Underworld

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Capítulo 13

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Capítulo 13

Un busto de cerámica, con una expresión notablemente salvaje, asomó de repente por detrás de un vistoso pilar de hormigón. ¡Blam-blam-blam! La escultura estalló de repente en cientos de fragmentos blancos, destrozada por una ráfaga de fuego automático.

Con el ceño fruncido, Selene esperó pacientemente a que apareciera otro objetivo. Un tufo a pólvora brotaba del cañón de su nueva Beretta automática.

La bofetada de Kraven aún le dolía. Había pensado que se le pasaría la frustración en el campo de tiro pero seguía tan enfurecida como antes. Sólo la ciega determinación de no causar más problemas y divisiones le había impedido devolverle el golpe a Kraven con sus propias manos. No podemos permitirnos el lujo de volvernos unos contra otros en este momento, pensó. No ahora que los licanos están planeando algo importante.

Otro objetivo de cerámica asomó por detrás de una fachada de metal. Éste tenía las facciones bestiales de un licano hembra a mitad de transformación. Selene lo hizo pedazos con toda eficiencia y siguió apretando el gatillo hasta que la Beretta dejó de disparar. Extrajo rápidamente el cargador, sacó uno nuevo y lo metió con un movimiento furioso.

Una risilla divertida sonó a su espalda.

—Desde luego, espero que nunca te cabrees conmigo —dijo Kahn. El maestro de armas se encontraba unos metros por detrás del campo de tiro, observando con amigable interés su sesión de prácticas.

Selene estuvo a punto de sonreír pero mantuvo la mirada clavada al otro extremo del campo de tiro. Su dedo se tensó en el gatillo. Estaba preparada para hacer picadillo hasta el último licano de pacotilla que apareciera en el dojo si eso era lo que hacía falta para enterrar el recuerdo humillante de la bofetada de Kraven. ¡No puedo creer que se haya atrevido a ponerme la mano encima! He matado más licanos en los últimos años que él en varios siglos…

—Para un momento —dijo Kahn antes de que el siguiente objetivo pudiera reclamar su atención—. Échale un vistazo a esto.

A regañadientes, Selene enfundó la pistola y se volvió hacia Kahn. El inmortal de color sacó una pistola de aspecto extraño de su cinturón y se la ofreció. Ella la sopesó en su mano para probar su equilibrio. Un arma bien hecha, concluyó, sin saber muy bien qué era lo que tenía de especial.

Kahn pisó con la bota un botón de color verde que había en el suelo. El mecanismo por control remoto hizo aparecer un nuevo objetivo de cerámica al otro extremo del campo de tiro. Unos colmillos de mármol esculpido acentuaban su congelada expresión de furia.

—Adelante —le dijo Kahn—. Liquida unos cuantos.

Con sumo gusto, pensó Selene, que no necesitaba que la animaran para disparar sobre los simulacros de licántropo. ¡Blam-blam-blam! Una densa agrupación de impactos de bala excavó el objetivo. Para su sorpresa, las heridas empezaron a supurar un brillante líquido metálico, como sangre de un cráneo destrozado.

—Saca el cargador —le ordenó Kahn.

Intrigada, Selene obedeció. Sus ojos se iluminaron. Las balas del cargador eran idénticas a la nueva munición ultravioleta de los licanos, salvo que éstas contenían un lustroso fluido metálico.

—Has copiado la munición de los licanos —comprendió.

Kahn sonrió con orgullo.

Sacó una de las balas llenas de líquido y le dio vueltas entre sus dedos.

—¿Nitrato de plata?

—Una dosis letal —le confirmó el maestro de armas.

—Excelente —declaró mientras su mente reparaba rápidamente en las notables ventajas de este nuevo tipo de munición—. Así no podrán sacársela, como hacen con las balas normales.

—Directa al flujo sanguíneo —dijo Kahn con un guiño. Selene previo un estupendo aumento en las bajas de los licanos—. Imposible de sacar.

Le devolvió el arma.

—¿Kraven está al tanto de esto?

—Por supuesto —respondió Kahn como si la pregunta lo sorprendiera—. Él lo aprobó.

Selene sintió cierto alivio al oír que Kraven estaba prestando alguna atención a la guerra contra los licanos. Supuso que Kahn le habría presentado la idea mientras ella estaba persiguiendo a Michael Corvin por la ciudad. ¡Ojalá pudiera convencer a Kraven de lo importante que es Michael!

Observó, perdida en sus reflexiones, cómo manipulaba Kahn su ingenioso nuevo juguete. Abrió la pistola, le sacó el cañón y procedió a examinar el ánima. Selene estaba apoyada contra la pared, pensativa. Acababa de recordar el extraño comentario hecho por Kraven aquella mañana.

