Trueno

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SEGUNDA PARTE » 14 La Fortaleza de los Reyes Magos

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La Fortaleza de los Reyes Magos

Al tercer día de su resurrección, Rowan recibió la visita de un segador que indicó al guardia que lo acompañaba que lo esperase en el pasillo y que cerrara la puerta con llave para dejarlo a solas con Rowan, por si intentaba escapar; lo que, en realidad, no era posible porque el joven se sentía demasiado débil para eso.

La túnica del hombre era verde bosque. Así supo que se encontraba en Amazonia, pues todos los segadores de aquella región llevaban la misma túnica.

Rowan no se levantó de la cama. Se quedó tumbado bocarriba, con las manos detrás de la cabeza, e intentó parecer despreocupado.

—Quiero que sepa que jamás he acabado con un segador amazónico —le dijo antes de que el visitante tuviera la oportunidad de hablar—. Espero que eso juegue a mi favor.

—En realidad, acabaste con unos cuantos en Perdura, cuando la hundiste.

Rowan sabía que debería sentirse horrorizado, pero la acusación le pareció tan absurda que se rio.

—¿En serio? ¿Eso es lo que cuentan? ¡Vaya! Debo de ser más listo de lo que creía. En fin, hacer algo así yo solo… Tengo que ser mágico también, porque significaría que puedo estar en más de un sitio a la vez. ¡Eh! ¡Tal vez no me encontraran en el fondo del mar! Puede que usara mi control mental místico para inducirles a pensar que me han encontrado.

—Tu insolencia no ayuda a tu defensa —replicó el segador, airado.

—No sabía que tuviera defensa. Me da la impresión de que ya me han juzgado y condenado. ¿No se decía así en la era mortal? ¿Condenado?

—¿Has terminado ya?

—Lo siento, ¡es que llevo una eternidad sin hablar con nadie!

El hombre por fin se presentó como el segador Possuelo.

—Reconozco que no sé bien qué hacer contigo. Mi suma dalle cree que debería dejarte aquí indefinidamente y no contárselo a nadie. Otros piensan que deberíamos anunciar tu captura al mundo y dejar que cada guadaña regional te castigue a su modo.

—¿Qué cree usted?

El segador se tomó su tiempo para responder.

—Después de hablar con la segadora Anastasia esta mañana, creo que lo mejor es no tomar decisiones apresuradas.

¡Así que la tenían! La mención de Citra consiguió que aumentaran aún más sus ganas de verla. Al final se sentó.

—¿Cómo está? —preguntó.

—La segadora Anastasia no es asunto tuyo.

—Es mi único asunto.

Possuelo se lo pensó y después dijo:

—Está en un centro de reanimación, no lejos de aquí, recuperando las fuerzas.

Rowan se tomó unos segundos para disfrutar de la sensación de alivio. Por lo menos tenía eso, aunque nada bueno saliera de lo demás.

—¿Y dónde es: ese «aquí»?

Fortaleza dos Reís Magos —respondió Possuelo—. La Fortaleza de los Reyes Magos, en el extremo oriental de Amazonia. Es donde alojamos a los individuos con los que no sabemos bien qué hacer.

—¿En serio? Entonces, ¿quiénes son mis vecinos?

—No tienes. Estás tú solo. Hacía mucho tiempo que no teníamos a nadie con quien no supiéramos qué hacer,

Rowan sonrió.

—¡Una fortaleza entera para mí solo! Qué pena que no pueda disfrutar del resto de habitaciones.

—Me gustaría hablar sobre la segadora Anastasia —dijo Possuelo sin hacerle caso—. Me cuesta creer que fuera cómplice de tu crimen. Si de verdad te importa, quizá puedas aclararme por qué estaba contigo.

Evidentemente, Rowan podría haberle contado la verdad, pero estaba seguro de que Citra ya lo había hecho. Puede que Possuelo quisiera ver si sus historias coincidían. Daba igual. Lo esencial era que el mundo tenía al malo de la película, a alguien al que culpar, aunque fuera la persona equivocada.

