Tres veces tú

Tres veces tú


Noventa y siete

Página 99 de 149

NOVENTA Y SIETE

—Mamá, ¿por qué todos los días llegas tarde? ¡Mis amigos siempre tienen a su madre o a su padre esperándolos y yo, sin embargo, siempre tengo que esperarte a ti!

Daniela se disculpa:

—Tienes razón, tesoro, se me ha hecho tarde, no volverá a pasar.

—Incluso hoy, que es mi cumpleaños, has acabado llegando tarde al colegio.

Sebastiano, que está al volante, intenta justificarla:

—Ha sido culpa mía. Le he pedido a tu madre que me acompañara a recoger este coche porque quería venir a buscarte con ella. Pero, oye, tengo una sorpresa: ¿ves que detrás de mamá hay una pantalla? Mira lo que hace ahora…

Sebastiano mete un DVD en el equipo de música del coche. En ambos monitores empiezan a verse unas imágenes.

—¡No!… ¡Qué chulada! ¡Es la última película de Disney! ¡Es la que quería ver! ¡Buscando a Dory! ¡Es la continuación de Buscando a Nemo! ¿Sabes, Sebi, que he visto Buscando a Nemo más de diez veces? Además de Stitch! y Tarzán, es mi película favorita. ¡Pues sí que habéis hecho bien llegando tarde! Ahora podéis ir a donde queráis y mientras tanto yo miro la peli.

Sebastiano y Daniela se miran; ella le sonríe mientras él sigue conduciendo tranquilo y lo observa por el espejo retrovisor.

—¿Te apetecería ir a comer una hamburguesa con patatas fritas? ¿Vamos al McDonald’s?

¿Podemos, mamá?

—¡Sí! ¡Me gustaría muchísimo! Me apetece un montón, mamá… ¿Puedo?

—Luego te dolerá la tripa como siempre.

—Pero comeré despacio.

—Mejor que no.

—Pero es mi cumpleaños…

—Por eso. Quiero celebrarlo con tu sonrisa, no con tus lágrimas por el dolor de barriga.

—Está bien…

Sebastiano lo ve disgustado.

—¡Pues haremos otra cosa: vamos a mi casa y hago que te preparen igualmente una buena comida, pero que no te provoque dolor de barriga!

—¿Patatas fritas también?

—¡Claro! Es más, llamaré enseguida.

Sebastiano marca el número de su casa poniendo el manos libres. Contesta el criado.

—Martin, estamos llegando, somos tres. El cumpleañero, su madre y yo. ¡Prepáranos algo bueno de comer!

—Por supuesto, sir.

—Gracias.

Corta la comunicación.

Vasco se inclina hacia él desde el asiento de atrás.

—¿Por qué te llama sir? ¿Eres uno de los de la mesa redonda? ¿Eres como Lanzarote y el rey Arturo?

Sebastiano mira a Daniela, ella se echa a reír.

—Eso, muy bien, veamos ahora cómo te las apañas.

Sebastiano la observa divertido y acepta el reto.

—Sí, digamos que yo me siento a una mesa cuadrada, soy un caballero del rey Arturo, pero actual.

—¡Qué guay! —Vasco se pone de nuevo a mirar la película.

Sebastiano se vuelve hacia Daniela.

—¿Has visto?, solo hay que encontrar las palabras adecuadas y siempre hay una explicación para todo.

Daniela asiente, satisfecha por cómo le ha contestado.

—Sí, tienes razón.

Entonces piensa para sus adentros: «Antes o después, yo también tendré que encontrar las palabras adecuadas; están tan bien juntos, Vasco tiene que saberlo. —Mira de nuevo a Sebastiano mientras conduce—. Estoy muy contenta de que él sea el padre. Me ha sorprendido de verdad; cuando se lo dije se alegró enseguida, nunca lo ha puesto en duda y ha creído toda la historia, como tenía que ser. Tal vez fueron mis palabras más que otra cosa las que lo convencieron. Cuando le dije: “No quiero nada de ti, no he venido por tu dinero o para crearte problemas, solo quería que lo supieras, nada más. Ha sido todo tan raro, pero ahora me parece que es lo más justo”. Él me sonrió y me contestó: “Siempre he pensado que tú eras exactamente así”. Esas palabras me llenaron de felicidad. A veces son las cosas más simples las que te hacen feliz. Luego añadió otras, de igual belleza: “Si solo se te parece un poco, será el niño más guapo que pudiera traer al mundo. Hoy me has hecho un regalo inesperado. Un día te diré una cosa”».

Daniela lo mira. No han hablado más de ello, pero ella sabe esperar. Llegará un día en el que le dirá a Vasco lo adecuado y en el que sabrá esa «cosa». Daniela ignora que esa fecha tan esperada será precisamente hoy.

El Range Rover de Sebastiano se detiene delante de la verja blanca. Él coge el mando a distancia y la abre. Cuando la verja está abierta por completo, entra en el enorme jardín y se dirige al aparcamiento. Vasco se acerca a la ventanilla.

