Voces de Chernóbil

Voces de Chernóbil


Segunda parte. La corona de la creación » Monólogo acerca de que hace mucho que bajamos del árbol y no inventamos nada para que este se convirtiera enseguida en una rueda

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MONÓLOGO ACERCA DE QUE HACE MUCHO QUE BAJAMOS DEL ÁRBOL Y NO INVENTAMOS NADA PARA QUE ESTE SE CONVIRTIERA ENSEGUIDA EN UNA RUEDA

Siéntese. Acérquese más. Pero le seré sincera: no me gustan los periodistas, aunque ellos tampoco son amables conmigo.

—¿Y eso por qué?

—¿No está enterada? ¿No han tenido tiempo aún de avisarla? Entonces, entiendo por qué está usted aquí. En mi despacho. Soy una figura odiosa, así me califican sus colegas, los periodistas. Todos gritan a mi alrededor: «En esta tierra no se puede vivir». Y yo les contesto que sí se puede. Hay que aprender a vivir en ella. Hay que tener el valor de hacerlo. Cerremos los territorios contaminados, rodeémoslos de alambres de espino (¡un tercio del país!). Cerrémoslos y vayámonos de allí. Aún tenemos mucha tierra. ¡Pues no! Por un lado, nuestra civilización es antibiológica, el hombre es el peor enemigo de la naturaleza, y por otro, es un creador. Transforma el mundo. Crea, por ejemplo, la torre Eiffel o las naves cósmicas. Lo único es que el progreso exige víctimas y cuanto más lejos vayamos, más serán las víctimas. Y no en menor medida que en la guerra, como hemos visto. La contaminación del aire, el envenenamiento de la tierra, los agujeros de la capa de ozono… El clima de la tierra está cambiando. Y nos hemos horrorizado. Pero el saber como tal no puede tener la culpa ni ser un crimen.

Chernóbil. ¿Quién tiene la culpa, el reactor o el hombre? Sin duda, el hombre; él no lo hizo funcionar como es debido, se cometieron monstruosos errores. Una suma de errores. Pero no vamos a ahondar en la parte técnica. Aunque esto es un hecho. Han trabajado centenares de comisiones y expertos. Se trata de la mayor catástrofe de origen técnico en la historia de la humanidad; nuestras pérdidas son fantásticas. Las pérdidas materiales aún no hay modo alguno de calcularlas, pero ¿y las no materiales? Chernóbil ha sido un golpe para nuestra imaginación y lo ha sido también para nuestro futuro. Nos hemos asustado de nuestro futuro. Entonces no debíamos de haber bajado del árbol, o hubiéramos debido inventarnos algo para que el árbol se convirtiera enseguida en una rueda. Por el número de víctimas que provoca, lo que ocupa el primer lugar en el mundo no es la catástrofe de Chernóbil, sino el automóvil. ¿Por qué nadie prohíbe la producción de automóviles? Es más seguro viajar en bicicleta o en burro… O en carro.

Aquí callan, callan mis oponentes. Me acusan. Me preguntan: «¿Y cómo ve usted que aquí los niños tomen leche radiactiva? ¿O que coman bayas radiactivas?». Pues lo veo mal. ¡Muy mal! Pero también creo que estos niños tienen padres, y que tenemos un gobierno que debe pensar en eso. Estoy en contra de… Estoy en contra de que una gente que no conoce o que se ha olvidado de la tabla de Mendeléyev nos enseñe cómo vivir. De que nos asusten.

De todos modos, nuestro pueblo siempre ha vivido atemorizado: la revolución, la guerra. Este vampiro sanguinario… ¡Este demonio! Stalin. Y ahora Chernóbil. Y luego nos asombramos de por qué nuestra gente es así. Por qué no son libres, por qué temen a la libertad. Están más acostumbrados a vivir bajo el poder del zar. Del padre-zar. Este puede llamarse secretario general o presidente, qué más da. Pero yo no soy un político, sino un científico.

