Viggo

Viggo


Portadilla

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No sabía qué hacer. Primero se sentó en el suelo e inspeccionó el dispositivo que el guardia le acababa de colocar en el tobillo; luego, acercándose a uno de los enormes ventanales que daban al océano, miró hacia el infinito. Suspiró con fuerza, eso era como una gran jaula de cristal; podía ver el exterior, pero no podía disponer a dónde ir, lo que indicaba que continuaba estando prisionera, aunque de una manera elegante.

Se alejó de allí y se tocó la frente. No sabía muy bien cómo actuar, ni siquiera sabía si en la vivienda había más gente aparte de ella y los vigilantes que se veían fuera, custodiando el perímetro de la casa.

Miró a su alrededor y a continuación empezó a recorrer la mansión con pasos vacilantes; no tardó en darse cuenta de que, en varios lugares estratégicos, había instaladas cámaras que seguían sus movimientos.

Recorrió la cocina y se asombró de lo bien equipada que ésta estaba; se imaginó preparando algún plato en ella; para una cocinera, ese sitio era una maravilla y se sintió emocionada. Todos los electrodomésticos, al parecer, eran de última generación y se veían muy lujosos, como toda la casa. Sobre la isla de la cocina había dos platos dispuestos, y dos copas para ser llenadas por un vino que descansaba dentro de un decantador sobre la encimera.

Lo observó todo, pero no tocó nada.

Pasó por el horno y le llamó la atención un papel que estaba adherido a éste; estaba en inglés, idioma que había aprendido en el gulag.

Ésta es tu cocina, prepara algo rico para que podamos compartir; más tarde iré a verte.

La nota estaba escrita de puño y letra, en una caligrafía apurada, desigual y bastante desordenada; no había ninguna firma, pero ella sabía muy bien quién la había dejado ahí.

Un escalofrío invadió su cuerpo, haciendo que tuviera que frotarse los brazos para proveerse de un poco de calor, pero, sin darle mayor importancia, continuó con su escrutinio, pues sabía que necesitaba calmarse. Abrió uno a uno los armarios y descubrió que estaban llenos de suministros, igual que la enorme nevera, que estaba rebosante. Allí había provisiones para sustentar a un batallón.

Dudó, ya que sobre la isla sólo había dos platos para ser llenados con la comida que se suponía que debía preparar; no obstante, calculó que tal vez se esperaba que siguiera cocinando, en ese caso para todos los guardias que estaban custodiando la casa.

Realizó una fuerte respiración y continuó recorriendo la vivienda; nada en aquel lugar desentonaba, todo estaba pensado en función de la edificación y de cada ambiente. Lujo, confort y estilo sobresalían a raudales.

Había varios dormitorios, todos enormes y con vistas al mar, pero sólo en uno encontró un outfit completo sobre la cama, compuesto por un vestido negro de un género que parecía ser adherente, medias negras de seda con una fina costura en la parte posterior, ropa interior de encaje y unos stilettos negros con un tacón de no menos de quince centímetros. Acarició las prendas con la palma de la mano; se notaba a simple vista que la calidad de éstas era ostentosa. En sus fantasías, siempre había soñado vestirse de manera normal, y no con la camiseta holgada de color negro y el pantalón de lino tipo pijama que le hacían usar en el gulag; a menudo, cuando se metían en la despensa con Nataliya, aprovechaban para hablar del mundo exterior, y ella le contaba su corta experiencia en el modelaje; le describía un ambiente de glamour y fantasía con el que ambas soñaban.

Miró a su alrededor, dándose cuenta de que allí tenía todo eso al alcance de su mano, sólo que, para poseerlo, debía aceptar ser la golfa de Alexandr Pávlov.

De todos modos, no tenía otra opción; las cosas eran blancas o negras. Que estuviera ahí no significaba que tuviera elección..., o hacía lo que se esperaba que hiciese, o simplemente se atenía a las consecuencias que su desobediencia le acarrearía.

Él era su dueño, y ella simplemente debía aceptarlo.

***

Se despertó sobresaltada cuando una mano le apartó el pelo del rostro.

—Lo siento, lo siento, no debí quedarme dormida —dijo ella, asustada al ver que él había llegado y Kaysa no había hecho nada de lo que se le había indicado.

—Shh, tranquilízate; estabas cansada, anoche casi ni dormiste.

La chica miró extrañada a Sasha, que estaba sentado junto a ella en la enorme cama, y el desconcierto la invadió; no sabía cómo era posible que él estuviera al tanto de que ella no había tenido un buen descanso.

—Yo lo sé todo de ti, cariño —contestó él, dejándola más desconcertada aún, y hasta dudó acerca de si, en vez de pensarlo, lo había expresado en voz alta.

Miró la ropa que estaba a su lado. La joven se había recostado admirando la textura de las prendas y, sin poder concretar el momento, se había quedado dormida.

—¿Te han gustado?

—Todo es muy bonito.

—Pensaba que te encontraría vestida con esto, para eso lo dejé aquí. Kaysa, debemos ponernos de acuerdo —la sujetó por el mentón—: cuando te solicito algo, simplemente espero que lo hagas.

—Lo lamento, de verdad. —Hizo un gran esfuerzo para articular las palabras, pues Alexandr la asustaba mucho. Intentó ponerse de pie, pero él evitó que lo hiciera.

—Comprendo que todo esto es nuevo para ti, y por tal motivo hoy voy a disculparte, pero que no se vuelva a repetir. Tú estás aquí para complacerme, solamente para eso.

Ella asintió con la cabeza, sin levantar la vista, evitando enfrentarlo.

—Iré a preparar la cena —anunció de forma sumisa.

