Veo una voz

Veo una voz


Capítulo tercero

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Viernes, 11 de marzo: el ambiente en la universidad se ha transformado completamente, se ha ganado una batalla, hay entusiasmo. Habrá que librar más combates. Las pancartas con las cuatro peticiones de los estudiantes han sido sustituidas por pancartas que dicen «3 y medio», porque la dimisión de la doctora Zinser sólo cumple a medias la primera petición, la de que haya un rector sordo inmediatamente. Pero hay también una suavidad que es nueva, la tensión y la cólera del jueves han desaparecido, junto con la posibilidad de una derrota humillante. Se percibe en todas partes una generosidad de espíritu… provocada creo yo que en parte por la elegancia y las palabras con que dimitió Zinser, palabras con las que se alineó también con lo que llamó un «movimiento social extraordinario», al que deseó la mejor suerte.

Llega apoyo de todas partes: llegan trescientos estudiantes sordos del Instituto Técnico Nacional para Sordos, entusiasmados y exhaustos tras un viaje en autobús de quince horas desde Rochester (Nueva York).

Se han cerrado todas las escuelas de sordos del país como muestra de apoyo total. Llegan sordos de todos los estados: veo insignias de Iowa y Alabama, de Canadá, de América del Sur, así como de Europa e incluso de Nueva Zelanda. Los acontecimientos de Gallaudet han figurado en la prensa nacional durante cuarenta y ocho horas. Prácticamente todos los coches que pasan por delante de Gallaudet tocan ya la bocina, y las calles están llenas de simpatizantes cuando se aproxima la hora de la marcha hacia el Capitolio. Y sin embargo, pese a todos los toques de bocina, los discursos, las pancartas, los piquetes, impera una atmósfera excepcional de dignidad y serenidad.

Mediodía: Somos unas dos mil quinientas personas, unos mil estudiantes de Gallaudet y el resto simpatizantes, cuando iniciamos una lenta marcha hacia el Capitolio. Crece mientras vamos avanzando una maravillosa sensación de tranquilidad que me desconcierta. No es completamente física (de hecho hay muchísimo ruido, en realidad, los gritos ensordecedores de los sordos, en primer lugar) y llego a la conclusión de que se trata, más bien, de la serenidad de un drama moral. Es la sensación de historia que hay en el aire lo que aporta al momento esta serenidad extraña.

Lentamente, pues hay niños, bebés que van en brazos y algunos impedidos físicos entre nosotros (hay ciegos-sordos, atáxicos y algunos que van con muletas), lentamente y con una actitud resuelta y festiva a la vez, avanzamos hacia el Capitolio, y allí, bajo el claro sol de marzo, que ha brillado toda la semana, desplegamos pancartas y montamos piquetes. Una gran pancarta dice: «AÚN TENEMOS UN SUEÑO» y otra, en la que dieciséis personas llevan una letra cada una, dice simplemente: «CONGRESO, AYÚDANOS».

Estamos muy apretados, pero no hay ninguna sensación de agobio, más bien de una extraordinaria camaradería. Cuando van a empezar ya los discursos alguien me abraza…, pienso que debe de ser algún conocido, pero es un estudiante que lleva un distintivo de «ALABAMA», que me abraza, me da un puñetazo amistoso en el hombro, sonríe, no nos conocemos, y sin embargo, en este momento especial, somos camaradas.

Pronuncian discursos Greg Hlibok y algunos profesores, diputados y senadores. Escucho un rato:

Resulta irónico [dice un profesor de Gallaudet] que Gallaudet no haya tenido nunca un director ejecutivo sordo. Casi todas las universidades negras tienen un rector negro, testimonio de que los negros se dirigen a sí mismos. Casi todas las universidades de mujeres tienen como rectora a una mujer, como prueba de que las mujeres son capaces de dirigirse solas. Ya es hora de que Gallaudet tenga un rector sordo como prueba de que los sordos se dirigen solos.

Dejé vagar la atención, contemplando la escena en su conjunto: miles de personas, cada una de ellas profundamente individual, pero ligadas y unidas por un solo sentimiento. Después de los discursos hay un descanso de una hora, durante el cual algunas personas entran a ver a los miembros del Congreso. Pero la mayoría han llevado comida y se sientan y comen y charlan, o más bien se hacen señas, en la gran plaza del Capitolio…, para mí, como para todos los que han venido o lo ven por casualidad, es una escena maravillosas. Hay un millar de personas o más hablando por señas libremente, en un lugar público (no en privado, en casa, o en el recinto de Gallaudet), abiertamente, sin timidez, con elegancia, frente al Capitolio.

