Tres veces tú

Tres veces tú


Veintisiete

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VEINTISIETE

Cuando Gin sale de casa por la mañana, va con un retraso del copón.

—¿Gin? —le dice un hombre junto a un Mercedes negro.

—¿Sí? Es que, verá, llego supertarde, de modo que dese prisa, o dígaselo a mi madre porque normalmente ella siempre espera a alguien o algo, ¿sabe? No sé cómo mi madre puede contestar de manera amable incluso a los que llaman el sábado o el domingo para ofrecerle un nuevo contrato de móvil, y encima ella lo usa poquísimo… —Gin lo observa entonces con más atención—. Disculpe, le estoy contando todas estas cosas de mi vida… y, primero, son privadas y, segundo, me imagino que a usted le importan un pimiento. —Entonces se lo queda mirando y pone las manos en jarras—: A ver, ¿se puede saber qué quiere?

—Ya me avisaron de que reaccionaría así, si no peor. Esto es para usted. —Y el hombre, que va vestido con una elegante librea, le da una nota.

Gin, intrigada, la abre sospechando algo.

Cariño, lamento que te fueras después de todo ese magnífico sexo y no haber sabido nada más de ti… Sigues siendo tan testaruda como siempre.

Ella oculta el papel con la mano.

—Usted no ha leído la nota, ¿verdad?

—Faltaría más.

«Qué pregunta más estúpida —piensa Gin—. Aunque lo hubiera hecho, tampoco me lo diría». Y sigue leyendo:

Ahora, con la esperanza de que a ti también te pareciera magnífico, he comprendido que estás demasiado estresada, de modo que te regalo un día de fiesta todo para ti. Haz lo que quieras, ve a donde quieras, pásalo bien y sírvete de este amable señor que tienes delante como prefieras… ¡Profesionalmente, se entiende! Firmado: Step.

«No me lo puedo creer, Step, mira que eres enrollado, mejor dicho, de matrícula de honor, como te llamaban hace algún tiempo», piensa Gin para sus adentros.

—¡De acuerdo, vámonos!

El hombre abre la portezuela del coche y ella se acomoda en el interior, como si fuera una gran dama.

—¿Y bien? ¿Adónde la llevo?

—A la universidad, gracias. ¡Y rápido, que voy a llegar todavía más tarde!

—De acuerdo, señorita, haré todo lo posible.

—Muy bien, entonces gire aquí y coja esa callejuela de allí al fondo, así se ahorrará todos los semáforos. Luego siga recto por el viale Liegi…

—Disculpe, este coche puede ir por todas partes, cortaremos por Villa Borghese y así llegaremos antes; ya verá, déjeme hacer, confíe en mí…

—Muy bien, hagamos como dice usted.

A continuación Gin coge el móvil y me escribe un mensaje:

Gilipollas… No sé si así vas a recuperarme del todo, aun así, me gusta. Me has sorprendido, y positivamente, y te amo, aunque luego reniegue de ello.

Al cabo de pocos segundos, le llega mi respuesta:

Ya lo sé, eres así. Yo también te quiero y no reniego de nada. Diviértete…

Gin se echa a reír, se pone los auriculares y se relaja canturreando Relax, Take It Easy, de Mika.

[11] Mira pasar la ciudad por la ventanilla.

«La verdad es que ir con chófer es realmente una pasada, con mucho menos estrés y pudiendo pensar más en ti y en lo que quieres hacer. Tendría mucho más tiempo por las mañanas. También es verdad que pensar demasiado, al final, es malo. Mejor hacerlo solo de vez en cuando. De acuerdo, ¡me parece que le voy a montar una escena una vez al mes!», piensa Gin mientras sale ligera del coche.

—Nos vemos más tarde —le dice al chófer.

—Cuando termine, aquí estaré.

Se dirige a Jurisprudencia para asistir a las clases y, al final, como siempre, se queda charlando de dosieres y apuntes con Maria Linda, su amiga de fuera de la facultad, que le pide que la lleve.

—¿Vas en moto?

—No, en coche.

—¿Has encontrado aparcamiento?

—En cierto sentido. Hagamos una cosa, ¡te llevo si no haces muchas preguntas!

Maria Linda se encoge de hombros.

—¡De acuerdo!

Pero cuando llega delante del Mercedes negro con chófer elegante y todo, que en el momento preciso les abre la puerta con sus gafas oscuras, ya no puede más.

—¡Ah, no, perdona, has jugado sucio! ¡En una situación así es imposible no hacer preguntas!

—¡Sube y aguanta!

Pero antes de llegar a los cien metros, Maria Linda se acerca al oído de Gin:

—¡Y encima el chófer es alucinante! Joder, todo te toca a ti.

Gin se carcajea mientras Maria Linda intenta insistir:

—¡Vale, o hablas o paras el coche y bajo! ¡No, de verdad, no aguanto más, me estoy muriendo de curiosidad!