—Dime una cosa, Kahn —preguntó al cabo de un momento—. ¿Tú crees que Lucian murió tal como cuentan?

La sonrisa de Kahn se ensanchó.

—¿Kraven ha estado contando batallitas otra vez?

Como cualquier otro Ejecutor, Khan creía que Kraven llevaba seiscientos años presumiendo de aquella victoria.

—A eso me refiero —insistió ella—. No es más que una historia. Su historia. No hay pruebas de que matara realmente a Lucian. Sólo su palabra.

El tono desdeñoso de su voz evidenciaba el poco valor que le concedía a la palabra de Kraven.

La implícita acusación atrajo la atención de Kahn. Su sonrisa amigable se esfumó y le dirigió a la ejecutora una mirada mortalmente seria.

—Viktor lo creía —le recordó en voz baja—. Y eso es lo único que importa. —Apartó cuidadosamente las piezas desensambladas del arma y la miró con aire cansino—. Vamos a ver, ¿adonde quieres ir a parar?

Ella no tenía una respuesta inmediata, sólo la vaga e inquietante sospecha de que Kraven no se lo había contado todo. ¿Era posible que la constante hostilidad con que recibía su investigación se debiera a algo más que a los celos?

—A ninguna parte —musitó al fin. No quería cargar a Kahn con lo que por el momento no eran más que sospechas sin confirmar. Se encogió de hombros como si la cosa no fuera realmente importante, sacó la Beretta y se volvió de nuevo hacia el campo de tiro. Su pie pisó el botón que ponía en marcha los objetivos.

Apareció otro busto de cerámica. Selene imaginó el rencoroso y arrogante semblante de Kraven mientras lo reducía metódicamente a pedazos.

No hizo que se sintiera mejor.

La incesante lluvia no estaba mejorando el humor de Kraven. Un interminable reguero de agua fría corría por su nuca mientras Soren y él aguardaban en las sombras de una callejuela inmunda en uno de los peores barrios del centro de Pest, apenas a unas manzanas de distancia de los garitos infestados de drogadictos de las plazas de Matyas y Razocki. Bajo sus pies, el pavimento estaba cubierto de colillas y fragmentos de cristal. En las paredes mugrientas de piedra del callejón podían leerse eslóganes políticos y obscenidades, mientras que varios metros detrás de ellos, la lluvia caía sin descanso sobre el lateral de un paso a nivel de hormigón cubierto de graffitis.

Lo único bueno que tenía aquel tiempo apestoso, pensó Kraven, era que vaciaba las calles de estúpidos turistas, juerguistas y gentuza. Hasta la creciente población de indigentes de Budapest parecía haber buscado refugio en otra parte.

Bien, pensó con amargura. Se encorvó en el interior del largo abrigo negro y mantuvo el rostro bien oculto bajo el cuello, como una tortuga escondiéndose en su caparazón. Cuantos menos ojos presencien el encuentro de esta noche, tanto mejor.

Las campanas del reloj de una torre cercana tañeron para dar la hora. Kraven lanzó una mirada impaciente a su propio reloj. Eran casi las diez de la noche.

—¿Dónde demonios está? —musitó al musculoso vampiro vestido de negro que tenía a su lado.

Soren se encogió de hombros. Estaba vigilando con mucha cautela el callejón y los alrededores, atento al menor indicio de traición. Kraven se alegraba de tener a su lado al cuidadoso guardaespaldas pero deseaba regresar a Ordoghaz lo antes posible. No quería darle a Selene razones para cuestionar su ausencia.

Más agua de lluvia se coló por debajo del cuello de su abrigo y congeló un poco más su carne ya gélida. Estaba a punto de echarlo todo a rodar, de abandonar y regresar a casa, cuando una ominosa limusina negra aparcó en el bordillo de la calle mal iluminada en la que desembocaba el callejón.

Ya era hora, pensó Kraven con indignación. Su resentimiento escondía una inquietud profunda. Tras lanzar una mirada furtiva a su alrededor, salió del callejón seguido por Soren.

Una figura de piel negra salió del asiento del copiloto de la limusina. Kraven reconoció a Raze, un espécimen particularmente salvaje de la raza de los lupinos. Al musculoso licanos no parecían haberle sentado demasiado bien las estrellas de plata que Selene le había clavado la noche anterior. Qué pena, pensó Kraven. Nunca le había gustado Raze.

