Viggo

Viggo


Portadilla

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Pasaron por la sala donde el resto de los luchadores que pertenecían al equipo de Zane estaban pasando el rato. El representante miró al chófer y le hizo señas para que despejara la casa de intrusos; no quería generar ningún tipo de habladurías, así que sólo quería por allí a los suyos. Los tres luchadores que también vivían en la mansión habían sido reclutados en diferentes oportunidades por el excombatiente y, al igual que Zane, eran exsoldados de la fuerza de la coalición que prestaron servicio en la guerra de Afganistán; todos acabaron con la baja, pero por diferentes motivos.

Éstos se percataron enseguida de lo que sucedía y lo confirmaron cuando Zane, mientras él y Viggo cruzaban la sala para salir y acceder al gimnasio que estaba al otro lado de la casa, dijo: —Necesitamos un árbitro. ¿Quién se ofrece?

—Guau, tenemos diversión de la buena —consideró Ziu—. Lo siento, cariño, —le dijo a la pelirroja que acababa de tirarse y que en ese momento estaba en su regazo—. Vete con tus amigas; Geovanni os llevará.

—Pero... si acabamos de llegar.

—Geo. —Nix apremió al chófer para que se encargara de las visitas.

Ellos eran como una gran familia y, aunque a menudo permitían a las groupies de las artes marciales mixtas (las MMA) acceder a ellos, cuando había algún problema, las cosas se solucionaban en privado.

—Vamos, señoritas, la fiesta ha terminado por hoy, vayamos saliendo.

Todos los luchadores habían sustituido sus nombres verdaderos por otros que los representaban en el combate, lo que comúnmente se denomina en la jerga nombres de guerra; cada uno había optado, a la hora de subirse al octógono, por seudónimos que representaban a dioses y divinidades vikingos.

—Yo me encargo de las apuestas —intervino Ziu.

—Volveré a ganar, así que, si no queréis perder vuestro dinero, apostad por mí —les aconsejó Viggo, sonando muy confiado.

—Seré el árbitro y apostaré por Zane. Apestas a whisky, Viggo; creo que hoy no tienes posibilidad de tumbarlo, has elegido un mal día para darle la revancha al Hitman 1 —soltó Igor.

—Vete a la mierda —vociferó Viggo a éste, y le dio un tosco empujón cuando pasó por su lado.

—Bien... yo también tomaré partido por Zane. Lo siento, pero creo que no tienes ninguna oportunidad, Viggo; Igor tiene razón, eres una cubeta de whisky andante —se mofó Nix.

—Si gano, vosotros seréis los siguientes, idiotas. Os usaré de sparrings el resto de la semana y no sólo perderéis vuestra dinero, juro que os haré pedazos.

¿Aceptáis? En caso contrario, no entraréis en el gimnasio.

Si de medirse se trataba, los cinco actuaban como jóvenes de secundaria, pues siempre estaban listos para competir y ninguno reculaba ante un desafío. Por otra parte, que al mánager le faltase una pierna no significaba impedimento alguno para ser considerado un digno rival como cualquier otro, ya que, a pesar de esa carencia, Zane desarrollaba su vida de manera muy normal, incluso practicaba todo tipo de deportes.

Entraron en el gimnasio y, mientras los contendientes se preparaban para el combate cuerpo a cuerpo, los demás se encargaron de acondicionar la jaula que usaban a diario para entrenar.

Zane se quitó los pantalones y luego fue al vestuario para ponerse unos cortos, y Viggo hizo lo propio, pues allí siempre había ropa de deporte extra.

Zane finalmente se quitó su impresionante prótesis de titanio fabricada con impresión 3D, lo que lo dejó en una desventaja aparente que, para quien no lo conociera, estaba más que a la vista.

—Bien —dijo Viggo—, ¿quieres el protector? Te dejo decidir también el estilo: ¿grecorromano o libre?

—Ponte el protector en la cabeza, pero no por mí, sino por ti; no quiero que llegues lastimado a tu próximo combate... Las apuestas están fuertes y no deseo perder pasta porque te haya dado una paliza.

Viggo se rio jactancioso y negó con la cabeza, pero no replicó nada, sencillamente acomodó el nudo en su pelo para dejarlo mejor sujeto.

—Como si eso fuera posible, cabrón. Sin embargo... te daré el gusto, pero sabes demasiado bien que no lo necesito.

—En nuestra jerga no existen técnicas ilegales, eso está de más aclarar.

Haremos lucha libre.

—Será como tú prefieras, aunque sabes perfectamente que me las puedo arreglar para que no me toques ni un pelo con tus puños.

—Deja de presumir, que mis manos no están atadas; además, te recuerdo que muchas de las técnicas que sabes las has aprendido de mí.

La lucha estilo libre, o lucha olímpica, consiste en derrotar al oponente mediante el uso de llaves, derribos, barridos a las piernas y técnicas de sujeción.

El ganador es el primero que logra que el contendiente toque con los dos hombros la lona el tiempo suficiente para que el árbitro pueda advertirlo.

—¿Estás listo? —preguntó Zane cuando entraron en el octógono después de que les aplicaran los vendajes en las manos.

—Siempre lo estoy...

Cuando ambos luchadores estuvieron dispuestos, Nix tocó la campana y el combate comenzó.

Derribar a Zane podía parecer la parte más fácil, pero, cuando luchas en función de tus limitaciones, esas limitaciones pueden ser en realidad una gran dificultad para tu adversario.

Cómo las reglas las estipulaban ellos, pactaron de antemano que sería un solo round, sin descanso, hasta que alguno de los dos tuviera lo que se denomina muerte súbita.