—No es necesario; sabía que estabas durmiendo, así que he pedido que nos traigan la cena hecha. Ven conmigo, quiero enseñarte algo.

Esperó hasta que ésta se levantara y, cuando Kaysa lo hizo, se acercó, le besó el cuello y soltó su pelo.

—Eres asombrosamente hermosa. Quiero que lleves siempre el pelo suelto cuando estás conmigo.

La cogió de la mano y la guio hasta un amplio vestidor del que colgaban prendas de todos los estilos, ordenadas por colores; también había estanterías atestadas de zapatos de todos los modelos.

La muchacha abrió los ojos como platos.

—¿Te gusta? Todo esto —hizo un movimiento con su mano, abarcando por completo el vestidor— es para ti. Quiero que te vistas para mí, Kaysa. Voy a poner el mundo a tus pies; sólo debes obedecerme y complacerme, y verás lo bien que lo pesaremos juntos. Comprobarás que no te mentí cuando te dije que te trataría como a una reina.

»Sé que estás un poco abrumada, pero te daré tiempo para que asimiles todo esto. Voy a hacerte mía en todos los sentidos.

«Sé que tarde o temprano tendré que ceder, porque no hay otra opción, porque él sólo tomará lo que ya está decretando que es suyo, o sea, yo, pero siento que no estoy preparada. Sus mensajes son contradictorios: me dice que me tratará como a una reina, que pondrá el mundo a mis pies, pero también sé que eso sólo será bajo sus condiciones.» —¿Qué piensas?

—Nada, sólo que no puedo creer todo lo que me estás diciendo; es decir, estaba acostumbrada a los horarios y a las normas del recinto, y ahora no sé cómo actuar..., no sé qué puedo decir o qué no; no quiero molestarte, ni ofenderte, simplemente no sé cómo lidiar con esto. No sé qué está bien que haga y qué no. Entiendo lo que esperas de mí, y...

—Sólo quiero enseñártelo todo... Quiero que todas las sensaciones que tu cuerpo experimente de ahora en adelante sean generadas por mí, quiero que cada sensación la aprendas a sentir porque yo te la enseñe.

—Gracias.

Su teléfono sonó y Alexandr se alejó a regañadientes. Miró el visor de su móvil y frunció el ceño, poniendo en evidencia que no le gustaba el nombre que acababa de leer en la pantalla.

—Ve a darte una ducha, puedes disponer de todo lo que está en esta habitación; tengo que atender esta llamada. Luego vístete con la ropa que elegí para ti y baja. Si no quieres molestarme, lo que tienes que hacer es complacerme, ésas son las reglas; no violes el perímetro que tu pulsera te permite usar, que es toda la casa, y luego sólo hazme feliz complaciéndome en todo lo que yo te pida que hagas.

Kaysa asintió con la cabeza y él salió de la habitación, dejándola sola.

Finalmente, después de atender esa comunicación, Alexandr Pávlov tuvo que irse. Ni siquiera se despidió de Kaysa; ella simplemente vio desde el piso superior que se marchaba; a través de las paredes de cristal, lo vio caminar apresuradamente y subirse a un SUV negro con cristales tintados.

Se sentía extraña vestida de esa forma, por supuesto que no estaba acostumbrada. El reflejo que el espejo le proyectaba no se parecía a ella; incluso, cuando se subió a los tacones, pensó que no podría dar ni un solo paso, pero increíblemente, cuando lo hizo, notó que no eran tan difíciles de usar como había imaginado que sería.

La ropa le quedaba perfecta, como si hubiese sido hecha a su medida.

Resultaba evidente que Sasha había pasado demasiadas horas observando su físico, ya que le había comprado todas las prendas de la talla exacta que necesitaba.

En el tocador encontró una gran variedad de maquillajes, pero prefirió no tocarlos, pues se sentía más cómoda con la cara lavada. Por alguna razón, era como si supiera que nunca le había gustado usarlos; sin embargo, era consciente de que, si Alexandr prefería verla maquillada, tendría que aprender cómo hacerlo sin que se viera exagerado.

De todos modos, en ese momento su preocupación estaba en otro aspecto.

Desconocía si debía aguardar a que él regresara; no quería fallar nuevamente en cuanto a lo que se esperaba que ella hiciera, pero tampoco sabía de qué forma podía averiguarlo. Bajó la escalera y se dirigió a la cocina; sobre la encimera había una fuente con pelmeni, un tipo de pasta rellena de carne que suele acompañarse con smetana, una crema agria; era un plato tradicional de la cocina rusa.

Sentada en una de las banquetas altas en la barra de la cocina, esperó y esperó, hasta que se dio cuenta de que la espera era inútil; era obvio que Pávlov no regresaría, al menos no para cenar junto a ella. Su estómago rugió, estaba hambrienta; sin embargo, los nervios que formaban un nudo en su garganta no la dejaban sentirse cómoda como para comer. Finalmente, el paso del tiempo la doblegó, así que, cuando estuvo realmente segura de que él no volvería, calentó su plato y cenó. Todo estaba exquisito.

Cuando terminó de comer, se quitó los tacones y puso orden en la cocina.

Luego subió vacilante al dormitorio que se suponía debía ocupar y, deshaciéndose de la elegante ropa que llevaba puesta, buscó en el vestidor prendas adecuadas para meterse en la cama y se acostó.

Capítulo ocho

Otro día más en el infierno, otro día más de tormento y de culpas que jamás lo dejarían vivir en paz.

La autocompasión siempre hacía su entrada y lo dejaba con el cerebro atiborrado de imágenes que jamás cesaría de ver.

La noche lo encontró atravesado sobre la cama y enredado entre las sábanas, tras zamparse una botella de whisky.

