¿Qué vas a hacer con ese sueño roto?

¿Qué vas a hacer con ese sueño roto?

Cecy Gauna-Diario de una Artesana

Estaba de lo más tranquila escribiendo la entrada nocturna en mi cuaderno cuando de repente escuché una vocecita intrusa. ¿Te acordás cuando querías ser famosa? preguntó.

Bastante hincha guindas la vocecita. No se me pasó desapercibido su dejo de ironía.

Sí… ¿yyyyy? le respondí.

¿Qué vas a hacer con ese sueño roto?

Qué buena pregunta. ¿Qué se hace con los sueños rotos? ¿Qué pasa cuando las circunstancias de la vida nos muestran la inviabilidad, imposibilidad o que el momento de materializar los sueños no ha llegado porque no debía llegar o porque nunca va a llegar?

¿Qué tal si existe un destino? ¿Qué pasa si hay un plan preexistente trazado por nosotros mismos que olvidamos al nacer? ¿Qué tal si en ese plan no estaba incluido aquel sueño en particular?

Es innegable que al soñar empleamos mucha energía vital en visualizar como se vería la fantasía hecha realidad. Si el sueño no se cumple, la energía puesta en ello, se agría, se enrancia, se pudre dentro nuestro y queda ahí como un bloqueo que luego cristaliza en un leve dolor de garganta, o un par de piedras en la vesícula, supongo. Energía estancada, o bloqueo energético que es lo mismo. De alguna manera necesita ser canalizada, encontrar una salida o equivaldrá a complicaciones futuras.

Sí, recuerdo de adolescente haber discutido acaloradamente con mi papá jurándole que iba a ser cantante famosa a lo que él respondió que eso no era factible, que me lo decía por mi bien. Que tenía el deber de advertirme cuáles eran las piedras que encontraría en dicho camino. Hablaba con pleno conocimiento de causa, él, uno de los músicos más talentosos de la región. Irónicamente y muy a su pesar, famoso en el ambiente en virtud de su don de otro planeta.

Por supuesto, no fui cantante famosa porque el idealismo no se casa nunca con las ventas a menos que exista una estudiada estrategia de marketing detrás. La música que catapulta a la fama, es un negocio, y yo era demasiado joven como para saber cómo hacer negocios.

Eché por tierra quizás mi única oportunidad de subirme a ese barco cuando me contactó alguien que dijo ser productor de un cantante muy relevante por aquel entonces y me preguntó si sabía cantar en inglés. Le contesté que no, pero podía aprender.

A continuación, quiso saber a qué apuntaba mi negocio, y yo le dije que mi arte era arte. Era amor. Era mi vida. No era un negocio. Nadie más, nunca más volvió a contactarme con la propuesta de que cantara a la manera que se hacían las cosas en la industria musical de aquella época.

Cuando tres años más tarde, yo misma dejé colgada la banda de rock que había formado a pulmón, reuniendo músicos talentosos para que se sumaran a mi proyecto, entendí que no tendría otra vez una chance como esa y que de alguna manera me las había apañado para sabotearla. 

Hoy doce años después, comprendo que abandoné mi banda como quién se quita un vestido para colocarse otro. Se me ocurrió dejarlo todo para ir a vivir una aventura romántica a mil kilómetros de distancia, y volver tres meses más tarde abatida por la doble derrota: la amorosa y la musical.

Entretanto, ¿en qué canalicé esa ingente cantidad de energía invertida en querer ser cantante famosa? Esa es la cuestión. No la canalicé en lo absoluto. Quedó dentro de mí pudriéndose como una naranja caída del árbol expuesta a merced del sol. Del sol ardiente de Chaco para que se entienda mejor la metáfora.

Ahora que lo pienso, puedo ver con claridad la relación estrecha entre la energía largamente estancada en mi sistema y los períodos maníaco-depresivos que experimentaba por aquellos tiempos.

Pasaron los años, empecé a tejer amigurumis, vi en redes sociales que había tejedoras que estaban ganando influencia y yo quise sumarme a esa ola.

Mientras perseguía el objetivo que era la visibilidad online, descubrí que lo mío era otra cosa, hacer arte sí, pero con un fin concreto: comunicar.

