Veo una voz
Capítulo segundo
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Al cabo de un año decidimos pasar de la rigidez del SEE al inglés por señas informal, una mezcla del vocabulario del ameslán, que es predominantemente visual, y la sintaxis inglesa, familiar […] [pero] las complicadas estructuras lineales del inglés hablado no se traducen en un lenguaje de señas sugerente, así que tuvimos que reorientar nuestro modo de pensar para construir frases visuales. Nos enseñaron los aspectos más atractivos y más interesantes del lenguaje de señas: las frases hechas, el humor, la mímica, las señas que significan conceptos completos y la expresión facial […] Ahora estamos pasando al ameslán, lo estudiamos con una profesora sorda, que, por ser ése su primer idioma, puede comunicarse en él sin titubeos y codificarlo para nosotros, los oyentes. El proceso de aprendizaje de un idioma razonable e ingenioso, que posee tanta belleza y tanta imaginación, nos emociona y estimula. Es un placer darse cuenta de que cuando Charlotte habla por señas expresa pautas mentales visuales. Y nos damos cuenta sorprendidos de que también nosotros empezamos a pensar de modo distinto respecto a los objetos materiales, y su posición y movimiento, debido a las expresiones de Charlotte.
Esta descripción me pareció convincente y fascinante, y nos muestra cómo los padres de Charlotte quisieron creer al principio que su hija era básicamente similar a ellos, pese a que utilizase los ojos y no los oídos; empezaron utilizando el SEE, que no posee ninguna estructura real propia, que es una mera transliteración de un lenguaje auditivo, y luego fueron dándose cuenta gradualmente de la visualidad básica de su hija, de que utilizaba «pautas mentales visuales» y de que eso exigía y generaba un lenguaje visual. En vez de imponer a su hija su mundo auditivo, como hacen tantos padres de sordos, la animaron a adentrarse en su propio mundo (visual), que luego pudieron compartir con ella. De hecho, Charlotte había progresado tanto a los cuatro años en el lenguaje y el pensamiento visuales que podía aportar a sus padres nuevas formas de pensar, revelaciones.
A principios de 1987 Charlotte y su familia se trasladaron de California a Albany (Nueva York) y su madre volvió a escribirme:
Charlotte tiene ahora seis años y está en primero. Naturalmente a nosotros nos parece una niña extraordinaria, porque, aunque sorda profunda, se interesa por las cosas, es reflexiva y competente dentro de su mundo (predominantemente) oyente. Parece desenvolverse bien tanto con el ameslán como con el inglés, se comunica con entusiasmo con niños y adultos sordos y tiene un nivel de lectura y escritura correspondiente a tercer curso. Su hermano oyente Nathaniel se expresa con facilidad y fluidez por señas; nuestra familia sostiene muchas conversaciones y resuelve muchos asuntos en lenguaje de señas… Creo que nuestra experiencia confirma la idea de que un temprano contacto con un lenguaje visualmente coherente estimula los procesos del pensamiento conceptual complejo. Charlotte sabe pensar y razonar. Utiliza con eficacia los instrumentos lingüísticos que le han proporcionado para elaborar ideas complejas.
Cuando fui a visitar a Charlotte y a su familia, lo primero que me sorprendió fue que eran una familia, una familia llena de alegría, llena de vitalidad, llena de preguntas, unida. No advertí ni rastro de ese aislamiento tan frecuente en los sordos… y no había ni rastro de idioma «primitivo» («¿Qué es esto? ¿Qué es aquello? ¡Haz esto! ¡Haz aquello!»), de esa actitud protectora de la que habla Schlesinger. La propia Charlotte estaba llena de preguntas, llena de curiosidad, llena de vida, era una niña alegre, imaginativa y juguetona, claramente volcada hacia el mundo y hacia los demás. Aunque le decepcionó que yo no hablase por señas, utilizó inmediatamente a sus padres como intérpretes y me interrogó a fondo sobre las maravillas de Nueva York.
A unos cuarenta y cinco kilómetros de Albany hay un bosque y un río, y allí fui más tarde en coche con Charlotte, sus padres y su hermano. A Charlotte le gusta el mundo de la naturaleza tanto como el mundo humano, pero le gusta de un modo inteligente. Sabía distinguir diferentes hábitats por cómo convivían las cosas en ellos; percibía la cooperación y la dualidad, la dinámica de la existencia. Le fascinaban los helechos que crecían junto al río, comprendía que eran distintos de las flores, entendía la diferencia entre esporas y semillas. Expresaba con exclamaciones en lenguaje de señas su entusiasmo ante las formas y los colores, pero luego hacía una pausa para preguntar «¿Cómo?» y «¿Por qué?» y «¿Y si?». Era evidente que lo que quería no eran datos aislados sino conexiones, comprensión, un mundo con sentido y con significado. Nunca vi con mayor claridad el paso de un mundo perceptivo a un mundo conceptual, un paso imposible sin diálogo complejo, un diálogo que se produce primero con los padres pero que luego se interioriza como «el hablar consigo mismo», como pensamiento.