—Está bien, te lo contaré todo, ¿vale? Pero no puedes reírte.

—¡No me reiré, lo juro! De todos modos, ¿te das cuenta de lo incongruente y contradictoria que eres? Cambias de carrera porque Literatura no tiene fines sociales. ¡Estudias como una loca la historia del derecho de asilo, haces ver que eres muy de izquierdas, odias mis Hogan, y luego te encuentro en la universidad con coche negro y chófer! Como mínimo, me debes una explicación.

—¡Anoche discutí con Step y esta mañana he recibido esta sorpresa!

—¡No! ¡No me lo puedo creer! ¡El mío, ni una rosa, solo algún triste SMS, y encima con faltas de ortografía! ¡Joder, qué vida más injusta!

En poco tiempo llegan a casa de Maria Linda, que, antes de bajar, le aconseja:

—¡Discute todos los días, por favor, sobre todo cuando tengamos examen, así me recoges y vamos más tranquilas!

Gin se ríe y se despide de ella.

—¿Adónde vamos, señorita?

—Lo siento si he sido un poco brusca esta mañana…

—No se preocupe. Me habían avisado…

—Ni siquiera le he preguntado cómo se llama.

—Ernesto. ¿Adónde la llevo, Gin?

—A casa. Gracias.

Y el coche acelera y prosigue su camino. Cuando llegan a la puerta de casa, Gin se mira en el retrovisor y sonríe. Ha sido realmente un bonito día.

—Ernesto, puede irse, y gracias por todo.

—No hay de qué, pero me han pagado hasta entrada la noche, así que debería aprovechar.

—Muy bien, pues subo un momento, como algo y luego nos vamos.

—Perfecto.

—¿Quiere que le traiga algo?

—No, gracias, no se preocupe.

—De acuerdo, como quiera.

Gin baja del automóvil justo cuando llega su padre con un compañero de trabajo.

—Hola, papá. Hola, Gianni.

—Hola, Gin.

—Papá, nos vemos arriba. —Y desaparece en el portal.

Gianni mira con curiosidad a Gabriele.

—Pero ¿tu hija ya tiene chófer?

—Imagínate, y todavía no se ha licenciado.

Gianni sacude la cabeza.

—No me hables; mi hijo Tommaso no estudia, el otro, Pietro, piensa que se va a hacer millonario con los videojuegos y se pasa el día delante de la PlayStation, y ¿sabes qué dice? «¡Ay, papá, Zuckerberg hacía lo mismo!». ¿Lo ves?, ahora no hacen nada y todo es culpa del que inventó Facebook. Ligan y chatean todo el día por internet, y el fútbol es la única materia en la que están realmente preparados: ¡se saben a cuánto ascienden los fichajes incluso de los jugadores internacionales más desconocidos!

—Ya verás como cambiarán con la edad —intenta animarlo Gabriele, pensando en lo afortunado que es de que su hija sea una chica.

—Esperemos que sea como tú dices.

Los dos compañeros se despiden y, cuando el padre de Gin entra en casa, lo primero que hace es abrir los brazos.

—Espero una explicación que sea plausible… O que me toque la SuperEnalotto.

—Bueno, papá, la verdad es que ha sido mi novio —dice Gin, y se ríe apurada.

—Bien, la otra vez le hizo hacer de actriz a mi mujer, que además es tu madre, en un extraño vídeo… En esta ocasión mi hija tiene un chófer, ¡a saber por qué motivo!

—Que no, hemos discutido y él ha querido disculparse de esta manera especial.

Justo en ese momento entra su madre.

—¡Aquí llega la actriz!

—Sí, sí, vamos a sentarnos a la mesa, será mejor.

El padre se pone la servilleta sobre las piernas.

—Así pues, tendré que discutir yo también con él alguna vez… ¡A lo mejor recibo algo bueno!

Gin traga saliva.

—Bueno, papá, mejor que no, no siempre es tan amable.

—Ah…, de acuerdo. Entonces será mejor que comamos.

Gin y su madre intercambian una mirada de complicidad. Francesca empieza a comer y por un instante tiene una pequeña duda: «Espero haber hecho de actriz por una causa justa».

Cuando Gin sale de casa, el chófer le abre la puerta del coche.

—Ya estoy aquí, tendría que ir a De Paolis para una audición.

—Claro, no hay problema. A esta hora debería haber menos tráfico en la calle.

—¡Mejor así!

Gin se pone a teclear en su móvil:

Pero ¿qué estás haciendo? ¿Dónde estás?

Trabajando y pensando en ti —contesta Step.

Sí… —Gin ríe—. ¡El Battisti de los pobres! ¡Vamos, dímelo!

Pensando en ti y trabajando.

