Tres veces tú

Tres veces tú


Ciento veinticuatro

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CIENTO VEINTICUATRO

No me despido de nadie en la oficina, cojo el ascensor y en un instante estoy fuera del edificio. Pero ahora, antes de irme, tengo que hacer una llamada.

—Hola, Babi, ¿ya has salido?

—No, estaba a punto.

—No podré ir, lo siento.

—¿Qué ha pasado? ¿Has olvidado que tenías una reunión? ¿O vas a ir a comer con otra?

La oigo reír.

—¡Con la amante del amante! Mira que te avisé, si te pillo, no te lo perdonaré…

Quedamos en que nos lo diríamos todo, no puedo mentirle.

—La niña está a punto de nacer, voy al hospital.

Y de repente la oigo cambiar de tono.

—Ah, perdóname.

—¿Por qué «Perdóname»?, ¿qué tiene que ver? No lo sabías, pero tampoco es una situación dramática… ¡Espero!

De modo que recupera su tono alegre.

—¡Claro que no! Tienes razón, yo qué sé, me parecía que había dicho algo fuera de lugar. Ve, ve, amor. Y felicidades. Pero envíame un mensaje, hazme saber que ha ido todo bien.

Babi cuelga. Sin poder controlarse, se echa a llorar. Luego se mira al espejo y se siente ridícula, de modo que se echa a reír ella sola. «Bueno, mírate: eres horrible, lloras como una idiota. ¿Cuánto hacía que no lloraba? ¡Ni se sabe! En cambio, deberías estar feliz por él, deberían ser lágrimas de alegría, no sabes amar de verdad, anteponerlo a ti. ¡Así debería ser! Ahora también tiene un hijo con ella. ¡Es decir, en realidad, tiene dos, o por lo menos uno y medio!». Y se echa a reír de nuevo; a continuación, coge el móvil.

—Hola, ¿cómo estás?

—Bien, ¿y tú? ¿Qué ocurre para que me llames a esta hora?

—Bueno, no me hagas preguntas y solo dime que sí, ¿de acuerdo?

—¿Qué tengo que decir, «Sí» o «De acuerdo»? No lo entiendo…

—No tienes que hacer preguntas y di que sí.

—Sí, de acuerdo…

—¡Idiota! Bueno, llama a la oficina de Step y di que lo estás buscando.

Y le explica con detalle lo que debe hacer sin falta.

En el pequeño bar Etilico Spirit de la piazza Bainsizza, algunos chicos leen La Repubblica, otros charlan animadamente sobre quién sabe qué nuevas ideas revolucionarán el tubo de rayos catódicos y solo dos o tres comen con tranquilidad, y eso es porque todavía van a la universidad. Les quedan dos o quizá tres años, según cómo salgan los exámenes; luego ellos también se contagiarán de esa prisa por cambiar el mundo.

Dania Valenti no tiene ninguna, de modo que saluda a Renzi, que va a su encuentro como si no hubiera ocurrido nada en absoluto entre ellos.

—¡Hola! ¡Cómo me alegro de que hayas podido venir!

—Sí, pero no puedo quedarme mucho. Le he dicho a Stefano que tenía una cita, pero luego tengo que pasar a verlo sin falta. Su hija está a punto de nacer.

—¡Venga ya, qué ilusión, me cae superbién! Me alegro por él. No sabía que estaba casado. Su mujer no ha venido nunca a ver el programa.

—Tampoco es que alguien esté casado solo porque su mujer vaya a ver el programa.

—Madre mía, qué quisquilloso. ¿Qué pasa?, ¿todavía estás enfadado por lo de Karim? Solo nos besamos porque estaban los fotógrafos. ¿Has comprado la revista? ¡Sale la foto! O sea, había todo un reportaje.

—Sí, lo he visto.

Luego una chica baja y regordeta, vestida de negro, con los labios rojo cereza y el pelo rizado y corto, se acerca a la mesa. Saca un bloc y un bolígrafo del bolsillo de su delantal negro para poder empezar a escribir enseguida.

—Hola. ¿Y bien?, ¿qué van a tomar?

—Para mí solo un zumo de granada —contesta Dania. Entonces le dice a Renzi en voz baja—: He engordado un montón.

—Yo también tomaré uno.

La chica se guarda el boli y el bloc en el bolsillo del delantal; a continuación, se va hacia una mesa sucia, retira algunos platos, vasos y servilletas de papel y, con todo eso, vuelve a entrar en el bar.

—¡Venga, no estés enfadado! Además, me dijiste que tenías mujer, así que, ¿para qué incordias?

—Ya no estamos juntos.

—Me sabe mal que os hayáis peleado… ¿Qué ha pasado? No, no, no es asunto mío.

—Te lo diré.

—No, te he dicho que no quiero saberlo. Cambiando de tema, dime, ¿has podido conseguir algún papel para mí? ¿Voy a hacer de Stefania, la presentadora de radio que empieza desde abajo y se hace famosa?

—No, para ese papel han elegido a Vargada.

—¡Pero si siempre lo hace todo ella! ¡Y ¿qué tiene que no tenga yo?! Ya sé por qué trabaja tanto, porque es la amante de Delfini, el director de la cadena, por eso. Si lo hubiera sido yo, a estas horas estaría en Hollywood. ¿Y bien? ¿Cuál haré, entonces?

—Caterina.

—¡Pero si Caterina solo sale en un capítulo, es un papel minúsculo!

—Pero es el tema del capítulo, está totalmente centrado en ella… Además, estás empezando, nunca has hecho nada de ficción.

—¡No! Al menos quiero hacer de Federica, la hermana de Stefania. ¡Si no lo hago, me vuelvo a Milán!

Dania coge un paquete del bolso, saca un chicle minúsculo, se lo mete en la boca y, a continuación, como si fuera una canasta, vuelve a tirarlo dentro, perdiéndolo en ese barullo. Molesta, comienza a mascarlo con la boca abierta, y entonces se le ocurre una idea.

—Y ¿quién es el director?

Renzi la mira, imaginándose sus planes.

—Todavía no está decidido.

Mientras tanto, llega la chica con los zumos.

—Gracias.

Dania empieza a beber en silencio. Cuando ya casi lleva tres cuartas partes, deja el vaso sobre la mesa.

—De todos modos, habría sido justo que hubiera podido hacer una audición para el papel de Stefania. ¿Ellos qué saben si soy buena o no? Tal vez una desconocida pueda sorprenderlos a todos, ¿no? En la época del realismo, cogían a la gente por la calle, era todo más verdadero, eso era cine.

Y vuelve a beber hasta que se termina todo el zumo. En ese momento, se le ocurre otra buena idea.

—¿Por qué no vamos a mi casa? Ensayamos el guion del primer capítulo y ves qué tal me sale.

Venga, tú nunca me has visto. Si te das cuenta de lo mucho que valgo, estoy segura de que insistirás mucho más para que me den el papel porque serás el primero en creer en mí.

—Tengo que ir al hospital.

—¡Pero si Stefano acaba de ir, la niña nacerá dentro de tres o cuatro horas; no se van a escapar!

¿Adónde quieres que vayan?

Dania le sonríe y le guiña el ojo. Renzi la mira, entonces piensa en aquel sillón en medio del salón que da a aquella ventana, en la belleza de ese panorama… ¿Cómo va a decirle que no?

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