El diálogo pone en marcha el lenguaje, pone en marcha la mente, pero una vez puesta en marcha desarrollamos una nueva facultad, «el diálogo interno», indispensable para la fase siguiente, para el pensamiento. «El lenguaje interior», dice Vygotsky, «es un lenguaje casi sin palabras […] no es el aspecto interior del lenguaje externo, es una función en sí… Mientras en el lenguaje externo el pensamiento se encarna en palabras, en el interno las palabras mueren al formar el pensamiento. El pensamiento interior es en gran medida pensar en significados puros». Empezamos con el diálogo, con un lenguaje que es externo y social, pero luego, para pensar, para convertirnos en nosotros mismos, tenemos que pasar a un monólogo, al lenguaje interior. El lenguaje interior es esencialmente solitario, y es profundamente misterioso, tan desconocido para la ciencia, según Vygotsky, como «la otra cara de la luna». «Somos nuestro lenguaje», se dice a menudo; pero nuestro lenguaje real, nuestra identidad real, reside en el lenguaje interior, en esa generación de sentido y corriente incesante que constituye la mente individual. El niño va elaborando significados y conceptos por medio del lenguaje interior; por el lenguaje interior alcanza su propia identidad; por medio de él construye, por último, su mundo propio. Y el lenguaje interior (o la seña interior) de los sordos puede ser muy característico.[80]
Para los padres de Charlotte está claro que ésta construye su mundo de una forma distinta, radicalmente distinta quizás: predominan en ella pautas mentales visuales y «piensa de un modo diferente» en los objetos físicos. Me sorprendió mucho la calidad gráfica de sus descripciones, su precisión; sus padres hablaban también de esta precisión: «Todos los personajes, criaturas u objetos de los que habla Charlotte están situados» decía su madre; «la referencia espacial es fundamental en el ameslán. Cuando Charlotte habla por señas, se estructura toda la escena; puedes ver dónde están todas las personas y todas las cosas; se visualiza todo con un detalle que resulta extraño para el oyente». El emplazamiento de objetos y personas en posiciones específicas, ese uso de una referencia espacial compleja, había sido sorprendente en Charlotte, según sus padres, a partir de los cuatro años y medio. A esa edad les superaba ya en ese terreno, había desarrollado una especie de «escenificación», una capacidad «arquitectónica» que habían percibido en otros sordos, pero raras veces en los oyentes.[81]
El lenguaje y el pensamiento siempre son personales: lo que decimos nos expresa, igual que nuestro lenguaje interior. Por eso suele parecernos el lenguaje una efusión, una especie de transmisión espontánea del yo. No pensamos en principio que tenga que tener una estructura, una estructura de un tipo inmensamente complejo y preciso. No tenemos conciencia de esa estructura; no la vemos como vemos los tejidos, los órganos, la disposición arquitectónica de nuestro cuerpo. Pero esa enorme libertad del lenguaje, esa libertad excepcional, no sería posible sin unas limitaciones gramaticales sumamente estrictas. Lo que hace posible el lenguaje, lo que nos permite articular los pensamientos, nuestra identidad, en una expresión es ante todo la gramática.
Esto estaba claro, respecto al habla, en 1660 (fecha de la Gramática de Port Royal), pero hasta 1960 no se admitió respecto al lenguaje de señas.[82] Hasta entonces ni siquiera los que hablaban por señas consideraban la seña un idioma auténtico. Y sin embargo la idea de que la seña pudiese tener una estructura interna no es del todo nueva, tiene una especie de extraña prehistoria. Roch-Ambroise Bébian, sucesor de Sicard, no sólo percibió que el lenguaje de señas tenía una gramática autónoma propia (por lo que no necesitaba en absoluto una gramática francesa importada y ajena), sino que intentó recopilar una «Mimografía» basada en la descomposición de las señas. El proyecto fracasó, y era inevitable que fuese así, pues aún no se habían llegado a identificar correctamente los elementos reales («fonémicos») de la seña.
En la década de 1870 el antropólogo E. B. Tylor sintió un profundo interés por el lenguaje, que incluía un gran interés por el lenguaje de señas y su conocimiento (hablaba por señas con fluidez y tenía muchos amigos sordos). Su libro Researches into the Early History of Mankind contenía muchas ideas fascinantes sobre el lenguaje de señas y podría haber fomentado un auténtico estudio lingüístico de éste si el Congreso de Milán de 1880 no hubiese acabado con la posibilidad de semejante empresa y de cualquier otra valoración justa del lenguaje de señas. Con la descalificación oficial y solemne de dicho lenguaje, los lingüistas pasaron a centrar la atención en otra parte, y lo ignoraron o lo interpretaron de un modo completamente erróneo. J. G. Kyle y B. Woll explican esta triste historia en su libro, destacando que Tylor conocía tan bien la gramática del lenguaje de señas que les parecía indiscutible que «los lingüistas no han hecho más que redescubrirla en estos últimos diez años»[83]. La idea de que el «lenguaje de señas» de los sordos no era más que una especie de mímica, o la de que era sólo un lenguaje pictográfico, dominaban de un modo prácticamente universal hace tan sólo treinta años. La Encyclopaedia Britannica (decimocuarta edición) lo consideraba «una especie de escritura de imágenes en el aire»; y un manual muy conocido nos dice:[84]
El lenguaje de señas manuales que utilizan los sordos es un lenguaje ideográfico. Es fundamentalmente más pictórico, menos simbólico, y se emplaza ante todo, como sistema, en el campo de la imaginación. A los sistemas de lenguaje ideográfico les falta precisión, sutileza y flexibilidad comparados con los sistemas de símbolo verbal. Es probable que el hombre no pueda desarrollar todo su potencial con el lenguaje ideográfico, pues éste se limita a los aspectos más concretos de la experiencia humana.
