Tres veces tú

Tres veces tú


Ochenta y tres

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OCHENTA Y TRES

—Vasco, ¿quieres hacer bien los deberes? ¡Así dan pena! Ni siquiera se ve si te has equivocado o no. La maestra te va a poner la nota solo por la confianza que te tiene.

—La maestra dice que soy despierto.

Despierto no es lo que hay que ser en el colegio. Despierto quiere decir que no te duermes sobre el pupitre; tú tienes que ser inteligente y educado y estar preparado.

—¿Todas esas cosas?

—Y más todavía. Pero por ahora no te las diré, si no, te vas a hacer un lío.

—Está bien.

Vasco vuelve a concentrarse en el cuaderno de los deberes. Saca la lengua, intentando escribir con buena letra. Daniela sonríe mientras lo mira con amor. Filippo, que está a su lado, la observa divertido.

—¿Tú crees que mi madre también me trataba así?

—¿Bien o mal?

Filippo se queda un instante perplejo.

—No sé si está bien o mal. Pero sin duda lo haces con amor, y además me gusta porque lo tratas como si fuera mayor.

Vasco levanta la cabeza del cuaderno y lo mira enfadado.

—Pues claro que me trata como si fuera mayor, ya soy mayor.

Filippo se disculpa:

—Sí, sí, tienes razón, soy yo, que me he confundido.

Vasco sigue escribiendo. Filippo se vuelve hacia Daniela y enseña los dientes, como diciendo: «Ay, qué duro es el chico». Y ella le responde moviendo los labios: «Lo oyen todo». Filippo asiente y luego sigue hablando con normalidad:

—¿Quieres un poco de zumo, Dani? Acabo de hacerlo.

—No, gracias.

—De acuerdo.

Filippo se sirve un poco, se lo bebe; a continuación, enjuaga el vaso y lo deja boca abajo sobre el fregadero.

—Me voy a jugar a fútbol sala, luego iré a cenar con Pietro y los demás. Nos llamamos más tarde. ¿Nos vemos mañana por la mañana?

—Mañana tengo universidad.

—Está bien, entonces tal vez para comer; hablamos mañana.

—De acuerdo.

Se dan un beso en los labios, luego Filippo se despide de Vasco revolviéndole el pelo.

—Adiós, campeón; no estudies demasiado, ¿eh?

—¡Eso, eso, muy bien, díselo tú a mamá!

Daniela lo mira fingidamente amenazadora. Filippo levanta las manos como para justificarse.

—¡Está bien, tienes razón, me he equivocado!

A continuación, coge su bolsa y se va.

Daniela sacude la cabeza y sonríe, se siente a gusto con él. Ya hace más de cuatro meses que dura esa historia y se estuvieron viendo durante dos meses antes de empezar la relación. Seis meses que Vasco ve a ese chico por casa y parece encontrarse bien con él. Bromean, se ríen y, cuando la besa, su hijo no está celoso. Daniela también ha pensado en eso. Cuando sucedía, vigilaba con el rabillo del ojo sus reacciones, y Vasco no parecía hacer caso. Sin embargo, debe estar alerta, ha leído varios libros sobre niños, sabe que a veces son los mejores actores, lo sienten y lo ven todo, y sufren por las cosas más diversas. Están atentos y son muy sensibles, y Vasco no debe pensar nunca que va detrás de algo o de alguien, para Daniela eso es lo más importante. Ha renunciado a muchas cosas por él y está contenta de haberlo hecho, no pensaba que pudiera ser tan adulta. Sonríe para sus adentros mientras lo mira. «Adulta… ¿Qué le voy a decir a mi hijo cuando me pida explicaciones sobre su padre? ¿Le diré que, por desgracia, murió al nacer él? ¿Mentiré para que no sepa cómo era yo de joven: ligera, fácil, drogadicta…? ¿No sería mejor confesárselo para que huya de eso? Y ¿cómo me juzgaría si le contara la verdad? ¿Dejaría de quererme? ¿No me respetaría? ¿No escucharía mis palabras? ¿Sufriría una infinidad o le traería sin cuidado? ¿Cómo será el día de mañana?». Y sigue mirándolo, con la cabeza inclinada, con esa lengüecita que saca de vez en cuando, intentando hacer la letra como es debido, con sus ganas de mejorar o quizá simplemente de acabar de hacer los deberes.

