Tres veces tú
Veintidós
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VEINTIDÓS
Esa mañana, Gin sale y no lo ve. Por un lado, se alegra, pero en el fondo lo lamenta. No pensaba que se cansaría tan deprisa, aunque si las cosas son así, significa que es lo mejor para todos. Su abuela Clelia siempre se lo decía: «Debes hacer esperar a los hombres hasta que de verdad ya no puedan más, y tú también. Así es, el que aguanta y se queda es el perfecto». Step no ha sido perfecto.
Lástima, le gustaba incluso su imperfección.
En la universidad, ocupada con las clases de Derecho, no piensa mucho en ello. Envía un mensaje a casa, avisa a su madre de que llegará sobre las seis y a la hora de comer se toma un sándwich de salmón y un zumo de manzana, naranja y zanahoria. Su madre lee el mensaje y sonríe.
«A saber lo que dirá mi hija de todo esto. Ya lo sé, me acusará de ser una traidora, pero en el fondo pensará que he hecho bien. Al menos, eso espero». Y, diciendo esto, coge el sobre y lo pone en la cocina para cuando sea el momento de dárselo. A las seis y algo oye que la puerta se abre.
—¿Mamá, estás aquí? Soy yo…
A Francesca empieza a latirle con fuerza el corazón. Tiene miedo de que la descubra, de que la emoción de su rostro pueda traicionarla. Su hija está particularmente sensible.
—¡Vaya, estás aquí! ¿Qué haces?
Gin está en la puerta de la cocina.
—¿A ti qué te parece? —Francesca le muestra la plancha en la mano y una camisa de su padre allí al lado, sobre la tabla.
—Déjame adivinar… Mmm… —Luego sonríe haciendo como si lo adivinara—. ¡Ya lo sé! ¡Estás intentando quemar una camisa de papá!
—¡Exacto! Y, si lo consigo, lo aguantarás tú, con lo quisquilloso que es.
—Por cierto, ¿dónde está?
—Jugando al fútbol sala con sus amigos.
—Se mantiene en forma, no se puede negar…
Gin se va a su habitación y, por un instante, piensa en su padre poniéndose en forma y a su madre planchándole las camisas, intentando que siempre se vea guapo, elegante, adecuado en cada situación, perfecto. Eso es, sí, perfecto. Quién sabe cuánto lo hizo esperar, según las reglas de la abuela Clelia. Gin se echa a reír. Quién sabe si todavía sienten pasión y qué pasa en el dormitorio ¿una vez a la semana?, ¿al mes?, ¿al año?… Gin vuelve a acordarse de Step, de cómo vivían antes, de los días que pasaron en las Maldivas, sin casi nada puesto, en el agua caliente, en la playa, en el bungaló, sin horarios, sin tiempo, sin compromisos. El sexo, el amor, no había momento en que no se tocaran. Step para ella era una especie de imán; lo sentía, la atraía, solo tenía que rozarle una pierna, la espalda o tan solo un brazo para que ella se encendiera. Nunca le había sucedido con ningún hombre; bueno, tampoco es que hubiera tenido muchos. Y luego el olor, el olor de Step, al que lamía y besaba por todas partes cuando lo tenía entre sus brazos. Un afrodisíaco natural. Era una cuestión de química. Además, Gin se había preocupado de documentarse: se trataba de las feromonas, una sustancia olorosa que producen los seres humanos y que nos lleva directamente a la pareja adecuada.
Y pensar que alguien incluso la había acusado de ser fría, otros frígida… No, la verdad era que nunca había estado enamorada, y el amor a veces puede con lo que nunca pudo nadie. Gin se ríe sola. De frígida, nada, con Step creía que se había convertido en una especie de ninfómana, se asustaba y se sorprendía al mismo tiempo de verse así. Como aquella noche en el bungaló cuando, bajo las estrellas, le dijo:
—Basta, basta, por favor.
Estaba temblando por lo que había sentido y por lo que había gozado. Step sonrió, pensaba que le estaba tomando el pelo.
—No lo entiendes, estaba en Omega. ¡Estoy lelada por completo!
—¡Lelada no existe! ¡En todo caso será alelada!
—¡Ya, pero si lo digo bien es que no lo estoy!
Y siguieron riéndose y luego bebiendo cerveza fría, mirando las estrellas, y Gin se perdió en su abrazo y en sus ojos y en cada uno de sus besos, que le parecían únicos, especiales.
—¿Eres mío?
—Solo tuyo.
La noche del día siguiente hicieron el amor con más dulzura; lo sentía moverse en su interior, primero despacio, después más fuerte, con pasión, y Gin le mordió el cuello y lo estrechó contra sí, llegando casi a gritar.
—¡Calla! —le susurró él riendo—. Hay vecinos.
—¡Ellos también estarán contentos si me oyen gritar así!
Se quedaron dormidos, perdidos en el sabor de ese amor, todavía calientes de sexo, con las bocas abiertas, uno dentro del otro, viviendo la misma respiración, sin separarse nunca.