Viggo fue derribado en primera instancia por Zane, ya que éste, hábilmente, utilizó su cuerpo para apoyarse en él y, por ende, empleando toda la fuerza de su torso mediante un suplex vertical, 2 hizo un puente para lanzarlo a la lona. Ziu, Nix e Igor festejaron la pronta maniobra que puso en aprietos al luchador estrella del equipo; sin embargo, nuestro guerrero Viggo era muy hábil, razón por la cual cayó de forma tal que sus brazos evitaron que sus hombros chocaran contra la colchoneta. Zane, rápidamente, se giró, aplicándole una llave que de ninguna manera tomó a Viggo por sorpresa, pues sabía que su amigo era un gran oponente y un acérrimo sobreviviente, y por supuesto estaba acostumbrado a todas sus argucias.

Así que, de ese modo, el entrenador lo sujetó por detrás, haciendo que Viggo mordiera un poco de polvo en la jaula. Manteniendo la posición, le sostuvo el cuerpo con ambas piernas.

—¿Qué pasa? ¿Tan pronto te dejarás vencer por tu maestro? Creo que estás perdiendo tu toque, Viggo; tu estupidez y tu lloriqueo te están volviendo débil, ¿o tal vez sólo se trata de que te estés haciendo mayor?

Viggo realizó un sonido gutural y todas las venas de su cuerpo parecieron hincharse, al igual que sus músculos parecieron abultarse más de la cuenta.

—Sólo estoy dándote ventaja para que creas que soy un rival fácil, pero tú sabes que no es así y que puedo acabar contigo en el momento en el que yo lo decida.

Viggo, en ese instante, demostró que no sólo era un rival traicionero, sino que además estaba acostumbrado a no respetar ninguna regla, así que le aplicó un codazo en el vientre a su contendiente, una maniobra que no era legal en la lucha profesional, por supuesto, pero sí en el circuito clandestino, en el underground, en el que ellos acostumbraban a transitar. Inmediatamente, Zane, que también parecía haber olvidado la parte del contacto directo, comenzó a estrangular a su oponente, para luego procurar quitarle el aire golpeándole una y otra vez las costillas.

Los otros luchadores que obraban de espectadores se dieron cuenta de inmediato de que todo se estaba saliendo de control, pero, ante la fuerza de esos dos titanes sobre el octógono, ninguno se atrevió a meterse. Los dejaron continuar para que se quitaran las ganas; al fin y al cabo, de eso se trataba, de que sacaran la mala energía haciendo lo que mejor sabían hacer, luchar para conseguirlo.

La fuerza y las agallas de ambos eran descomunales. Por fortuna, los dos llevaban puestos los protectores en las cabezas, porque, si no, estarían claramente mucho más magullados ante los golpes que uno y otro se propinaban, aunque Zane tenía un corte en el labio del que manaba sangre.

—Pero ¿qué mierda están haciendo?

La voz de Ariana puso fin a la brutal contienda, ya que Zane, al oír a su esposa, se distrajo y Viggo aprovechó para que los hombros de éste tocaran el suelo.

Con el aspecto de una homicida, la recién llegada los fulminó con la mirada.

—Noooo, Ariana, nooooooooo... Dioooos, ¡maldición!... —se quejó Ziu—.

Me has hecho perder diez de los grandes. Joder, chica, nos has arruinado la diversión.

—No utilices las palabras «Dios» y «maldición» en la misma oración, Ziu, es una falta de respeto —lo reprendió la mujer que acababa de entrar, poniendo los ojos en blanco.

—Al diablo, ¡eran diez de los grandes, como para no blasfemar! —volvió a lamentarse éste.

Viggo continuaba a horcajadas sobre Zane y se mofó de él; señalando a los ojos, le dijo: —Concentración, maestro; perder por eso es un error imperdonable. Cuando subes al ring, bloqueas todo lo que ocurre a tu alrededor... Ésa fue tu primera lección cuando me subí a un octógono y ahora tú la has olvidado.

Zane se movió rápidamente, cogiendo por sorpresa a Viggo, y, colocándose a horcajadas sobre su torso, le contestó: —Si deseas ser un luchador de MMA exitoso, entierra la parte de ti que no deseas que se sepa, porque, cuando permitas a tus demonios subir contigo al ring , ten por seguro que tu oponente lo sabrá, y lo empleará en tu contra. Si no estás dispuesto a eso, simplemente retírate, porque por mi parte te aseguro que no volverás a subirte a un octógono si sé que no estás en condiciones de hacerlo.

Apestas a tabaco y alcohol. Tú eres tu principal enemigo, debes reaccionar.

Zane rodó por encima del cuerpo de su amigo, y Viggo, al ser liberado por éste, se puso en pie. Aún seguía cabreado con la vida; no obstante, le tendió una mano para ayudarlo a levantar, pero su representante no aceptó la asistencia, así que gateó y, ayudándose del cerco de alambre, se puso en pie. Igor había recogido su pierna y, sin demora, entró en el octógono y se la entregó.

—Parecen dos adolescentes, arreglando las cosas a golpes.

¿Alguien va a explicarme lo que está sucediendo? Mira tu ojo, Viggo, y tú, Zane, mira tu labio.

Ariana aún permanecía con los brazos en jarra, contemplándolos incrédula, al tiempo que intentaba entender qué narices sucedía entre su esposo y su mejor amigo.

Viggo pasó por su lado quitándose el protector de la cabeza.

—Ya sabes, chica lista, la mierda está ahí y no siempre se puede controlar.

Zane bajó de la jaula con el labio sangrando.

—Ahora no, Ariana —la advirtió cuando ésta quiso añadir algo más.

—Perfecto. Si alguno tiene hambre, he preparado algo para comer.