Ya veo, estás ocupado. Lástima. Esperaba que, después de la audición en De Paolis, podríamos disponer tú y yo del chófer, es más, que podríamos disfrutar del coche, así te harías perdonar del todo… Pero deberías haber cogido un coche de esos que se ven en las películas, con el cristal negro que se levanta y deja aislado al conductor… No sé si me entiendes. ¡Me parece que este es un mirón de campeonato!

¡¿En serio?!

Que no, era broma. Bueno, nos llamamos esta noche. Y gracias de nuevo por esta sorpresa tan bonita.

De nada, un placer.

Gin saca el guion con las frases que tiene que decir. Step, en cambio, no deja el móvil y envía un SMS a Ernesto antes de salir del despacho:

Ya salgo. Nos vemos allí.

Ernesto oye vibrar el móvil, lo mira sin que Gin se dé cuenta y lee el mensaje de Step. Después gira en una curva y entra en los estudios De Paolis.

—Ya hemos llegado. ¿Cómo se llama la producción?

—Italian Movie.

—Muy bien. —Ernesto baja la ventanilla y se dirige al guardia—: Disculpe, ¿para Italian Movie?

—Al fondo a la derecha, en el Teatro Sette.

—Gracias.

El guardia levanta la barrera, Ernesto conduce hacia esa dirección hasta que se detiene delante del Teatro Sette. Gin baja del coche.

—Vuelvo en cuanto acabe.

—Sí. Mucha mierda; ¿se dice así?

—A veces con decir mierda ya vale…, pero, en cualquier caso, ¡eso espero!

Y se dirige a la entrada del teatro. Pasa por delante de dos chicos y uno le dice al otro:

—¿Has visto qué buena está esa tía?

—¡Sí, pero no la has reconocido, es la de «Un posto al sole»!

—Venga ya, ¿es ella?

—¿No te has fijado que ha venido con el chófer?

—Sí, ya. Pero ¿tanto dinero ganan estos de la Italian Movie?

—Ni idea, eso parece.

Gin se echa a reír y entra en el Teatro Sette para hacer la audición. Al cabo de un rato, regresa al coche.

—¿Cómo ha ido?

—Ni idea, era para un anuncio y nunca sabes cómo te ha salido; no es como cuando tienes un texto concreto para el teatro o el cine y puedes hacerte una idea de lo que piensa el director. O sea, si te coge o no. Aunque luego los directores acaban eligiendo a quien les parece, pero por lo menos puedes intuir algo. Volvamos a casa.

Ernesto arranca y salen de los estudios De Paolis.

—De todos modos, gracias, por hoy ya he terminado, no sabría decirle adónde más ir, en serio…

—¿Está segura?

—¡De verdad! Ha sido usted muy amable y he pasado un día realmente insólito.

Entonces Ernesto le sonríe y coge un sobre del salpicadero.

—Esto es para usted.

Gin, intrigada, lo abre enseguida. Dentro hay un sobre y una breve carta.

Me gustaría estar ahí para ver la expresión de tu cara… Pero me gustaría estar ahí no solo por eso. Me alegro porque pienso que habrás pasado un bonito día y querría hacer que terminara de la mejor manera. Dentro de este sobre hay algo para ti…

Y entonces Gin, todavía más intrigada, abre también el sobre más pequeño, que contiene un iPod y otra nota:

Cada pista te guiará.

Gin se pone los auriculares y pulsa play. Con las notas de fondo de Neanche il mare, de los Negramaro[12], oye la voz de Step:

—¿Qué? No te lo esperabas, ¿verdad? ¿Ves el poder que tienen tus broncas? Una vez leí esta frase: «El amor hace extraordinaria a la gente normal». Deberíamos cambiarla por «¡Gin y sus escenas hacen extraordinario a cualquiera!». Ahora quizá te estés riendo, y me alegro. Recuerda que en el momento en que el chófer se pare tienes que escuchar la segunda pista.

Es un fragmento de Eros Ramazzoti. «Più bella cosa non c’è, più bella cosa di te…». «No hay nada más bello, nada más bello que tú…[13]» Gin se ríe con ganas. Cuántas veces le ha cantado ella esa canción, imitando a Eros, imitando incluso su voz nasal, bailando delante de él mientras llevaba puesta solo su camisa azul cielo y con una cerveza vacía en la mano a modo de micrófono.

Grazie di esistere… «Gracias por existir». Es su canción favorita. Entonces a Gin le vienen a la cabeza detalles de su historia con Step; salen de lo más profundo, misteriosamente desaparecidos, afloran ahora de repente, haciéndole entender lo enamorada que está.

Luego, siguiendo las indicaciones, pone la segunda pista, un fragmento de Bruce Springsteen.

Born in the USA[14].