Me he pasado la vida pensando en la tierra, estudiando la tierra. La tierra es una materia tan misteriosa como la sangre. Se diría que lo sabemos todo de ella, pero siempre hay un enigma que descubrir. No nos hemos dividido entre aquellos que están a favor de vivir aquí y los que no lo están, sino entre científicos y no científicos. Si a usted le sobreviene un ataque de apendicitis y hay que operarla, ¿a quién se dirigirá? A un cirujano, claro está, y no a un entusiasta líder social. Seguirá los consejos de un especialista. Yo no soy político. Pero pienso. ¿Qué es lo que tiene Bielorrusia, aparte de tierra, agua y bosques? ¿Tiene mucho petróleo? ¿Diamantes? No tiene nada de esto y, por lo mismo, debemos cuidar lo que tenemos. Restablecerlo. Sí, claro está, nos compadecen, mucha gente en el mundo desea ayudarnos, pero no vamos a vivir toda la vida de las limosnas de Occidente. A cuenta del bolsillo ajeno. Todo el que ha querido se ha marchado, se han quedado tan solo aquellos que quieren vivir y no morir después de Chernóbil. Esta es su patria.

—¿Qué es lo que propone? ¿Cómo puede el hombre vivir aquí?

—El hombre se cura. También la tierra se cura. Hay que trabajar. Pensar. Superar los obstáculos aunque sea poco a poco. Ir hacia delante. En cambio, nosotros… ¿Qué ocurre? Dada nuestra monstruosa pereza eslava, estamos dispuestos a creer antes en un milagro que en que somos capaces de crear algo con nuestras propias manos. Observe la naturaleza. Hay que aprender de ella. La naturaleza trabaja, se autodepura, nos ayuda. Se comporta con más sensatez que el hombre. La naturaleza aspira a recuperar el equilibrio primitivo. Aspira a la eternidad.

Me llaman para que vaya al Comité Ejecutivo. Es algo inusual. Compréndanos, Slava Konstantínovna, no sabemos a quién creer. Decenas de científicos nos dicen una cosa y usted otra. ¿Ha oído usted algo de la conocida maga Paraska? Hemos decidido invitarla a usted porque ella nos ha prometido rebajar las radiaciones gamma durante este verano.

Usted se ríe. No obstante, ha hablado conmigo gente muy seria y esta Paraska ya ha firmado varios contratos con algunas empresas. Se le ha pagado una importante suma de dinero.

Esta afición… Esta ofuscación ya la habíamos vivido. Esta histeria generalizada. ¿Se acuerda? Miles de personas…, millones veían la televisión y unos brujos que se atribuían a sí mismos unos poderes ultrasensoriales —Chumak y luego Kashpirovski— «cargaban» el agua. Mis colegas, todos con títulos científicos, llenaban botes de tres litros con agua y los colocaban delante de la pantalla del televisor. Bebían este agua, se lavaban con ella, porque creían que curaba. Estos brujos actuaban en estadios donde se reunían tal cantidad de personas que ni Alla Pugachova podía haber soñado con algo parecido. La gente iba allí a pie, en coche y a rastras. ¡Con una fe increíble! ¡Nos curaremos de todas nuestras enfermedades gracias a la varita mágica! ¿Y qué? Era lo más parecido a un nuevo proyecto bolchevique. El público lleno de entusiasmo. Las cabezas llenas de una nueva utopía. «Bueno —pensé—, ahora serán los brujos los que nos salvarán de Chernóbil».

Y me hace la pregunta:

—¿Cuál es su opinión? Es verdad que todos somos incrédulos, pero ya ve lo que dicen. Y lo que escriben los periódicos. ¿Y si le organizamos un encuentro con Paraska?

Me encontré con ella. De dónde había salido, no lo sé. Seguramente de Ucrania. Pero llevaba ya dos años viajando por todas partes, bajando y bajando el nivel de radiación.

—¿Qué se propone hacer? —le pregunté.

—Es que tengo unas fuerzas interiores. Y noto que puedo rebajar el nivel de radiación.

—¿Y qué necesita para esto?

—Necesito un helicóptero.

Y allí es cuando me puse furiosa. Tanto contra Paraska como contra nuestros burócratas que, con la boca abierta, se creían las mentiras de esta mujer.

—El helicóptero puede esperar —le dije—. Ahora traeremos un poco de tierra contaminada y la echaremos en el suelo. Aunque sea medio metro, y a ver… Y a ver si le baja usted la radiación.