Capítulo cuatro

Estaban sentados en torno a la mesa, comiendo lo que parecía ser un risotto, Igor, Ziu, Nix, Zane, Ariana y los dos preparadores físicos que formaban parte del equipo —Tao, que era de origen chino, y Kanu, que había nacido en Hawái, ambos expertos en variadas disciplinas de lucha libre y artes marciales.

Todos vivían en esa enorme y lujosa mansión, al estilo de las villas italianas, ubicada en el pueblo de Atherton, en el corazón de Silicon Valley; sitio donde, al parecer, los ultrarricos habían decidido establecerse desde hacía ya algún tiempo.

Sin duda, el estado dorado, como se llama al estado de California en Estados Unidos, es el elegido para que los millonarios establezcan sus vidas, así que ése era el lugar ideal para instaurar sus peleas de underground, ya que sus exclusivos habitantes continuamente buscaban diversiones excéntricas en las que ocupar su tiempo.

—¿Cuándo vuelve Agatha? —preguntó Igor, rompiendo el silencio reinante.

—Hago lo que puedo con la comida —acotó la mujer de Zane, consciente de que era la peor cocinera de la historia.

—Lo sé, Ariana, pero esto sabe terrible; creo que ni un perro se lo comería — comentó, mostrando el pegote que era el arroz.

—Me dijisteis que estabais hartos de las ensaladas; fuisteis vosotros los que quisisteis arriesgaros a que preparara una comida más elaborada, así que ahora no os quejéis; soy fisioterapeuta, no cocinera.

—Somos luchadores... —intervino Ziu—, necesitamos alimentarnos y con tus ensaladas nos morimos de hambre.

—Nuestra dieta juega un rol importantísimo debido al alto gasto calórico que realizamos en las sesiones de entrenamiento y lucha. Hay que solucionar esto — insistió Nix—. Sabemos que Ariana hace lo que puede, pero estamos perdiendo mucho peso.

—Lo sé. Mañana contrataré a una cocinera para que cubra el puesto hasta que Agatha esté repuesta —les aseguró Zane—. No creí que su enfermedad se alargara tanto.

—Esta tarde me he encargado de preparar batidos —recordó Igor—, todos debemos colaborar.

—Gracias por comprender la situación de Agatha y por cooperar en lo que podáis; os doy mi palabra de que mañana lo solucionaré. Contrataré a una cocinera para que nos mantenga bien alimentados a todos.

—Dejad de quejaros —declaró Viggo entrando con una gran fuente repleta de pasta, que dejó sobre la mesa—. Ahí tenéis hidratos de carbono, comed. Yo también quiero colaborar hasta que regrese Agatha. Ariana no puede con todo: es la encargada de organizarnos la agenda e incluso a veces ejerce de nuestra publicista, además de ser, por supuesto, quien se ocupa de tratar nuestras lesiones deportivas... y, como si eso no fuera suficiente, hace dos semanas que cocina para nosotros.

—Vaya, esto sí que es sorprendente. El gran Viggo teniendo consideraciones conmigo.

—Ariana —ladeó la cabeza y se quedó mirándola—, sé que no soy expresivo, que tengo un carácter difícil...

—¿Sólo difícil? —lo interrumpió.

—Bien, tengo un carácter terrible, lo asumo, pero sabes que te aprecio y te respeto; lamento lo que le hice al rostro de tu hombre.

—Eres el ogro del bosque, Viggo, pero a pesar de todo te quiero —respondió ella. Se hubiese levantado a abrazarlo, pero sabía que él no era adepto a las demostraciones de cariño. Esa barrera, Viggo, por alguna extraña razón, sólo la rompía con Agatha, la cocinera, y muy de vez en cuando con ella.

—Fabuloso. Estoy aquí sentado oyendo declaraciones mutuas de amor de mi mujer para con el ermitaño. Esto es increíble.

—Lo increíble es que, al parecer, Viggo no se ha mirado al espejo, porque su ojo tiene una buena marca de tu puño, cariño. No te pongas celoso, tú lo eres todo para mí, sólo que me molesta que siempre arregléis las cosas de esa manera.

—Somos luchadores de la vida, nena; para nosotros no hay otra forma de combatir nuestros demonios si no es dentro de la jaula.

Viggo se unió a la mesa en un intento por demostrar que no era el ermitaño que todos creían y comió en silencio; por supuesto era raro verlo en esa parte de la casa, ya que solía aislarse, pero esa noche necesitaba distracción para no seguir pensando.

Así que, cuando comenzó a hablar, fue más extraño aún.

—He estado viendo algunos vídeos de Ukrainian Phantom —manifestó Viggo, refiriéndose al luchador al que Ziu debía enfrentarse en su próximo combate—. Su debilidad está en las piernas, así que creo que debes atacarlo ahí si quieres tener alguna posibilidad. Debes entrar y salir rápido de su periferia para no quedar a su merced. Creo que deberás trabajar mucho en tu velocidad y en alguna combinación de patadas y puños.

—Voy a ganarle, no te preocupes.

—Me preocupo, por supuesto; todos deberíamos preocuparnos. El hijo de puta ha ingresado recientemente en nuestro circuito y está consiguiendo posicionarse muy bien en las apuestas, pero sabemos que no es bueno estar rodeado por esa gente. Ellos no sólo se ocupan del negocio de las peleas ilegales, la bratva es sinónimo de drogas, armas, trata de personas, tráfico de órganos...

hay que apartarlo de nosotros.

—Viggo tiene razón —intervino Zane—. El cabrón no sólo es un luchador del underground, sino que es sabido que participaba en el circuito de peleas en Boston, donde es de público conocimiento que los combates son a muerte. Es el luchador consentido de la bratva, pero debemos encontrar el modo de que entienda que este underground es nuestro santo grial y que no hay sitio para su organización en él.

