Tres veces tú
Veintiséis
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VEINTISÉIS
Hemos hecho el amor con las ventanas abiertas, la luz de la luna se filtra en la oscuridad de la habitación e ilumina a Gin, mostrando partes aquí y allá. Tiene una belleza sensual, un poco infantil, con el pelo más corto y esos labios suaves y pronunciados. La observo en la penumbra, con sus senos bañados por la luz de la luna.
—¿Qué pasa?, ¿por qué me miras?
—Eres preciosa.
—¡Y tú mira que eres liante! Me lo dices para que me sienta guapa, pero no te lo crees lo más mínimo…
—Venga, déjalo; me gustas con locura y lo sabes.
Entonces Gin se me acerca y me susurra al oído:
—Tómame de nuevo, ¿te apetece?
—Muchísimo.
Y no me lo hago repetir. Ya tenía ganas antes de oír esas palabras.
Más tarde, estamos juntos debajo de la ducha, abrazados, enjabonados, perdiendo poco a poco ese sabor a sexo, pero no el deseo, que, como brasas, se enciende con el mínimo soplo de viento.
Después, envueltos en los gruesos albornoces, bebemos un poco de cerveza, charlamos de trabajo, de posibles proyectos, de un viaje que podríamos hacer, de un país que conocer, de amigos comunes, de alguien que se ha prometido hace poco, de historias que han terminado.
—¿Y nosotros? ¿Qué será de nosotros?
Gin, con la misma ligereza que a veces muestra cuando me ama con gran pasión, y sin limitar las palabras, me mira a los ojos.
—¿Qué será de nosotros? —Espera demasiado poco mi respuesta, me sonríe y prosigue—: Ya han pasado seis años y ahora me vuelvo a mi casa dejándote aquí solo. Y esto sucede cada vez. Y a menudo. Y, si por una parte me gusta todo de estos momentos, por la otra no me gusta tener que dejarte. ¿Sabes?, lo he estado pensando y me parece absurdo perder todo este tiempo…
Entonces deja caer al suelo el albornoz y se queda desnuda, solo con la cerveza en la mano. Le da un largo trago, me sonríe, a continuación, deja la cerveza sobre la mesita que está a su lado y se dirige hacia la ropa, sin ningún pudor. Se agacha, la recoge y, mientras se cubre escondiendo su desnudez, me comunica su decisión:
—¡Si antes de fin de mes no me haces una declaración de amor con anillo incluido, te dejo!
Me echo a reír.
—Estás trabajando, tienes esta bonita casa de alquiler, estaremos bien, podemos formar una familia…
—Sí, pero…
—Ya está, ¿lo ves? Le atizas a todo el mundo y luego te asustan las cosas más sencillas…
Gin es irónica y también un poco mordaz, parece que está cogiéndole el gusto.
—Mira, con el dinero que has ganado, le pagas a uno de esos escritores fantasma, como los llamas tú, y que te escriba una declaración de amor; después vas a ver a mis padres y los convences…
—¿Encima?
—¡Perdona, pero obligaste a mi madre a grabar un vídeo para hacer que volviera contigo! ¿Y ahora no quieres hacerles a los dos un buen discurso para que sepan que quieres casarte con su hija?
—Sí, claro, es lo correcto…
Gin me regala una leve sonrisa, pero a continuación se pone seria.
—Que sepas que no estoy bromeando: dispones de un mes, si no, rompemos.
—¿Y nuestro amor? Estos espléndidos momentos, ¿renunciarías a todo esto?
Coge el bolso.
—No, a lo mejor te vería de vez en cuando… para follar, follas bien. Pero significaría que no me amas lo suficiente.
Hago intención de levantarme de la cama para vestirme, pero Gin me detiene con la mano.
