Tres veces tú
Ciento cuarenta
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CIENTO CUARENTA
He logrado que me dieran una habitación en la clínica Quisisana, la mejor que tienen: una pequeña suite con posibilidad de tener a Aurora en el cuarto de al lado. Al principio Gin estaba muy preocupada.
—Pero ¿cómo lo haré con los biberones y la leche? ¿Ya tenemos bastante? Hay que comprobar que sea la misma que toma ella, he visto que las otras le sientan mal. Y, más adelante, habrá que empezar con el caldo vegetal, los potitos, la harina de tapioca, la de arroz… Tenemos que preguntarle al pediatra cuáles van mejor…
—Cariño, he traído todo lo necesario, no te preocupes, ya nos iremos organizando.
—Yo no estaré, no estaré.
Y se echa a llorar, y yo la abrazo y la estrecho con fuerza, y la verdad es que no sé qué decirle, me siento tan impotente, tan inútil…
Luego Gin se tranquiliza.
—Perdona. Esto no está bien. Quiero dejarte un buen recuerdo de mí, no volverá a pasar.
—Cariño, hagas lo que hagas, no cambia nada. No te preocupes, sé tú misma, sé como te parezca, como siempre has hecho. Es algo que siempre me ha gustado mucho de ti. No cambies.
Entonces me sonríe y coge las llaves.
—Vamos a la habitación.
Durante los días siguientes van viniendo todos por turnos, en orden. Su padre, su madre, Eleonora, Ilaria, su hermano Luke con Carolina, otras amigas íntimas, Angela, Arianna, Simona, la abuela Clelia, Ardisio, el hijo del tío Adelmo, y también Maria Linda, su compañera de universidad. El doctor Dario Milani viene dos veces al día, siempre tiene una actitud elegante y educada, pero es consciente de que no puede decirnos nada distinto de lo que, por desgracia, ya sabemos.
El lunes por la mañana, el médico se me acerca.
—Hemos tenido que aumentarle la morfina, así sentirá menos dolor; me parece absurdo hacerla sufrir.
No puedo decir otra cosa más que «Sí».
Por la tarde viene el padre Andrea.
—¿Cómo va, Stefano?
Pero no logro responder, me limito a bajar un poco la cabeza y me quedo así mirando al suelo.
Entonces él pone su mano sobre mi brazo.
—Lo siento mucho. Al parecer, el Señor tiene otros planes para ella.
—Sí.
Y me viene a la cabeza mi madre. Todo esto ya lo he vivido, pero solo al final, no sabía que en aquel caso también se trataba de una situación tan extrema.
—Aunque es una lástima que no nos sorprenda con algún milagro…
El padre Andrea me mira, pero no dice nada. Luego se encoge de hombros.
—Bueno, voy a verla. —Y entra él solo en la habitación de Ginevra y permanece allí más de cuarenta minutos.
Cuando sale, lo veo menos tenso que antes, incluso sonríe. A continuación, se me acerca y me abraza.
—Gin es más fuerte que todos nosotros. Ya me había sorprendido en el pasado, pero ahora me ha dejado descolocado. Es extraordinaria. Tengo que marcharme. Para cualquier cosa, nos llamamos. Y luego… Hazme saber cómo deseas que lo hagamos.
Se aleja. «Y luego…». ¿Dentro de cuánto tiempo será ese «Y luego…»?
Me levanto temprano y, después de darle el biberón a Aurora, entro en la habitación de Gin. Está despierta y desayunando en la cama.
—Buenos días, ¿has dormido bien?
—Estupendamente.
El médico dijo que al aumentar la dosis de morfina se sentiría mejor.
—Bien, me alegro. Lo lamento, pero esta mañana no puedo dejar de ir a trabajar. Renzi concertó una cita con el nuevo director de la serie para reunirnos en la oficina y luego ir a comer, y ¿sabes qué ha pasado al final? Pues que él, precisamente él, el «meticuloso». Renzi, ya tenía un compromiso y se le había olvidado.
—Eso significa que no es tan «meticuloso». Mejor, ¿no? Tú decías que a veces te parecía un marciano y resultaba inquietante…
—Es cierto.
En realidad, creo que otra vez es por culpa de los líos con Dania Valenti, pero no le he dicho nada; soy el último que debería hablar de ese tema, de lo que se puede llegar a hacer por amor.
—Bueno, me voy. De todos modos, llámame para lo que sea. He dicho a las enfermeras que te ayuden con Aurora si lo necesitas. Está Claudia, la enfermera de planta, que tiene dos hijos pequeños, es joven y estará encantada de hacerlo.
—¿Es mona?
—No, Gin, no es nada mona. Pero seguro que es buena, y encima le he pagado de más para que lo sea.
Me acerco a ella y la beso.
—Nos vemos luego.
—Sí.
Cierro despacio la puerta. Me ha hecho gracia que estuviera celosa. Ha sido una reacción espontánea. Solo me gustaría que fuera todo más sencillo, pero ¿cómo va a serlo? Subo al coche y voy a la oficina.
Gin se ha quedado sola. Envía un mensaje de móvil con todas las indicaciones oportunas. A continuación, se levanta y va a ver a Aurora. Duerme dichosa y tranquila, la temperatura de la habitación es perfecta. La situación de esa clínica es ideal. Se acerca a la cristalera y mira hacia abajo. Detrás del edificio hay una avenida, algunos setos, un jardín no muy grande pero con una pequeña rosaleda. Todo está muy bien cuidado, hasta el más mínimo detalle. Las enfermeras intentan por todos los medios que se sienta a gusto, que no haya ningún problema, que no se oiga ningún ruido. Tal vez sea por eso por lo que Aurora duerme tanto. Luego Gin vuelve a la habitación, va al cuarto de baño, se desnuda, se da una ducha y se viste. Intenta estar elegante con lo que tiene. Se maquilla mirándose al espejo. Está contenta de que no se le haya caído del todo el pelo, aunque es más escaso comparado con como lo tenía antes.
Diez minutos más tarde, llaman a la puerta.
—¿Se puede?
—Adelante.
Gin le sonríe a Giorgio Renzi.
—He venido lo más rápidamente posible. Cuando me has enviado el mensaje diciendo que Stefano había salido, en realidad ya estaba en la calle, pero he encontrado un poco de tráfico en la piazza Euclide. Bien, cuéntame, ¿qué puedo hacer?
—Verás, es muy sencillo. —Gin empieza a explicarle lo que necesita, cree que es la mejor solución.
Renzi se queda sin palabras, nunca se lo habría esperado, y se encuentra en una situación un poco incómoda.
—Si estás convencida, lo haré. Aunque me hará falta tiempo.
Ella niega con la cabeza.
—A mí también me haría mucha falta…, pero por desgracia no lo hay. —Le pasa una hoja—. Aquí encontrarás todo lo que requieres para acabar antes.
Renzi lo coge, lee todo lo que hay escrito y se queda sorprendido. Entonces Gin le explica cómo lo ha hecho y él comprende que es imposible equivocarse.
—¿Necesitas algo más?
—No, gracias. Eres muy amable. Te espero aquí. Pero no tardes mucho.
—¿Y si no lo consigo?
Gin le sonríe.
—He acudido a ti porque has sido capaz de hacer cosas todavía más complicadas. Lo lograrás.
Renzi asiente y, a continuación, sale cerrando la puerta a su espalda. Entra en el ascensor. «Tiene razón, a veces he podido resolver situaciones más complicadas que esta. Gin sabe cómo motivar a la gente. Ahora veremos si yo también lo consigo».