Viggo sabía que debía parar de beber, pero, al menos, con el licor lograba dormir un rato... aunque las pesadillas tenían otros planes para su descanso, y esas noches lo visitaban a menudo y cada día eran más nítidas y más salvajes y realistas.

Se sentó en la cama, sobresaltado; le faltaba el aliento y la garganta le ardía como si hubiera gritado muy fuerte, y seguramente lo había hecho. En el sueño recurrente que siempre tenía, lo hacía una y otra vez; invariablemente era la misma pesadilla, que terminaba cuando él empezaba a rogar y a suplicar a gritos por una indulgencia que jamás llegaba.

Se levantó tambaleándose e intentando juntar los pedazos que quedaban de él tras ese horrible sueño.

Sus sienes martilleaban con fuerza.

Se dirigió al baño deshaciéndose de su bóxer y se metió bajo la ducha. A veces sentía que iba a volverse loco.

Abrió el agua fría esperando que ésta lo ayudase a despabilarse de una buena vez; aguantó bajo el chorro y se apretó la cabeza con ambas manos, intentando aligerar el dolor. Se frotó también el pecho, pues aún sentía la sensación de los hechos vividos en la pesadilla. Miró a su alrededor y trató de sosegarse; sin embargo, sabía que nada ni nadie podría darle nunca más tranquilidad a su vida, él simplemente vivía anclado en esa noche y no había forma de dejarla atrás.

Tampoco había manera de continuar hacia delante, porque esa noche su vida se había destrozado para siempre.

***

Por la mañana hizo su rutina de entrenamiento como de costumbre; fatigar sus músculos con el esfuerzo era lo único que le hacía comprender que estaba vivo, pues había días que se sentía muerto en vida.

Por la tarde, volvió a entrenar, pues necesitaba descargar la ira que sentía.

Estaba frente al saco de boxeo, golpeándolo sin parar. Sus nudillos sentían cada puñetazo, pero nada importaba; en el dolor hallaba cierta satisfacción, ya que, mientras lo experimentaba, era como si incansablemente golpeara al monstruo que cada noche aparecía en sus pesadillas. La rabia dentro de él nunca se calmaría, y al menos así podía acallar lo que bullía como un hierro candente, quemándolo de dentro hacia fuera.

—Viggo... debes descansar. Mira, tus nudillos están sangrando. ¿Acaso estás intentando rompértelos? —lo riñó el entrenador mientras caminaba hacia él.

—Zane, conozco mi cuerpo, no te aflijas; si lo que te preocupa es que no esté en condiciones para la lucha de la próxima semana, sabes que lo estaré.

Cogió el saco de boxeo, deteniendo su balanceo, dándole un pequeño respiro, ya que hacía casi media hora que estaba azotándolo sin parar.

—A decir verdad, sé que no estás intentando romperte ninguna parte del cuerpo; no me preocupo por eso, sólo trato de detenerte. Sé que tu estado físico es el adecuado para ser el despiadado luchador que siempre eres cuando entras en la jaula, lo que me inquieta es el estado mental con el que llegarás al combate.

—Quizá me vuelva loco de una buena vez y todo se acabe por fin.

Sus palabras sólo demostraban mucha amargura.

—La autocompasión no te lleva a ningún sitio, sólo te destruye cada día un poco más. ¿Por qué te haces esto? Nunca te entenderé; nadie merece autoflagelarse de esta forma. Eres un luchador, sólo debes decidirte y luchar realmente contra los demonios que acechan tu mente. Eres médico, sabes perfectamente que hay profesionales adecuados para ayudar a que tu psique deje de ser ese gran agujero negro del que no puedes salir. ¿Cuándo dejarás de autoinfligirte un castigo que no mereces?

—Ése es el problema, tú y yo no opinamos lo mismo. No quiero salir de esa oscuridad porque considero que cada sufrimiento que padezco es lo que me merezco. No comprendo lo que ves cuando me analizas, porque conoces muy bien los hechos, así que no entiendo cómo no puedes ver que soy el único culpable de lo que pasó.

—Me agotas... Estamos a punto de sentarnos en la sala de vídeo para estudiar los movimientos de Phantom, ¿te apuntas?

—Me doy una ducha rápida y voy.

Viggo llegó con hielo envolviendo sus manos; todos lo miraron, pero nadie dijo nada. Estaban un poco acostumbrados a verlo entrenar hasta un punto que ningún mortal normal podría soportar, pero él, en ocasiones, no parecía ser una persona corriente.

Igor le lanzó un botellín de cerveza, que Viggo atrapó en el aire; lo destapó con los dientes y luego se sentó.

—Bien, ya estamos todos —comentó Zane dándole al «Play» para iniciar el vídeo de Ukrainian Phantom.

Después de ver tres combates, Zane le pidió a cada uno de ellos que realizara su análisis de lo que acababan de ver.

Todos hablaron de las patadas y de los uppercuts 1 que éste lanzaba, pero entonces Viggo intervino.

—Al maldito le gusta jugar al gato y al ratón.

Zane se rio de pronto, porque Viggo siempre leía muy bien a los oponentes, haciéndolo más allá de la técnica que éstos empleaban.

—Sólo da golpes aquí y allá, para que se confíen, y luego los destruye, les quita toda dignidad, los aniquila de forma tal que quedan avergonzados y humillados sobre el ring. Le gusta y disfruta el crujido que hacen los huesos cuando los rompe... Mirad su rostro, sólo frunce ligeramente la boca cuando eso ocurre. Es el único gesto que se puede apreciar en él y es casi imperceptible; no sube al ring en busca de la gloria, sólo lo hace por instinto, y eso lo vuelve más despiadado. No muestra emociones, le importa una mierda lo que la gente grita; el tipo es una máquina luchando y la tinta que cubre su cuerpo lo hace verse mucho más oscuro... El cabrón no tiene misericordia.