Y así hicimos. Trajimos tierra… y ella, al principio, primero susurraba, escupía, expulsaba con las manos no sé qué espíritus. ¿Y qué pasó? Pues nada. Ningún resultado. Ahora Paraska está encerrada en alguna cárcel de Ucrania, por estafa.

Otra bruja nos prometió acelerar la desintegración del estroncio y el cesio en 100 hectáreas. ¿De dónde salían estos personajes? Creo que los engendraba nuestro deseo de un milagro. Nuestra esperanza. Sus fotografías, sus entrevistas. Porque alguien les destinaba columnas enteras en los periódicos, les cedía las horas de máxima audiencia en la televisión. Si la fe en la razón abandona al hombre, en su alma se instala el miedo, como ocurre con los salvajes. Y aparecen los monstruos. Respecto a esto, mis oponentes callan… Callan.

Solo recuerdo a un alto dirigente que me llamó para rogarme: «¿Qué le parece si vengo a verla al instituto y usted me explica qué es eso de un curio? ¿Qué es un microrroentgen? ¿Cómo este microrroentgen se convierte en un impulso? Porque cuando viajo por los pueblos, me preguntan y paso por idiota. Como un escolar». Solo hubo uno así: Alexéi Alexéyevich Shajnov. Apunte este nombre. En cambio, la mayoría de los dirigentes no quería saber nada, nada de física ni de matemáticas. Todos ellos habían acabado la escuela superior del Partido, pero allí solo les enseñaban una asignatura: el marxismo. Cómo animar e inspirar a las masas. El pensamiento de los comisarios. Pensamiento que no había cambiado desde los tiempos de la caballería roja. Me acuerdo de la frase de Budioni, el militar preferido de Stalin: «A mí me da igual a quién matar. A mí lo que me gusta es arrear sablazos».

En cuanto a las recomendaciones. ¿Cómo hemos de vivir en esta tierra? Me temo que se aburrirá usted con mis palabras, como todos. No hay nada sensacional en ellas. Ningún fuego de artificio. Cuántas veces habré intervenido delante de los periodistas. Les contaba una cosa y al día siguiente leía otra completamente distinta. El lector, según ellos, debía morirse de miedo. Alguno veía en la zona plantaciones de amapolas y campamentos de drogadictos. Y otros, un gato con tres colas. Una señal en el cielo el día del accidente.

Estos son los programas que ha elaborado nuestro instituto de investigación. Se han impreso recomendaciones para los koljoses y para la población. Puedo darle un ejemplar. Haga usted propaganda.

Recomendaciones para los koljoses… [Lee].

¿Qué proponemos? Aprender a dirigir la radiación, como si fuera electricidad, encaminándola a través de cadenas que salvaguarden al hombre. Para eso es necesario reconvertir nuestro tipo de gestión… Correcciones. En lugar de leche y carne, organizar la producción de cultivos técnicos que no lleguen a los alimentos. Por ejemplo, colza. De la colza se puede sacar aceite, incluido el apto para motores. Puede emplearse como combustible en los motores. Se pueden cultivar semillas y esquejes. Las semillas se someten especialmente a radiación en condiciones de laboratorio para que así conserven la pureza de la especie. Para las semillas, la radiación es inocua. Esta es una vía. Hay una segunda. Si, de todos modos, producimos carne. Nosotros no tenemos manera que limpiar el grano ya listo para el consumo; entonces encontramos una salida: se lo damos al ganado, lo hacemos pasar a través de los animales. Lo que se llama «zoodesactivación». Antes de ser sacrificados, a los terneros de dos o tres meses los estabulamos, les aportamos piensos «limpios». Y los animales se descontaminan.

Creo que con esto basta. ¿No querrá que le dé una conferencia? Hablamos de ideas científicas. Yo hasta lo llamaría filosofía de la supervivencia.