Hay aquí, en realidad, una paradoja: el lenguaje de señas parece al principio mímico; te hace creer que si prestas atención acabarás «cogiéndolo» muy pronto […] la mímica es siempre fácil de entender. Pero si sigues mirando no experimentas ningún sentimiento de «¡Ajá!», compruebas irritado que, pese a su aparente transparencia, el lenguaje de señas es ininteligible.[85]
Hasta finales de la década de 1950, en que se incorporó a la Universidad Gallaudet el joven medievalista y lingüista William Stokoe no se prestó ninguna atención lingüística ni científica al lenguaje de señas. Stokoe creía que había ido a enseñar a Chaucer a los sordos. Pero enseguida se dio cuenta de que la suerte o la casualidad le habían brindado uno de los medios lingüísticos más extraordinarios del mundo. Por entonces no se consideraba el lenguaje de señas un auténtico idioma, sólo una especie de mímica o código gestual, o una especie de inglés desarticulado que se hacía con las manos. Stokoe tuvo el talento de ver que no era nada de eso y de demostrarlo; se dio cuenta de que cumplía todas las condiciones lingüísticas precisas para considerarlo un verdadero idioma, con vocabulario y sintaxis y capacidad para generar un número infinito de proposiciones. En 1960 publicó Sign Language Structure y en 1965 (con sus colegas sordos Dorothy Casterline y Carl Croneberg) A Dictionary of American Sign Language. Stokoe estaba convencido de que las señas no eran imágenes sino símbolos abstractos complejos con una estructura interior compleja. Fue, por tanto, el primero que buscó una estructura, que analizó las señas, que las diseccionó, que buscó los elementos constitutivos. Sostuvo muy pronto que cada seña constaba de tres elementos independientes como mínimo (posición, contorno de la mano y movimiento; estas partes eran análogas a los fonemas del habla) y que cada elemento disponía de un número ilimitado de combinaciones.[86] En Sign Language Structure delimitó diecinueve contornos manuales distintos, doce posiciones, veinticuatro tipos de movimiento, e inventó un sistema de notación (el ameslán no se había escrito nunca).[87] Su Dictionary era además original, pues las señas no estaban ordenadas temáticamente (es decir, señas de alimentos, de animales), sino de modo sistemático, según sus elementos constitutivos, su organización y los principios del idioma. El diccionario mostraba la estructura léxica del ameslán: la interconexión lingüística de unas tres mil «palabras»-señas básicas.
Stokoe necesitó una confianza inmensa y serena en sí mismo, y hasta cierta obstinación, para no abandonar estos estudios, pues al principio casi todo el mundo, oyentes y sordos, consideraron sus ideas ridículas y heréticas; cuando se publicaron sus libros se consideraron inútiles o absurdos. Es lo que suele pasar con las obras geniales.[88] Pero al cabo de unos años, debido precisamente a esas obras de Stokoe, la opinión general había cambiado por completo y se había iniciado una revolución, una revolución doble: una revolución científica que se interesaba por el lenguaje de señas y por sus sustratos cognoscitivos y neurales, algo que nadie se había planteado hasta entonces, y una revolución cultural y política.
El Dictionary of American Sign Language enumeraba tres mil señas raíz, que podrían parecer un vocabulario sumamente limitado (si lo comparamos, por ejemplo, con las seiscientas mil palabras, más o menos, del Oxford English Dictionary). Y no hay duda, sin embargo, de que el lenguaje de señas es sumamente expresivo; puede expresar prácticamente todo lo que pueda expresar un lenguaje hablado.[89] Es evidente que operan también otros principios adicionales. La gran investigadora de estos otros principios (de todos los que pueden convertir un vocabulario en un idioma) ha sido Ursula Bellugi (y sus colaboradores del Instituto Salk).
Un vocabulario incluye todo tipo de conceptos; pero éstos permanecen aislados (en el nivel de «Mí Tarzán, tú Jane») si falta la gramática. Tiene que haber un sistema formal de normas que permita elaborar expresiones coherentes, es decir frases, proposiciones. (Esto no es del todo evidente, no es un concepto intuitivo, pues la expresión en sí parece tan inmediata, tan inconsútil, tan personal, que no se te ocurre pensar en principio que contenga, o exija, un sistema riguroso de normas: ésta es sin duda una de las razones de que fuesen sobre todo quienes utilizaban las señas como su idioma natural los que dijesen que ese idioma no se podía descomponer y se mostrasen escépticos ante las tentativas de Stokoe y luego ante las de Bellugi).
