Tres veces tú

Tres veces tú


Treinta y dos

Página 34 de 149

TREINTA Y DOS

Mi padre viene a abrirme con una gran sonrisa.

—¡Stefano! ¡Qué alegría! ¡Pensaba que no ibas a poder venir! Adelante, Paolo ya ha llegado.

Entro en el salón y le doy una botella envuelta en un papel con un nombre estampado que reconoce enseguida.

—¡Gracias! Ferrari Perlé Nero es un excelente prosecco, pero no hacía falta —dice desenvolviendo la botella que he comprado en Bernabei, su bodega preferida—. Lo abriré enseguida, veo que ya está frío…

Me dan ganas de reír, ya sé que no debería, pero ha comprobado rápidamente qué botella era.

—Claro, papá, la he elegido aposta.

En el salón está mi hermano Paolo y su mujer Fabiola, el pequeño Fabio dibujando algo y el cochecito un poco más allá con Vittoria durmiendo.

—Hola —digo en voz baja acercándome al cochecito.

—Ya puedes gritar, cuando duerme no oye nada… El problema es: ¿cuándo duerme? —Y Paolo se echa a reír.

Fabiola enseguida lo reprende.

—Y ¿tú qué sabes? Si él no la oye… Sigue durmiendo como si nada, total, ya se levanta mamaíta… Pero a partir de ahora eso va a cambiar, ¿eh? Este año la cosa irá de otra manera. Aunque hayas abierto el nuevo despacho, me importa un comino. Quiero estar con Fabio y llevarlo a natación, a baloncesto, a inglés, y ayudarlo con los deberes. Así que debo estar descansada y dormir más.

Paolo pone cara de resignación, pero sonríe.

—Le había propuesto coger una canguro, porque reconozco que el trabajo de una madre es mucho y muy cansado…

—Y encima te cachondeas —dice Fabiola presionándolo.

—Que no, lo digo en serio. Pero no la quiere.

—Pues claro, mis hijos tienen que crecer conmigo, no como esos compañeros de Fabio que están todo el santo día con sus tatas.

Miro a Paolo y muevo la mano arriba y abajo como diciendo: «¡Estás apañado, has hecho una buena elección!». Pero él necesitaba a una mujer así, lo está haciendo crecer desde todos los puntos de vista; es una mujer sólida, casi a la antigua, lo que quiere es muy simple y siempre es directa.

Puedes chocar con ella, pero nunca te confunde.

—Hola, tío, mira qué he hecho…

Fabio me muestra un dibujo.

—Precioso, muy bien. Pero ¿qué es?

—¿Cómo que qué es? ¿Me tomas el pelo? ¡Es la serpiente Ka de El libro de la selva!

—Es verdad, era una broma, te ha quedado realmente bien.

—Hola, Stefano, ¿cómo estás?

Entra Kyra, la nueva compañera de papá desde hace ya por lo menos un año. Es albanesa y, sobre todo, mucho más joven que él. Tendrá unos treinta años, es guapa, alta y fría. No es simpática, pero ya he dejado a un lado cualquier consideración.

—Bien, gracias, ¿y tú?

—Muy bien. He preparado la comida sobre la marcha, espero que os guste.

Me gustaría preguntarle: «Perdona, pero ¿por qué sobre la marcha? Nos invitasteis hace una semana, ¿qué tenías que hacer esta mañana?». Pero no importa, y pienso en mamá, que se reiría de lo que estoy pensando, y me limito a decir:

—Claro que sí, estará muy bien.

Entonces voy al cuarto de baño a lavarme las manos. Hay una cesta blanca con unas toallas pequeñas de color barro, un jabón ayurvédico, flores secas dentro de un jarrón liso de cristal y un pequeño cuadro de Klee o, mejor dicho, una litografía. Todo parece perfecto, impecable. Kyra ha hecho renovar por completo la casa de mi padre, no sé cuánto le habrá hecho gastar; sin embargo, lo que veo no me gusta, me da una sensación rara de falso y enlucido. Parece una de esas tiendas con muebles de exposición decorada por algún arquitecto sin experiencia que debe demostrar que el estilo minimalista es superchic, pero en esta casa no hay corazón. Sin embargo, mi padre está contento, y con eso tengo bastante para estarlo yo también, aparte de que es él quien tiene que vivir con Kyra. Me reúno con ellos en la mesa. Papá está sirviendo el prosecco, Fabiola pone la mano delante de su copa.

—No, gracias, soy abstemia.

—Pero quería hacer un brindis.

—Pues entonces solo un dedo, gracias.

—Esto es arroz pilaf —indica Kyra—. Esto son dolmas rellenas de carne, a las que al final les he puesto cordero, y aquí hay un estofado.

El último plato es una extraña amalgama sin definir. En cambio, reconozco una bandeja con ensalada fresca.