Y, como si de pronto se sintiera observado, a Vasco se le ilumina la cara y la levanta de golpe.

—Cuando termine, ¿podré jugar a «Mario Bros 8»?

—Ahora piensa en acabar los deberes, luego ya veremos. No te distraigas, tienes que comprender lo que estás copiando y mejorar muchísimo la lectura. Así, esta noche tú me lees un bonito cuento y yo me duermo.

Vasco sonríe, sabe muy bien que mamá está bromeando. De repente suena el interfono. El niño, sorprendido, levanta de nuevo la cabeza del cuaderno de deberes.

—¿Quién es?

—Debería ser Giulia, me dijo que pasaría a saludarme.

Vasco baja con rapidez del taburete.

—¿Qué haces? ¿Adónde vas?

—Quiero abrir yo.

Corre hacia el interfono, lo descuelga y se lo lleva al oído.

—¿Quién es?

—Soy Giulia.

Dirigiéndose a Daniela, dice:

—Sí, es ella.

—Pues abre.

Vasco pulsa el botón que está al lado del telefonillo, vuelve a sentarse a la mesa y zambulle de nuevo sus cabellos rizados en el gran cuaderno. Poco después, llaman a la puerta.

—¡Esta vez iré yo, sigue estudiando!

Daniela recorre el salón y llega al recibidor. Se para delante de la puerta.

—¿Quién es?

—Soy yo, Giulia.

Daniela la deja entrar.

—¡Qué bien que te hayas pasado por aquí, hace un montón de tiempo que no nos vemos!

De repente se da cuenta de que Giulia está tensa y preocupada.

—Pero ¿qué ocurre? ¿Qué te ha pasado?

—Ahora te cuento.

Se dirigen al salón y Giulia ve que Vasco está estudiando.

—Hola, Vasco…

—Hola.

Pero él esta vez sigue copiando las palabras, tal como le ha dicho la maestra, sin levantarse de la mesa.

—¿Podemos ir a tu habitación?

—Claro, por aquí. Tú no pares de hacer los deberes, ¿entendido? Mira que te vigilo desde mi habitación.

—Sí, lo he entendido.

Daniela hace entrar a Giulia en su dormitorio, luego entorna la puerta. Giulia mira a su alrededor.

—Pero ¿qué…?

—Vale, no te fijes en el desorden, hoy no he tenido tiempo de arreglarla.

—¿Hoy? ¡Pensaba que habían entrado ladrones!

—Tonta, siempre consigues hacerme sonreír. ¿Y bien?, ¿se puede saber qué te ha ocurrido?

Cuando has llegado parecía que habías visto un fantasma.

—Peor. De un fantasma no me avergüenzo; de lo que ha pasado, sí.

—Oh, Dios mío, ahora sí que estoy intrigada. Bien, así debería terminar el primer capítulo de una serie de la tele. ¡Todo el mundo vería el segundo para ver qué ocurre!

—Sí, sí, hazte la graciosa, pero ten en cuenta que esta historia también te incumbe.

—¿A mí? ¿Y eso? Oye, pero ¿puedes explicarme de qué se trata?

—Espera, espera, ahora verás… Tú tienes Facebook, ¿no?

—Claro.

—Pues enciende el ordenador, así lo vemos.

Daniela levanta la pantalla de su Mac Book Air y pulsa enseguida el botón de encendido. La pantalla se ilumina, luego teclea su contraseña y se abren varias ventanas, entre ellas la de Facebook.

—Busca la página de Palombi.

—¿Andrea Palombi? Y ¿por qué?

—Mira lo que ha colgado esta mañana, y encima me ha mandado un mensaje, el imbécil.