Meses después de haber publicado el libro del Diario, bastante desconcertada, encontré en mi carta natal a Mercurio, regente de Géminis, muy cómodo en la casa diez, la casa de la profesión, impregnado de la descollante energía acuariana. El panorama planetario coronaba con un hermoso sextil con Urano, el planeta de las ideas utópicas y la visión futurista.

No podía creer como no miré antes esa carta astral. Estaba cantado cuál era mi rumbo: escritora disruptiva decía en letras rojas. Electricidad y alto voltaje, agregaba mi astrólogo favorito, José Millán.

Dicen que el plan trazado por nosotros, el mapa de vida, se codifica en la posición de los astros al momento de nacer. Adhiero a esa postura. Para reforzar el letrero rojo de mi carta natal, el nodo norte lunar, lo que equivale a la misión de vida, apunta al signo de Géminis, el comunicador por antonomasia.

Por contrapartida, la pequeña pero desgastante probadita de fama que me dio la publicación del libro y el alcance que empezaron a tener mis trabajos artesanales no me hicieron viral en redes sociales, pero me sacaron del anonimato. Y las implicancias que eso tuvo en mi vida diaria fueron más problemáticas que deseables.

Vivía tan acelerada, tan agotada físicamente y me sentía tan obligada a darle contenido a los seguidores que me alegré enormemente de no haber sido más famosa. Cuando producto del estrés, una gripe memorable de veinte días con fiebre me tumbó en cama, tuve bastante tiempo libre para pensar en la fama, los sueños rotos y demás yerbas. Fue la primera vez que comprendí que hay sueños que la pueden destruir a una. Empecé a buscar los métodos y maneras de emprender el mismo camino, pero en sentido contrario: invisibilidad, ergo, tranquilidad.

Pero hete aquí que, de todos esos sueños que apuntaban a la fama -que de alguna manera un tanto retorcida sí obtuve-, nunca, nunca, nunca, hasta hoy me había planteado que ha sido de la suerte de toda esa energía empleada en visualizar aquellas cosas. ¿Dónde está guardada? ¿Acaso parasita a mis células? ¿La habré expulsado escribiendo alguna canción o en una sesión de karaoke? ¿Será ese dolor de espalda que me aqueja de cuando en cuando? ¿Será ese ruido de fondo que escucho en mi cabeza cada mañana cuando despierto? ¿Tendrá que ver con ciertos bloqueos emocionales que he detectado estos días?

Luego le pregunté a la voz: ¿Por qué te aparecés así como así, justo hoy, justo ahora? No esperé contestación. Me adelanté dándome mi propia respuesta: porque las cosas podridas hay que recogerlas, para limpiarlas y reciclarlas o para tirarlas a la basura.

Y los sueños rotos son cosas podridas que contaminan el ambiente interior en todas sus áreas: mental, emocional, psíquico, físico y espiritual. Son energía estancada. Son obstáculos en el canal de un artista en comunicación con la Fuente de su inspiración. Un artista con el canal obstruido no puede crear. Un artista que no crea se muere de pena. Deja de respirar, aunque su cuerpo físico continúe funcionando. No quiero ser un zombie sin alma. Ya hay muchos por ahí. Demasiados. No voy a ser una más del montón. No, señor.

Como un rayo bajó a mi mente la comprensión de que ahora venía la parte de las preguntas incómodas con los violines chillones de fondo tocando una melodía dramática. ¿Por qué quería ser famosa? ¿Para qué?

Me acordé de cada ocasión en que mi música, mi voz y mi interpretación arrancaba lágrimas a los oyentes además de aplausos. Vinieron en oleadas las risas de asombro y de alegría de los destinatarios de los muñecos que he tejido. Recordé todos y cada uno de los mensajes y comentarios de mis lectores, y mis propias lágrimas de gratitud hacia ellos, hacia Dios que me regaló el don y a la Vida por la oportunidad de poder expresarlo.

No estaba mal querer extender a más personas eso que la Fuente me brinda generosamente. A la mayor cantidad posible de gente, para ser más precisa.

Entonces entendí que el sueño de ser famosa no era de esos a los que hay que renunciar para tirarlos a la basura porque no sirven para nada. No. La esencia era buena. Llevar alegría, contagiar amor, inspirar, emocionar, compartir una vibración de entusiasmo, eso estaba muy bien. No fue vana la energía que invertí en querer materializarlo, solo estaba mal enfocada. Necesitaba reparación, limpieza y un nuevo giro.