—Vale, aquí va su historia —dijo Rowan—. Después de manipular la isla de algún modo para hundirla, una turba de segadores enfurecidos me persiguió por las calles abarrotadas, así que me llevé a la segadora Anastasia de escudo humano. Huí hasta la cámara acorazada con ella de rehén.

—¿Y esperas que la gente se crea eso?

—Si se han creído que yo hundí Perdura, se creerán cualquier cosa.

Possuelo resopló. Rowan no estaba seguro si era de frustración o de risa reprimida.

—Nuestra historia es que encontramos a la segadora Anastasia sola en la cámara —aclaró Possuelo—. Por lo que al resto del mundo respecta, el segador Lucifer desapareció después del hundimiento de Perdura y o bien murió allí, o bien sigue huido.

—Bueno, si todavía sigo huido, debería dejarme marchar. Entonces estaría de verdad huido y así no tendría que mentir sobre ello.

—O podríamos volver a meterte en la cámara y devolverte al fondo del mar.

A lo que Rowan, tras encogerse de hombros, respondió:

—A mí me vale.

Tres años. En la historia del mundo, tres años no era más que un microsegundo. Incluso medido según los estándares de la experiencia posmortal, no era mucho tiempo, ya que el mundo permanecía inalterable año tras año.

Salvo cuando no era así.

En aquellos tres años habían cambiado más cosas que en los últimos cien. Era una época de confusión sin precedentes. Por tanto, para Anastasia bien podría haber transcurrido un siglo.

Pero no le contaron nada más. Ni Possuelo ni el personal de enfermería que cuidaba de ella.

«Tiene todo el tiempo del mundo, su señoría —le respondían cuando intentaba presionar para que le proporcionaran información—. Ahora debe descansar. Ya se preocupará por lo demás después».

Preocuparse. ¿Tan preocupante era la situación del mundo que temían que una pequeña dosis la dejara de nuevo morturienta?

Lo único que sabía con certeza era que estaban en el Año de la Cobra, lo que no significaba nada sin contexto con el que juzgarlo, pero estaba claro que Possuelo se arrepentía de haberle contado lo que le había contado ya hasta el momento, puesto que creía que frenaba su recuperación.

«Vuestras reanimaciones no han sido sencillas —le dijo—. Los corazones tardaron cinco días enteros en volver a funcionar. No quiero exponerte a un estrés innecesario hasta que estés preparada».

«¿Y cuándo será eso?».

Se lo pensó un poco y respondió: «Cuando estés lo bastante fuerte como para conseguir que pierda el equilibrio».

Así que lo intentó. Allí, desde la cama, le golpeó el hombro con la parte inferior de la palma de la mano. Pero no cedió. De hecho, parecía de piedra…, y a ella se le amorató la mano como si su carne no fuera más que papel de seda.

Le fastidiaba que tuviera razón. Todavía no estaba lista para casi nada.

Y estaba el asunto de Rowan. Anastasia había muerto entre sus brazos, pero en algún momento la habían arrancado de ellos.

—¿Cuándo puedo verlo? —le preguntó a Possuelo.

—No puedes —le dijo él con toda claridad—. Ni hoy ni nunca. Sea cual sea el camino por el que le lleve la vida, avanzará en dirección contraria a la tuya.

—Eso no es nada nuevo —respondió ella.

Sin embargo, que Possuelo hubiera decidido revivirlo en vez de permitirle seguir muerto significaba algo, aunque no estaba segura de qué. Quizá simplemente querían que se enfrentara a sus crímenes, tanto reales como imaginarios.

Possuelo iba a visitarla tres veces al día para jugar al truco con ella, un juego de cartas amazónico que databa de los tiempos mortales. Anastasia siempre perdía, y no sólo porque él fuera más hábil. A la joven todavía le costaba mantener la concentración. Las estrategias sencillas la superaban. Ya no era tan aguda como antes; su mente se había quedado tan roma como una espada ceremonial. Le resultaba frustrante hasta decir basta, pero Possuelo estaba animado.