Recomendaciones para los particulares… Voy a ver en las aldeas a las abuelas y los abuelos. Y les leo. Y ellos me responden con el pataleo. Se niegan a escucharme, quieren seguir viviendo como vivían sus abuelos y bisabuelos. Sus antepasados. Quieren beber leche…, cuando la leche no se puede beber. Cómprate una máquina y saca de ella queso fresco o haz mantequilla. Y hay que tirar el suero, hay que echarlo al suelo. Quieren secar setas. Entonces ponlas a remojo, échalas en un barreño lleno de agua toda la noche y luego ya ponlas a secar. Aunque lo mejor sería no comerlas. Toda Francia está repleta de champiñones, y no es en la calle donde los cultivan. Sino en invernaderos. ¿Dónde están nuestros invernaderos? Las casas en Bielorrusia son de madera; los bielorrusos viven desde hace siglos rodeados de bosques. Pues bien, ahora las casas es mejor recubrirlas de ladrillo. Los ladrillos son un buen reflectante, es decir dispersan las radiaciones ionizadas (veinte veces más que la madera). Es necesario enyesar la parcela del huerto cada cinco años. El estroncio y el cesio son muy traidores. Esperan su momento. No está bien abonar con el estiércol de tu propia vaquita, es mejor comprar abonos minerales.

—Pero para llevar a cabo sus planes necesitaríamos otro país, otro hombre y otro funcionario. A nuestros mayores sus pensiones apenas les permiten llegar a comprar pan y azúcar y usted les recomienda que compren abonos minerales. Que se compren nueva maquinaria.

—Puedo decirle lo siguiente. Ahora estoy defendiendo la ciencia. Le estoy demostrando que el responsable de lo sucedido en Chernóbil no es la ciencia, sino el hombre. No es el reactor, sino el hombre. En cambio, en cuanto a las cuestiones políticas, no es a mí a quien hay que plantearlas. En eso se equivoca usted de puerta.

Mire. ¡Vaya! Se me había olvidado por completo. Hasta me lo había apuntado en un papel para no olvidarlo. Quisiera contarle algo. Cómo vino a vernos un joven científico de Moscú. Su mayor ilusión había sido participar en el proyecto de Chernóbil. Aura Zhuchenko se llamaba. Se trajo consigo a su mujer embarazada…, en el quinto mes de gestación. Nadie salía de su asombro. ¿Cómo es posible? ¿Para qué hace una cosa así? Mientras los del lugar se largan de aquí, los de afuera vienen. ¿Por qué? Pues porque era un auténtico científico y quería demostrar que en este lugar una persona formada podía vivir. Una persona formada y disciplinada, justamente las dos cualidades que menos se valoran entre nosotros. A nosotros no nos cuesta nada lanzarnos a pecho descubierto contra un nido de ametralladoras. Lanzarnos con una antorcha. En cambio… Aquí lo que se nos dice es que pongamos a remojo las setas, que tiremos la primera agua cuando las patatas echen a hervir…, que tomemos regularmente vitaminas…, que llevemos a analizar al laboratorio las bayas…, que enterremos las cenizas… He estado en Alemania y he visto cómo todos los alemanes separan cuidadosamente en la calle las basuras: en este contenedor se echa el vidrio transparente de las botellas; aquí, el rojo. Las tapas de las cajas de leche, a un lado, donde va el plástico, y el propio paquete de cartón, donde se tira el papel. Las pilas de la máquina de fotos, a otro contenedor diferente. Los restos orgánicos, a otro. El hombre se esfuerza.

No me imagino a nuestro hombre haciendo lo mismo: que si vidrio transparente, que si vidrio de color; valiente estupidez, esto es el colmo del aburrimiento y de la humillación. La madre que os… A nuestro hombre lo que le encantaría es cambiar el rumbo de los ríos siberianos o algo parecido. «Un poderoso movimiento de brazo, un manotazo colosal». Pero, cuando se trata de sobrevivir, de cambiar…

Pero este ya no es mi tema. Sino el de ustedes. Es una cuestión de cultura. De mentalidad. De toda nuestra vida.

Y aquí es donde callan. Callan mis oponentes… [Se queda pensativa].

A veces una tiene ganas de ponerse a soñar. Soñar que en un futuro no lejano cerrarán la central de Chernóbil. La derruirán. Y la plaza que se forme en su lugar la convertirán en un verde prado.

SLAVA KONSTANTÍNOVNA FIRSAKOVA, doctora en Ciencias Agrícolas

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