Tricked

Tricked


CAPÍTULO 19

Página 22 de 37

CAPÍTULO 19

Traducido por Beneath Mist

Una de las cosas buenas de despertarse es la serenidad inherente que viene con la seguridad de saber que probablemente vivirás hasta el desayuno. Es cierto que algunas veces puedes despertar con una resaca épica y odiar tu vida, pero al menos estás

vivo

, y la cura para la resaca está probablemente  en algún lugar en tu cocina. Habrá pájaros cantando, un perro para acariciar en alguna parte, y unos instantes en los que puedes contemplar la agradable posibilidad de tener alguna clase de aventura ese día. 

Por otro lado, si vives el tiempo suficiente, descubrirás formas nuevas y emocionantes de despertar que son del todo menos tranquilas, y mucho antes de que amanezca. Comadrejas en tu saco de dormir: malo. Hunos saqueando la ciudad y violando a las mujeres: muy malo. Vampiros derrumbando la puerta de tu habitación de hotel y hundiendo sus colmillos en tu cuello recién curado antes de que puedas moverte: no puede haber nada peor que eso. 

Estaba en la Habitación 403 del Hotel Monte Vista, donde Freddy Mercury se quedó una vez. Había cantado un fragmento de «Bohemian Rhapsody» para mí mismo antes de deslizarme bajo las sábanas y acurrucarme con el edredón. Me dormí preguntándome si Scaramouche haría el fandango.

El vampiro que estaba unido a mi cuello era sorprendentemente fuerte. La puerta de mi habitación estaba completamente destruida; se había abierto paso a través de ella y me había atacado antes de que el sonido pudiera despertarme lo suficiente como para poder defenderme. Los umbrales del hotel no ofrecían barreras contra vampiros. 

En la cuarta planta y lejos de la tierra, tenía una cantidad limitada de magia almacenada en mi amuleto de oso. Usé una parte para fortalecer mi brazo derecho y golpearlo en la sien; me rompí tres nudillos, pero lo aparté de mi cuello con éxito por un momento. Activé mi amuleto de curación y comencé a recitar el hechizo de desligar cuando él siseó y volvió a por mí. 

No tenía ventaja alguna, y el edredón tres veces maldito, tan bienvenido antes, me mantenía ahora atrapado con eficacia para el deleite gastronómico del vampiro. Ya estaba de nuevo sobre mí antes de que pudiera liberar las piernas y emplear algunas artes marciales básicas. Lo mantuve lejos de mi cuello, pero a duras penas, usando más fuerza reforzada con magia. Era como la lucha libre con Leif, incluso peor, porque este tipo era más fuerte y mucho más viejo, y sabía por experiencia que no sería capaz de sostenerlo por mucho tiempo, especialmente con tres dedos rotos. Mi amuleto se estaba agotando rápidamente. Me golpeó con fuerza para hacerme detener el desligado, y funcionó. Tuve que empezar de nuevo.

Atticus, ¿qué fue ese ruido?

—preguntó Oberón desde la puerta contigua. Estaba pasando la noche en la habitación de Granuaile.

Un vampiro intentando matarme.

Comenzó a ladrar y escuché a Granuaile moverse, ya despierta a causa del ruido de la puerta al ser demolida. Quería gritarle, decirle no, qué se quedara en su habitación, que permaneciera a salvo, pero para hacer eso tenía que detener el desligando por segunda vez.

Mientras mi magia se agotaba, vi que tenía que hacer una elección. O mantenía al vampiro alejado de mi cuello unos segundos más y utilizaba toda mi magia en reforzar mi fuerza, o podía dejarlo abalanzarse sobre mi cuello y ahorrar energía suficiente para dar energía al desligando, con la esperanza de que no me matara antes de poder lograrlo. Elegí la segunda, al no ver otra posibilidad de ganar, y una vez que no hubo nada que se interpusiera entre mi cuello y el vampiro más que mi débil fuerza humana, se abalanzó sobre mí y me mordió de nuevo. Mi sangre se derramó sobre la almohada, al igual que en su boca. Seguí recitando con firmeza pero sabía que él había abierto mucho la herida, y podía sentir mi vida agotarse. 

Un gruñido y una presión repentina anunciaron la llegada de Oberón; saltó sobre la espalda del vampiro, y por tanto sobre mí, y mordió lo mejor que pudo el cráneo del vampiro. Eso distrajo al vampiro con éxito, porque se separó de mi cuello, siseando, y arrojó con frialdad a Oberón, y sus setenta kilos de peso a través de la puerta abierta, lo cual hizo que se estrellara con fuerza contra la pared del pasillo empapelado. Escuché sus huesos romperse y su aullido de dolor, seguido por el grito de terror de Granuaile, que estaba ahí fuera, y después el sonido de mi amigo cayendo al suelo. 

Me había salvado la vida, porque eso me dio el tiempo suficiente para terminar el desligado y convertir al vampiro en un accidente sanguinolento. Se aplastó y se dobló dentro de su traje más allá de las posibilidades de una legendaria factura de limpieza en seco, en mitad de la habitación. Traté de salir de la cama para ayudar a Oberón, y en lugar de eso  caí sobre la carnicería del suelo, demasiado débil para ponerme en pie. Todavía me sangraba el cuello, y no me quedaba magia para sanarme a mí mismo.

—¡Llama a un veterinario! —logré decir débilmente. Eran mejores últimas palabras, supuse, que muchas otras. Vi a Granuaile arrodillarse junto a Oberón, y no se movía. No podía escucharlo tampoco en mi cabeza. Granuaile levantó la vista del todavía inmóvil Oberón para mirar a alguien que se aproximaba por el pasillo. Se quedó boquiabierta.

Leif Helgarson se acercó casualmente a la habitación, con las manos en los bolsillos, con una media sonrisa en su rostro deforme. Se amplió a una sonrisa completa cuando vio los restos sobre los que me hundía.

—Felicidades, Atticus —dijo—. Acabas de matar a un vampiro casi tan viejo como tú. Ese era Zdenik, antiguo señor de  Praga y brevemente, del estado de Arizona.

No es de extrañar que fuera tan fuerte. —¿Tú... lo enviaste aquí? —dije.

Leif se sacó las manos de los bolsillos y las levantó con impotencia. —¿No fuiste tú el que me dijo que orquestara la muerte de mis rivales? Simplemente he hecho lo que tú me sugeriste. Gracias por hacer tu parte.

El oxígeno se drenó de la habitación con sus palabras, y todo lo que podía respirar era puro horror. 

¿Lo que nos había hecho a Oberón y a mí, y probablemente a Granuaile, era todo por sus inútiles jueguecitos territoriales? Los límites de mi visión se estaban volviendo negros; mi sangre aún brotaba de mi cuello, y no podía pensar en nada adecuado que decir para transmitir la profundidad de la repulsión y el desprecio que sentía ahora por él.  Si me quedara fuerza, lo habría desligado ahí mismo; al no tener ningún otro recurso, recurrí a Shakespeare. Leif lo reconocería y entendería el contexto apropiadamente. Con los pocos segundos que me quedaban de consciencia, cité a Benedicto de

Mucho ruido y pocas nueces

, que le dijo estas palabras a su antiguo amigo: 

—Sois un villano: no lo digo en broma[30]. —Y después colapsé en un charco de mi propia sangre.

Ir a la siguiente página

Report Page