Árbol en macramé

Árbol en macramé

Cecy Gauna-Aramela Artesanías

Me gusta contar las historias detrás de cada uno de los proyectos que hago. Es curioso. Todos tienen una. Sin excepción.

Al fin de cuentas, los proyectos son como la vida misma: historias que nos contamos a nosotros mismos que luego cristalizan en algo visible con su forma única, sus colores particulares y demás detalles.

Para contar la historia de este árbol, montado como mandala en un aro y tejido sin agujas con la técnica macramé, tengo que remontarme a otra reencarnación, a otro tiempo, que ahora parece infinitamente lejano, como si se tratara de una vida que ocurrió hace eones.

A fines de 2019 me había animado a darle clases de macramé a unas amigas que me lo habían pedido con vehemencia. Yo dudaba. No es que no quisiera compartir mis conocimientos del tema. Después de todo yo lo había aprendido de otros artesanos que tuvieron la generosidad de enseñarme. Es que me faltaba autoconfianza. Me parecía un paso importante que me generaba bastante temor.

No obstante, arrancamos con las clases en casa y aunque me sentía un poco torpe transmitiendo lo que sabía, me enredaba con las palabras y cosas así, como estaba entre amigas, la pasábamos fenomenal pese a que a la maestra mostraba su visible falta de experiencia. Reíamos mucho y eso era sencillamente genial.

A principios de 2020 me animé a dar un paso todavía más grande al aceptar la propuesta de Ceci de Ulylan de dar las clases en su local de lanas. La primera clase por supuesto, no fue wow, qué bien que me desenvolví, pero Ceci observó sabiamente mis puntos débiles y me dio unos cuantos consejos para mejorar. Consejos que apliqué sin demora. Para la segunda clase me sentía más firme y segura.

A medida que iban pasando las semanas, incorporaba más y más experiencia y confianza en mí misma. Había encontrado palabras, metáforas y muletillas perfectas para ir explicando los conceptos básicos, y me desenvolvía con mayor naturalidad. Empecé a disfrutar muchísimo de dar clases. En algunas, las alumnas y yo nos despedíamos con abrazos, besos, festejos por los logros y el clima en general era una verdadera celebración. Durante la clase hacíamos terapia grupal tejiendo con las manos y contando nuestras experiencias de vida. El contexto, el contenido y la actividad era un bálsamo para el alma de todas.

Para mediados de febrero, justo antes de mi cumpleaños decidí tomarme un mes de vacaciones. Quería seguir dando clases pero tenía que parar un poco la maquinita y descansar. 2019 había sido muy intenso con la publicación del libro, las transmisiones en vivo, las entrevistas, tanto las que me hacían a mi, como las que yo hacía a otras personas, la actividad online, las publicaciones, y demás cuestiones. Venía a las corridas hacía más de un año y el cuerpo me pedía bajar la velocidad.

Justo antes de salir de vacaciones, en una de las últimas clases enseñé como hacer una hoja deco con técnica de cepillado.

Una de las chicas sugirió como proyecto hacer un árbol que utilizaba esas hojas cepilladas y yo le prometí prepararlo como clase para cuando estuviera de vuelta.

Y comencé a hacerlo. Solo que nunca llegué a enseñarlo, porque a mediados de marzo se decretó la cuarentena, y ya todos sabemos que pasó entonces. No pude volver a dar clases.

Archivé el árbol en la caja plástica de los proyectos pendientes y me olvidé de él durante un año más.

Hasta que un día revolviendo entre mis cosas, buscando quién sabe que hilo me volví a topar con el arbolito y lo dejé arriba de la mesa con la firme intención de terminarlo.

Sabía que no lo iba enseñar, pero al menos lo iba a acabar.

Durante toda la pandemia me habían escrito en reiteradas oportunidades preguntándome si daba clases virtuales de macramé. Y siempre respondía lo mismo: es incómodo y prefiero no hacerlo. Había aprendido que la enseñanza de la técnica era más eficaz cuando podía ver en vivo y en directo los movimientos de las manos de las chicas para observar en qué se equivocaban para poder sugerirle correcciones. Podía observar incluso en su destreza manual cual era su hemisferio cerebral dominante y adecuar la enseñanza a las necesidades de cada una. El macramé es el tejido más antiguo del mundo y he conocido estudios donde lo utilizaron para estimular capacidades cognitivas, intuitivas, conductuales y creativas.

Además que la virtualidad dejaba afuera por completo la esfera emocional y curativa propia de la clase. No. De ninguna manera, me dije. Y me negué a dar clases virtuales.

Para esa época, mi propia problemática con las redes sociales y el cuestionamiento crítico que hacía de la nueva normalidad que parecía imponerse más como una coerción que una opción, agravó aún más mi negativa. No quería formar parte de ello. Desde mi lugar individual no iba a alimentar a ese monstruo.

Pero al menos iba a terminar el arbolito. Mover las manos siempre es un bálsamo para el alma, independientemente de la técnica que se utilice o el proyecto que se pretenda lograr.

Lo acabé en febrero y le tomé fotos. En abril se lo regalé a Ceci de Ulylan por su cumpleaños. En junio edité las fotos. Y recién ahora las publico.

Como para que no queden dudas que me tomé a pecho eso de seguir mi propio ritmo y hacer las cosas tranquila y en mis tiempos... 🤣🤣🤣




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