Tres veces tú
Ciento diez
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CIENTO DIEZ
Lorenzo entra en casa.
—Estoy aquí, ya he llegado.
Pero no obtiene respuesta. Va al salón y encuentra la mesa puesta solo para uno y dos platos tapados. Entonces aparece Babi. Lleva un vestido negro, largo, un pequeño bolso en la mano, el pelo recogido en un peinado elaborado y un maquillaje perfecto que realza todavía más sus ojos azules, a pesar de ser ligero. Lorenzo no puede evitar notar lo increíblemente guapa que es. Y esta noche, quizá, lo esté más que nunca.
Babi se fija en su mirada y le sonríe.
—Leonor me ha dicho que ibas a venir, así que te he hecho preparar un plato de pasta fría con mozzarella y tomate, que tanto te gusta, y un vitello tonnato. Además, aquí tienes una ensalada de canónigos; si no, también puedes hacer que te calienten unas espinacas. He puesto a enfriar un Blanche, si te parece bien, o, si no, tienes un Herman o un Donna Fugata; en la bodega hay de todo.
No lo he abierto porque no sabía cuál querrías para acompañar la cena.
Lorenzo se acerca y le sonríe.
—Un Blanche es perfecto, has hecho una buena elección. —A continuación, le acaricia el brazo—. Estás muy guapa, ¿me haces compañía mientras ceno?
—No, lo siento, voy a salir. Massimo está arriba, durmiendo, así que no hagas ruido. Pero si te apetece salir, no te preocupes; de todos modos, Leonor se está ocupando de él y si hubiera algún problema nos llamaría al móvil…
A continuación, Babi se dispone a marcharse, pero Lorenzo la sujeta de un brazo con firmeza. Se lo aprieta con fuerza a propósito.
—Tú eres mi mujer. No puedes hacer lo que te dé la gana. Ni siquiera me habías avisado de que ibas a salir.
—No sabía que vendrías, pensaba que esta noche también la pasarías fuera… con Annalisa Piacenzi.
Lorenzo palidece. Le suelta el brazo y de repente lo ve todo claro.
—De modo que estás viendo de nuevo a Stefano Mancini, tu amado Step. Me lo encontré en Vanni y yo estaba con ella, pero se lo ha inventado todo. Qué asco, lo hace para volver a llevarte a la cama, es incapaz de olvidarte.
—No lo veo y tampoco hablo con él, y lo más importante; aunque me lo hubiera encontrado no me habría dicho nada. Es demasiado considerado; pero tú esas cosas no puedes entenderlas. Hoy no me funcionaba el ordenador y he usado el tuyo. Te dejaste el chat abierto con todas vuestras bonitas fantasías y todo lo que realmente ha habido entre vosotros. Felicidades. Incluso le dijiste que yo quería hacer el amor en la terraza, que insistí, y que fuiste tú quien tuvo que decirme que no. Si te hace falta, puedes utilizarme. Pero cierra tu correo. Tenemos un hijo que ya ha aprendido a leer, gilipollas.
Babi se marcha.
—Tú no vas a ninguna parte. —Lorenzo la aferra de nuevo por el brazo.
Babi se vuelve de golpe y, con una rapidez increíble, le clava el filo del bolso en la mano.
—No se te ocurra tocarme nunca más, ni te atrevas. He hecho una captura de pantalla y he copiado el chat; ya se lo he enviado todo al abogado. Espero que nos separemos de manera civilizada y educada. Mantengamos una buena relación por nuestro hijo. Pero no te atrevas a entrar en mi vida nunca más ni a cuestionarme en nada o, de lo contrario, te hundiré. Te aseguro que con lo que sé y las armas que tengo puedo hacerlo. —A continuación, le sonríe—. Si estás nervioso, no comas deprisa y no bebas demasiado. A Massimo le sabría mal si te ocurriera algo. Buenas noches.
Lorenzo se la queda mirando mientras ella coge la chaqueta que había dejado sobre el sofá y sale sin volverse.
Babi aguarda la llegada del ascensor con la esperanza de no oír abrirse la puerta y que Lorenzo tenga todavía algo que decir. A medida que pasan los segundos, se siente mejor, más ligera, feliz por las palabras que ha dicho y, sobre todo, por la decisión que ha tomado. «Pero ¿cómo se me pudo ocurrir casarme con alguien así? No tiene nada que ver conmigo, ni con mi vida, ni con lo que me gusta, me interesa, me divierte… —Sacude la cabeza—. A veces creo que estoy loca, no me reconozco, es como si una parte de mi vida la hubiera conducido otra persona. ¡Y cuando hace ese tipo de tonterías, la emprendería a patadas con ella!». Entra en el ascensor y la más cuerda de las dos se echa a reír.