Tres veces tú

Tres veces tú


Veintitrés

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VEINTITRÉS

—¡Mamá, he vuelto!

Gin cierra la puerta a su espalda y nota un extraño silencio.

—Mamá, ¿estás aquí?

Y entonces se asoma Francesca, que parece haber encontrado la tranquilidad necesaria.

—Sí, claro que estoy…

—¿Qué estabas haciendo?

Gin enarca una ceja ligeramente recelosa.

—Estaba cocinando, ¿por qué?

—Mmm… Es verdad, huele muy bien. ¿Qué has preparado para esta noche?

—Estoy haciendo una buena crema de champiñones para papá…

—¿Qué quieres decir? ¿Y para mí no? No me lo estás explicando todo.

—¡Pero ¿qué dices?! —Francesca se echa a reír—. ¡Pues claro que para ti también hay! Pero no sé si has quedado o algo…

Gin se queda muda. Su corazón empieza a latir más deprisa. Siente que le falta el aliento, y por un momento le da vueltas la cabeza. «¿Quién? ¿Qué? No puede haber estado aquí. Otra vez, no.

Ahora no. Con mi madre, no». Gin entonces la traspasa con la mirada, pero su madre está tranquila, le sonríe, sacude la cabeza como diciendo: «¿Qué tienes, pequeña mía?». Y a continuación, pronuncia una simple frase:

—Eleonora ha dejado un sobre en tu cuarto, a lo mejor unas entradas, no lo sé, no lo he abierto.

—¡Por supuesto! ¡Lo que me faltaba!

Gin vuelve a ser «la dura», la segura de sí misma, y se dirige rápidamente a su habitación.

Francesca lanza un suspiro de alivio, lo más difícil ya ha pasado. «Menos mal, pensaba que no saldría de esta».

Sobre la mesa hay un sobre cerrado, Gin lo rasga por un lado para abrirlo y encuentra una nota con la letra inconfundible de Ele.

Eh, ¿cómo estás, cariño mío? ¡Hace un montón de tiempo que no nos vemos! ¿Vienes esta noche al restaurante Mirabelle de via di Porta Pinciana, 14? ¡Venga, una buena cenita juntas!

Tengo que decirte algo importante. ¡Es algo supersuperimportante, y no puedo decírtelo por teléfono! ¡No te hagas de rogar como siempre y ven, ¿eh?! He reservado mesa para dos, a las nueve, a nombre de Fiori, ¡solo para ti y para mí! ¡Vamos, te espero!

Gin dobla la nota. Ya son las ocho y veinte. «Ostras, todavía tengo que ducharme y no sé si estaré lista a las nueve. Bueno, voy a llamarla». Gin coge el móvil, marca el número, pero salta el buzón de voz. Nada, como siempre, Ele es una lianta. «¡Qué lata, tendré que hacerlo todo corriendo!».

—¡Mamá! —le grita desde su habitación mientras se desnuda rápidamente.

—¿Sí, cariño?

—¡Nada, que esta noche cenaré fuera!

«No me digas —piensa Francesca—, ¿en serio?», y pone cara de risa.

—De acuerdo, cariño, no trasnoches demasiado.

—No, no.

Y, de un salto, Gin se me mete debajo de la ducha.

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