Y, al igual que la voz de los auriculares del museo lo acompañan a uno durante la visita, Step empieza a relatar:

—Aquí nos conocimos, aquí nos vimos por primera vez… —El coche se ha detenido en la gasolinera de corso Francia—. Me estabas robando la gasolina como si le estuvieras haciendo una faena a uno cualquiera. Me hiciste creer que era una casualidad, que el destino había hecho que nos conociéramos… En cambio, después comprendí que todo estaba preparado…

Gin se acuerda de su plan, de los dos años que se pasó pensando en él, cuando huyó a Estados Unidos, después tuvo noticia de su regreso, sus intentos por encontrarlo, hasta que llegó el momento en que lo tuvo delante, aquella noche.

A continuación, el coche se pone de nuevo en marcha y hace una serie de paradas, y cada vez se corresponde con una pista distinta.

—Aquí te dejé en el coche, salté la verja del jardín botánico y te traje una orquídea, ¿te acuerdas? Lamento no poder llevarte a la piazza del Campidoglio, pero a los Foros, sí… En el descampado de las ruinas había un banco en el que hicimos el amor.

Y Gin se emociona. Pasan por delante de sus ojos las imágenes de los muchos días transcurridos con él, del trabajo que hicieron juntos, conociéndose cada vez mejor, hasta «fundirse», como él le dijo una vez. «Siempre estás dentro de mí…», le había susurrado ella. Step, con su rápido ingenio, le respondió: «¡Ojalá!». Al oírlo, Gin lo empujó, gritando: «¡Pero no en ese sentido! Idiota, mira que eres gilipollas…».

Después, de repente, el coche se para. Pista número siete. Pero nada le es familiar en esa calle.

Gin la pone en marcha.

—Bueno, te estarás preguntando qué hicimos aquí, qué ocurrió, o tal vez te estarás enfadando porque piensas que puedo haberme equivocado. —Se oye a Step riendo—. No, no es así. Dile a Ernesto esta frase: «¡Soy Gin, soy testaruda y yo lo he querido!». —Ella, riendo, repite esas palabras al chófer. Ernesto asiente y le pasa una bolsita—. Bien, si ya tienes la bolsita, baja del coche… —Gin sigue exactamente las indicaciones de la voz de Step—. Ahora, ábrela, hay un llavero, ¿lo ves? La llave roja es la de la puerta del número 14. —Gin mira a su alrededor y frente a ella está justo el número 14—. Pues ahora camina, así, muy bien… —Gin sonríe y se detiene delante de la puerta—. Con esta llave puedes abrir el portal, sí, deberías haber abierto… Ahora sube al primer piso y párate.

Gin llega al rellano y mira a su alrededor.

—Ahora coge la llave azul y abre la puerta más grande.

Gin entra en un apartamento completamente vacío, excepto por una pequeña mesa en el centro.

—¿La recuerdas? La compramos juntos en Campagnano. Estuvimos bromeando y riendo, y tú decías: «Con esto empezaremos nuestra casa», ¿te acuerdas? De momento solo tiene unas flores, pero me parece un buen comienzo, ¿no…?

Justo en ese momento empieza a sonar la canción She, de Elvis Costello[15]. Una vez, en el cine, al oírla, Gin le dijo: «Si alguna vez quieres conmoverme, ponme esta… ¡Aciertas seguro!». Y Step, por supuesto, no lo ha olvidado.

Y, con esas notas, Gin se emociona y empieza a llorar. Entonces, alguien la abraza con delicadeza por detrás de la espalda, ella se sobresalta un poco pero luego se vuelve. Es él, guapo, descarado, pero también emocionado. Gin se quita los auriculares.

—Ostras, qué cabrón eres, me la has vuelto a colar. ¡Y encima estoy llorando como una tonta! ¡Te juro que nunca más te echaré una bronca!

Step le sonríe, después se agacha delante de ella y se saca del bolsillo una pequeña caja.

—Te aseguro que habrá épocas duras, llegará un momento en que uno de los dos, o los dos, querremos acabar con todo… Pero te garantizo que, si no te pido que seas mía, me arrepentiré toda la vida, porque siento en mi corazón que eres la única para mí…

Entonces abre la caja, le muestra un precioso anillo y la mira a los ojos.

—Gin, ¿quieres casarte conmigo?

Y Gin lo atrae hacia sí gritando como una loca.

—¡Síiii! —Y lo besa con pasión.

Cuando se separan, Step le pone el anillo en el dedo. Ella lo mira, sus ojos están llenos de lágrimas, le embarga la emoción.

—Es precioso…

—Tú eres preciosa… —Y se besan de nuevo.

Luego Gin se aparta.

—Eh… De todos modos, yo ya había oído antes esas palabras…

—¡Novia a la fuga, te gustó mucho!

—¡Eres un copión!

—Contigo quería ir sobre seguro.

Y vuelven a besarse.

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