—Todos los análisis sirven. Necesitamos estudiar su técnica, pero también leer sus pensamientos, porque, para ganarle, siempre es preciso entrar en la mente del oponente para adelantarnos a lo que vendrá.

»Ziu, éste es un rival muy difícil, lo que no significa que no le podamos vencer, pero te mentiría si te dijera que no tienes que ser cuidadoso. Hay maniobras que es preferible evitar para no quedar enganchado en su llave favorita, la del talón; la mayoría de las sumisiones que ha conseguido al desembarcar en el underground de Los Ángeles las ha logrado en el suelo, mediante un derribo de tijera que luego termina en esa táctica. El tipo es un constrictor cuando consigue derribarlos, jamás desaprovecha una oportunidad que se le presenta y, además, quiere tu lugar en la tabla, pues quiere quedarse con el campeonato de este año. No parará hasta llegar a quitarle el título a nuestro equipo. Además, los rusos que lo dirigen quieren el poder del underground, pero éste es nuestro santo grial y, por supuesto, queremos continuar manejando las apuestas. Siempre hemos sido un equipo sólido, así que debemos demostrarle que aquí mandamos nosotros; hace tiempo que lideramos este tatami, y así debe seguir siendo.

»Phantom es un gran luchador de judo y lucha libre, y su registro de peleas lo convierte en uno de los más experimentados, porque de momento está invicto.

Es joven, tiene sólo veintiún años, y está obligado a triunfar siempre; es de todos conocido que, si está con la bratva, es porque no tiene otra elección... Ellos son sus dueños, y por lo que he podido averiguar esto es así: él no es miembro de la organización, sino que simplemente lo reclutaron.

»Nos movemos por fuera de las peleas oficiales, pero no por eso vamos a dejar que en nuestro dojo 2 desembarque un asesino; queremos a la bratva lejos de nuestro underground y somos los encargados de hacer que eso suceda.

Viggo paseaba la mirada por sus compañeros de equipo, ninguno se hacía una idea real de la dimensión de las palabras de Zane excepto él, puesto que, cuando justo comenzó en la lucha libre, le tocó sacar de en medio a otra máquina de aniquilar que la bratva pretendía introducir en ese santo grial, como ellos llamaban al lugar donde se llevaban a cabo las peleas clandestinas de MMA.

Que la mafia hiciera su desembarco y consiguiera poder allí no sólo significaba muerte, sino también tráfico de personas, de órganos, drogas y cualquier otro delito que los hiciera multiplicar su dinero.

Capítulo nueve

Habían pasado varios días desde la última vez que había visto a Alexandr Pávlov. Después de que él se marchara sin despedirse tras la llamada que había recibido, Kaysa no había vuelto a tener noticias suyas.

Por la casa tampoco había estado Mijaíl, el guardia, y cuando intentó preguntarle a otro de los centinelas, sólo consiguió de vuelta una mirada sombría y un profundo silencio, como si ella le estuviera hablando a una pared.

No sabía qué esperar ante tanto mutismo por parte de todos. Lo que más la desorientaba era que no creía que se tratara de que el príncipe de la bratva hubiera desistido de sus planes con ella; de ser así, estaba más que segura de que ya la habrían devuelto al gulag.

Sin saber qué hacer para ocupar las horas del día, puesto que la soledad pesaba de forma ominosa, uno de esos días se dedicó a recorrer por completo la enorme casa. Durante la visita descubrió una gran habitación repleta de libros; al principio dudó en coger alguno de las estanterías que iban del techo al suelo, así que se sentó frente a ellos durante gran parte de toda esa jornada, mirando los lomos y estudiando sus títulos. Finalmente, a la mañana siguiente, decidió cruzar la línea imaginaria que al parecer la separaba de los ejemplares y cogió uno de cartografía.

La cámara que estaba allí instalada se movió, siguiendo sus movimientos, mientras ella pillaba el libro; a continuación se apartó ligeramente de la estantería y se sentó en el suelo. Tardó en abrirlo, pues esperaba que alguien entrara y la regañara por haberlo cogido, pero eso no sucedió, así que, al comprobar que los minutos transcurrían y nadie aparecía por allí para impedir que lo leyera, se atrevió a hacerlo.

Buscó un mapamundi y con un dedo resiguió la superficie hasta localizar Ucrania. Nataliya le había comentado muchas veces, cuando tenían la oportunidad de hablar a solas en ruso, que su acento poseía una gran reminiscencia del dialecto ucraniano.

Continuó hojeando el libro, una lujosa edición que parecía de colección, ya que la cubierta estaba forrada en suntuoso cuero, y buscó en éste un mapa de Ucrania. Cuando por fin lo halló, empezó a leer uno a uno los nombres de las ciudades; quizá alguna funcionaba como disparador y sus recuerdos regresaban al leer el nombre del lugar donde tal vez había nacido.

Finalmente, después de leerlas todas, comprendió que su mente seguía tan en blanco como cuando había comenzado. Frustrada al ver que su estratagema había fallado, se abrazó al ejemplar y se recostó en el frío azulejo del suelo; al parecer no había esperanza para recordar, y la sensación de fracaso levantaba la cabeza una vez más, abriéndose paso y apoderándose del momento.