»El bastardo está dejando fuera de combate a muchos contrincantes. Si bien aquí sólo puede valerse de su cuerpo, pues no está permitido que use ninguna arma, todos sabemos que es un asesino y que ahora se deleita rompiendo extremidades.

»Ziu —el nombre vibró en su voz con tono enérgico—, creo que Viggo tiene razón: necesitas una estrategia para esta pelea. Ya sabes, si limpias tu jardín de maleza, sólo te quedarás con la tierra, y eso es lo que ellos quieren hacer, limpiarnos a todos y ganar poder en el estado donde la facción opera; quieren manejar este circuito también.

—Aún falta... y ganaré como siempre, no se preocupéis; al ucraniano se le acabará la buena racha conmigo.

En ese momento entró el chófer, que acababa de regresar.

Capítulo cinco

No había conseguido dormirse, a pesar de lo tarde que era, después de que el guardia la trajera de regreso del consultorio de Alexandr.

Cuando llegó por la noche, se sentía devastada, pero era sumamente consciente de que nada podía hacer para cambiar el rumbo de su destino.

Tras oír el gozne de la puerta y el ruido característico del pestillo de la cerradura que le indicaba que su celda estaba cerrada a cal y canto, ansió en vano tener una ducha para meterse bajo el agua y así poder borrar todas las huellas que los dedos del doctor Pávlov habían dejado sobre su piel; debería conformarse con coger una toalla del precario baño donde sólo había un retrete y un diminuto lavamanos, humedecerla y enjabonarse en éste; inmediatamente, se desnudó y se frotó con ira el cuerpo hasta que su piel casi sangró.

En aquel momento sus pulmones lucharon por obtener más aire mientras intentaba quitarse la sensación espantosa que le había dejado el manoseo del médico. Se sintió impotente y asqueada.

No obstante, por simple supervivencia sabía que debía permitir que las cosas sucedieran, porque ella no veía ninguna forma de evitar lo que en esa prisión hacían con todas ellas.

«Tal vez debería ser menos cobarde y acabar finalmente con mi vida; eso resolvería todos mis problemas, ya que jamás me acostumbraré a aceptar lo que pasa aquí dentro.» Se tocó la frente y se masajeó el pecho, sentía un dolor muy agobiante.

El pensamiento invadió su mente y no era la primera vez que comprendía que jamás acabaría de tocar fondo porque siempre existiría una nueva manera para humillarla o someterla; se sentía agotada y sin fuerzas, y no estaba segura de poder soportar pasar por esa situación de nuevo, aunque tampoco estaba segura de cómo conseguir terminar con todo, ya que siempre estaba muy vigilada por los guardias; a pesar de ello, se le ocurrió que podía intentarlo cuando estuviera en la cocina, ya que allí había cuchillos muy afilados que podían servir para tal fin.

Lloró hasta que el cansancio y la angustia tomaron su conciencia en sus manos; desvalida, se hizo un ovillo sobre la cama, encogiéndose lo máximo que pudo, como si de ese modo tratara de desaparecer de la faz de la tierra, y se durmió.

***

Un hilito de sol rabioso derramaba su luz a lo largo de las paredes de cemento, introduciéndose por la alta claraboya, que era la única muestra de que fuera había vida, ya que en la celda todo lucía gris y melancólico.

Adormilada, abrió los ojos tras el calor de una mano sobre su muslo.

—Hola, nena; ya ha amanecido.

Su instinto provocó que quisiera sentarse y cogerse de las piernas como protección, pero sabía muy bien que eso no era lo que se esperara que hiciera.

—Ya sabes cómo es esto —dijo Alexandr Pávlov, que la miraba como si ella fuera la octava maravilla del mundo—. Relájate y abre las piernas para que pueda tomarte la temperatura.

Los ojos de Kaysa lo miraron suplicantes, intentando en vano que éste se detuviera, pues la humillación que sentía devastaba su alma.

—Shh, relájate, pequeña. No te haré daño, eso es lo último que quiero; tú eres como un gran tesoro para mí.

Sasha levantó una mano y pasó los nudillos por su rostro, acariciándola.

Estaba siendo muy amable y le hablaba pausadamente, pero ella sabía muy bien que sólo era un lobo disfrazado de cordero.

—No me he puesto guantes para que nuestro contacto no sea tan frío —le explicó como si eso fuera menos doloroso; por el contrario, era mucho peor sentir que su tacto era más carnal todavía.

—Abre las piernas, Kaysa. Sé que quieres hacerlo, pero estás preocupada por lo que pueda pensar; no tienes que temerme y mucho menos avergonzarte ante mí.

La muchacha sabía muy bien lo que se esperaba de ella, las reglas en el gulag estaban para acatarlas, así que lo hizo vacilante, y Alexandr, entonces, apartó su ropa interior hacia un lado y la observó antes de introducir el termómetro en su vagina; parecía obnubilado mirando esa zona tan íntima de ella, incluso se relamió los labios mientras la observaba, y le dijo: —No te imaginas lo mucho que te deseo. Eres tan bella... me vuelves loco, Kaysa. Voy a convertirte en una reina, te aseguro que a mi lado eso es lo que serás. Voy a hacer que tu vida cambie tanto que no podrás creerlo.

—Yo...

—Shh, no digas nada. Sé que lo deseas tanto como yo, serás la mujer del futuro pakhan.

Después de que el termómetro digital pitara avisando de que ya había capturado la temperatura, el médico lo retiró de su interior y sustituyó éste por sus dedos. Había querido contenerse, pero tenerla así frente a él con las piernas abiertas, y tan expuesta ante su vista, lo hizo flaquear.

