Valentina

Valentina


Capítulo 15

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Al entrar en su habitación Valentina se sintió a salvo, pues al estar tan cerca uno del otro, ella volvió a percibir ese invisible y fuerte lazo que los unía, ese lazo que unos momentos antes estuvo a punto de unirlos en el deseado abrazo. Sin darse cuenta sonreía, porque aún podía sentir la calidez de su cercanía y la fuerte emoción que le despertó con su apasionada mirada, pero unos instantes después desapareció su sonrisa, se borró al recordar a la rubia de ojos azules, que con sus constantes zalamerías no se le separaba a Andreas o más bien dicho… a su prometido Fabián.

Sí, él estaba comprometido y ella debía fingir que no sentía nada por él. Mostrarse indiferente, inalterable ante lo que sucedía en su alrededor, era algo que se le daba muy bien. Las personas que había conocido en su vida solían decir, que ella era un enigma, ya que nunca se sabía qué pensaba o sentía. Ahora deseaba poder mostrarse a sí misma ese enigma y misterio para no sufrir tanto por él, por su engaño, por su abandono y por su desamor.

Lo que más le molestaba era que él sabía de su profundo amor y que parecía querer seguir jugando con sus sentimientos. Andreas sabía del amor que ella sentía por él, porque en el viaje por el Mediterráneo ella le abrió de par en par las puertas de su corazón y sin saberlo, de esa manera quedó vulnerable ante alguien como él.

Se reprochó a sí misma, que emocionada por trabajar con su escritor favorito firmó el contrato, sin haberse interesado en saber quién era realmente. Pensando en todo eso decidió, que al terminar ese trabajo de traducción regresaría a China, y nunca nadie volvería a saber nada de ella y menos él.

Pensando en que era la mejor decisión para su vida, Valentina se quedó profundamente dormida y cerca de las tres de la mañana se despertó sobresaltada, había tenido un sueño extraño. Con un largo y recto vestido negro, luciendo brillantes aretes y un collar, ella cantaba sobre un escenario y el público le aplaudía con entusiasmo. Entre el público estaba él, Andreas, que la veía arrobado y al corresponder su mirada, su corazón sintió tanto amor como el que por él sintió en el Crucero. Ya despierta murmuró:

—Andreas… hasta en mis sueños te encuentro.

Esperando que Fabián Messerli le entregara una parte del libro que estaba escribiendo para empezar la traducción, las mañanas del lunes, martes y miércoles, Valentina se la pasó leyendo el libro que tomó de la biblioteca y por las tardes, paseando por la ciudad en la agradable compañía de su amigo Michael Lambert. El jueves, después de comer recibió la llamada de Edward:

—Hola Valentina, ya estoy aquí. ¿Puedo verte mañana? —Y ella respondió:

—Estoy en espera de unos documentos muy importantes, puedo verte el sábado.

—Perfecto Valentina, pasaré a recogerte a las siete. ¿Te parece bien?

—Sí Edward, te espero.

Como Fabián seguía revisando lo que le iba a entregar, Valentina continuó paseando con Michael. Durante esas tardes habían ido al teatro, al cine y a cenar en compañía de sus simpáticos y platicadores amigos.

Aunque Michael sí lo sabía, Valentina ignoraba que deliberadamente Andreas le había retrasado la entrega de su libro, porque solo de esa manera la obligó a tomarse unos días, ya que desde su llegada había trabajado sin descanso.

La noche del sábado llegó y unos minutos antes de la siete, mientras Andreas y Michael daban la bienvenida y platicaban con el Sr. y la Sra. Giordano, Valentina bajaba la escalera y al verla, los cuatro se quedaron en silencio y mirándola con admiración.

Lucía un largo vestido negro que delineaba con suavidad su esbelta figura y dejaba al descubierto sus hombros y sus brazos. Llevaba el cabello recogido y adornado en el lado derecho con un exquisito broche de diamantes. La estampada estola de fina seda roja que había comprado en el Crucero adornaba su atuendo y hacía resaltar el rojo de sus delineados labios.

Con suaves pasos ella se acercó a saludar y mientras los caballeros parecían haberse quedado mudos, la Sra. Giordano exclamó:

—Luce preciosa Srta. Bai Bucci.

—Gracias Sra. Giordano. —En ese momento el Mayordomo anunció:

—El Sr. Edward Ziff.

Todos voltearon a ver al apuesto y elegante Edward, que luciendo un fino esmoquin muy atento los saludó y después, ofreciendo su brazo le preguntó a ella.

—¿Nos vamos Valentina?

—Sí Edward. —Y con serena voz ella dijo a los demás: —Buenas noches.

Cuando los dos caminaban hacia la salida, Jennifer Akerman se acercó y al observar que se habían quedado mirándola, con cierta molestia les dijo:

—Él está guapísimo, pero ella luce bastante vulgar. —Entonces la Sra. Giordano exclamó:

—No… ella luce como una reina.

Al subir al automóvil, Valentina y Edward hablaron de cosas triviales y al llegar al elegante restaurante, mientras les servían una copa de champagne, ella le preguntó:

—Y bien… ¿Qué era eso tan importante que tenías por decir?

—Valentina… desde el momento en que te alejaste, mi vida se cubrió de angustiante dolor, quería ir tras de ti, hablarte, convencerte de que regresaras a mí, pero conociéndote, terminé por aceptar que no revocarías tu decisión, que no regresarías. Al perderte, por primera vez me hundí en el más profundo dolor de mi vida, un dolor que me hizo meditar en lo absurdo de mi conducta. Créeme Valentina, la lección fue tan dura como dolorosa, por eso estoy aquí, para que veas en mí lo arrepentido que me siento, para pedirte que me perdones por haberte lastimado, por haberte fallado.

—Edward… la mejor manera que se me ocurre para hacerte sentir que no hay resentimientos en mí, es ofrecerte mi amistad. ¿La aceptas?

—Por supuesto que la acepto Valentina, significa mucho para mí el valioso obsequio que me brindas.

—Entonces… ¿Brindamos por nuestra nueva amistad?

—Sí Valentina, pero… primero permíteme decirte que te ves preciosa. —Ella se puso seria

—¿Ya vas a empezar Edward?

—¿Qué? ¿Acaso los amigos no deben hablarse con la verdad? —Valentina sonrió.

—Ay Edward, definitivamente tú no tienes arreglo.

—Sí lo tengo, si tú quisieras podrías arreglarme.

Los dos rieron de buena gana, después ordenaron la cena y platicando como lo hacían antes de comprometerse pasaron las horas. Poco después de las doce de la noche la llevó a la casa de Fabián Messerli y se despidieron con un beso en la mejilla.

Cuando Valentina entró a la casa, alcanzó a ver que Andreas caminaba hacia su despacho y sonrió, pues imaginó que había estado esperando su regreso.

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