Tres veces tú
Cincuenta y ocho
Página 60 de 149
CINCUENTA Y OCHO
La tarde es más tranquila. De vez en cuando nos llega información de parte de Vittorio Mariani, que, a pesar de que rechace el papel de jefe de guionistas, en realidad todos acuden a él. El programa piloto al final está quedando bien. Aunque, por otra parte, me dice Giorgio, es absurdo llamarlo programa piloto porque es un primer programa en toda regla. Hemos firmado por ciento cuarenta y ha sido nuestro primer contrato importante. Estamos naciendo o, mejor dicho, hemos nacido. Lo más difícil iba a ser que nos reconocieran como a verdaderos suministradores de la Rete y, en cambio, para Giorgio eso ha sido un juego de niños. Hay cosas en las que es realmente imprevisible. Me ha descolocado también con los beneficios: por cada programa, quitando todos los gastos, solo ganamos quinientos euros.
—Stefano, hemos conseguido este primer contrato gracias a los contactos que tenía. No nos conviene mostrarnos demasiado ávidos desde el principio. Créeme, ya habrá otros programas, a la larga pasaremos delante de todos y ganaremos más que los demás, pero debes tener confianza en mí…
Se ha quedado mirándome en silencio para ver qué contestaba.
—De acuerdo, hagámoslo como dices tú.
—Me alegro.
Al día siguiente, Giorgio pide permiso y no se deja ver en la oficina. No sé dónde ha estado, pero después de mi respuesta nuestra relación ha dado un paso adelante. Le he otorgado plena confianza corriendo un gran riesgo. De los cuarenta y dos mil euros que la Rete nos da por cada programa, cuarenta y un mil quinientos se invierten totalmente en el producto. De modo que apenas nos embolsamos quinientos euros por capítulo. El beneficio total que obtendremos con el programa será de setenta mil euros. Nuestros costes anuales, en cambio, son de noventa mil. Con un solo programa al año no tendríamos suficiente, nos veríamos obligados a cerrar. Giorgio dice que haremos muchos más, y yo he decidido creerlo.
Ahora está en el despacho de Simone. La puerta está abierta. Están hablando, en un tono sosegado, tranquilo. Entro en mi despacho y me doy cuenta de que, por un extraño juego de ecos, puedo oír lo que dice. Reconozco perfectamente la voz de Giorgio.
—Debes pensar que nosotros hemos invertido en ti…
—¡Joder, di mejor que me has embestido! Fuiste peor que un tractor, me gritaste a la cara de una manera…
—Es por tu bien. No me apetece que te dejes tomar el pelo.
—¿Tan estúpido me consideras? Ya sé cómo tratar a Giovanna…
—No te puedes imaginar qué es capaz de hacer una chica como esa.
Simone sonríe.
—Bueno, me alegro. ¿Sabes?, nunca he tenido padre, se fue cuando yo tenía dos años, o eso es lo que me contó mi madre. La verdad es que me hacía falta una figura paterna. ¿Puedo llamarte papá?
—Lamento lo que me estás contando. Algún día te acordarás de este día y entenderás que te he sido útil.
—¿Hacía falta gritar de esa manera?
—Te quedará grabado. A veces, por desgracia, eso también sirve.
—También lo habría entendido si hubieras sido un poco más amable, papá…
Giorgio se echa a reír.
—Puede que no lo aprecies. Pero es importante que no se te olvide.
—De acuerdo; pero ahora, si no te importa, me gustaría ver los programas nuevos y comprobar si ha llegado algo bueno, teniendo en cuenta que me pagáis para eso.
—Y también para no hacer gilipolleces. Búscate una chica fuera de este mundillo, hazme caso.
No te lleves el trabajo a casa…
—Sí, pero…
—No hagas que me ponga a gritar de nuevo. Lo hago por ti. Y por nosotros. Por Futura y por lo que haremos juntos. Si se te ocurre llamar a Giovanna Segnato, nos vas a meter en un buen lío, hazme caso. Te veo como un chico lleno de ideas, con un futuro por delante; no lo eches por la borda. Yo ya te he avisado. Ahora haz lo que te dé la gana.
Giorgio no espera la respuesta y sale del despacho; me ve al pasar y, sacudiendo la cabeza, se reúne conmigo.
—Joder, puede que sea un genio, un creativo, el autor del futuro, pero en ciertas cosas mira que llega a ser gilipollas…
—Venga, no te pongas así, me ha gustado tu discurso y, además, ¿has visto?, ahora tú también lo eres…
Giorgio me mira perplejo.
—¿El qué?
—¡Papá!
—Vamos, déjalo; si llega a ser mi hijo, le daba una patada en el culo.
A continuación, se va a su despacho.