Pasó los dedos por su hendidura y ella tembló; afortunadamente, Sasha parecía no darse cuenta de que los temblores que Kaysa experimentaba no eran a causa del deseo, sino porque lo rechazaba de plano. Aquel hombre estaba tan obsesionado con hacerla suya que no advertía la repugnancia que a la chica le provocaba su tacto.

—Mírame, no cierres los ojos —le ordenó con la voz muy oscura y cargada de necesidad.

Kaysa obedeció, ya que no tenía otra opción.

Abrió los ojos lentamente y fijó su vista en esos sombríos espejos azules que contenían las peores intenciones para con ella.

—Muy bien, así es como te quiero, mi buena niña; me encanta que seas disciplinada y que hagas lo que te pido. Quiero que notes lo mucho que te deseo, cariño. Voy a complacerte y, a cambio, sé que tú harás lo mismo.

—¿Por qué yo?

La pregunta salió de su boca sin que Kaysa se diera cuenta; fue como un pensamiento en voz alta, en realidad.

La frase hizo que él retirara los dedos de su interior y la mirara sin entender por qué planteaba esa pregunta; incluso parecía cabreado de que fuera tan reiterativa, pues la noche anterior también había lanzado el mismo cuestionamiento.

Alexandr se abalanzó sobre ella y la cogió con fuerza por el mentón.

—Porque te elegí —le dijo muy cerca de sus labios y de manera enervada. Su aliento moteó su piel, haciéndola sacudirse—. Te lo dije anoche; lo que decidí para ti debería hacerte sentir sumamente halagada, cualquiera en tu lugar lo estaría, no entiendo que no comprendas lo muy afortunada que eres, mi pequeña.

Inclinándose más sobre ella, le mordió los labios y luego los lamió. Kaysa los mantenía cerrados.

—Eres hermosa. Tienes una belleza angelical y eres mía, toda mía. Bésame, dulce Kaysa.

Ella cerró los ojos.

—¡No!, te he dicho que no los cerraras. Quiero que me mires en todo momento.

Las comisuras de sus labios se levantaron en una sonrisa oscura, y luego se volvió a acercar lo suficiente como para que sus labios hicieran contacto con ella nuevamente.

La joven suspiró y se esforzó por controlar su agitada respiración y los temblores que experimentaba en cada célula de su cuerpo. Por supuesto que no quería que sucediera lo que estaba pasando, pero no se le ocurría mejor opción que colaborar; temía por su integridad física, ya que allí todo se arreglaba con castigos muy brutales. Por tanto, comprendió que era mejor no hacer enojar a Sasha; además, sus pensamientos se tornaban confusos por momentos, ya que convino que era necesario ser justa, pues él la estaba tratando bien.

Tomó algo de tiempo para que conectaran de nuevo, pero Sasha finalmente lo hizo. Besó sus labios despacio y luego se abrió paso en ellos, hundiendo la lengua en su boca.

La muchacha lo dejó conducir la situación, y tímidamente intentó imitar el movimiento. Al colisionar sus lenguas, Alexandr dejó escapar un sonido gutural y se frotó contra su muslo, enseñándole lo duro que lo ponía.

—Kaysa... —dijo él, separándose al fin—. Tenemos que esperar, cariño; no será aquí donde te haga mía, ni te imaginas lo que te tengo preparado.

Ella lo miró confundida.

—Créeme cuando te digo que te convertiré en mi reina.

Kaysa asintió, tal vez por el alivio que significaba que él se hubiera detenido.

Luego levantó su mano y le preguntó: —¿Puedo?

—Cariño, soy todo tuyo, por supuesto que puedes; no sabes lo feliz que me estás haciendo.

Kaysa acercó su mano temblorosa y acarició su cuadrada mandíbula. Aunque no podía desearlo, debía reconocer que él olía bien. Quería encontrar algo bueno en ese hombre, algo que la tranquilizara, ya que no tenía escapatoria.

—Vístete. —Su voz sonó firme—. En algunos minutos un guardia vendrá a por ti.

Sasha parecía cambiar abruptamente de humor. De pronto estaba frío y distante, demostrándole que tenía todo el poder y toda la autoridad para lo que decidiera, y de repente era sólo dulzura y promesas.

Frente al cambio súbito de humor que acababa de experimentar, la chica retiró su mano, como si caminara sobre arenas movedizas.

—¿Para qué? —preguntó tímidamente.

—No te he autorizado a preguntar; deberemos trabajar tus cuestionamientos.

Tú sólo haz lo que te ordeno.

Finalmente se marchó de allí, dejándola sola y confusa.

Tras varios minutos, que le parecieron eternos, las sirenas anunciaron que era la hora del desayuno y que muy pronto las celdas serían abiertas para que las internas fueran al comedor.

Eso la puso frenética y sólo hizo que comprobara lo que ya presentía desde hacía un largo rato, pues se había dado cuenta de que era tarde y de que no la habían ido a buscar para que fuera a la cocina como cada mañana.

No es que la joven tuviera a su disposición un reloj para mirar la hora, eso no estaba permitido, como así tampoco nada que le indicara qué día y qué mes de qué año era, por lo que tenía que valerse de lo que estaba a mano para tener una simple noción del tiempo, que por supuesto no siempre aseguraba que fuera el correcto, así que ella, al igual que sus compañeras, se guiaban por cómo el reflejo del sol entraba por las ventanas y eso lo asociaba a las actividades del recinto.

Estaba asustada. Alexandr Pávlov le había dicho que la vendrían a buscar y ella asumió que era para cumplir con sus tareas habituales, pero nada estaba transcurriendo igual que siempre.