La prensa ha informado de todos los discursos, pero se ha dejado algo que es, sin duda, igual de significativo. No han sabido dar a un mundo expectante una visión real de la plenitud y la vitalidad, de la vida no médica, de los sordos. Y una vez más, vagando entre la inmensa multitud de individuos que hablan por señas, mientras comen emparedados y beben refrescos frente el Capitolio, me asalta el recuerdo de las palabras de un estudiante sordo de la Escuela California para Sordos, que había dicho por señas en televisión:

Nosotros somos un solo pueblo, con nuestra cultura propia, nuestro lenguaje (el ameslán, que ha sido recientemente reconocido como un lenguaje por derecho propio). Y eso nos diferencia del pueblo oyente.

Volví del Capitolio con Bob Johnson. Yo tiendo a ser apolítico y me resulta difícil incluso comprender el vocabulario de los políticos. Bob, lingüista pionero del lenguaje de señas, que ha enseñado e investigado muchos años en Gallaudet, dice, mientras regresamos caminando:

Es realmente extraordinario, porque toda mi experiencia me demostraba que los sordos eran pasivos y aceptaban el tratamiento que les dispensaban los oyentes. Yo veía que querían, o parecían querer, ser «clientes», cuando en realidad deberían estar controlando las cosas […] y ahora de pronto ha habido una transformación de la conciencia de lo que significa ser sordo en el mundo, asumir la responsabilidad de las cosas. La falsa ilusión de que los sordos son impotentes, esa falsa ilusión, ahora, de pronto, ha desaparecido, y eso significa que para ellos puede cambiar completamente el carácter de las cosas. Me siento muy optimista, lleno de entusiasmo, pensando en lo que va a pasar en los próximos años.

«No entiendo bien qué quieres decir con lo de “clientes”», le dije.

Conoces a Tim Rarus [explica Bob], aquel que has visto en las barricadas esta mañana, cuya forma de hablar por señas te ha parecido tan admirable, pura y apasionada. Pues bien, él resumió en dos palabras en qué consiste este cambio. Dijo: «Es muy simple. Si no hay rector sordo, no hay universidad», luego se encogió de hombros y miró a la cámara de televisión; eso fue todo lo que dijo. Era la primera vez que los sordos se daban cuenta de que una «industria cliente» colonial como ésta no podía existir sin el cliente. Es una industria de diez mil millones de dólares para los oyentes. Si los sordos no participan, la industria desaparece.

El sábado hay un ambiente alegre de fiesta, es día libre (algunos estudiantes llevan trabajando prácticamente sin parar desde la primera manifestación de la noche del domingo), un día para cocinar al aire libre en el campus. Pero no por eso se olvidan los problemas. Hasta los nombres de las comidas tienen un tono satírico: se puede elegir entre «perritos calientes Spilman», y «hamburguesas del Consejo». El campus está de fiesta porque han venido estudiantes y escolares de muchos estados (una niñita negra sorda de Arkansas, al ver tanta gente hablando por señas a su alrededor, dice por señas: «Para mí hoy es como estar en familia»). Han llegado también artistas sordos de todas partes, algunos vienen a documentar y celebrar este acontecimiento único en la historia de los sordos.

Greg Hlibok está tranquilo, pero muy alerta: «Creemos que controlamos el asunto. Nos estamos tomando las cosas con calma. No queremos ir demasiado lejos». Dos días antes, Zinser amenazaba con imponer un control. Lo que se ve hoy es autocontrol, esa confianza y esa conciencia serenas que nacen de la seguridad y la fuerza interior.

Domingo, noche, 13 de marzo: El consejo ha estado reunido nueve horas. Fueron nueve horas de tensión, de espera, en que nadie sabía lo que iba a pasar. Luego se abrió la puerta y apareció Philip Bravin, uno de los cuatro miembros sordos del consejo al que conocen todos los estudiantes. El hecho de que apareciese él y no Spilman explicaba la historia antes de que él la contase por señas. Hablaba, dijo, como presidente del consejo, pues Spilman había dimitido. Y su primera tarea era comunicar, en nombre del consejo, la buena noticia de que King Jordan había sido elegido rector.

King Jordan, que se quedó sordo a los veintiún años, lleva quince en Gallaudet, es el decano de la Escuela de Artes y Ciencias, un hombre popular, modesto y excepcionalmente sensato, que al principio apoyó a Zinser cuando salió elegida.[171] Jordan, que está muy emocionado, dice, hablando y por señas simultáneamente:

Me emociona y me asusta aceptar la invitación del Consejo de Dirección y convertirme en rector de la Universidad de Gallaudet. Éste es un momento histórico para los sordos de todo el mundo. Esta semana podemos decir verdaderamente que juntos, unidos, hemos superado nuestra resistencia a ponernos en pie y a defender nuestros derechos. El mundo ha visto que la comunidad sorda ha alcanzado la mayoría de edad. No aceptaremos ya límites respecto a lo que podemos conseguir. Los estudiantes de Gallaudet deben estar especialmente orgullosos porque nos demuestran en la práctica, ahora incluso, que uno puede aferrarse a una idea con tanta fuerza que la idea se haga realidad.

