Tres veces tú

Tres veces tú


Ciento treinta y nueve

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CIENTO TREINTA Y NUEVE

Es domingo por la mañana, son casi las nueve. Hay un cálido sol y Gin y yo, junto a Aurora en el cochecito, estamos dando un agradable paseo por Villa Glori. Se nota el olor de los caballos procedente de la hípica que está un poco más abajo, pero también el aroma de la lluvia que ha caído esta noche. Nos paramos en el pequeño bar y pedimos un capuchino para cada uno.

—¿No comes nada?

—No, gracias, no tengo hambre.

—Yo pediré un cruasán integral.

Seguimos caminando, Gin se vuelve hacia mí y me sonríe. Me doy cuenta de que tiene un poco de capuchino encima de la boca.

—Tienes bigote, espera.

Y le paso con delicadeza el índice sobre los labios. Ella detiene mi mano, cierra los ojos y la besa. Luego sigue apretándola contra sus mejillas y, al final, se la lleva de nuevo a la boca, abre los ojos, me sonríe y la suelta.

—Te he perdonado, ¿sabes?

Camino a su lado, sé que en este caso cualquier cosa que dijera sería un error. Decirle «Gracias» sería muy feo, así que me quedo callado. Ella, en cambio, prosigue.

—Me has dado la cosa más bella del mundo, lo que más deseaba, me has hecho el mejor regalo, y haberlo recibido de ti lo hace todavía más especial.

—Gin, yo…

—Chis. —Levanta la mano y cierra un instante los ojos.

A continuación, empuja el cochecito; lo hace lentamente, tal vez para no despertar a Aurora.

—Déjame hablar un poco más a mí. Tú tienes toda la vida por delante para decir un montón de cosas. Hoy hablo yo y tú me escucharás… —Luego me sonríe—. Bueno, de vez en cuando también puedes decir algo, pero no me lleves la contraria, si no, me canso demasiado y encima tengo que rebatírtelo todo…

Seguimos caminando por el sendero interior de la villa. De vez en cuando pasa algún chico haciendo jogging, una mujer más mayor camina deprisa, en un banco hay un señor leyendo el periódico, un poco más allá, en la fuente, una señora le está dando de beber a su pequeño jack russell y, a continuación, abre una botellita para llenarla de agua fresca. Nos adentramos en el camino que lleva a la pequeña plaza que está sobre la colina, aquí ya no nos cruzamos con nadie, pero hace un sol precioso. Y, de repente, inspirada quizá por toda esta tranquilidad, Gin empieza de nuevo a hablar.

—Quiero que haga boxeo, que sea masculina y también femenina, elegante y deportiva, inteligente y divertida, que se parezca a mí… —Luego lo piensa mejor—. Que tenga algo de mí, algo que en algunas ocasiones te haga pensar en mí, quizá cuando estés solo, que te haga sonreír y apreciar todas mis cualidades a través de ella.

—Pero yo siempre las he apreciado.

—Sí, es cierto. Entonces digamos que en cualquier caso tiene que tenerlas, ¿de acuerdo? —Y se echa a reír—. Quiero que siempre estés disponible para ella, que no te pierdas ninguno de sus cumpleaños, que la riñas con amor, que todo el tiempo la hagas sentir capaz e importante, incluso cuando cometa sus primeros errores. Que confíes en la persona que tenga a su lado al cien por cien, sea quien sea. Me gustaría que fueras como Mel Gibson en esa película que vimos juntos, ¿En qué piensan las mujeres?, ¿la recuerdas?

—Sí, era verano, hacían un ciclo de películas suyas en el cine Tiziano.

—Él empieza a oír los pensamientos de las mujeres. Y ayuda a su hija, que se siente insegura ante la idea de ir a la fiesta de Nochevieja, y también cuando ella está a punto de acostarse con un chico por primera vez.

—¡De eso no me acuerdo!

—Mientes. Y, si no, tienes que volver a verla. Deberás estar presente también en esas ocasiones.

Deberás pensar en su amor, encarrilarla, pero sin obligarla. Aconsejarle, pero dejándole siempre libertad para que pueda decidir… Eso es.

Hemos llegado hasta la pequeña plaza. Gin se detiene al lado del banco y mira el cochecito.

