Valentina

Valentina


Capítulo 12

Página 16 de 33

12

El Sr. Wilson abrió las dos grandes hojas que encerraban la biblioteca y a Valentina se le iluminaron los ojos, pues intuyó que era enorme y repleta de libros muy interesantes.

—Monsieur Messerli, la Srta. Bai Bucci y el Sr. Lambert.

Anunció el Mayordomo y disculpándose, el Sr. Michael Lambert se apartó de Valentina para recibir el afectuoso abrazo del famoso escritor, que le dijo en voz baja:

—Tío Michael, gracias.

A pesar de que no podía dar crédito a lo que veían sus ojos, de que su corazón se aceleró más fuerte que nunca y de que infinidad de preguntas revoloteaban en su mente, Valentina se veía serena, inalterable.

Ahí estaba la mirada de esos ojos verdes, esa mirada que se había clavado en lo más profundo de su corazón. Era él, era Andreas Buhler o mejor dicho, Fabián Messerli. Fue tal la impresión, que furiosa pensó:

—“¡Vaya! ¡Así que también me mintió con su nombre!”. —Él se acercó y tomando su mano la besó con suavidad y sonriendo feliz le dijo:

—Bienvenida Srta. Valentina Bai Bucci.

Aunque sorprendida e indignada por su cinismo, Valentina respondió con serena voz:

—Sr. Messerli… es un placer conocerlo al fin.

Aunque los demás no lo notaron, él sí captó la ironía, pero aun así no se borró su feliz sonrisa:

—Srta. Bai Bucci, están aquí algunas de las personas que colaboran conmigo en algunas investigaciones, me gustaría que la conocieran. ¿Me acompaña? —Michael respondió:

—Fabián, la Srta. Bai Bucci se siente un poco cansada, necesita ir a su habitación para refrescarse y descansar unas horas.

—Por supuesto, permítame mostrarle su habitación. —En ese momento se acercó Jennifer y tomándolo del brazo le dijo:

—Mi amor, tus invitados te esperan, el Mayordomo le mostrará su habitación. —Y disimulando su molestia, Michael intervino:

—No es necesario, yo llevaré a Valentina a su habitación.

—Gracias tío Michael. Que descanse Srta. Bai Bucci.

—Gracias Sr. Messerli.

Michael le ofreció su brazo a Valentina, quien con sincera sonrisa lo aceptó y salieron de la Biblioteca, mientras Fabián los veía con deseos de ocupar el lugar de Michael y Jennifer la observaba con desconfianza, pues no imaginó que la traductora fuera tan hermosa.

El amable Sr. Lambert la llevó hasta la puerta de la que sería su habitación durante las siguientes semanas o meses y antes de despedirse le dijo:

—Descansa Valentina, pasaré por ti a las siete para que bajes a cenar y para que conozcas a los colaboradores de Fabián.

—Michael… te confieso que no soy buena en el arte de socializar. ¿Tú estarás ahí?

—Me alegra saberlo porque yo tampoco soy bueno en eso, pero no te preocupes, te aseguro que esas personas son amables y educadas.

Al entrar, Valentina encontró a una joven de uniforme azul marino con cuello blanco, que ya atendía su equipaje y que de inmediato le informó:

—Srta. Bai Bucci, mi nombre es Ann y estaré a su servicio. ¿Desea que le prepare el baño?

—Sí Ann, gracias.

Mientras la activa joven le preparaba el baño, Valentina se acercó a la ventana y le gustó lo que veía, pues desde ahí podía contemplar los hermosos y bien cuidados jardines que rodeaban el castillo. Esperando para disfrutar de un buen baño, Valentina pensaba que el cinismo de Andreas no tenía precedentes, ya que lejos de lucir apenado o desconcertado, se veía inmensamente feliz y aunque le enfurecía, lo entendía, pues tenía a su lado a una hermosa y famosa actriz de Hollywood.

Cuando salió de bañarse, la joven Ann ya había terminado de acomodar todas sus cosas y con ligera inclinación se despidió para que Valentina pudiera descansar, pero lejos de buscar el descanso ella sacó su computadora y revisó sus pendientes, porque desde el día que subió al barco no lo había hecho. Encontró algunos mensajes de su Administrador y muchos de Edward Ziff, entonces se comunicó con el primero y al segundo lo ignoró.

A las siete en punto tocaron a su puerta, era Michael Lambert que llegaba por ella para llevarla a la sala en la que Fabián se reunía con sus amigos y colaboradores. Puntual como siempre lo era, Valentina salió y de su brazo caminó hacia la sala y mientras se acercaban, Michael le dijo:

—Cuando Fabián vea lo hermosa que luces, va a desear estar en mi lugar. —Y furiosa como se sentía exclamó sin pensar:

—Por mí, que reviente.

Al instante volteó a verlo apenada por su irreflexiva respuesta, pero lejos de molestarse, Michael estalló en una de esas risas que no pueden controlarse y Valentina se contagió, así que antes de entrar tuvieron que esperar unos minutos para calmar la risa.

Cuando finalmente entraron, impresionados por su belleza muy atentos se acercaron los colaboradores a saludarla, y Valentina notó que la mayoría eran hombres jóvenes de entre 30 y 40 años de edad y que algunos de ellos eran de origen asiático. De estos últimos reconoció a uno de ellos, a un distinguido hombre de unos 60 años, que había pertenecido al cuerpo Diplomático de China y que había sido amigo de su papá. Como él también la reconoció, al saludarla le hizo saber que recordaba con respetuoso afecto a sus honorables padres y muy complacida por encontrar a alguien que los hubiera conocido, por unos minutos hablaron sobre ellos.

La cena fue anunciada y ella fue escoltada por Michael, que de acuerdo a lo prometido no se le separaba. Era un hombre tan amable, educado y divertido, que Valentina y él platicaban como si fueran amigos de la misma edad. Aunque platicaba con Michael, no le pasaba desapercibido que Andreas, es decir, Fabián, tenía a todos muy interesados con sus amenas historias de investigación. Sus invitados estaban tan entretenidos con su charla, que no se daban cuenta de que él solo trataba de llamar la atención de Valentina.

Ella sí percibía su intención, pero no se daba por enterada porque Fabián lo tenía todo, hasta el gusto de saberla cerca. Con cierto rencorcillo solo lo miraba de reojo, pues no estaba dispuesta a permitirle que descubriera en su mirada cuánto la había herido y mucho menos, cuánto lo amaba.

A pesar de su determinación y habilidad para ocultar sus emociones, al escuchar la voz de Andreas, nada ni nadie más parecía existir. Cuando la cena de bienvenida terminó y ya empezaban a levantarse, para evitar que él se le acercara para despedirse, Valentina solo dijo un frío y general:

—Buenas noches.

Todos respondieron al unísono y mientras se alejaba, Valentina se sentía terriblemente mal, no sólo por la decepción amorosa, sino porque su escritor favorito había resultado ser todo un farsante, ya que era el mismo hombre que deliberadamente le había hecho pedazos el corazón.

Ir a la siguiente página

Report Page