Comprendí que hago arte para sanar: a mí misma y a todos aquellos que coincidan con alguna de mis obras o artesanías.

Hago arte para vivir, porque respiro gracias a eso.

Me entrego a mis proyectos con amor y pasión, porque no sé hacerlo de otra forma, y cuando toco el corazón de alguien a través de mi trabajo, lo toco fuerte y para siempre.

Porque yo no hago esos milagros, ni podría. Los milagros ocurren porque me dejo hacer a través de Algo mucho más grande que yo. Eso siempre lo tuve bien claro: solo soy canal. Siempre lo fui. Siempre lo seré, que de eso se trata lo que vine a hacer, y enhorabuena que lo descubrí.

Tenía los patitos fuera de la fila. He confundido fama con alcance y qué bueno que haya aparecido esa vocecita hincha guindas, justo hoy, justo ahora, para que aireara el asunto de una vez por todas, para resignificarlo o para hacer un duelo.

El error de enfoque me ha demorado una década, pero comprendo también que hasta los errores son significativos. Para aprender. Para comprender. Para obtener la preciada visión panorámica y global dónde cada pequeño suceso forma parte de un todo infinitamente más grande.

La fama es un mierd*. Las cosas por su nombre. La visibilidad online. ¡Uff! Mejor me guardo las teorías conspirativas para después. Solo diré que viene con trampa y apunta directamente a la autoestima de las personas con el fin de destruirla. Puedo fundamentarlo, pero no ahora. Otro día.

El alcance es diferente a la fama: es llegar al individuo correcto en el momento correcto, y esa convergencia perfecta no es algo que yo desde mi lugar de ser humano finito y mortal pueda gestionar.

Alcance es la sincronicidad maravillosa que vos leas estas líneas en el momento en que justo necesitás leerlas y te preguntes que sueños rotos necesitan reciclarse o tirarse para purificar tu sistema, para despejar tu mente, o llevar paz a tus emociones.

Como artista que defiende el postulado de que somos los agentes de un verdadero cambio, los propulsores del despertar colectivo y la reconstrucción de una genuina y verdadera cultura, percibo que hoy más que nunca el mundo necesita sanar.

Y no de un virus. El virus, si es que existe, no es más que otro elemento de la misma propaganda. La finalidad siempre fue utilizarlo como una pantalla detrás de la cual se esconden de la vista pública otras cosas. Y esas otras cosas, no son muy agradables que digamos. El virus, sea real o ficticio, es usado como relato para encubrir lo que en verdad están haciendo. Y de paso, aprovechando el combo dos por uno, restringir nuestros más elementales derechos humanos.

Cuando se les termine este, inventarán otro y después otro; mientras nos dejemos engañar continuará ese circo. Dejemos a los amos del mundo jugar a la pandemia y a los zombies que entregaron su alma a la obediencia debida, creérsela. Nadie con un sentido común saludable, un ejercitado juicio crítico, o un mínimo de olfato ha dejado de notar la retahíla de incongruencias, inconsistencias, y contradicciones que se han sucedido escandalosamente desde que se anunció la nueva normalidad.

Los artistas por definición observamos el mundo. Estamos entrenados para detectar la belleza simple y natural de las cosas. Sabemos cómo se siente entregar el alma a la autoridad equivocada y su resultado inevitable: no produce frutos. Por eso, aunque no podamos explicar por qué, reconocemos desde el fondo de nuestras tripas que esta pandemia se siente demasiado artificial como para provenir de la naturaleza o de un hecho fortuito.

Dicho esto, encarguémonos de lo que nos toca: hacer arte.

Porque la verdadera enfermedad que encubre la pantalla del virus es otra aún más mortal y perniciosa: el miedo.

El miedo a la muerte y el miedo a vivir de verdad.

El miedo a buscar y encontrar nuestro verdadero propósito.

El miedo a descubrir que somos más que un cuerpo o un manojo de emociones con patas.

El miedo a saber que somos más grandes, complejos, completos y maravillosos de lo que pensamos.

El miedo a la libertad y a la responsabilidad enorme que implica ser libre.