Los siguientes días regresó a la biblioteca; allí pasaba horas leyendo y así descubrió que el tiempo avanzaba más rápido en esa prisión de lujo. Una de esas tardes, antes de que el anochecer hiciera su entrada, salió del cuarto de lectura y subió a la habitación para darse una ducha. Luego, como cada día, pensaba preparar algo sencillo para comer y, después, acostarse hasta que el sueño llegara.

Entró en el dormitorio de la primera planta y tuvo que hacer un gran esfuerzo por introducir en sus pulmones unas cuantas moléculas de aire al ver la ropa que estaba extendida sobre la cama. Cerró los ojos y aceptó con dolor lo que aquello significaba: él aparecería esa noche, sus días de gracia habían llegado a su fin.

Se irguió jadeando y, con determinación, acabó de entrar, para luego pasar directamente al baño. Tras darse una ducha, bajó a preparar algo para cenar, dispuso la mesa para dos y, una vez que lo tuvo todo preparado, subió para arreglarse.

Se puso la ropa interior que estaba sobre la cama, un exquisito sujetador de encaje francés y unas braguitas que hacían juego con éste, en color rojo, y, después de enfundarse las medias, se subió a unos zapatos de tacón en satén negro y suela roja.

«Corre.» Esa palabra era un clamor en sus pensamientos. «¡Corre!» Pero sabía que no había lugar hacia el que correr.

Tantos días pasados en el recinto le habían enseñado que revelarse era mucho peor que aceptar su destino.

«¡Corre!» La palabra seguía destellando en su cabeza como si se tratara de un aviso de peligro.

Cogió el vestido negro que descansaba sobre la cama y se lo metió por la cabeza; luego pasó los brazos por las aberturas de las mangas y dejó que la tela abrazara su piel, cubriendo el sujetador francés y las finas medias de seda con liguero, que antes también se había puesto.

Kaysa se acercó con pasos vacilantes hasta el espejo que estaba dentro del vestidor y miró su reflejo. Las manos le temblaban, pero logró cerrar la cremallera del vestido. Alisó la tela con sus palmas sudorosas y, de paso, aprovechó para secarlas un poco. La prenda le quedaba perfecta; la confección resaltaba sus curvas donde debía resaltarlas. Ella era más bien delgada; no es que tuviera sinuosidades muy acentuadas, pero tenía buenos senos y ese vestido de corte entallado le quedaba que ni pintado.

Comenzó a recogerse el pelo, pero luego recordó que Alexandr le había indicado que lo quería suelto cuando estuviera con él, así que fue hacia el tocador, donde había visto unas pinzas de esas que hacen rizos, y las cogió; durante la semana había estado averiguando cómo usarlas.

Cuando acabó, debía reconocer que se veía sofisticada, y que el atuendo y el cabello, tal como se lo había arreglado, le resaltaban los ojos, los ángulos de las mejillas y la curvatura de las cejas. Estaba segura de que no le hacía falta un pintalabios de mierda, ni maquillarse los ojos, pero en el tocador también había maquillaje para que lo empleara, así que, con el fin de complacer a su dueño, lo hizo sin ningún entusiasmo.

Bajó la escalera y, cuando llegó al final de ésta, se encontró con Sasha sentado en el sofá, bebiendo whisky. Al verla, sus ojos destellaron lujuria con una mezcla de malicia. Ya se estaba imaginando todo lo que le haría. Kaysa no pudo sonreír, a pesar de que lo intentó; estaba aterrada, y en ese instante pensó en Nataliya y en lo que su amiga siempre le decía...

«No luches, coopera; es mejor realizar una fuerte respiración y esperar que todo pase a terminar amoratada por los golpes. Total, tarde o temprano tendrás que hacer lo que quieren que hagas; sólo bloquea tus pensamientos, piensa en algo bonito y aléjate mentalmente de ese momento. Éste es nuestro destino, sólo debes aceptarlo.» Dicho parecía muy fácil, pero ahí, frente a él, todo era más dificultoso.

—Estás preciosa, dulce Kaysa.

Alexander se acercó a ella y la cogió de una mano para que girara sobre sí misma y él pudiera observarla. Luego la agarró con posesión por la cintura y la pegó a su cuerpo. El hombre ya estaba duro y ella lo percibió. Se aproximó tanto que pensó que iba a besarla, así que cerró los ojos, pero el beso nunca llegó.

—Vayamos a cenar; he visto que has preparado algo y tengo hambre de comida, además de ti.

Kaysa asintió; su respiración era más dificultosa aún, pero intentó calmarse.

Alexandr la apartó de su cuerpo, pero se quedó con su mano en la suya.

—Kaysa, no voy a hacerte daño; no me tengas miedo, sólo quiero enseñarte lo mucho que te deseo.

Intentó serenarse. Él trataba de ser amistoso, debía reconocerlo. Entonces lo miró a los ojos y, con la voz vacilante, le habló.

—Está bien, sólo déjame acostumbrarme.

Comieron casi en silencio. Sasha alabó la comida y lo devoró todo. Ella apenas si picó algo de la ensalada, pero él no pareció reparar en eso. La joven tenía un nudo en el estómago y nada le pasaba por la garganta. El médico insistió en que bebiera un poco de vino, a pesar de que, por supuesto, Kaysa no estaba acostumbrada; sin embargo, no quería contradecirlo, así que permitió que le sirviera, aunque apenas se mojó los labios.

—Como te habrás dado cuenta, hemos perdido la oportunidad de calcular tu ovulación.

Se quedó estática al oírlo hablar y levantó lentamente la mirada del plato para enfrentarlo. Se le puso la carne de gallina y notó que él lo había advertido.

—Que no haya venido por aquí no significa que haya olvidado que has sido elegida para ser fecundada.

La chica volvió a asentir, conteniendo las ganas de llorar.