La idea de un sistema formal de este tipo, de una «gramática generativa», no es en sí algo nuevo. Humboldt decía ya que todo idioma hacía «uso infinito de medios finitos». Pero ha sido Noam Chomsky el que ha dado, en los últimos treinta años, una explicación concreta de «cómo en las lenguas particulares se hace un uso infinito de esos medios finitos» y quien ha analizado «las propiedades más profundas que definen el “lenguaje humano” en general». Chomsky denomina a estas propiedades más profundas «estructura profunda» de la gramática; las considera una característica innata, propia de la especie humana, una característica latente del sistema nervioso hasta que el uso efectivo del lenguaje la activa. Chomsky imagina su «gramática profunda» como un enorme sistema de normas («varios cientos de normas de diferentes tipos»), que poseen una determinada estructura natural fija, que a veces considera análoga al córtex visual, que cuenta con instrumentos innatos de todo tipo para organizar la percepción visual.[90] Apenas tenemos datos todavía sobre el sustrato neural de una gramática de este género, pero que hay una, y su emplazamiento aproximado, lo demuestra el hecho de que haya afasias, incluso del lenguaje de señas, en que queda mermada específica y exclusivamente la competencia gramatical.[91]
Según el modelo de Chomsky la persona que conoce una lengua concreta domina «una gramática que genera […] el conjunto infinito de estructuras profundas potenciales, las cartografía sobre estructuras de superficie relacionadas y determina las interpretaciones semánticas y fonéticas de estos objetos abstractos».[92] ¿Cómo consigue el sujeto asimilar (o dominar) una gramática de este tipo? ¿Cómo puede aprender algo tan complejo un niño de dos años? Un niño al que desde luego no se le enseña gramática de una manera explícita y que no oye expresiones ejemplares (elementos de gramática) sino la charla sumamente espontánea e informal (y en apariencia no informativa) de sus padres. (Por supuesto, el lenguaje de los padres no es «no informativo», sino que está lleno de gramática implícita y de ajustes y sugerencias lingüísticas innumerables e inconscientes, a las que el niño responde inconscientemente. Pero no hay ninguna trasmisión consciente explícita de la gramática). Esto es en concreto lo que le asombra a Chomsky, que el niño sea capaz de conseguir tanto con tan poco:[93]
No podemos evitar el asombro, en el caso del lenguaje, ante la disparidad enorme entre conocimiento y experiencia, entre la gramática generativa que la competencia lingüística del hablante nativo revela y los datos escasos y degradados sobre cuya base ha construido él solo esa gramática.
Al niño no se le enseña, pues, gramática, ni la aprende; la construye a partir de los «datos escasos y degradados» de que dispone. Y no podría hacerlo si la gramática, o su posibilidad, no estuviese ya dentro de él de una forma latente esperando que la materialice. Tiene que haber, según Chomsky, «una estructura innata lo suficientemente rica para explicar esa disparidad entre experiencia y conocimiento».
Esa estructura innata, esa estructura latente, no está plenamente desarrollada en el momento del nacimiento, ni es demasiado obvia a los dieciocho meses. Pero luego, de pronto, de un modo sorprendente, el niño en formación se abre al lenguaje, pasa a ser capaz de elaborar una gramática a partir de las expresiones de sus padres. Entre los veintiún meses y los treinta y seis (este período es el mismo en todos los seres humanos neurológicamente normales, tanto sordos como oyentes; en los retardados se retrasa un poco, lo mismo que otros hitos del desarrollo) revela una capacidad espectacular, un talento genial para el lenguaje, y luego una capacidad menguante, que se extingue cuando se acaba la niñez (a los doce o trece años, aproximadamente).[94] Éste es, en expresión de Lenneberg, el «período crítico» para el aprendizaje de una primera lengua, el único período en que el cerebro puede materializar, partiendo de cero, una gramática completa. Los padres constituyen entonces un factor esencial, pero sólo facilitando el proceso: el lenguaje se desarrolla él mismo, «desde dentro», en el período crítico, y lo único que hacen los padres (y citamos a Humboldt) es «proporcionar el hilo a lo largo del cual se desarrollará según su propio impulso». El proceso se parece más a la maduración que al aprendizaje: la estructura innata (a la que Chomsky a veces llama Instrumento de Aprendizaje del Idioma) se desarrolla orgánicamente, se diferencia y madura como un embrión.
Bellugi dice, cuando habla de sus primeros trabajos con Roger Brown, que para ella es esto precisamente lo más asombroso del lenguaje; se remite a un artículo conjunto que describía el proceso de «inducción de la estructura latente» de las frases en el niño, y a su última frase: «la integración y diferenciación simultáneas complejísimas que entraña la evolución de la frase-nombre recuerda más el desarrollo biológico de un embrión que la fijación de un reflejo condicionado». El segundo motivo de asombro de su vida como lingüista fue, nos dice, el ver que esta estructura orgánica fascinante (el complejo embrión de la gramática) podía tener una forma puramente visual y que la tenía en el lenguaje de señas.
Bellugi ha estudiado, sobre todo, los procesos morfológicos del ameslán: cómo se modifica una seña para expresar significados distintos por medio de la gramática y la sintaxis. Es evidente que el escueto vocabulario del Dictionary of American Sign era sólo una primera etapa, pues un lenguaje no es únicamente un vocabulario ni un código. (El llamado lenguaje de señas indio es un simple código, es decir, una colección o vocabulario de señas que no tienen ninguna estructura interna y apenas permiten modificaciones gramaticales). El verdadero lenguaje se modula continuamente por medio de instrumentos gramaticales y sintácticos de todo tipo. El ameslán es extraordinariamente rico en instrumentos de este género, que sirven para ampliar muchísimo el vocabulario básico.
Hay así numerosas formas de MIRAR («mírame», «mírala», «mira a cada uno de ellos», etcétera), que se expresan todas de distinto modo: por ejemplo, la seña MIRA se efectúa con una mano que se aleja del que la hace; pero cuando se modifica para querer decir «se miran» se hace con las dos manos que se acercan una a otra simultáneamente. Hay un número considerable de modificaciones para indicar aspectos relacionados con la duración (figura 1); así, «mira» (a) puede modificarse para decir «mira fijamente» (b), «mira sin parar» (c), «contempla» (d), «observa» (e), «mira largo rato» (f) o «mira una y otra vez» (g) y muchas otras permutaciones, que incluyen combinaciones de las anteriores. Luego hay gran número de formas derivadas, en las que la seña MIRA se modifica de modo específico para significar «reminiscencia», «visita», «esperar con ilusión», «profecía», «predecir», «prever», «echar un vistazo», «ojear un libro», etcétera.