Aurora todavía duerme. Mete la mano con delicadeza y arregla la sábana ligera que la cubre. Yo también la miro. Tiene los brazos abiertos junto a la cara, como si alguien la hubiera descubierto y le hubiera dicho: «Arriba las manos», y Aurora obedece y sigue durmiendo dichosa. Tiene las mejillas sonrosadas, la boquita un poco entreabierta, y es preciosa. Entonces Gin se sube al banco y se sienta en el respaldo, quedando más alta que si se hubiera sentado normalmente en el asiento. Se arregla un poco el pelo.

—¿Qué tal estoy?

—Bien.

Sacude la cabeza.

—Y yo todavía sigo fiándome de ti…

Entonces coge su iPhone del bolso, lo prepara y me lo pasa.

—Un día, cuando te pregunte por mí, tú le mostrarás este vídeo que haremos ahora…

—Pero…

—Sin peros. Sé que es algo que ya se ha hecho, pero me da igual, no es una competición para ver quién es más original. Quiero que ella sepa algo de mí, que al menos me conozca un poco, que no solo vea fotos que no van a decirle nada. Quiero que oiga mi voz, que descubra mi risa, que pueda imaginar cómo era su mamá. Dime la verdad, ¿cómo estoy?

—Ya te lo he dicho: estás bien. Guapa como siempre, un poco cansada, pero cuando te enfoque no se va a notar.

—Vale, esa mentira es más aceptable.

Entonces hace una serie de inspiraciones, coge aire y luego lo suelta, como un submarinista listo para efectuar una de esas inmersiones que acabarán marcando un récord mundial. Pero ella no, ella solo lo hace para no sentir miedo, para tener más aliento para hablar, para hacer toda una tirada, la más larga posible y, sobre todo, sin llorar.

—¿Estás listo?

Asiento, estoy listo.

—Pues empieza a grabar.

Y, un instante después, Gin comienza a hablar.

—Hola, aquí estoy, soy tu mamá. Me habría gustado mucho estar cada día a tu lado, aunque de alguna manera lo estoy; quizá un poco lejana, pero estoy siempre contigo. Te he tenido en mis brazos durante todo el tiempo que he podido y nunca me he cansado de ti. Te he dado todo mi amor y he rezado cada día para que seas como eres, como te estoy imaginando, como me habría gustado vivirte cada instante de tu vida. Bueno, tal vez hayas visto alguna foto, pero quiero contarte algo más sobre mí, algo que quizá no sepas. Yo de pequeña era tímida, mucho, y a pesar de que todos me decían que era guapa, a mí no me lo parecía en absoluto. Aunque tampoco es que la belleza sea tan importante. A tu padre le gustaban todos mis defectos, y tú también debes encontrar a un chico que le gusten los tuyos. Y, sobre todo, intenta ser siempre feliz. A veces no hay tiempo suficiente para saborear la felicidad, y entonces nunca lo somos lo bastante. —Y le cuenta alguna anécdota del instituto, le habla de algún noviete del que yo no tenía noticia y de lo raro que fue su primer beso, e incluso consigue hacerme reír. Sigue hablando tranquila, hasta que se levanta del banco y se acerca al cochecito. No dejo de grabar mientras se agacha y coge delicadamente a Aurora entre sus brazos—. Aquí estoy, amor mío, tú eres esta ahora… Y estamos juntas. —La muestra al móvil y le da un beso ligero en la mejilla—. Tú estás durmiendo y yo te estoy velando como haré siempre en cada instante de tu vida. —Luego se la acerca al rostro, cierra los ojos y la respira—. Te siento, estamos juntas, juntas, tal como me habría gustado que fuera siempre nuestra vida. Prométeme que serás feliz. Te quiero muchísimo.

A continuación, veo que asiente para indicarme que el vídeo se ha terminado, de modo que detengo la grabación. Gin deja con cuidado a Aurora en el cochecito, la cubre con la pequeña sábana y se vuelve hacia mí.

—Gracias.

No digo nada. Tengo ganas de llorar, pero consigo retener las lágrimas. Luego, por fin consigo hablar.

—Le gustará.

—Sí, estoy contenta de haberlo hecho.

Entonces me coge por debajo del brazo y apoya la cabeza en mi hombro.

—¿Empujas tú el cochecito?

—Claro.

Empezamos a caminar hacia el largo paseo que baja hacia la salida de Villa Glori. En ese momento Gin me acaricia la mano.

—Te he amado muchísimo. Habríamos sido una bonita pareja. Lástima que no quede más tiempo.

Vamos ahora a casa de mis padres. Así dejamos a Aurora.

—Sí, de acuerdo.

—Y luego llévame al hospital.

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