Pasamos el resto de la tarde trabajando tranquilamente hasta que oigo vibrar el teléfono. Me ha llegado un mensaje. Es Gin:
Cariño, ¿te acuerdas de la cena de esta noche?
Sí, ahora iba a recordártelo yo.
¿Lo ves?, somos simbióticos.
¿Adónde iremos?
Pues no lo sé. A Ele le gusta un montón el Molo 10, ese sitio nuevo que han abierto en el ponte Milvio.
Cuando leo ese mensaje, no me lo puedo creer. Marco enseguida el número y la llamo.
—Hola, qué bonita sorpresa; así pues, ¿estaba chateando con tu secretaria?
—No, pero habría sido un lío escribirte después de haber leído lo que me has escrito. Perdona, pero ¿qué tiene que ver Ele? ¿No te acuerdas de que esta noche vamos a salir con Marcantonio?
—¡No, por lo visto, el que no se acordaba eres tú! Ya habíamos quedado con Ele, que quería presentarnos a su novio…
Y, cuando oigo eso, en efecto, me acuerdo perfectamente.
—Tienes razón. Perdona, qué caos… Y ahora, ¿qué vamos a hacer? Aparte de que Marcantonio va a venir con su nueva novia…
Gin se echa a reír.
—¡Nosotros nos casamos y nuestros testigos rompen!
—Qué pasada…
—Pero bueno, si hace ya más de un año que no están juntos, y me parece que además rompieron de manera civilizada…
—Uy, no sé, no estoy seguro…
—¡Me lo dijo Ele!
—¡Tu amiga dice tantas cosas!
—¿Ah, sí? ¡Pues entonces será mejor que se vean esta noche en la cena en vez de que lo hagan directamente en nuestro altar!
—Pues sí, porque si esos dos se ponen a discutir, se dicen de todo y el padre Andrea no quiere darnos la bendición, ¿qué hacemos nosotros entonces?
—Los llamamos, a ver qué nos dicen, y luego hablamos.
—De acuerdo.
Cuelgo y marco el número de Marcantonio. Me responde al momento sin siquiera saludar.
—Ya no te casas.
—No, no…
—Te casas con otra.
—No.
—Ya no soy tu testigo.
—Quizá.
—¿Cómo que «quizá»?
—Si superas la prueba de esta noche, seguirás siéndolo.
—¿Esta noche? Pero ¿no teníamos una simple cena?
—Complicada. También estará Ele con su nuevo novio.
—Joder, una prueba curiosa. Pero ¿a quién se le ha ocurrido?
—Ha salido así.
—¿A Gin y a ti? Bien. Yo iba a ir con Martina, mi nueva novia…
—Pues claro, si no, ¿qué prueba sería?
—Exacto. Y Ele, ¿qué hará?
—Ella dice que no pasa nada.
Marcantonio lo piensa un momento y luego contesta:
—¡Está bien, de acuerdo! ¡Además, me parece divertido!
Así que cuelgo el teléfono y le mando un mensaje a Gin:
Ya está.
Yo también. Llámame.
Gin contesta al primer timbre.
—¿Y bien? —pregunto.
—Ele se lo ha tomado como un desafío. Ha dicho: «Yo no tengo ningún problema con él. Es más, tengo mucha curiosidad por ver qué cara tiene su nueva novia. Se hacía tanto el complicado… A ver esa qué tiene mejor que yo».
Me echo a reír.
—¡Hemos hecho la misma jugada! Yo también le he dicho a Marcantonio que Eleonora había aceptado sin problema, y él también se lo ha tomado como un desafío. La verdad es que quiero ver cómo va todo entre ellos esta noche. ¿Adónde iremos?
—No sé, a un sitio tranquilo, donde no nos conozcan.
—Tienes miedo, ¿eh? Tu amiga podría echarlo todo a perder.
—¡¿Qué dices?! Si acaso es tu amigo el que podría perder la cabeza al verlos juntos.
—¡Está bien; de una manera o de otra, es mejor que vayamos a un sitio donde no nos conozcan!
—Sí, primero lo pensamos, lo decidimos y se lo comunicamos a ellos. Lo que tenga que ser será.
¿Cuándo crees que llegarás a casa?
—Ya he terminado.
—De acuerdo, pues hasta dentro de un rato, cariño.
Cuelgo el teléfono y sonrío. Qué bien me siento con ella. No hay nada más hermoso que cuando encuentras a una mujer con la que, además de todo lo demás, te diviertes.
«Può darsi io non sappia cosa dico, ho scelto te una donna per amico». «Puede que no sepa lo que estoy diciendo, he elegido a una mujer como amigo»[22]. De repente me vienen a la mente esas palabras y, a continuación, se me hace un nudo en el estómago. Es verdad. Esa canción la cantaba siempre con Babi y subrayábamos ese detalle.