Mientras esperaba, se hizo la cama, se aseó y peinó, se lavó los dientes y, de forma obsesiva, se cepilló la lengua.

La incertidumbre la estaba inquietando.

Por suerte no pasó mucho tiempo más hasta que comenzó a percibirse el chasquido de las puertas de las celdas cuando los guardias pasaron, abriéndolas; sin embargo, los minutos transcurrieron en vano y la suya jamás se abrió.

El silencio se extendió de pronto en el ambiente y fue un infierno en sí mismo, que la llevó a moverse para alcanzar la puerta y golpearla con los puños cerrados, tan fuerte como sus fuerzas se lo permitieron. Kaysa la aporreó con dureza una y otra vez, hasta que las manos comenzaron a dolerle.

—Estoy aquí, abran la maldita puerta —gritó hasta lastimarse la garganta—.

Tengo que ir a la cocina. Se han olvidado de mííí, abraaaan.

Chilló y chilló repetidas veces de forma inútil, hasta que se dio cuenta de que nadie le contestaría. Finalmente se sentó en la cama y se hizo un ovillo, sosteniéndose las piernas con las manos y apoyando el mentón en éstas. Ansió poder ver a Nataliya, anheló que su única amiga allí dentro estuviera cerca de ella para tranquilizarla. Ellas, a menudo, buscaban apoyo la una en la otra, y ésa era la manera que hallaron para sobrevivir al encierro al que eran sometidas; tanto ella como Nataliya podían encontrar en el rostro de la otra las emociones por las que pasaban y eso sucedía con sólo una mirada.

De pronto se oyó el ruido de la cerradura y Kaysa se puso en alerta, esperando que le dijeran que se dirigiera a la cocina. Aún guardaba un mínimo de esperanza, pero eso no sucedió. Por el contrario, Mijaíl, el mismo guardia que había venido a por ella durante la cena la noche anterior, apareció tras la puerta tan pronto como ésta se abrió. Kaysa saltó de la cama al verlo y apoyó su espalda contra la pared en el rincón más lejano, como si eso pudiera detener a aquel hombre; por alguna razón, ese tipo le causaba más temor que el resto de los guardianes.

—Vaya, vaya, sí que eres una zorrita con suerte...

El guardia se rio socarronamente después de soltar esa frase y se acercó más a ella.

Kaysa no creía tener ninguna suerte, más bien opinaba que su mala fortuna empeoraba con cada minuto que pasaba.

—Ponte esto en la cabeza.

—¿Por qué?

Malditas preguntas que salían de su boca sin que se lo propusiera.

—Sólo hazlo; no me des trabajo, no quiero tener que sedarte, ya que tengo órdenes de no ser rudo contigo. —Se rio—. A la zorra hay que tratarla entre algodones —se mofó sacudiendo la cabeza, y demostrando que no estaba muy de acuerdo con lo que le habían ordenado—, así que haz las cosas fáciles para ambos. Coopera y lo pasarás mejor.

Luego sacudió la mano, en la que sostenía una capucha de tela negra.

—Coge esto y tápate la cabeza; vamos, no me hagas perder el tiempo.

Kaysa, temblorosa, tendió una mano; nunca había prestado demasiada atención a ese guardia, pues no se le había permitido levantar la vista en presencia de ninguno, así que, cuando levantó la mirada para enfrentarlo y coger la funda, un escalofrío la recorrió de punta a punta, atravesándola como un rayo y provocando que ésta cerrara los párpados.

«No grites», oyó una voz interior que le susurraba en su cerebro; una voz que la atizaba y la empujaba a calmarse.

Abrió los ojos lentamente, consciente de que no podía permanecer así durante mucho tiempo, e intentó centrarse, pero su vista volvió a fijarse en los tatuajes de la mano del guardia. Inducida por una especie de hechizo al verlos, Kaysa se tambaleó al comprobar que ésa era la mano que a menudo aparecía en sus sueños empuñando un arma, la pesadilla recurrente que tanto la atemorizaba por las noches y que acababa cada vez que el disparo detonaba. Era una pesadilla que no tenía sentido en su confusa mente, pero que la aterraba y la hacía despertar sobresaltada cada vez que invadía su descanso.

Al ver que la joven no reaccionaba, Mijaíl se movió, demostrándole que su paciencia se había acabado, así que, cogiendo el toro por los cuernos, le puso bruscamente la funda sobre la cabeza. La tela era lo suficientemente fina como para que pudiera continuar respirando, pero lo suficientemente gruesa como para apagar su visión. Intentó resistirse cuando éste agarró sus manos tras su cuerpo para maniatarla con una brida.

—Maldición, zorra, no pelees contra mí, que no quiero una reprimenda por tu culpa. Dime si esta mierda te aprieta demasiado.

A pesar de esa petición, el silencio permaneció, pues ella no le contestó; estaba enmudecida y no podía dejar de temblar.

—¿Eres estúpida? Habla y dime si la brida te está lastimando.

—No-no... —Su voz salió entrecortada.

—Bien, camina entonces. Yo te guiaré.

Capítulo seis

Viggo salió muy temprano esa mañana para comenzar con la rutina diaria de entrenamiento a la que su cuerpo era sometido para estar en la forma física en la que estaba.

Había dormido muy mal; durante la noche las pesadillas lo visitaron en varias oportunidades, más que de costumbre, así que su humor era más agrio de lo que ya era a menudo.

Cuando empezó a sentir el agotamiento muscular en sus piernas, aminoró la marcha y destapó una bebida isotónica que llevaba consigo, de la que bebió para rehidratarse; después de acabarla, y sin perder el ritmo que había cogido, corrió de regreso a la mansión. Ese ejercicio bien podría haberlo hecho en la cinta de correr, pero prefería salir y despejar un poco su mente.