Gin parece como despertar de ese recuerdo y las lágrimas acuden a sus ojos. «¿No era suficiente? ¿Querías más? ¿No era lo más bonito que podíamos vivir? ¿Necesitabas volver a estar con ella? Y, sin embargo, ya la conocías, ni siquiera era una conquista. ¿Por qué?». Hace meses que se hace la misma pregunta, y hace meses que no encuentra la respuesta. Y no tiene sexo desde entonces. ¡Tal vez no vuelva a tenerlo nunca! Oh, madre mía, no quiere ni pensarlo.
—¡Mamá! —Va a la cocina y, mientras camina recordando los pensamientos que ha tenido de ella y su padre, le entran ganas de reír.
Francesca ya ha terminado de planchar; se echa hacia atrás un mechón de pelo que le ha caído en la cara.
—Sí, cariño, dime.
Gin aparece en chándal en la puerta.
—Voy a correr un rato. Necesito desahogarme. Dentro de una horita estoy en casa.
Francesca asiente; le gustaría mucho contárselo todo, sí, bueno, el plan, lo que han previsto, pero no puede.
—Claro, tesoro. Hasta luego.
Y entonces la ve salir y se queda parada delante de esa puerta cerrada y de la tristeza de Gin, que, aunque no se vea, se nota. Y la culpa es precisamente de ese chico, de Step. Francesca sacude la cabeza. A ver cómo se lo toma Gin, «no sé, no sé». Pero ya está decidido, no le gusta tener que aceptar las cosas quedándose de brazos cruzados. Francesca cree que dar un paso siempre es mejor que no hacer nada en absoluto, dejando que el tiempo se encargue de borrar el dolor. ¿Y si ni siquiera el tiempo fuera suficiente? Empieza a guardar en su sitio la ropa que ha planchado. A continuación, se permite una pequeña sonrisa. No, está convencida de que ha actuado bien.
Gin llega con su Micra al estanque de Tor di Quinto, aparca y, en cuanto baja del coche, se pone los auriculares, selecciona su lista en Spotify y empieza a correr. La primera canción en sonar es Up&Up, de los Coldplay[5]. «Bueno —se dice—, tengo que empezar a pensar en una nueva vida. Step ha dejado de buscarme, ha conocido a Alessia o a alguna otra, ha comprendido que no valía la pena, que así sería más fácil». Y ese pensamiento le hace daño, lo habría querido tener todavía mucho, muchísimo tiempo delante de su portal y al final perdonarlo. «¿Se puede perdonar en el amor? Y yo, ¿sería capaz de perdonar? ¿No seguiría pensando que él, en esos instantes, no fue mío?».
Su boca, su lengua, su respiración, su abrazo, su cabeza, su corazón, su… No. ¡No quiero pensarlo, joder! ¡Ya está, tenía que decirlo! —Y se echa a reír, aumentando un poco el paso—. De acuerdo, empecemos a imaginar una nueva vida, sí, una nueva vida con otro. Comencemos con las personas que últimamente han hecho el intento de ligar conmigo: uno, Giovanni, guapo, pero un poco demasiado estúpido. Estudia Medicina, pero es todo yo, yo, yo. «Yo sé hacer esto, yo sé hacer lo otro. Y yo…». ¿Cómo será en la cama? Oh, madre mía, eso no. Ni siquiera puedo pensar en que me toque. Dos, Alessandro. Alto, delgado, una cara bonita, interesante. Pero demasiado inseguro.
Debería provocarlo yo y, para ser sincera, no me apetece. Me repite demasiadas veces que soy guapa, como si fuera una limitación en vez de un simple punto a favor. Se condiciona él solo. Estaría siempre atormentado, una tortura continua. ¡Todo lo contrario que ese gilipollas y chulo de Step!
¡Que se vaya a la mierda! —Lo dice casi con rabia, sabiendo lo perfecto que era a pesar de ser del todo imperfecto y lo bueno que era para ella—. Vale. Ya basta. Se acabó. Faltaría más. Sal de mi vida, Step, para siempre. Definitivamente. Tengo que pasar por el portal sin ninguna curiosidad, sin expectativas, sin pensar que puede estar ahí fuera y, si está, seguir adelante, dejarlo atrás, en esa vida que ya no va a pertenecerme, que lleva consigo un dolor demasiado grande. —Y continúa corriendo concentrada, acompasando la respiración, manteniendo el ritmo, ayudada por las notas de Come, de Jain[6]. Entonces tiene una iluminación—. Sí, también está Nicola. Es el único que me hace reír y que me hace pasar algún rato divertido y despreocupado en la universidad. Una vez incluso me acompañó a casa. ¡Si Step nos hubiera visto…! Le habría estado bien, se lo habría merecido. Aunque tal vez no hubiera sido justo para Nicola. Siempre atento, amable, nunca una palabra de más, ni una alusión. Sabe seguirme el ritmo. Ha visto que no es el momento, que por ahora es bonito conocerse, distraerse, reír. Me ha invitado a cenar más de una vez, pero le he dicho que no. Si me busca y vuelve a invitarme, está decidido, aceptaré.
Entonces Gin aprieta el paso. Empieza a correr con ímpetu, es la última vuelta antes de regresar a casa a cenar con sus padres. No sabe que las cosas irán de una manera distinta por completo.