—¿No vas a preguntarme por qué no he venido?

—No sabía si podía hacerlo.

Se quedaron en silencio mirándose, hasta que él decidió hablar.

—Mi padre ha fallecido.

—Lo siento...

Ella no sabía qué más decir. Tal vez se lo estaba contando para que lo consolara, o tal vez no... No sabía cómo era la relación que tenían ambos, así que sólo le quedaba actuar a tientas, improvisando sobre la marcha.

—Está bien, era algo que estábamos esperando. Seguramente habrás oído en las reuniones en las que te ha tocado servirnos que estaba enfermo.

Kaysa asintió.

—Con su muerte, he tenido que hacerme cargo de muchas cosas de las que ya venía haciéndolo a medias. Ahora soy el nuevo pakhan. Puedes felicitarme.

Ella se levantó lentamente y él entrecerró los ojos, esperando lo que iba a hacer. Se paró a su lado y acarició su frente, despejándola de su pelo; sus manos temblaban, pero sabía que era mejor hacer lo que él estaba esperando que ella hiciera, pues resultaba evidente que Sasha esperaba que de alguna forma lo confortara.

—Siento lo de tu padre, de verdad.

Alexandr la cogió por la cintura y la arrojó sobre su regazo, sosteniéndola del trasero sobre él. La abrazó, hundió su mejilla contra su pecho y respiró sonoramente; parecía cansado.

—Serás un gran pakhan, estoy convencida de que sabrás llevar muy bien los negocios de la familia.

—He sido entrenado toda la vida para cuando llegara este momento, pero sin duda preferiría que mi padre estuviera aquí.

—Lo sé. —Acarició su espalda e intentó olvidarse de lo que ese hombre buscaba en ella y se centró en los sentimientos de la persona que necesitaba consuelo en sus brazos, y hasta por un instante sintió pena por él.

Sasha se movió, cogió la copa de vino y sorbió de ella. Luego se la tendió y le dijo: —Bebe, esto te tranquilizará un poco.

Volvió a mojarse los labios, pero él insistió en que bebiera más. Le costó tragarlo.

—No estoy habituada a este tipo de bebidas, no me gusta mucho.

—Mi pequeña Kaysa —pasó el revés de la mano por su brazo—, a mi lado aprenderás todos los placeres de los que la gente goza. Ven conmigo.

—Tengo que recoger la mesa.

—Luego, ahora ven.

Empezó a caminar en dirección a la escalera. Ella había empezado a temblar; no quería hacerlo, pero no podía detenerse.

Sasha levantó su mano y se la besó mientras continuaba caminando. Se detuvo junto a la escalera y la miró; su gesto tierno se había esfumado.

—Sube y espérame en la cama, desnuda. Tengo que ocuparme de algunas llamadas.

Ella se disponía a hablar, pero él la interrumpió.

—¿Qué problema tienes? Sólo haz lo que te digo.

Kaysa asintió y subió cogiéndose con fuerza del pasamanos. Estaba por pasar lo que tanto habían hablado con Nataliya, sólo que nada sería como ella había soñado. Su única amiga en su encierro en la finca le había sabido contar lo que se sentía cuando un hombre y una mujer intimaban, pues Nataliya había tenido algunos novios antes de caer en manos de la bratva, así que no era virgen como ella. Le había explicado que la primera vez dolía, pero que no era un dolor insoportable porque el placer muy pronto se abría paso, haciendo olvidar el malestar, y más si estabas con el chico de tus sueños; incluso le contó que los besos ayudaban mucho con el deseo, y que muy pronto su vagina se acostumbraría a recibir el miembro del hombre que ella eligiera para ser el primero.

Pero Alexandr no era el chico de sus sueños; es más, nunca había tenido uno y sabía que nunca lo tendría tampoco.

Lo que estaba a punto de pasar no era algo que ella estuviera deseando que ocurriese, todo se resumía en lo que él anhelaba.

Pasaron varios minutos antes de que percibiera pasos ascendiendo por la escalera, y entonces su corazón pareció latir a más velocidad. Sasha le había dicho que lo esperase desnuda, pero ella se había dejado puesto el sujetador y las bragas y, aunque tenía muchas ganas de llorar, debía contener las lágrimas.

La puerta no tardó en abrirse y Alexandr Pávlov entró tironeando de su corbata; la arrojó sobre la poltrona que estaba en un rincón y de inmediato echó mano a los botones de su camisa.

Era delgado pero bien definido; cada músculo se le marcaba correctamente, demostrando que no sólo se cuidaba en las comidas, sino que, además, hacía algo de ejercicio para mantener el físico de esa manera; no era nada exuberante, más bien tenía el aspecto de un modelo de pasarela.

Después de que pateara sus zapatos, se quitó los pantalones y los calcetines y lo dejó todo sobre el butacón. Se dio media vuelta y miró a Kaysa hambriento.

El bulto bajo el bóxer era ya evidente. Ella estaba aterrorizada; se había cubierto con las sábanas hasta debajo del mentón y permanecía con la vista fija en el techo.

—Quítate de encima las sábanas.

Ella lo hizo, reprimiendo su timidez.

—Te dije que te desnudaras.

—Pensé que así estaba bien por el momento.

—Tú no pienses, sólo haz lo que te digo.

Se acercó a la cama, pero no se metió en ella, pues se quedó de pie mirándola, esperando que hiciera lo que le había ordenado.