El viento golpeaba su rostro mientras lo cortaba con su cuerpo. Entró en la villa y, de inmediato, se dirigió al gimnasio, donde encontró a Tao y Kanu, organizándolo todo para comenzar con la preparación física del equipo; ninguno de sus compañeros merodeaba aún por allí.

—Viggo —dijeron a modo de saludo ambos preparadores cuando entró, y él asintió con la cabeza.

Manteniendo el ritmo, pegó un salto y se acercó a chocar sus puños con éstos.

Seguidamente se dirigió hacia un gran muro de escalada que había hecho construir en el gimnasio para cuando no podía ir a hacerlo sobre roca. Adoraba el desafío y la fuerza que conseguía en sus manos y el equilibrio que le demandaba ese deporte a su cuerpo.

Tao se percató de que subía sin colocar ningún elemento que lo protegiera si se caía, así que se apresuró a poner las colchonetas en el suelo.

Viggo gruñó cuando se percató de la acción del preparador físico y pareció como si la maniobra le diera más ímpetu para escalar; cuando llegó a la cima, se lanzó desde arriba, dejando que su cuerpo se estrellara en caída libre sobre la protección que a duras penas Tao había colocado.

—¿Estás loco? No puedo creer cómo tu locura crece a pasos agigantados cada día —lo reprendió Tao.

—¿Quién cojones te ha pedido que pongas algo bajo mi culo?

—Yo... —La voz de Zane retumbó en el gimnasio y al instante el rumor de las voces de los demás luchadores invadieron el ambiente.

Viggo estaba de pie, con los puños apretados a ambos lados de su poderoso cuerpo, y se veía enorme, con aspecto predador.

—Esperaba que la noche se hubiera llevado un poco de tu mierda, pero veo que sigues tan incoherente como ayer.

»Guarda esa pose de superhéroe esperando al enemigo para cuando subes al ring, a mí no me atemorizas —añadió Zane, pasando directo a la bicicleta estática.

—Por favor, justo me estoy despertando y no quiero oír que seguís discutiendo como si fuerais un maldito matrimonio en guerra —se quejó Nix, subiéndose a una de las cintas; éste llevaba un batido de proteínas en la mano.

Una mujer pequeña pasada de peso y ataviada con un vestido floreado y con un delantal de cocina que cubría mínimamente su pechera entró risueña, caminando lentamente y preguntando a viva voz: —¿Dónde está mi gigante malhumorado?

—Agathaaaa, has regresaaadooo.

Viggo se apresuró a ir a su encuentro y la cogió en brazos como si la mujer fuera una de las chicas delgadas y curvilíneas que subían al ring a presentar la publicidad en cada round.

La besó interminablemente en la mejilla, haciéndola girar mientras él reía a carcajadas ante sus protestas.

—Bájame, me estás mareando; eres un bruto, y estás todo sudoroso, y hecho un asco.

—Te he extrañado, viejita —pronunció la última palabra en español.

—No me comprarás por hablarme en mi idioma.

—¿Cómo estás? —le preguntó finalmente cuando la depositó en el suelo.

—Después de tu sacudida, estoy toda descalabrada otra vez. Mi hernia discal me lleva a maltraer... ya sabes, hay días que no puedo ni sostenerme en pie.

—¿Y por qué has vuelto si todavía no te encuentras bien?

—Porque un pajarito me ha contado que tú anoche ocupaste mi puesto de trabajo, tratando de quedártelo.

—No hay nadie que pueda sustituirte, lo sabes perfectamente.

La mujer mayor, poniéndose de puntillas, cogió el rostro de Viggo y lo observó más de cerca.

—Tu ojo no tiene buen aspecto. Parece que tu último oponente también tenía muy buena pegada.

—Deja de burlarte de mí, que seguramente ya te has enterado.

—Si llego a estar yo aquí, os hubiese dejado un ojo morado a cada uno. —Un silencio se profundizó entre ambos, hasta que Agatha lo rompió—. Déjalos ir, muchacho.

—No puedo... Mi pasado siempre será como mi sombra, persiguiéndome allá a donde vaya.

—Tu respuesta, entonces, contesta tu anterior pregunta. Tú eres la razón por la que he arrastrado mi vieja osamenta hasta aquí. Sé lo que significan estas fechas para ti.

—No tenías que hacerlo, sabes que odio que me tengas lástima.

—Si eso es lo que crees, estás equivocado. He venido para confiscarte el whisky, por si se te ocurre volver a subirte a un ring borracho, y en el caso de que, de todas maneras, lo hagas, no será tu contrincante quien te mate a golpes...

Te juro, Viggo —hizo la seña de juramento besando sus dedos cruzados— que te partiré la cabezota dura que tienes con mi rodillo de amasar en el caso de que se te ocurra hacer una estupidez como la del año pasado.

—¿Te das cuenta de mi mala suerte? Los idiotas de esa noche ni siquiera fueron tan buenos como para aprovechar la ventaja que les estaba dando.

»De todos modos, si lo que pretendes es hacerme sentir culpable diciéndome que has regresado antes de tiempo de tu recuperación por mí, deberías saber que mi cuerpo no alberga ni un recoveco vacío para una nueva culpa.

—Te haces el duro, pero en el fondo sé perfectamente bien que no lo eres, y que... —la regordeta mujer palmeó su pecho—... tienes el alma llena de sentimientos que pretendes ocultar para protegerte a ti mismo de tus demonios.

Pero a mí no me engañas, Daniel... Si fueras como quieres aparentar ser, hace tiempo que hubieras seguido adelante con tu vida.