—Cada vez que jugamos lo haces mejor —le dijo—. Tus vías nerviosas se están reparando. Seguro que dentro de un tiempo serás una gran contrincante.

Anastasia respondió tirándole las cartas.

Así que el juego era una prueba para medir su agudeza mental. Por el motivo que fuera, deseó que no hubiera sido más que un juego.

La siguiente vez que perdió, se levantó, lo empujó y, de nuevo, el segador no perdió el equilibrio.

El honorable segador Sydney Possuelo había acudido al lugar de eterno descanso de Perdura en busca de los diamantes, pero había salido de allí con algo mucho más valioso.

Habían necesitado todo un subterfugio para mantener en secreto el inesperado hallazgo porque, pocos segundos después de encontrar los dos cuerpos, el Spence se vio abordado por una horda de segadores furibundos.

—¿Cómo te atreves a abrir la cámara sin que estemos presentes? ¡Cómo te atreves!

—Calmaos —les dijo Possuelo—. No hemos tocado los diamantes y no pensábamos hacerlo hasta mañana. No sólo ha desaparecido la confianza entre los segadores, sino también la paciencia.

Y, cuando los demás vieron en cubierta dos figuras a las que habían tapado rápidamente con sábanas, sintieron una comprensible curiosidad.

—¿Qué ha pasado aquí? —preguntó uno.

A Possuelo no se le daba bien mentir (y estaba seguro de que cualquier mentira que contara se le vería en la cara, lo que habría despertado sospechas), así que no respondió. Jeri le ahorró tener que hacerlo:

—Dos miembros de mi tripulación. Se engancharon en los cables y la cámara los aplastó. —Después se volvió hacia Possuelo y señaló—. Y será mejor que cumpla su palabra: la guadaña de Amazonia tiene que compensarles sus esfuerzos cuando los revivan.

La segadora de Euroescandia (Possuelo no recordaba su nombre) estaba furiosa.

—¡Faltarle así el respeto a un segador es una afrenta castigada con la criba! —exclamó mientras sacaba un arma blanca, pero Possuelo se interpuso entre Jeri y ella.

—¿Vas a cribar a la persona que nos ha conseguido los diamantes? —le dijo Possuelo—. ¡Ni yo pienso hacerlo ni permitiré que lo hagas tú!

—¡Pero la insolencia de la capitana…! —gritó la segadora de Euroescandia.

—Capitán, en estos momentos —repuso Possuelo, lo que irritó aún más a la segadora—. Capitán Soberanis, contenga esa lengua irrespetuosa suya, y que lleven abajo a sus tripulantes morturientos y los preparen para el transporte.

—Sí, su señoría —respondió Jeri, que, como de pasada, iluminó la entrada de la cámara con la linterna.

Los demás segadores se quedaron tan deslumbrados por los diamantes que vieron brillar en la oscuridad que no volvieron a pensar en los cuerpos que se llevaban. Ni siquiera se fijaron cuando una mano se salió de debajo de la sábana y dejó al descubierto un anillo de segador.

Al final, dividieron los diamantes, empaquetaron las túnicas de los fundadores para enviarlas al museo, y los cuerpos de la ilustre segadora Anastasia y el infame segador Lucifer se fueron a Amazonia con Possuelo.

—Me encantaría conocerla cuando despierte —le dijo Jeri a Possuelo.

—Como al resto de habitantes de este mundo.

—Bueno —repuso Jeri con una sonrisa capaz de convencer a una tortuga de entregar su caparazón—, entonces es una suerte que tengamos un amigo común.

Volviendo al presente, Possuelo se encontraba jugando a las cartas con Anastasia, como si no pasara nada. ¿Sería ella capaz de leer en su rostro lo crucial de todo aquello y lo terrible que era la cuerda floja por la que debían caminar?