Con esto estalla el dique y se desborda el entusiasmo por todas partes. Mientras todos vuelven a Gallaudet para una última asamblea triunfal, Jordan dice: «Ahora saben que el techo de lo que pueden conseguir se ha elevado. Sabemos que los sordos pueden hacer cualquier cosa que puedan hacer los oyentes salvo oír». Y Hlibok, abrazando a Jordan, añade: «Hemos escalado la montaña hasta la cumbre y lo hemos hecho unidos».

Lunes, 14 de marzo: Gallaudet da una impresión de normalidad. Las barricadas se han desmantelado y el campus está abierto. El «levantamiento» ha durado exactamente una semana: desde la noche del domingo pasado, 6 de marzo, en que se impuso la doctora Zinser a una universidad que la rechazaba, al feliz desenlace de anoche, de esa noche de domingo completamente distinta en que todo cambió.

«La creación del mundo duró siete días, a nosotros nos llevó siete días cambiarlo». Éste era el chiste que los estudiantes se contaban por señas de un extremo a otro del campus. Y con esa sensación iniciaron sus vacaciones de primavera, volviendo con sus familias a lugares de todo el país, llevándose consigo el talante eufórico y las buenas noticias.

Pero el cambio objetivo, el cambio histórico, no llega en una semana, aunque pueda llegar, como llegó, en un día, su primer requisito previo: «El cambio de conciencia». «Muchos estudiantes —me explicó Bob Johnson— no se dan cuenta de que va a costar mucho el cambio, aunque tengan ahora una sensación de fuerza y de poder…, la estructura de opresión está muy asentada».

Pero se ha iniciado el cambio. Hay una «imagen» nueva y un movimiento nuevo, no sólo en Gallaudet sino en todo el mundo sordo. Las informaciones de los medios de comunicación, sobre todo de la televisión, han hecho a los sordos claros y visibles para todo el país; pero la influencia más profunda ha sido, claro, la que han ejercido en los propios sordos. Les ha soldado en una comunidad, una comunidad planetaria, algo que hasta ahora nunca había ocurrido.[172]

Los hechos han ejercido ya hondo influjo, cuando menos simbólico, en los niños sordos. Uno de los primeros actos de King Jordan cuando se reanudaron las clases después de las vacaciones de primavera fue visitar la escuela primaria de Gallaudet y hablar con los niños, algo que no había hecho nunca un rector. El que les dedique esta atención tiene que influir en su percepción de lo que pueden llegar a hacer cuando sean adultos. (Los niños sordos piensan a veces que se «convertirán» en adultos oyentes, o que si no serán criaturas débiles y grotescas). Charlotte, de Albany, siguió los acontecimientos de Gallaudet por la televisión muy emocionada, ataviada con una camiseta «Poder Sordo» y practicando el saludo «Poder Sordo». Y dos meses después de la rebelión de Gallaudet yo me encontraba asistiendo a la graduación anual de la Escuela para Sordos de Lexington, que ha sido un bastión de la enseñanza oral desde la década de 1860. Greg Hlibok, un antiguo alumno, había sido invitado como orador; estaba invitado también Philip Bravin; y todos los discursos se hicieron por señas por primera vez en ciento veinte años. Todo esto habría sido inconcebible sin la rebelión de Gallaudet.

En Gallaudet se están iniciando cambios de todo tipo, administrativos, educativos, sociales, psicológicos. Pero lo más claro en este momento es un talante muy distinto entre los estudiantes, un talante que transmite un sentido nuevo, sin timidez alguna, de satisfacción y afirmación, de dignidad y de confianza. Este sentido nuevo de sí mismos constituye una ruptura decisiva con el pasado que era completamente inconcebible unos meses atrás.

Pero ¿ha cambiado todo? ¿Habrá un «cambio de conciencia» perdurable? ¿Encontrarán los sordos de Gallaudet y la comunidad sorda en general las oportunidades que buscan? ¿Permitiremos nosotros, los oyentes, que tengan esas oportunidades? ¿Les permitiremos ser ellos, una cultura única en nuestro medio, y les admitiremos sin embargo como coiguales en la práctica, en todos los campos? Yo albergo la esperanza de que los acontecimientos de Gallaudet no sean más que el principio.

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