El mentón de Kaysa comenzó a temblar sin que pudiera evitarlo. Estaba conteniendo las lágrimas, pero no sabía hasta cuándo lo conseguiría. Apartó un poco más las sábanas que cubrían su tersa piel y se sentó en la cama; primero desabrochó el sujetador y, cuando se lo empezó a quitar, oyó claramente el gemido que escapó de la boca de él. No quería mirarlo, era demasiado intimidante tenerlo de pie junto a ella contemplando cómo terminaba de desvestirse. Tal vez hubiera sido preferible haberle hecho caso y no tenerlo de espectador, pero era demasiado tarde para arrepentimientos.

Los tirantes del sostén lamieron sus brazos y no hubo mucho más por hacer, sólo apartarlo. El frío que sintió al descubrir sus senos hizo que sus puntas se pusieran duras; atinó a cubrirse, pero no quería ser regañada nuevamente.

—Eres hermosa, has hecho bien en desobedecerme, pero que no se repita. Sin embargo, reconozco que me has dado un gran espectáculo quitándote el sujetador frente a mí. Quiero morder tus pezones rosados... Mira cómo has hecho saltar mi polla. Quítate las bragas ahora.

Se recostó en la cama y por el rabillo vio que él se bajaba el bóxer. Iba a empezar a chillar en cualquier momento, deseaba salir corriendo de aquella habitación, pero escaparse no era posible, así que respiró profundamente y, aunque no quería mirarlo, resultó casi imposible no hacerlo... Él estaba acariciándose a sí mismo, tenía la boca abierta y jadeaba, y su miembro se veía enorme. Kaysa se bajó las bragas y él, de inmediato, se subió a la cama.

—Por fin serás mía. Por fin te entregarás a mí.

Sus palabras no podían ser menos ciertas: ella no estaba entregándose, sólo estaba haciendo lo que él quería que hiciera, acatando sus órdenes, cumpliendo con sus deseos.

—Sé que estás nerviosa, así que no dilataré más el momento. Sé perfectamente que eres virgen, pues noté que tu himen aún estaba intacto cuando te revisé.

Nada era como Nataliya le había contado... No había besos, no había deseo por su parte, no había amor, ni entrega, ni pasión. No había nada, sólo una gran pena dentro del pecho.

Alexandr se colocó sobre ella y le ordenó que abriera bien sus piernas para que pudiera encajar su cuerpo en el hueco. A continuación, le mordió un pezón y lamió sus puntas. Kaysa no podía dejar de temblar, y el frío de su saliva cuando se apartó hizo que sus pezones le dolieran demasiado. El médico respiraba con dificultad y frotaba su erección contra los labios de su vagina. Inmediatamente bajó una mano, cogió su pene y lo puso en su entrada. Kaysa se agarró de las sábanas y se aferró a ellas, esperando lo que inevitablemente iba a suceder.

Sasha empezó a hacer presión; no fue suave, ni tampoco lo había hecho lentamente como Nataliya le aseguró que sería la primera vez que un hombre la hiciera suya. No se preocupó por si le hacía daño, ni se detuvo para que ella se acostumbrara a su grosor; simplemente fue en busca de lo que quería conseguir, y lo obtuvo. Las lágrimas fueron incontenibles y se derramaron por el ángulo externo de sus ojos. Le estaba doliendo más de lo que pensaba que iba a dolerle, y no veía el momento de que él dejara de moverse y de jadear sobre ella. Parecía que con cada envite tomaba más impulso y Kaysa sólo deseaba que aquello acabara de una vez.

Finalmente, él pareció quedarse sin respirar y luego soltó la respiración contenida y gruñó en el instante en el que se vació por completo en ella. Después de eso agitó las caderas una vez más y se desplomó sobre su cuerpo.

Alexandr estaba sudoroso, y Kaysa sentía mucho asco de todo lo que acababa de pasar.

«¿Cómo puede gustarle esto a Nataliya?», pensó.

Lo que había pasado había sido horrible, repugnante, y se sentía sucia por dentro y por fuera.

Por suerte él se apartó rápidamente de ella y se levantó de la cama. Aún no había dicho nada y esperaba que no lo hiciera, pues no quería tener que contestarle porque se rompería. Su cerebro, por otra parte, estaba apagado, como si hubiera dejado de funcionar.

Se secó las lágrimas cuando vio que él estaba a punto de entrar en el baño, pero éste la sorprendió y se giró en ese instante.

—Tu coño apretado es mejor de lo que había imaginado; ya vuelvo, no te muevas de ahí.

Alexandr Pávlov se la folló dos veces más. En una ocasión se quejó de que parecía una muerta y le ordenó que se moviera, que agitara las caderas imitando su ritmo, y ella tuvo que hacerlo. Luego, cuando él se derramó, no tardó en dormirse a su lado y ella agradeció que por fin se hubiera saciado.

Haciendo un gran esfuerzo porque el movimiento de la cama no lo despertase, se levantó a hurtadillas y se metió en el baño. Le temblaban tanto las rodillas que se dejó caer en el suelo con la espalda pegada al mármol de la pared y se las abrazó, dejando que su llanto saliera y purgara todo su dolor. Lloró un largo rato, pero debía regresar a la cama. Sin embargo, antes quería lavarse, así que se metió bajo la ducha, donde continuó llorando mientras lavaba cada centímetro de su piel hasta que sintió que estaba lo suficientemente limpia, aunque estaba segura de que no había manera de limpiar la huella que él había dejado en su piel.

Luego se metió muy despacio en la cama y se quedó en la orilla para no tocarlo. Quería salir de esa habitación, pero sabía que no podía hacerlo, así que se quedó mirando el techo hasta que, en algún momento de la madrugada, el peso de los acontecimientos provocó que se durmiera.