—No te molestes… Cogeré un taxi. Así te vas acostumbrando…
Y, sin despedirse, sale de la habitación y me quedo solo. Miro la puerta cerrada, todavía oigo el eco en el increíble vacío. ¿Cómo puede una noche que había empezado tan bien, que parecía perfecta, romántica, divertida, tomar de repente este cariz? Y no ha sido ninguna frase equivocada, una palabra fuera de lugar, un mensaje descubierto, una llamada inesperada ni cualquier otra cosa externa lo que ha roto la magia. No acabo de entenderlo, sin embargo, las mujeres son así. También con Babi me sucedió una vez… Me entran ganas de reír; ¡si Gin estuviera todavía aquí e intuyera lo que estoy pensando, no quiero ni imaginar qué otro rumbo podría tomar la noche!
De modo que, a solas, empiezo a hacer balance de mi vida; me bebo otra cerveza mientras miro el cielo cubierto, perdiéndome entre esas nubes, buscando la luna o al menos una estrella, algo que de un modo u otro me indique qué camino seguir. Y entonces, sin un plan concreto, sin un verdadero motivo, me viene a la cabeza un vídeo: en él aparecen mi padre y mi madre, en sus días felices en el pequeño ático cerca del ponte Milvio, en via Mambretti, y también salgo yo, camino pegado a la pared, agarrándome fuerte para no caerme. Mi madre está guapísima y mi padre muy sonriente, y está también mi hermano Paolo, que ya sabe andar y va vestido de manera impecable, desde entonces. Me estoy acordando de una cinta que vi hace muchos años, pero aquel instante de felicidad de los dos es intenso y absoluto. Entonces todo funcionaba, cada uno hacía lo que debía hacer y estaban satisfechos, cada uno creía en el otro. Cuando eres pequeño, confías en la gente, y al crecer debemos tener el valor de no perder la confianza. ¿Y yo? ¿Seré capaz de no decepcionar a Gin? ¿Conseguiré mantener una promesa de ese calibre? Solo el hecho de pensarlo hace que abandone la botella de cerveza. La dejo allí, al borde la ventana, cojo un vaso y lo lleno de ron. J. Bally Agricole Blanc.
Para tomar una decisión seria hace falta algo serio. Cuando dejo el vaso, siento cómo baja. Quema, es fuerte, seco, pero también tiene un sabor en el tramo final que recuerda al jengibre. Y entonces me dejo llevar en busca de una vía de escape, de lo que sea menos un problema y más una solución.
Instintivamente, me conecto a internet y, por absurdo que parezca, intento encontrar un texto que sirva para una petición de matrimonio. Increíble, yo, Step, dispuesto a dar este paso, y no solo este, ¡incluso estoy buscando ayuda! En la red hay de todo, pero mis ojos se posan en estas palabras: «El matrimonio es precioso. ¡Es maravilloso encontrar a esa persona especial que te fastidiará toda la vida!». Con una frase de este tipo, Gin sería capaz de liarse a puñetazos conmigo, como aquella vez en el ring, si es que no hace algo peor. Luego veo un flash mob en el que los amigos más íntimos del novio le cantan un fragmento de una canción para que ella entienda cuánto la quiere. Después, al final, aparece él y, de rodillas, le da el anillo. No está mal. Solo hay un problema: mis amigos. ¿Te imaginas a alguien como el Siciliano, o como Hook, Bunny, gente con músculos, testosterona alta y vidas de gamberro, a mi espalda, entonando una dulce canción de amor? No, mejor seguir buscando: «Ir a un restaurante y que encuentre el anillo debajo del plato». Banal y demasiado visto. Hallo otras soluciones, pero no me convence ninguna, de modo que me tomo otro trago de ron y enciendo el televisor. El pulgar con el que hago un zapping compulsivo se detiene de repente al ver la escena de una película que me parece familiar. Pues claro, le gustó mucho, ¿cómo no lo he pensado antes?
Y entonces, como sucede en la parte final de un puzle, cuando las últimas piezas del complicado dibujo de repente encajan con gran facilidad, tengo clara la secuencia de todos mis razonamientos anteriores. Preparo café y cojo unas hojas; es mejor trabajar enseguida en ello antes de que la inspiración se desvanezca.