—Gracias, me parece perfecto, probaré un poco de todo…

Empiezo por el arroz, desde luego después de que se haya servido Fabiola. No me da tiempo a llevarme el tenedor a la boca porque papá coge su copa y dice:

—Bien, me gustaría hacer un brindis.

Todos levantamos las nuestras esperando a lo que dirá.

—Primero me gustaría brindar por este día, hace tiempo que no nos vemos y deberíamos hacerlo más a menudo porque siempre es bonito teneros al lado, aunque falte mamá… —Mira un instante a Kyra como diciendo: «Esta me la dejas pasar, ¿verdad?». Y ella sonríe sin mostrar ninguna muestra de fastidio—. Hemos llegado a ser una bonita familia y, es más, incluso estamos mejor avenidos que antes. —Nos mira buscando nuestra aprobación.

Yo lo escucho impasible, Paolo, en cambio, se muestra bastante más partícipe.

—Por supuesto, papá, es verdad —señala.

De modo que él, alentado, prosigue su discurso.

—Bien, sí, y hoy estoy feliz de teneros aquí, precisamente por lo importante que es la familia… —Emocionado, traga saliva. Parece que está a punto de decir algo trascendente, pero no sabe cómo empezar. Al final, de todos modos, consigue lanzarse—: Quiero deciros que… Bueno, sí, que tendréis un hermano… Mejor dicho, una hermanita.

Paolo, al oírlo, se queda blanco; yo, en cambio, sonrío. En cierta forma, no sé por qué, ya me lo esperaba. Mejor dicho, no, a decir verdad, pensaba que iba a hablar de boda. Mi padre ahora está aliviado y levanta la copa hacia nosotros.

—¿Brindáis conmigo?

—Claro, papá… —Y le doy un sutil codazo a Paolo—. Reacciona —le digo en voz baja—. Es una buena noticia.

—Sí, es verdad. —Paolo, de alguna manera, abandona de repente cualquier reparo. Así que unimos nuestras copas.

—Por tu felicidad, papá…

—Sí…

—¡Por vosotros! —añade Fabiola sonriendo a Kyra.

—Gracias. —Kyra mira a papá, que enseguida asiente, como si se hubiera olvidado.

—Ah, sí. Nos casaremos en julio. En Tirana.

Ahí está, ya me parecía a mí.

—Bien, entonces va a ser una época de celebraciones.

—¡Pues sí!

Papá por fin se ha relajado.

—¡Y ahora, a comer!

Entonces se dirige a mí:

—Sé que en Tirana están trabajando mucho con los italianos, una importante televisión…

—Sí, lo sé.

—Podrías aprovechar.

—Claro.

No le digo que ya han comprado algunos proyectos, también quisieron a los guionistas y después de la primera semana no volvieron a pagarle a nadie. Regresaron casi todos, solo se quedaron dos guionistas. Uno porque dejó embarazada a una albanesa, el otro porque se enamoró de un chico albanés y le pareció más fácil salir allí del armario, entre otros motivos porque, según me dijo, hablaba poco inglés y por tanto eran pocos quienes habían entendido bien su increíble cambio.

—Probad esto. —Kyra nos pasa un extraño potingue—. Es tavë kosi. Es muy rico, lo he preparado con huevos, cordero y yogur. Y también tenéis que probar el byrek… —Y nos ofrece un pastel salado de queso.

Cojo el tavë kosi con la cuchara. Paolo espera a que yo lo pruebe primero para ver si se atreve él. Fabiola, en cambio, tiene una excelente excusa:

—Estoy a dieta.

Y se sirve solo un poco de ensalada. El pequeño Fabio ya había comido en casa antes de salir.

Decido probar todo lo que nos ofrecen, en el fondo, siento curiosidad. Y así, mientras como, miro a papá, que acaricia la mano de Kyra y le dice: «Rico, rico de verdad».

No es verdad, miente descaradamente. Obligaba a mamá a hacer siempre las mismas cosas, cualquier otro plato le daba asco. En cambio, con Kyra está subyugado por completo como un felpudo. ¿Así es como funcionamos los hombres? ¿Basta que una mujer cualquiera tenga veinte años menos que nosotros para que nos volvamos tan capullos?

—¿Cómo está? —me pregunta Kyra.

—Riquísimo, un sabor muy peculiar.

En realidad, me comería encantado una carbonara o una pizza, pero ¿por qué no hacerlos felices?

Papá lo está, ella también. El prosecco, en cambio, es excelente, yo también estoy feliz con mi elección. Al igual que de no haber dicho que Gin espera un niño. ¿O tal vez una niña? Quién sabe, a lo mejor jugarán juntas. ¡Aunque su hija será la tía de la mía o del mío!

—Bueno, realmente bueno —digo mientras reflexiono con cierta confusión sobre lo que será nuestra familia ampliada.

Y pienso en mi madre y en lo mucho que la echo en falta. Y por lo menos en eso soy sincero.

Ir a la siguiente página

Report Page