Capítulo diez 

 

 Notó que la cama se movía y, de inmediato, aunque aún estaba adormilada, advirtió que dos manos se posaban en su entrepierna para abrir sus muslos. La humedad y el calor de una lengua no tardaron en cogerla por sorpresa cuando se dio cuenta de que Sasha estaba lamiendo su vagina. Le pareció asqueroso que él hiciera eso; en realidad, nada que él hiciera lo podía considerar bien, lo odiaba con demasiada intensidad.

Quiso apartarse, pero sabía que no le estaba permitido hacerlo, así que apretó los dientes y se quedó quieta intentando soportar la situación mientras pretendía apartar su mente de lo que estaba sucediendo.

Experimentó un gran estupor cuando Sasha se apartó de golpe y levantó la cabeza para vociferarle: —¿Qué mierda has hecho?

—¿Qué? Nada —se apresuró a decir—, acabo de despertarme.

—¿Te lavaste anoche mientras yo dormía?

Alexandr estaba arrodillado en la cama; sus cabellos estaban revueltos y la miraba con un cabreo espeluznante.

—Eeeh... tenía ganas de hacer pis.

—Te lavaste —dijo él, y no era una pregunta, sino una afirmación.

—Sí..., aproveché para hacerlo.

Sasha agitó su brazo y le cruzó la cara de un bofetón.

—¿Quién cojones te dijo que podías hacerlo?, ¿quién? ¡Dímelo!

Kaysa se masajeó la mejilla en la que había recibido el golpe y se apartó el pelo de la cara.

—Lo siento, no pensé que podría molestarte.

—Tú no tienes que pensar: yo decido cuándo haces cada cosa, yo decido cuándo te puedes quitar mi olor, mujer estúpida. Sólo yo decido cuántas veces te marco con mi semen, tú no decides una mierda.

Con cada frase que emitía, le soltaba un golpe, hasta que empezó a hacerlo sin cesar, como si con cada uno que le propinase tomara más impulso para darle el siguiente. Primero Kaysa intentó protegerse, pero Alexandr parecía enajenado y la atacaba de una forma bestial. La fuerza de aquel hombre era muy superior a la suya, por supuesto, así que dejó de defenderse cuando se dio cuenta de que era en vano luchar por detenerlo; incluso en cierto momento los azotes dejaron de dolerle, porque su carne ya estaba demasiado adormecida de tantas bofetadas y guantazos que había recibido. Entre tanto castigo, sólo percibió cuando él le dio la vuelta, poniéndola boca abajo, y la penetró por detrás. Todo pasó muy deprisa, y sin duda eso fue más doloroso que cuando lo hizo por delante. Ella gritó y rogó, pero todo cuanto dijo fue inútil. La sodomizó sin descanso, desgarrando su culo, hasta que se cansó de hacerlo; ya se había derramado en ella dos veces, pero continuaba envistiéndola sin parar, y Kaysa sentía que ya no tenía más fuerzas ni para llorar.

Finalmente sintió un gran alivio cuando su polla salió de ella y de inmediato sintió los chorros de semen que le mojaban la espalda y salpicaban también un poco su trasero.

Alexandr gruñó hasta que vació la última gota de su deseo y luego le dijo: —Así, marcada por mí, es como te quiero, porque tú eres mía.

La giró en la cama para que lo mirara y levantó la mano, provocando que con gran dificultad ella intentara protegerse con las manos. No obstante, esa vez no fue necesario hacerlo, ya que él sólo había movido la mano para limpiarle la sangre que brotaba por la comisura de su labio.

—Mira lo que me has hecho hacer, ¿por qué me desafías? Te advertí de que no seguiría soportando tu desobediencia.

Se levantó de la cama y fue hacia el baño, y no pasó mucho tiempo hasta que comenzó a oírse la ducha.

Kaysa se quedó inmóvil, asimilando el dolor de todo su cuerpo magullado, hasta que él volvió a salir del baño. A lo lejos podía oírse un grifo abierto. De inmediato, Alexandr se arrodilló a su lado en el suelo; llevaba una toalla anudada en la cintura y se inclinó para besarla con delicadeza y acariciarle la frente.

Luego se puso de pie y la levantó en sus brazos, llevándola con él hacia la bañera.

Kaysa no sabía qué esperar. Le dolía todo, pero más que nada le dolía el alma; él la había vejado de todas las formas en que había querido hacerlo.

La depositó en la bañera, que estaba ya bastante llena, cogió un paño y comenzó a lavarla.

—Ahora sí, puedes asearte. Sólo quiero cuidarte y tú no me dejas hacerlo.

»Quédate ahí el tiempo que quieras.

La miró compungido, como si un rasgo de arrepentimiento asomara en su cara, y añadió: —No quería que fuera así, dulce Kaysa, pero no me has dejado elección. ¿Por qué me desobedeces? El agua te dará alivio, le he puesto unas sales de árnica.

Dicho esto, se levantó para marcharse.

Capítulo once

Se quedó petrificada dentro del agua hasta que él salió de la estancia; luego las lágrimas brotaron solas. Sin embargo, aún lo podía oír deambulando por la habitación, así que no podía abrir su llanto en canal como deseaba hacer.

Finalmente, el sonido de la puerta le indicó que ya se había ido.

Entonces, cuando comprendió que por fin se había quedado sola, se permitió sacar fuera toda la impotencia que sentía. Chilló con fuerza, ya que ése era el único lugar de la casa en el que sólo había una cámara en la entrada.

Experimentó una gran frustración y se sintió más desdichada que nunca; ya no era sólo una esclava que estaba obligada a ser un vientre sustituto y una donante de óvulos para que hicieran lo que quisieran con su hijo, sino que también era la esclava sexual del nuevo pakhan de la bratva, y, si antes no tenía escapatoria, en ese momento todavía mucho menos.

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