—Y ¿esta casa es tuya?

—Sí.

—Y ¿todo esto es tuyo?

—Sí.

—¡Pero si es como Villa Borghese! Pues entonces lo justo es que yo también te llame sir; eres un caballero de la mesa cuadrada de verdad, pensaba que me habías dicho una mentira.

No le da tiempo a bajar del coche cuando, por detrás de la esquina de la casa, aparecen todos sus compañeros de escuela. Corren hacia él como si disputaran la carrera más importante del mundo y la recompensa fuera el premio más bonito que nunca pudieran imaginar.

—¡Felicidades! —Lo arrollan mientras lo abrazan.

Vasco se queda sin palabras, con los brazos caídos a lo largo del cuerpo, sonriendo casi alelado, abrumado por tanto afecto. Mira a Daniela y luego a Sebastiano y luego a todos los amigos, que, por turnos, apoyan la cabeza en su pecho o lo abrazan diciendo frases como «Te quiero», «Muchas felicidades, Vasco», y alguna niña lo besa en la mejilla y de vez en cuando por error también en la boca, y él, naturalmente, se limpia con el borde del suéter. Luego, cuando ya todos lo han saludado, Daniela se le acerca.

—¿Has visto qué bonita sorpresa? ¿Nos perdonas ahora? ¿Has visto por qué hemos llegado tarde? Ha sido idea de Sebi.

Él, un poco incómodo, se justifica en cierto modo con Vasco:

—Me lo han sugerido mis compañeros de la mesa cuadrada. ¡Me han dicho: «Invita a sus amigos por su cumpleaños, a Vasco le gustará»!

—Es verdad.

—Pero no solo me han dicho eso. Ya verás cuántas cosas habrá después de comer. Hay unas personas que te seguirán a donde vayas todo el día; aquí están.

Aparecen tres chicas y un mago con una peluca azul y un gran sombrero en la cabeza y enseguida se llevan a todos esos niños.

—Venid, la comida está lista. ¡Cada uno que se siente en su sitio!

En el gran porche hay una mesa con unos muñequitos azules para los niños y rosa para las niñas, con la imagen de su cara pegada encima, indicando dónde tiene que sentarse cada uno. El muñequito de Vasco también tiene su foto y, además, lleva una corona en la cabeza.

—¡Pero si este soy yo! —Lo coge y lo gira feliz hacia Daniela.

Sebastiano le explica el porqué.

—Así es, porque los amigos de la mesa cuadrada han decidido que hoy tú seas el rey, en vista de que es tu cumpleaños, y al lado tienes a tu damisela y a tu fiel escudero.

Efectivamente, a su derecha está el muñequito con la cara de Niccolò, el amigo simpático que le regaló el Skifidol, y a su izquierda, el muñequito rosa con la cara de Margherita, la niña que Daniela sabe que le gusta muchísimo. Vasco se sienta y es el crío más feliz del mundo. Sirven en sus platos de cartón de colores patatas fritas y también pequeños panecillos con jamón y embutido, luego pequeñas pizzas rojas y blancas y además escalopes de la medida de un bocado que todos los niños hacen desaparecer en poco tiempo. En el equipo de música se alternan todas las canciones de sus dibujos animados preferidos. Las tres chicas son atentas y se ven preparadas; se ocupan a la perfección de llenar continuamente los platos de los niños, los vasos de Coca-Cola, Fanta y agua no demasiado fría. De vez en cuando, una de ellas acompaña a los niños al baño. Empiezan los trucos del mago y el espectáculo de guiñol con las marionetas y también aparece un personaje de dibujos animados de carne y hueso y alguno de los amigos de Vasco incluso se asusta, pero una de las tres chicas hace que lo toque supera así el miedo. Luego juegan con unas grandes pompas de jabón que sacan de un barreño que son capaces de contener a un niño entero y que se rompen sobre sus cabezas. Una chica llega con un micrófono y comienzan a sonar los temas instrumentales de sus dibujos animados favoritos; algunos niños cantan, y se pasan el micro poniéndose a prueba en lo que parece una pequeña competición musical. Y como última sorpresa también hay una especie de piñata, un gran armazón cuadrado pende de la rama de un olivo con muchos premios envueltos colgando. Todos los niños tienen un garrote de plástico y se divierten como locos golpeando los regalos, haciéndolos caer. Se apoderan de ellos, les quitan el envoltorio y luego saltan felices sobre sí mismos porque cada uno ha encontrado algo que le gusta. Con la música de «Alvin y las ardillas», Daniela ve la alegría de todos esos niños, la felicidad de su hijo; entonces se vuelve y se fija en que, un poco más allá, está Sebastiano mirando todo eso con una enorme sonrisa estampada en la cara, feliz por esa sorpresa tan exitosa.