El miedo a la Verdad. Porque la Verdad destroza todos los paradigmas actuales, y amenaza todo lo que ahora tenemos por cierto, pero que siempre fue mentira.

El miedo a vivir en congruencia con nuestra verdad más íntima, por temor a que el rebaño nos excluya por pensar diferente. El miedo a ser lo que realmente somos.

El miedo a tomar nuestro Poder. Que es todavía más inmenso que nosotros, porque no lo creamos nosotros.

El miedo a imaginar un mundo basado en el Amor, porque nos enseñaron a asociar el amor con la indefensión, vulnerabilidad, hippismo o irrealidad. No, señor. El Amor es bien real. De hecho, la materia sólida que nos rodea es puro espacio vacío. No lo digo yo, lo dicen los físicos cuánticos. El Amor es la única y verdadera fuente de fortaleza, defensa sin agresión, y principio de creación… material.  Cuando se lo utiliza a fines prácticos produce resultados tangibles más reales que la Matrix holográfica en la que creemos que vivimos.

El mundo necesita sanarse del miedo. Y el miedo solo se puede curar con AMOR.

Todos tenemos el cadáver de uno o más sueños rotos escondidos en el placard de nuestra psique. El mío no se rompió porque fuera imposible o inviable, sino porque estaba apoyado en una premisa falsa: “hazte fama y échate a dormir”. Como si la fama tuviera algún valor intrínseco o la invasión a la intimidad fuera algo deseable por muchos dólares que traiga consigo. Otro elemento más de la misma propaganda. No hay dinero en el mundo que pueda comprar la paz de no tener que peinarme o andar por casa en pantuflas.

Mientras el cadáver estuvo guardado y fuera de mi vista, no me di cuenta que ese pedazo maloliente impregnado de mi energía vital era la pieza que me faltaba para estar completa.

¿Cuántos fragmentos, cuántos pedazos de nosotros mismos están enterrados en el fondo de nuestro subconsciente esperando su turno para salir y mostrarnos que no eran malos, ni imposibles, ni inviables, sino que estaban sostenidos en premisas o creencias que nunca fueron reales?

¿O todavía pensamos que la polarización social que vemos a diario es una mera casualidad en vez de un reflejo cristalino de nuestra fragmentación interior?

Necesitamos sanarnos para recuperar nuestra integridad individual. Tomar nuestro Poder en vez de regalárselo a los diseñadores de pandemias. Nuestra integridad es lo único que nos permite discernir y sentir la Verdad desde el fondo de nuestras tripas. Es la salud de nuestro sistema inmune. Es la resistencia a que nos tapen la boca, o violen la privacidad de nuestro cuerpo a través de sustancias que nadie sabe a ciencia cierta que contienen. Es la protección a los balidos del rebaño que mal utiliza la palabra empatía para referirse a la esclavitud consensuada.

Que alguien les explique, por el amor de Dios, que empatía es comprender el dolor ajeno sin irse con él. Que ninguna empatía que someta la voluntad del individuo o lo obligue a ir en contra de sí mismo es realmente empatía, sino otro elemento más de la misma propaganda.

Es hora de abrir el armario y sacar los cadáveres. Recuperar la energía estancada o dejarla ir para siempre. Llamar las cosas por su nombre: empatía es apoyo al prójimo desde una posición de libertad interior. El miedo es humo, nada, cuando tenemos la valentía de mirarlo a la cara. Llegó la hora de invitar al Amor para que haga sus milagros… reales. Necesitamos sanar de una vez. El mundo sanará en la medida que nos atrevamos a curarnos.

Y a la pregunta de la vocecita hincha guinda de ¿qué vas a hacer con ese sueño roto? le respondo: ¿qué otra cosa esperabas que hiciera? Arte. Por supuesto.

Haré arte y sanaré al mundo. Con alcance o sin él. Me da lo mismo.

Ahora que he reciclado mi sueño roto ya no siento la necesidad de ir en pos de falsas quimeras.


🔷 Post Anterior: Árbol en macramé
🔷 Post Siguiente: Colgante Gotitas
🔷 Índice de Post en Telegraph


🧡 Libro Diario de una Artesana: 👉🏻 https://mailchi.mp/931aff51e3b2/libro-diario-de-una-artesana
🔷 MIS SITIOS


Report Page