Soren y Raze intercambiaron una mirada de hostilidad. Muy parecidos en cierto sentido, los dos letales guerreros se odiaban fervientemente. Ambos esperaban con impaciencia la oportunidad de decidir cuál de los dos era más peligroso. Kraven hubiera apostado por Soren, más que nada por la innata superioridad del vampiro sobre el licano, pero no tenía la menor intención de soltarle la correa aquella noche. Las cosas ya estaban muy delicadas por sí solas.

Raze abrió la puerta trasera de la limusina e indicó a Kraven que entrara. Éste tragó saliva, incapaz de disimular del todo la incomodidad que sentía, y subió al coche. Mientras Raze cerraba la puerta, Kraven no pudo evitar mirar atrás una última vez para asegurarse de que Soren seguía allí. Entonces la puerta se cerró bruscamente y lo dejó aislado de su imponente guardaespaldas.

Barbilla alta, se recordó para sus adentros tratando de darse ánimos. No muestres debilidad. No soy yo el que tiene que temer el desenlace de este encuentro. No tengo nada de que disculparme.

A pesar de ello, tenía un nudo en la garganta.

El interior de la limusina estaba a oscuras y olía a moho. La luz parpadeante de una farola cercana penetraba débilmente el cristal negro de las ventanillas tintadas del vehículo. Al otro lado de la ventanilla, Kraven vio que Soren y Raze tomaban posiciones a ambos lados de la limusina. Se fulminaron el uno al otro con la mirada, dos soldados inmortales que aventaban su amarga rivalidad bajo la incesante lluvia.

Kraven apartó de mala gana la mirada de la ventana y le prestó toda su atención al asunto que se traían entre manos. Más nervioso con respecto a aquel encuentro de lo que se atrevía a admitir incluso a sí mismo, decidió pasar de inmediato a la ofensiva.

—¡Enfrentarse a un grupo de Ejecutores en público y dedicarse después a perseguir a un humano inútil no es precisamente lo que tenía pensado! —protestó con brusquedad mientras realizaba un expresivo despliegue de justa indignación. Helado, húmedo e incómodo, dejó que las sensaciones físicas que estaba experimentando se transmitieran a su voz—. Se os dijo que estuvierais en silencio y no os dejarais ver —continuó—, no que…

Una mano emergió de improviso de la oscuridad del otro asiento, sujetó a Kraven por el cuello e interrumpió su diatriba. Una figura ataviada de negro se inclinó hacia él. Sus ojos entornados no mostraban demasiada paciencia para con el histrionismo del empapado vampiro.

—Cálmate, Kraven —dijo Lucian. Como de costumbre, el medallón en forma de estrella brillaba sobre su pecho. Kraven nunca le había visto sin él.

Las uñas de los dedos del licano se extendieron y se convirtieron en garras afiladas como cuchillos que se clavaron en la carne de Kraven. El vampiro se encogió de dolor, y trató en vano de librarse de la poderosa presa de Lucian. Intentó decir algo pero casi no podía ni respirar. Lucian apretó y asfixió a Kraven un poco más.

—El humano no te concierne —dijo el licano con calma, como si en aquel mismo momento no estuviera ahogando a Kraven—. Y además —añadió con una sonrisa lupina—. Creo que ya hemos estado en silencio demasiado tiempo.

Lo soltó por fin. Jadeando, Kraven se dejó caer sobre el respaldo de su asiento. Lanzó una mirada funesta a Lucian con los ojos inyectados en sangre. No por primera vez, lamentó el día en que firmara una alianza con aquel repulsivo hombre-bestia. Algún día pagará esta afrenta, se prometió en silencio. En aquel momento había demasiado en juego como para ponerlo en peligro. Pero algún día. Y no muy lejano…

Tras recuperar el aliento, hizo lo que pudo por recobrar la dignidad.

—Mantén a tus hombres a raya, Lucian. Al menos por algún tiempo. —Lucian necesitaba que le recordaran que Kraven era u colega de conspiración, no su subordinado—. No me obligues a arrepentirme de nuestro acuerdo.

Lucian se rió en voz baja. Saltaba a la vista que la amenaza de Kraven no lo había impresionado. Sus uñas recobraron su tamaño normal mientras dirigía al petulante vampiro una mirada capaz de marchitar las flores.

—Tú concéntrate en tu parte —le dijo con un tono que no toleraba disenso alguno—. Recuerda que ya he sangrado por ti en una ocasión. Sin mí, no tendrías nada.

Sus ojos grises, que no conocían el miedo, desafiaron a Kraven a contradecirlo. Lo repitió con lentitud, subrayando cada palabra para darle mayor énfasis.

—No serías… nada.

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