Figura 1. La seña raíz MIRAR puede modificarse de varios modos. He aquí algunas de las inflexiones para los aspectos temporales de MIRAR; hay otras más para diferenciaciones de grado, modo, número, etcétera.
El rostro puede tener también funciones lingüísticas especiales en el lenguaje de señas: así (tal como han demostrado David Corina y otros) expresiones faciales específicas, o mejor «conductas», pueden servir para indicar construcciones sintácticas como sustantivaciones, cláusulas relativas y preguntas, o actuar como adverbios o cuantificadores.[95] Pueden intervenir también otras partes del cuerpo. Cualquiera de estos elementos o todos ellos (esa enorme gama de modificaciones concretas o potenciales, espaciales y cinéticas) pueden converger sobre las señas raíz, fundirse con ellas y modificarlas, condensando un enorme caudal de información en las señas resultantes.
La condensación de estas unidades de seña y el hecho de que todas sus modificaciones sean espaciales son la razón de que la seña resulte, en el nivel visible y obvio, completamente distinta de cualquier lenguaje hablado, y son también, en parte, la causa de que no se la considerase un lenguaje. Pero es precisamente por eso, y por su gramática y su sintaxis espaciales únicas, por lo que el lenguaje de señas es un verdadero lenguaje aunque sea un lenguaje completamente original, fuera de la corriente general evolutiva de todas las lenguas habladas, una opción evolutiva única. (Y, en cierto modo, una opción absolutamente sorprendente, considerando que hemos acabado especializándonos en el habla en el último medio millón o en los dos últimos millones de años. La aptitud para el lenguaje está en todos nosotros, eso es algo que se entiende fácilmente. Pero el que haya de ser tan grande la aptitud para una forma de lenguaje visual es algo asombroso, y difícilmente podría haberse previsto si un lenguaje visual no existiese. Pero podría decirse también que hacer señas y gestos, aunque sea sin una estructura lingüística compleja, es algo que se remonta a nuestro remoto pasado prehumano, y que el habla es en realidad el recién llegado evolutivo; un recién llegado de mucho éxito que podía sustituir a las manos, liberándolas para objetivos distintos, no comunicativos. Puede que haya habido, en realidad, dos corrientes evolutivas paralelas de las formas de lenguaje, una del habla y otra de la seña: esto indican las investigaciones de ciertos antropólogos, que han demostrado que coexisten lenguajes hablados y de señas en algunas tribus primitivas.[96] Así pues, los sordos y su lenguaje no sólo nos muestran la maleabilidad del sistema nervioso, sino sus aptitudes latentes).
La característica más sobresaliente del lenguaje de señas (la que lo diferencia de los demás lenguajes y de las demás actividades mentales) es su utilización lingüística única del espacio.[97] La complejidad de este espacio lingüístico es absolutamente abrumadora para la vista «normal», que no puede percibir, y aún menos entender, la enorme complejidad de sus pautas espaciales.
Vemos, pues, que en el lenguaje de señas, en todos los niveles (léxico, gramatical, sintáctico), se hace un uso lingüístico del espacio: un uso asombrosamente complejo, ya que mucho de lo que en el habla es lineal, secuencial y temporal, es simultáneo, coincidente e incluye muchos niveles en la seña.
La «superficie» de la seña puede parecer simple, como la del gesto o la de la mímica, pero pronto se descubre que es una ilusión, y que lo que parece tan simple es sumamente complejo y consiste en innumerables pautas espaciales encajadas unas en otras tridimensionalmente.[98]
El carácter sorprendente de esta gramática espacial, de la utilización lingüística del espacio, deslumbró por completo a los investigadores del lenguaje de señas en la década de 1970, y hasta la década actual no se ha prestado la misma atención al tiempo. Aunque ya se admitía una organización secuencial de las señas, se consideraba fonológicamente intrascendente, sobre todo porque no podía «leerse». Fue preciso el trabajo de una nueva generación de lingüistas (lingüistas en general sordos o usuarios naturales del lenguaje de señas, que pueden analizar sus matices partiendo de su propia experiencia, desde «dentro») para desvelar la importancia de estas secuencias dentro de las señas y entre ellas. Los hermanos Supalla, Ted y Sam, han sido verdaderos adelantados en este campo, junto con otros. Así Ted Supalla y Elisa Newportt, en un artículo trascendental publicado en 1978, demostraron que había matices muy sutiles del movimiento que podían diferenciar algunos sustantivos de verbos relacionados: antes se creía (por ejemplo, Stokoe) que había una sola seña para «sentarse» y «silla», pero Supalla y Newport demostraron que las señas de estos dos conceptos están sutil pero claramente diferenciadas.[99]
La investigación más sistemática sobre el uso del tiempo en la seña se la debemos a Scott Liddell, Robert Johnson, y sus colegas de Gallaudet. Liddell y Johnson consideran el lenguaje de señas no una sucesión de configuraciones instantáneas «paralizadas» en el espacio, sino algo continua y profusamente modulado en el tiempo, con un dinamismo de «movimientos» y «pausas» análogo al de la música o el habla. Ellos han desentrañado varios tipos de secuencias en el ameslán (secuencias de contorno de las manos, emplazamientos, señas no manuales, movimientos locales, movimientos-y-pausas) así como segmentación interna (fonológica) dentro de las señas. El modelo de estructura simultáneo no logra representar estas secuencias, y puede impedir en realidad apreciarlas. Por eso ha sido necesario sustituir las descripciones y nociones estáticas anteriores por notaciones nuevas, dinámicas y con frecuencia muy complejas, que guardan cierta similitud con las que se utilizan para la música y la danza.[100]
Nadie ha estudiado estas nuevas investigaciones con más ahínco que el propio Stokoe, que se ha centrado específicamente en las posibilidades del «lenguaje de cuatro dimensiones»:[101]
El habla sólo tiene una dimensión, su extensión en el tiempo; el lenguaje escrito tiene dos; los modelos tienen tres; pero sólo los lenguajes de señas tienen a su disposición cuatro dimensiones: las tres dimensiones espaciales a las que tiene acceso el cuerpo del que las hace y además la dimensión tiempo. Y el lenguaje de señas explota plenamente las posibilidades sintácticas a través de su medio de expresión cuatridimensional.