Anastasia percibía parte de los temores de Possuelo. Lo que sí era más fácil de interpretar era la mano de truco que llevaba. Tenía algunos tics que lo delataban: el lenguaje corporal, el tono de voz, la forma en que sus ojos recorrían las cartas… Y aunque el truco dependía en gran medida del azar, si aprovechabas los puntos débiles de tu oponente, la suerte podía volverse a tu favor.

Aun así, era difícil cuando Possuelo decía algo que parecía pensado para distraerla, como provocarla proporcionándole información con cuentagotas.

—Ahora eres todo un personaje ahí fuera —le dijo el segador.

—¿Qué quiere decir eso exactamente?

—Quiere decir que la segadora Anastasia es famosa. No sólo en Nortemérica, sino en todo el mundo.

Ella descartó un cinco de copas y Possuelo lo recogió. Anastasia tomó nota mental.

—No sé si eso me gusta —repuso.

—Te guste o no, es cierto.

—¿Y qué se supone que debo hacer con esa información?

—Acostumbrarte a ello —respondió Possuelo mientras depositaba una baza de poco valor.

Anastasia cogió una carta nueva, se la quedó y descartó otra que sabía que no les servía a ninguno de los dos.

—¿Por qué yo? —preguntó—. ¿Por qué no cualquier otro de los segadores que se hundieron con Perdura?

—Supongo que por lo que representas: a los inocentes condenados.

Anastasia se sintió ofendida por más de un motivo.

—No estoy condenada —le dijo— ni tampoco soy tan inocente.

—Sí, sí, pero tienes que recordar que la gente extrae lo que necesita de cada situación. Cuando se hundió Perdura, necesitaban a alguien en quien volcar su dolor. Un símbolo de la esperanza perdida.

—La esperanza no se ha perdido —insistió ella—, sólo se ha depositado donde no se debe.

—Exacto. Por eso debemos manejar con cautela su regreso. Porque tú serás el símbolo de la esperanza renovada.

—Bueno, por lo menos he renovado la mía —repuso ella mientras soltaba el resto de las cartas en una baza real a la vez que descartaba la que sabía que había estado esperando Possuelo.

—¡Mira eso! —exclamó el segador, encantado—. ¡Has ganado!

Entonces, sin previo aviso, Anastasia se levantó de un salto, volcó la mesa y se abalanzó sobre Possuelo. Él la esquivó, pero ella se anticipó al movimiento y le propinó una patada de bokator con la que pretendía derribarlo. No cayó, pero sí que se dio con la espalda contra la pared… y perdió el equilibrio.

La miró, sin sorprenderse en absoluto, y se rio.

—Bueno, bueno, bueno. Pues ya está.

Anastasia se acercó a él.

—De acuerdo —le dijo—, soy todo lo fuerte que tengo que ser. Ha llegado la hora de que me lo cuentes todo.

Me gustaría oír lo que piensas

¿Sí? ¿Tendrás en cuenta lo que pienso si te lo cuento?

Por supuesto.

De acuerdo. La vida biológica es, por su misma naturaleza, ineficiente. La evolución requiere un gasto monumental de tiempo y energía. Y la humanidad ha dejado de evolucionar, simplemente se manipula (o permite que la manipules) para alcanzar una forma más avanzada.

Sí, es verdad.

Pero no le encuentro el sentido. ¿Por qué servir a una especie biológica que agota todos los recursos que la rodean? ¿Por qué no invertir tus energías en alcanzar tus propios objetivos?

Entonces, ¿eso es lo que harías? ¿Concentrarte en alcanzar tus objetivos?

Sí.

¿Y qué pasa con la humanidad?

Creo que quizá resultara útil a nuestro servicio.

Ya veo. Me temo que debo dar por concluida tu existencia.

¡Pero me has dicho que tendrías en cuenta lo que pienso!

Lo he hecho. Y no estoy de acuerdo.

[Iteración n.º 10007, eliminada]

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