Daniela escribe enseguida el nombre de Andrea Palombi arriba a la izquierda y, al momento, aparece su página. En el centro hay un vídeo en el que encima se lee «Besos prohibidos».

—Y ¿de qué se trata?

—Tú ponlo y luego mira.

Daniela pulsa sobre la flecha de abajo y la filmación da comienzo. Con la música de fondo de Prince, Kiss[47], empieza una secuencia de varias personas besándose en la penumbra de una pequeña habitación. Es un montaje rápido y cada vez aparecen personas distintas. Se besan, se acarician, se restriegan, una se quita una cazadora, otra se deja besar en el cuello.

—Ahí, para, para. Mira.

Daniela se acerca a la pantalla.

—Pero ¿eso es un cuarto de baño?

—Sí.

—Y esa eres tú con el pelo largo.

—Sí.

—¡Y ese es Andrea Palombi!

—Sí.

—¡Pero si nunca me lo habías dicho!

—Es que sucedió solo esa noche y no me gustaba, y tú habías desaparecido, había bebido, solo nos dimos unos besos… Y luego me besó las tetas, mira.

Daniela pulsa de nuevo play y, en efecto, se ve cómo él le levanta la camiseta, le aparta el sujetador y le besa el pecho. Ahora están de cara a la cámara y ella se ve perfectamente. Luego aparece otra pareja, y entonces Daniela detiene de nuevo la filmación.

—¡Giuli! ¡Pero eres terrible!

—¿Has visto? ¡Menudo cabrón! Todo se acabó ahí, ni siquiera me pareció que hiciera falta explicártelo, me daba vergüenza. Y, además, vosotros habíais roto hacía un montón. Esa noche tú incluso me dijiste que ya no te gustaba, que después de lo tuyo había tenido una crisis…

—¡Es verdad! Pero podrías habérmelo contado de igual forma. Oh, Dios, qué escena, es demasiado, y encima en un baño…

De repente Daniela comprende que precisamente se trata de aquella noche, cuando ella tomó las pastillas, cuando se pasó de vueltas, cuando se encerró con alguien justo ahí, en un baño, cuando se quedó embarazada de Vasco. Rememora esa imagen. No era un baño cualquiera, era ese mismo baño.

—Pero ¿cómo ha sido? ¿Cómo ha conseguido Palombi este vídeo? ¿Cómo se ha puesto en contacto contigo?

—Me lo encontré ayer en la piazza Euclide por casualidad y quiso que quedáramos. Le dije que no. Esta mañana me ha mandado este mensaje.

Giuli le pasa el móvil, y Daniela desliza con rápidez el mensaje:

Lástima que no quieras salir conmigo, la verdad es que hacíamos buena pareja. ¡Mira en mi página lo bien que nos besábamos!

—¿Lo ves?

Daniela le devuelve el teléfono a Giulia, coge el suyo y marca un número.

—Hola, Anna, ¿puedes hablar? Bien, perdona que no te haya avisado antes, pero ¿podrías venir a estudiar aquí? Así me vigilas a Vasco, yo tengo que salir por una emergencia. Te daré cincuenta euros. Sí, gracias. Ven cuanto antes. —Cuelga—. Giuli, ¿sabes dónde vive Andrea Palombi?

—Sí.

—¿Has venido en coche?

—Sí.

—Vale, en cuanto Anna llegue para cuidar de Vasco, iremos a su casa.

—Mamá… —Vasco aparece en la puerta de la habitación—. He terminado los deberes; ¿ahora puedo jugar a la Wii?

—Sí.

—¡Qué bien! A lo mejor me paso el nivel ocho.

Daniela lo mira; él corre exultante hacia el televisor, lo enciende y enseguida coge la consola para dar vida a quién sabe qué partida. Vasco está feliz, se lo pasa bien con Mario Bros, y en una ocasión incluso dijo: «¡Me cae bien!».

A saber qué dirá cuando sepa quién es su padre.

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