—Esta conversación no tiene mayor sentido, me voy a continuar con el entrenamiento.

Capítulo siete

El viaje parecía interminable, pero quizá era sólo porque Kaysa no lograba dominar su incertidumbre.

Deseaba llegar de una vez por todas al sitio donde la estaban llevando, para saber qué era lo que el destino le tenía preparado en esa ocasión.

Lidiar con lo desconocido hacía sonar todas sus alarmas internas, haciendo que la intensidad del momento absorbiera toda la energía de su cuerpo, y es que estaba convencida de que nada que viniera de parte de Alexandr Pávlov podía ser bueno para ella.

Después de casi más de una hora, el vehículo en el que era transportada se detuvo. Kaysa permaneció atenta a los ruidos, en silencio, demostrando que era una persona de palabra, ya que se había comprometido a que se mantendría tranquila y callada, con el fin de evitar que le metieran cualquier mierda en las venas para sedarla.

De todas maneras, se sentía como en una nube, pues la adrenalina que circulaba por su cuerpo lo hacía a niveles anormales, provocando que estuviera incluso mareada.

Rápidamente distinguió la voz de Mijaíl, que conversaba con alguien, y por una fracción de segundos le pareció haber vivido esa escena en algún otro momento, ella atada de pies y manos dentro de una furgoneta o camión, siendo trasladada; lo experimentó como un momento ya pasado, pero no le dio mayor importancia, pues decidió que sólo se trataba de un déjà vu.

—¿El jefe ya ha llegado?

—No, todavía no lo ha hecho, pero llamó para indicar que le diésemos toda la privacidad dentro de la casa.

De pronto el vehículo reanudó la marcha, pero lo hizo por un breve espacio de tiempo, pues no tardó en volver a detenerse.

—Hemos llegado —le anunció la voz de Mijaíl, después de que oyera cómo se abría la puerta de la furgoneta en la que había sido transportada hasta allí.

El guardia la ayudó a bajar, y de inmediato tiró de la capucha que le cubría la cabeza; la luz del día dañó sus retinas, cegándola y provocándole dolor.

—Toma, colócate estas gafas oscuras; te ayudarán hasta que te acostumbres a la luz natural.

Incapaz de diluir los pensamientos de las profundidades de su mente, Kaysa no lograba dejar de temblar. Hacía tanto tiempo que no veía el sol que no podía creer la forma en la que las hojas de los árboles brillaban, al igual que todo a su alrededor. Escaneó el entorno rápidamente y se sorprendió de la apariencia de todo cuanto observó.

—No compliques las cosas... Se nos ha indicado que te demos libertad de movimiento, pero hay ciertos perímetros que no puedes traspasar. Para tu información, te diré que la casa está fuertemente vigilada, lo que significa que tienes la protección que se nos ha exigido que te demos, pero el jefe es quien decide lo que puedes y lo que no puedes hacer, así que... aquí también hay reglas, tal como las había en la finca. No las desobedezcas si no quieres tener problemas.

Kaysa asintió con la cabeza.

—Camina, vayamos dentro.

Cuando la joven quiso dar un paso, se sintió mareada; evidentemente el escenario afectaba a su estado, pues hacía demasiado tiempo que no estaba en un espacio abierto y eso provocaba que se sintiera débil.

El guardián la sostuvo de un brazo y comenzaron a caminar.

Kaysa podía sentir su corazón a través de la camiseta y el fino suéter que se le permitió ponerse; el clima estaba fresco, aunque no era un frío extremo que no se pudiera soportar.

—¿Que hacemos aquí?

—Pronto descubrirás por ti misma para qué te han traído aquí. Camina —le ladró éste de malos modos.

Mijaíl la guio, rodeando la furgoneta, para descubrir que se encontraban frente a una mansión de estilo contemporáneo. El ruido del romper de las olas se percibía muy cercano. Continuaron andando. Se fijó en que la edificación estaba hecha de hormigón blanco pulido, acero y cristal y, cuando entraron, Kaysa no pudo creer el lujo de esa propiedad... Las extensas paredes de cristal le permitían sumergirse en las impresionantes vistas que ofrecía el acantilado donde estaba construida la casa, frente al océano, en Sea Cliff, en San Francisco.

—¿Dónde estamos?

—Haces demasiadas preguntas; no estoy autorizado a darte ninguna información.

Cogiéndola casi por sorpresa, el guardia se inclinó y levantó una de sus piernas, enfundadas en su pantalón de lino, y le colocó una tobillera de rastreo; inmediatamente se cercioró de que quedara bien sujeta.

—Ven aquí —ordenó, y la arrastró bruscamente hacia uno de los grandes ventanales—, mira hacia fuera —le espetó de manera intimidante—. Como ya te he dicho, hay guardias apostados en el exterior, vigilándote; si violas el perímetro, es decir, si intentas salir de esta propiedad, esta tobillera enviará una señal por radiofrecuencia... y saldrán a cazarte, y tú no quieres eso, ¿no es cierto? Porque sabes muy bien lo que les pasa a los que no acatan las reglas, y te prometo que, si en ese momento el jefe no está aquí, me encantará darte tu buen merecido.

Kaysa asintió con la cabeza.

—Confírmame que lo has entendido bien; quiero oírtelo decir fuerte y claro.

—Lo he entendido.

—Bien, entonces me voy.

—Espera... ¿qué se supone que debo hacer aquí?

El guardia puso los ojos en blanco y negó con la cabeza.

—Qué mierda sé yo de lo que tienes que hacer, descúbrelo tú misma.

Además, deja de hacerte la tonta, pues, para haber llegado hasta aquí, debes de ser una gran zorra.

Tras decir eso, Mijaíl se marchó, dejándola sola.

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