A las siete, la verja se abre y entran uno detrás de otro los coches de los padres. Es una especie de carrusel; se paran, saludan, dan las gracias, cogen a su hijo y vuelven a marcharse, uno tras otro, hasta el último e inevitable tardón, que abandona la villa pidiendo disculpas.

—¿Y bien? ¿Te ha gustado tu fiesta sorpresa?

—Muchísimo, mamá. —Y la abraza con fuerza.

Sebastiano se disculpa, entra en la casa a dar algunas indicaciones a Martin y a Idan, pero sobre todo para dejar solos a Daniela y a Vasco.

—¿Has visto, mamá, qué bonitos regalos me han hecho mis amigos del colegio? Están todas las cosas que he visto en la tele, algunas te las iba a pedir por Navidad, pero me las han traído ellos.

—Sí, lo he visto. Pero el mejor regalo te lo ha hecho Sebi. La idea de la fiesta fue suya. ¡Pidió los números de teléfono de todos los padres de tus compañeros de colegio para darte esta sorpresa!

—Ha sido estupendo. Yo a Sebi lo quiero mucho. Ahora puedo decírtelo: mucho más que a Filippo.

Daniela se echa a reír. Entonces, de repente, comprende que ha llegado el momento de comunicárselo, pero no sabe exactamente cómo empezar. A continuación, se acuerda de esa película de la que habló con Babi y tiene una iluminación.

—Vasco, tengo que decirte algo. Hace mucho tiempo, Sebastiano tuvo un accidente, se golpeó en la cabeza y no se acuerda de nada. En realidad, él es tu papá.

El chiquillo abre la boca, se queda sorprendido, pero no afectado.

—¿En serio?

—Sí.

—Pero ¿estás segura?

—Claro…

—Pero si es muy simpático. Pues entonces tengo un padre superguay. Y, antes o después, ¿se acordará?

—A mí me parece que, si vas tú y se lo dices, recobrará la memoria y estará muy contento.

—¿Estás segura, mamá? —Estoy segurísima. Cuando se lo digas, él se acordará de todo en un instante y, si lo dice tu madre, es que es así. ¿Te he dicho alguna vez una mentira?

Vasco se queda un instante perplejo, a continuación, le sonríe. «Es cierto, mamá no dice mentiras». Entonces deja caer el garrote en el suelo y camina hacia la puerta principal de la casa.

Sebastiano está allí, de pie, dando algunas indicaciones a Martin, que está quitando la decoración, cuando oye que lo llaman.

—Sebi… —Se vuelve y ve a Vasco solo en el salón—. Quería darte las gracias por la fiesta. Ha sido estupenda, una sorpresa que me ha gustado muchísimo, de verdad.

Sebastiano permanece de pie y le sonríe.

—Me alegro de que te hayas divertido.

—Tengo que decirte algo. Me ha gustado todavía más porque he sabido una cosa. Tú no te acuerdas, pero tengo que contárselo: tú eres mi papá.

Entonces Sebastiano, sorprendido, se vuelve hacia Daniela, ve que sonríe y asiente desde lejos, así que, sin esperar más, se pone de rodillas delante de él y lo abraza con fuerza. Vasco, con la voz casi ahogada a causa del abrazo, le repite:

—¿Ahora te acuerdas un poco? ¿Aunque sea solo un poco?

Sebastiano se aparta de él y lo mira emocionado y conmovido.

—Me acuerdo muchísimo. Me acaba de venir a la memoria justo ahora… Soy muy feliz de ser tu papá.

Entonces Vasco se aparta y se dirige a la puerta; a continuación, se vuelve y le sonríe.

—Pero que no se te vuelva a olvidar, ¿eh?

—No, claro que no.

Vasco va corriendo hacia Daniela gritando con fuerza:

—¡Mamá, mamá, se lo he dicho! ¡Tenías razón, se ha acordado enseguida!

—¿Has visto? Nunca te cuento mentiras.

—¿Ahora podemos irnos a casa, que quiero jugar con la Wii que me han regalado?

—Sí, mete los regalos en el coche, voy enseguida.

—Está bien.

Vasco va a recoger los juguetes al porche mientras Daniela se reúne con Sebastiano.

—¿Cómo lo has conseguido?

—He tenido un gran maestro. Solo hay que encontrar las palabras adecuadas…

Sebastiano sonríe.

—Es verdad…

—Le he dicho que habías perdido la memoria, que además es la trama de una preciosa película inspirada en una historia de amor real.

—Te dije que tenía que decirte una cosa. Bueno, cuando supe que Vasco era mi hijo, fui el hombre más feliz del mundo. Yo pensaba que nunca tendría hijos. Tal vez porque creía que nunca encontraría a una mujer para mí. En cambio, has sido tú quien me has encontrado a mí.

Y se queda así, delante de ella, con los ojos entornados, sonriéndole de ese modo tan suyo, y luego, simplemente, le dice:

—Gracias.

—No, gracias a ti por esta magnífica fiesta para tu hijo.

Ir a la siguiente página

Report Page