Voy

Voy


Elsa

Página 15 de 23

Elsa

 

Hola:

Disculpa que te comunique mis impresiones por e-mail, pero quedé saturada después de nuestra entrevista y prefiero no seguir hablando del tema en voz alta. No voy a llamarte para aclarar nada y te advierto de que si intentas contactarme no responderé. No quiero seguir removiendo la historia más allá de lo que ahora escriba.

Veo que has sido muy fiel a la conversación que mantuvimos, te lo agradezco. De todas formas, no acabo de reconocerme en el texto. Durante la charla nos centramos tanto en el viaje a Italia que me concentré en hablar de aquella etapa, y aunque queda bien reflejado el momento que vivíamos, duro pero lleno de esperanzas, creo que mi visión de Gabi es incompleta. Diría que en tu texto le salvo demasiado. Desconozco qué te habrán contado los demás, pero me gustaría que de algún modo subrayaras en el libro mi tristeza y mi decepción con él. Mi enorme decepción. Me sacrifiqué mucho para que pudiera escribir. Siempre creí en su talento, quise que lo explotara hasta donde sus límites le permitieran, y día a día, y no exagero, día a día, porque casi a diario leía algo suyo, día a día fui comprobando cómo mi cariño y mis ánimos y el tiempo que yo sacaba de donde no había para que él se centrara en su misión le iban convirtiendo en un auténtico escritor. Le he visto crecer a mi lado. Y aunque a lo largo de los años tuvimos nuestros desencuentros, la alianza que se estableció entre nosotros era tan poderosa que creí que nunca nada podría romperla. Periódicamente le asaltaba alguna paranoia que sabía controlar cada vez más rápido, necesitaba viajar a menudo, siempre le preocupaba salvaguardar su tiempo y su espacio y él, él, él, pero fuimos ajustando las diferencias, y cuando decidió esfumarse las cosas no nos iban mal. Es cierto que llevaba unas semanas durmiendo poco y que no estaba muy comunicativo, aunque nada de eso me pareció excepcional, había pasado antes por rachas así. Sólo que después de la de aquel invierno, se fue.

Sería absurdo que intentara explicar el vacío que dejó. El mundo se llenó de tristeza. Sentí perderlo todo. El sentido de las cosas se desvaneció y nada ni nadie real pudo consolarme, tan insuficientes y artificiales y lejanas las palabras de todos. Fue en los libros y en el cine y en la música y en el arte, fue en todo aquello que había aprendido a amar junto a él, donde encontré a personas que entendían mi sentimiento, otros que habían sufrido como yo... y que por fortuna no pedían apoyo ni ánimos. Tan sólo revelaban una historia que explicaba esta cara tan amarga de la vida. El arte resurgió para acompañarme de una manera más estrecha que cualquier persona, casi podía sentir su abrazo, sujetándome, mostrándome otras posibilidades del mundo, así que dibujé y leí y escuché canciones de una tristeza y oscuridad tan profundas como radiante había sido la luz que me había guiado hasta entonces. Experimentar los dos polos del sentimiento con semejante intensidad me hace sentir hoy un poco privilegiada, y en deuda con los creadores más grandes, que son los más capaces de ofrecernos compañía.

No dejé de ver a Gabi, eso no, nunca perdimos el contacto, pese a que durante los primeros meses estuve calibrando la posibilidad de no verle nunca más. Su presencia se me hacía insoportable. Era demasiado duro estar con él de aquella manera extraña, sin tocarnos, hablando de cosas prácticas. Pero quise creer que por muchos motivos debíamos mantener un trato más o menos regular, así que durante años hemos seguido juntándonos cada fin de semana para ver los partidos de fútbol de nuestro hijo, durante los que nos contábamos las novedades o lo que fuera.

A veces yo le preguntaba cómo iba de dinero, porque en la nueva situación era aún más importante. Pasó una temporada nefasta pero luego se recuperó y, por lo que contaba, en ese aspecto seguía más o menos como siempre, ganando lo justo para vivir del viaje y la escritura.

Me preguntas en tu e-mail cómo pienso que podría haberle afectado el éxito de haberlo conseguido. No sé, pero el éxito suele implicar dinero y siempre he creído que mejor que no lo tenga. Disponiendo de dinero no habría necesitado relacionarse ni quedar bien con nadie y se habría encerrado hasta pudrirse. Cuando nos separamos, pensé que si alguna vez ganaba suficiente, iba a desaparecer... Aunque total, ha desaparecido igualmente. A veces he pensado que le sobrábamos todos. O sea, nos necesitaba como figurantes, sin nuestras actuaciones él no habría podido escribir, pero en lo más íntimo creo que podía desprenderse de cualquiera sin demasiados problemas. Menos de Gael, eso sí. Menos de Gael. Aunque de todas formas ha terminado por desaparecer, para su hijo también.

Como suele decirse, y pese a que odio los lugares comunes, he rehecho mi vida. He vuelto con un novio que tuve cuando era joven, antes de Gabi, que es como decir antes de todo. Supongo que buscamos un calor antiguo, el de tiempos mejores, más sinceros. Soy considerablemente feliz, y aunque algunos recuerdos todavía resurgen de manera inesperada y hacen daño, he podido confirmar otro lugar común, y es que el tiempo cura. Una clave está en no revivir ni las viejas alegrías ni los sufrimientos posteriores, porque unos alimentan a otros y al final lo que se impone es la certidumbre de que algo se perdió, algo hermoso, y al rememorar cualquier episodio de aquel entonces la nostalgia no trae más que el dolor de lo que un día brilló con una fuerza única y joven. No mires atrás. Si te giras a contemplar el majestuoso esplendor de lo que fue, de lo que fuiste, no volverás a mirar adelante.

De ahí que tú y yo no vayamos a hablar nunca más.

Como cierre, y por facilitarte un poco el trabajo, si quieres resumir lo que queda de él en mí, puedo hablarte de dos pulsiones, una que podría considerar buena y otra mala. Por una parte, nunca he dejado de leerle. Me resulta imposible olvidar que es él quien está detrás de cada línea, pero si sus textos no tuvieran lo que pido a un libro, no sé si habría continuado leyéndole más allá de la mera curiosidad de saber cómo le iban las cosas. Pero sí, aún le leo con placer porque ha preservado eso que le exijo no ya a los libros sino a todo, y es pasión. Supongo que por eso me enamoré de él y me ha costado tanto desprenderme: vive con una pasión en la que me reconozco. Pasión. Sin ella, nada.

La pulsión mala ya la mencioné: la tristeza y la decepción. Van unidas, como un enorme desencanto que me ha ayudado a entender aún mejor la cara B de tantas historias que siempre contaban otros. Gracias a eso —¡gracias!, qué poco adecuada esta palabra ahora— comprendo mejor el hecho de vivir. La tristeza me ha hecho desgraciadamente más sabia. Más escéptica. Más inmune. La medida del desencanto quizá esté relacionada con la pasión con la que viví. Lo mejor y lo peor alimentándose y expulsándose mutuamente. En eso consiste todo, ¿no?

 

Adiós.

Ir a la siguiente página

Report Page