Stokoe cree que la consecuencia de esto (y respaldan su opinión las intuiciones de los autores, dramaturgos y artistas del lenguaje de señas) es que el lenguaje de señas no tiene una estructura meramente prosaica y narrativa sino también fundamentalmente «cinemática»:
En un lenguaje de señas […] la narración deja de ser lineal y prosaica. Porque lo fundamental del lenguaje de señas es que pasa de una perspectiva normal a un primer plano, a un plano largo, al primer plano otra vez, etcétera, incluyendo a veces escenas retrospectivas y hacia adelante, tal como se trabaja en el montaje de una película… El lenguaje de señas no sólo se organiza más como una película montada que como la narración escrita, sino que además cada individuo que habla por señas se sitúa en una posición muy semejante a la de una cámara. El campo de visión y el ángulo de enfoque son directos pero variables. No sólo es quien hace las señas el que tiene conciencia continua de la orientación visual de su interlocutor hacia aquello a lo que se está refiriendo, sino también el que las observa.
Por eso en esta tercera década de investigación la seña se considera plenamente comparable al habla (en cuanto a su fonología, sus aspectos temporales, sus flujos y secuencias), pero con posibilidades únicas suplementarias de tipo espacial y cinemático: una expresión y una transformación del pensamiento sumamente complejas y sin embargo clarísimas al mismo tiempo.[102]
Para descifrar esta estructura cuatridimensional enormemente compleja hace falta un soporte informático verdaderamente formidable así como una agudeza casi genial.[103] Y sin embargo puede descifrarla también, sin esfuerzo, inconscientemente, un niño de tres años.[104]
¿Qué pasa en la mente y en el cerebro de ese niño que habla por señas o de cualquiera que habla por señas, que le convierte en un genio tal en el manejo de la seña, que le permite utilizar el espacio, «lingüistizar» el espacio, de un modo tan asombroso? ¿Qué clase de soporte informático ha de tener en la cabeza? Resulta difícil de entender que pueda darse ese virtuosismo espacial si pensamos en la experiencia «normal» del habla y del discurso, o en lo que de ellos sabe el neurólogo. En realidad puede resultar imposible para el cerebro «normal», es decir, el cerebro de alguien que no haya tenido un temprano contacto con la seña[105]. ¿Cuál es, pues, la base neurológica de la seña?
Ursula Bellugi y sus colegas, después de pasar la década de 1970 estudiando la estructura de los lenguajes de señas, están estudiando ahora sus sustratos neurales. Esto les lleva a utilizar, entre otros, el método clásico de la neurología, que es analizar las consecuencias de diversas lesiones cerebrales; en este caso las consecuencias, en el lenguaje de señas y en el funcionamiento espacial en general, de lesiones u otros trastornos cerebrales en individuos sordos que hablan por señas.
Se ha creído durante un siglo o más (desde las tesis de Hughlings-Jackson en la década de 1870) que el hemisferio izquierdo del cerebro está especializado en tareas analíticas, sobre todo en el análisis léxico y gramatical que hace posible la comprensión del lenguaje hablado. Al hemisferio derecho se le han atribuido funciones complementarias, considerándolo especializado en totalidades más que en partes, en percepciones sincrónicas más que en análisis secuenciales, y se le ha relacionado, sobre todo, con el mundo visual y espacial. Es evidente que los lenguajes de señas desbordan unos límites tan estrictos, pues su estructura es léxica y gramatical pero también sincrónica y espacial. Debido a ello, no se sabía con certeza, ni siquiera hace una década, si el lenguaje de señas se hallaba emplazado en el cerebro unilateralmente (como el habla) o bilateralmente; en qué lado estaría en caso de unilateralidad; si podía quedar afectada la sintaxis independientemente del vocabulario en caso de una afasia de la seña; y lo más intrigante: si en los sordos que hablan por señas tenía una base neural diferente (y en teoría más fuerte) la organización espacial, sobre todo el sentido espacial, debido a que en la seña se hallan entremezcladas las relaciones espaciales y las gramaticales.
Éstos fueron algunos de los interrogantes que se plantearon Bellugi y sus colegas cuando iniciaron su investigación.[106] Los datos concretos que se conocían por entonces sobre los efectos de ataques de apoplejía y otras lesiones cerebrales sobre el lenguaje de señas eran escasos, y confusos y deficientes en general, debido en parte a que apenas se diferenciaba entre el lenguaje de señas propiamente dicho y el deletreo dactilar. De hecho, el primer descubrimiento de Bellugi, un descubrimiento decisivo, fue que el hemisferio izquierdo del cerebro es esencial para la seña, igual que para el habla; que la seña utiliza algunas de las vías neurales necesarias para el habla gramatical, pero también otras normalmente relacionadas con los procesos visuales.
