeril llamamos patrón.

La rosada y curvada amiguita, a la que bauticé Kay, no tiene la culpa de mi estrés. Me falta modestia al decir que está quedando muy hermosa, pero es así. Yo la veo muy bella. Desde esa perspectiva estoy muy contenta de encargarme de la amiguita, lo que me puso ansiosa fue pensar en que hace muchas semanas no tejo muñecos.

Cuando algo así sucede, siempre temo de olvidarme como hacer mi labor.

Afortunadamente cabe la analogía: es cómo andar en bicicleta. No me olvidé como tejer, como coser las diferentes partes de un amigurumi y como bordar detalles. Sin embargo, cuando me di cuenta que no había peligro alguno, el dolor de cuello ya había comenzado. Y aún persiste.

Creo que hoy me voy a ir a la cucha más temprano que de costumbre aprovechando el frío que invita a taparse hasta la nariz en la cama calentita.

Lamentablemente no estoy al tanto de las últimas noticias nacionales e internacionales. Ayer y hoy retomé mi dieta hipoinformativa, apagando el Wi-Fi después del almuerzo, lo cual siempre trae aparejado el efecto colateral de tener que leer cientos de notificaciones a la mañana siguiente.

He trabajado estos dos días como la negra esclava que era antaño, antes de la cuarentena. Sin embargo, a diferencia del pasado inmediato, experimento mucha dicha y contento por saberme productiva.

Creo que la alegría se debe a haber retomado el libro La Semana Laboral de 4 horas, donde fui comprobando con sumo placer que ciertas afirmaciones que en la primera lectura me parecieron sacrílegas, ahora están formando parte natural de mi estilo de vida.

La dieta hipoinformativa más que una sugerencia del autor Tim Ferris, es una orden. En el mejor de los casos se parece a una vehemente súplica. Insiste tanto en ello, y lo fundamenta tan endemoniadamente bien, que le creo. Especialmente porque presto atención a cómo reacciona mi cuerpo en un día con Wi-Fi y en un día sin Wi-Fi. Y la diferencia es aterradora.

Por supuesto me pregunto qué papel jugarán las radiaciones que emiten nuestros aparatos tecnológicos y si me estaré alargando la vida o evitándome algún cáncer de mama con algo tan trivial como poner mi dedito en el ícono de la señal de Internet para apagarlo. Quizás. Quizás no.

Lo cual me lleva, inevitablemente a la polémica ardiente acerca de las antenas 5G. He escuchado las dos campanas. Aquellas que apoyan y las que las defenestran. Y aunque en mi estado más conspiranoico, durante el mes de mayo, me oponía radicalmente a poseer un dispositivo con 5G, mi parte pro-tecnología se resiente en dicha decisión.

Como buena millenial mi punto débil es la tecnología y todo lo que se puede hacer con ella, cuando no caigo en la trampa de ser manejada por un algoritmo que me termina convenciendo que debo ser la negra esclava que publica en las redes sociales de lunes a domingo para atraer seguidores que encima me envidian.

Como buena millenial, viviendo en primera persona la transición entre la era de Piscis hacia la de Acuario me seducen características como velocidad de procesador, mayor memoria RAM, o muchos megapíxeles en calidad de imagen. Si alguien me dice que tiene un dispositivo veloz y de alta gama que está a mi alcance, es como que me muestren un pote de helado de un kilo y me digan: es gratis, podés comerlo todo. La tentación es demasiado grande. Y seguramente claudicaré si trato de resistirme.

No obstante me preocupa que las críticas al 5G sean veraces. Si lo son, puede que terminemos todos cocinados en una Chernoville mundial.

Y hablando de millenials, ayer vi a mi astrólogo favorito en una entrevista que le hicieron. Habló de nosotros, los que tenemos Plutón en Escorpio. La generación nacida entre 1984 y 1995. Comentó que la anterior vez que Plutón se situó en este signo, el de su domicilio, los nacidos bajo esta configuración fueron los que estuvieron al frente de las Revoluciones Francesa y Norteaméricana, a finales del siglo dieciséis.

«Esos no andan con vueltas» dijo. «Esos vinieron a cortar cabezas y a cambiar el orden de las cosas».

No supe si sentirme halagada u ofendida.

Reconozco que no me gustan muchas cosas desde que empecé a razonarlas. El sistema es corrupto. Las instituciones, son vetustas y rígidas. La ley, es un chiste. La educación, inservible con ese obsoleto modelo prusiano. El arte que llega al público es el politizado. La cultura, lo mismo, salvo las autóctonas tienen verdadero valor pero están en peligro de extinción.

Pero de ahí a sentir deseos de cargármelo todo o sacar la guillotina de abajo del brazo…

Bueno. Creo que mi astrólogo tiene razón. A veces siento deseos de llevarme el mundo por encima. Cambiar las cosas desde sus cimientos. Aunque no con navaja, que ese no es el evangelio que predico.

Desde adentro. Desde el interior de uno mismo.

Tengo sobradas pruebas de que las cosas funcionan de este modo.

Cuando cambio yo, todo a mi alrededor se transforma por completo. El mes pasado temía no levantarme de la cama y ahora llevo treinta y un días escribiendo este diario. Una alegría calma y apacible me nutre por dentro. Ya no me importa el encierro ni tengo miedo de quedarme más loca, porque lo estoy disfrutando de verdad. Y si es locura, bendita sea. Se siente muy bien.

Y todo cambió porque decidí cambiar mi percepción acerca de la cuarentena. Vivo la misma situación de hace uno, dos y tres meses atrás. Pero ahora la gozo en vez de lanzar críticas hacia ella.

Quizás mi guillotina millenial sea más sutil. Quizás la hoz que utilizo son estas palabras que escribo, en principio para mí, pero que podrían beneficiar a otros. Ellas separan el trigo de la paja y me muestran, al igual que hace Plutón cuando aparece en el cielo, lo más fundamental, lo más esencial, los cimientos mismos, el hueso de la estructura, la célula madre.

El origen.

Y si hablamos de origen, causa primera o fuente, no hay que ir muy lejos para encontrarlas. Basta con mirarse en el espejo.

Gracias, Plutón. 



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