Helen Melville nos ha aclarado también que el que habla por señas utiliza predominantemente el hemisferio izquierdo, al demostrar que la seña se «lee» con mayor rapidez y precisión cuando se presenta en el campo visual derecho (la información de cada uno de los lados del campo visual la maneja siempre el hemisferio opuesto). Esto se puede demostrar también, de forma harto elocuente, por los efectos de las lesiones que se producen (por apoplejía, etcétera) en ciertas áreas del hemisferio izquierdo. Estas lesiones pueden provocar una afasia de la seña, una deficiencia en la comprensión o el uso de la seña análogo a la afasia del habla. Estas afasias de la seña pueden afectar al vocabulario o a la gramática de la seña (incluida la sintaxis organizada espacialmente) de forma diferenciada, así como a la capacidad general de «proposicionar» que Hughlings-Jackson consideraba básica en el lenguaje.[107] Pero en los afásicos de la seña no hay deterioro de otras aptitudes espacio-visuales no lingüísticas. (El gesto, por ejemplo, es decir los movimientos expresivos no gramaticales que todos hacemos, como encogernos de hombros, decir adiós con la mano, blandir un puño, etcétera, persisten en la afasia aunque se pierda la seña, lo que marca una diferenciación absoluta entre los dos. De hecho se puede enseñar a los pacientes con afasia a utilizar el «código gestual amerindio», pero no pueden servirse sin embargo del lenguaje de señas, lo mismo que no pueden servirse del habla.)[108] Por el contrario, en los que hablan por señas y sufren apoplejías o lesiones en el hemisferio derecho puede haber una desorganización espacial grave, incapacidad para apreciar la perspectiva y, a veces, el lado izquierdo del espacio…, pero no son afásicos y a pesar de sus graves deficiencias espacio-visuales conservan plenamente la capacidad de hablar por señas. Así pues, los que hablan por señas muestran la misma lateralización cerebral que los hablantes aunque su lenguaje sea por naturaleza completamente espacio-visual (y corresponda, por ello, al hemisferio derecho).
Este descubrimiento es, si lo pensamos bien, sorprendente y obvio a la vez y nos llevaba a dos conclusiones. Confirma, en el plano neurológico, que la seña es un lenguaje y que el cerebro la aborda como tal, aunque sea visual más que auditiva, y aunque se organice espacial más que secuencialmente. Y corresponde como lenguaje al hemisferio izquierdo del cerebro, que está especializado biológicamente en esa función concreta.
El hecho de que la seña dependa del hemisferio izquierdo, pese a su organización espacial, indica que hay una representación de espacio «lingüístico» en el cerebro completamente distinta del espacio «topográfico» ordinario. Bellugi aporta una confirmación de esto notable y sorprendente. Uno de sus sujetos de experimentación, Brenda I., con una enorme lesión en el hemisferio derecho, pasaba por alto patentemente el lado izquierdo del espacio, de modo que cuando describía su habitación lo colocaba todo sin orden ni concierto en el derecho, dejando el izquierdo absolutamente vacío. Para ella ya no existía el lado izquierdo del espacio, del espacio topográfico (figura 3 a-b). Pero cuando hablaba por señas efectuaba emplazamientos espaciales y se expresaba libremente por todo el espacio lingüístico, incluido el lado izquierdo (figura 3c).
Figura 3. Brenda sufrió una grave lesión en el hemisferio cerebral derecho que destruyó su capacidad de «cartografiar» por el lado izquierdo, pero no su capacidad de usar la sintaxis. La figura (a) muestra la disposición real de la habitación de Brenda, correctamente expresada en señas.
(a) Disposición espacial correcta
Figura (b): Brenda al describir su habitación deja vacío el lado izquierdo de ésta y amontona (mentalmente) todo el mobiliario en el derecho. No puede ni concebir siquiera la idea de «izquierda».
(b) Disposición espacial distorsionada expresada por señas
Figura (c): pero cuando habla por señas, utiliza todo el espacio, lado izquierdo incluido, para expresar relaciones sintácticas.
(c) Sintaxis correcta del lenguaje de señas
Así pues, su espacio perceptivo, su espacio topográfico, que dependía del hemisferio derecho, era notoriamente defectuoso; pero su espacio lingüístico, su espacio sintáctico, que dependía del izquierdo, seguía intacto.
Así pues, quienes hablan por señas desarrollan una nueva forma de representar el espacio muy perfeccionada;[109] un nuevo tipo de espacio, un espacio convencional, sin ninguna analogía con el de los que no hablamos por señas. Esto revela una tendencia neurológica absolutamente original. Es como si en los que hablan por señas el hemisferio izquierdo se «apoderase» de un campo de percepción espacio-visual, lo modificase, lo afinase, de un modo extraordinario, dándole un carácter nuevo, sumamente analítico y abstracto, y haciendo posibles así un lenguaje y una concepción visuales.[110]
Hemos de preguntarnos si esta capacidad lingüístico-espacial es la única peculiaridad de los que hablan por señas. ¿Desarrollan otras aptitudes espacio-visuales distintas no lingüísticas? ¿Existe la posibilidad de una nueva forma de inteligencia visual?[111] Esta cuestión ha llevado a Bellugi y a sus colegas a iniciar un estudio fascinante de la cognición visual en los sordos que hablan por señas. Compararon la actuación de niños sordos cuyo lenguaje natural era la seña con la de niños oyentes que no hablaban por señas en una serie de pruebas espacio-visuales. En las pruebas de construcción espacial, los niños sordos obtuvieron mucho mejores resultados que los oyentes, y en realidad muy superiores a los «normales». Los resultados fueron similares en pruebas de organización espacial, es decir, la capacidad para percibir un conjunto a partir de partes inconexas, la capacidad de percibir (o concebir) un objeto. Los niños sordos de cuatro años obtuvieron también aquí resultados extraordinarios, logrando puntuaciones que no podían igualar algunos estudiantes de bachillerato oyentes. En una prueba de reconocimiento facial (la prueba de Benton, que evalúa el reconocimiento facial y la transformación espacial) los niños sordos volvieron a situarse claramente por delante de los oyentes y muy por encima de sus niveles cronológicos.
Pero los resultados más espectaculares quizás sean los que obtuvo Bellugi con niños sordos y oyentes de Hong Kong. Puso a prueba su capacidad para apreciar y recordar «pseudocaracteres» chinos sin sentido presentados como pautas rápidas de luz. Aquí los niños sordos que hablaban por señas obtuvieron unos resultados asombrosos y los niños oyentes fueron prácticamente incapaces de realizar la tarea (véase figura 4). Al parecer, los niños sordos consiguieron «analizar» estos pseudocaracteres, fueron capaces de efectuar un análisis espacial muy complejo, y esto potenció enormemente su capacidad de percepción visual, permitiéndoles «ver» los pseudocaracteres con una ojeada. Luego se repitió el experimento con adultos estadounidenses sordos y oyentes que no tenían ningún conocimiento del chino y los sordos consiguieron también resultados notoriamente superiores.
Figura 4. En la prueba realizada con los niños chinos, consistente en reproducir un carácter chino falso (presentado como despliegue de un punto en movimiento), los niños sordos lo hicieron muy bien y los oyente muy mal.
Estructura elegida
Movimiento del punto de luz
Niños chinos sordos
Niños chinos oyentes
Estas pruebas, en las que los niños que hablan por señas obtienen resultados muy superiores a los normales (una superioridad que es especialmente marcada en los primeros años de la vida), muestran claramente las habilidades visuales específicas que se adquieren al aprender a hablar por señas. Como dice Bellugi, la prueba de organización espacial no sólo exige reconocer y nombrar objetos, sino también rotación mental, percepción de la forma y organización espacial, operaciones importantes todas ellas en relación con los soportes espaciales de la sintaxis del lenguaje de señas. La habilidad para diferenciar rostros y para apreciar variaciones sutiles de la expresión facial tiene también una importancia extraordinaria para el que habla por señas, pues la expresión facial desempeña un papel importantísimo en la gramática del ameslán.[112]
La capacidad de diferenciar configuraciones discretas o «cuadros» en un flujo continuo de movimiento (como en el caso de los pseudocaracteres chinos) desvela otra habilidad importante de los que hablan por señas: su mayor aptitud para «analizar el movimiento». Esto se considera análogo a la capacidad para descomponer y analizar el habla a partir de una pauta continua de ondas sonoras en cambio constante. Todos tenemos esta capacidad en la esfera auditiva, pero sólo los que hablan por señas la tienen tan espectacularmente intensificada en la esfera visual[113]. Y también esto es fundamental, claro, para entender un lenguaje visual, que se despliega en el tiempo además de desplegarse en el espacio.
¿Se puede localizar una base cerebral de esta ampliación de la cognición espacial? Neville ha estudiado las correlaciones fisiológicas de estos cambios perceptivos, registrando las variaciones que se producen en las reacciones eléctricas del cerebro (potenciales evocados) a los estímulos visuales, concretamente a movimientos en el campo visual periférico. (Es imprescindible que se refuerce la percepción de estos estímulos para poder comunicarse en lenguaje de señas, pues los ojos de los que hablan por señas se centran generalmente en el rostro del interlocutor y los movimientos de las manos quedan por ello en la periferia del campo visual). Neville ha comparado estas reacciones en tres grupos de sujetos: sordos que hablan por señas como su lengua natural, oyentes que no hablan por señas y oyentes para los que la seña es su lenguaje natural (normalmente hijos de padres sordos).
Los sordos que hablan por señas muestran una velocidad de reacción mayor a estos estímulos, y esto va acompañado de un aumento de potenciales evocados en los lóbulos occipitales del cerebro, las áreas de recepción primarias de la visión. Este aumento de la velocidad y de los potenciales del área occipital no se observó en ninguno de los sujetos oyentes, y parece indicar un fenómeno compensatorio: el fortalecimiento de un sentido en sustitución de otro (puede haber también una sensibilidad auditiva mayor en los ciegos).[114]
Pero había también fortalecimientos en niveles superiores: los sujetos sordos apreciaban con más precisión la dirección del movimiento, sobre todo cuando se producía en el campo visual derecho, y había un aumento correlativo de potenciales evocados en las regiones parietales del hemisferio izquierdo. Estos fortalecimientos aparecían también en los niños oyentes de padres sordos y no tienen que considerarse por tanto consecuencia de la sordera sino del aprendizaje a muy temprana edad del lenguaje de señas (que exige una percepción muy superior de los estímulos visuales). Pero no sólo se modifica en los que hablan por señas la percepción del movimiento en el campo visual periférico, que de ser función del hemisferio derecho pasa a serlo del izquierdo. Neville y Bellugi obtuvieron pruebas (muy pronto, en realidad) de una especialización similar del hemisferio izquierdo (y un cambio de especialización del hemisferio derecho «normal» en la identificación de cuadros, la localización de puntos y el reconocimiento de rostros) en individuos que hablaban por señas y eran sordos.[115]