Tres veces tú

Tres veces tú


Cuarenta y uno

Página 43 de 149

CUARENTA Y UNO

Me sonríe al verme, está sentado a una mesa con una botella delante y unas olivas. Sigue teniendo esa mirada divertida y curiosa a lo Jack Nicholson.

—¿Cómo estás?

Marcantonio se levanta y me saluda.

—¡Cómo estás tú! Me ha llegado tu participación. —Después me mira y sacude la cabeza—. Joder, nunca lo habría dicho. Habría apostado a tu favor por cualquier otra cosa, pero no por esto.

—¿Por cualquier otra cosa, como qué?

—¡Y yo qué sé! Por que te liarías con alguna modelo, por que te irías a Estados Unidos, por que dejarías embarazada a alguna chica, ¡pero no por que te casarías!

Me gustaría decirle que he dejado embarazadas a dos, si bien solo voy a casarme con una. Aun así, prefiero no decir nada, simplemente le sonrío.

—Pero ¿por qué te parece que pasar por el altar sea algo tan burgués? Alguien como tú, con tus convicciones, tus ideas políticas, tus títulos nobiliarios que necesitan acordar matrimonios para vivir y consolidarse…

—¡Sí, en efecto, hoy en día, el matrimonio es revolucionario! Vamos a pedir… ¿Qué te apetece comer?

Estamos en Prati, en Settembrini, el lugar donde, de una manera o de otra, todo el mundo se deja ver. Hay una chica de color guapísima sirviendo las mesas que se acerca sonriendo.

—¿Están listos?

—¡Siempre listos! —Es la respuesta de Marcantonio, que le sonríe y ella le corresponde; parece como si se conocieran bien desde hace tiempo.

Pedimos comida sana: él, a pesar del franciacorta que está bebiendo, pide un salmón con costra y unas judías verdes; yo, una simple ensalada César. La chica se aleja con nuestro pedido.

—¿La conoces bien? —le pregunto.

—Me gustaría conocerla mejor. Hay algún aspecto que todavía no tengo del todo claro… —Y sonríe con esa cara burlona que suele poner.

A continuación, me sirve un poco de franciacorta.

—No mucho, que yo luego tengo que trabajar…

—Mira que eres serio, te has vuelto un aburrido… ¿Dónde está el simpático matón que logré introducir en el TDV?

—¡Se ha ido de vacaciones, por suerte!

Nos reímos. Seguidamente, Marcantonio levanta la copa y me mira a los ojos, parece haberse puesto serio.

—Por tu felicidad.

Nada. Todos insisten en el mismo aspecto de mi vida.

Pero luego añade:

—Sea la que sea.

A continuación, me mira, me sonríe, entrechocamos las altas copas y bebemos. Está frío, muy rico, y Marcantonio lo hace desaparecer en un instante.

—¿Te gusta?

—Mucho. Es perfecto.

—Bien, me alegro. En realidad, en mi opinión todavía debería tener un poco menos de acidez. Es una de las botellas que hacemos allí arriba, en nuestras colinas de Verona.

—A mí me parece excelente.

—Puede llegar a ser mejor.

—Y, cambiando de tema: ¿tú cómo estás?

Me mira y sacude la cabeza a derecha e izquierda, como diciendo: «Así, así…».

—No creía que acusara tanto la pérdida de mis padres. Me acuerdo de cuando me hablaste de tu madre… ¿Sabes?, en ese momento, al escucharte, intenté meterme en tu piel. En cierto modo me fue bien, me sirvió de ayuda, pero no lo suficiente.

No sé qué decir, me quedo en silencio, pongo una sonrisa de circunstancias, la menos inútil que pueda, pero no sé cómo me ha quedado. Marcantonio se sirve un poco más de vino.

—Mi madre era muy fuerte; permaneció con mi padre a pesar de sus engaños y, en los últimos tiempos, cuando él se puso enfermo, todavía estuvo más a su lado, lo ayudó de verdad, hacía lo posible para que se mantuviera casi en excelente forma. Después, una mañana, la que ya no se levantó fue ella, imagínate qué absurdo, y más tarde, al cabo de apenas un mes, a él le pasó lo mismo.

Yo pensaba que moriría primero él y, sin embargo, también en eso me sorprendieron. —Me sonríe y bebe un poco más de vino—. Tal vez así quisieron demostrarme que, a pesar de las peleas que habíamos tenido que oír mi hermana y yo, a su manera se querían. No supieron vivir el uno sin el otro. Estoy contento de que fuera así, me hace pensar que se trató de un gran amor; solo me lo demostraron al final, pero lo fue…

Justo en ese momento llega la chica de color con los platos y nos los deja delante, acordándose perfectamente de lo que hemos pedido cada uno.

—Veo que estáis charlando. Si necesitáis mi ayuda, para cualquier cosa, llamadme.

—Claro, gracias, Priscilla.

Se sonríen; a continuación, ella se va, pero en cuanto da dos pasos, coge algo y vuelve atrás.

Deja un cenicero sobre la mesa al lado de Marcantonio. Luego sonríe de nuevo y esta vez desaparece de verdad.

—Ya sabe lo que necesito… —Y se saca del bolsillo de la americana un paquete de cigarrillos y un Zippo.

»¿Quieres?

—No, gracias.

Se enciende un cigarrillo y le da una buena calada.

—Envidio esa manera que tienes de fumar de vez en cuando y solo por la noche —señala—. No dependes del tabaco… Qué bien. ¡No dependes de nada!

Empiezo a comer mi ensalada César.

—En ocasiones me siento algo inquieto. Sigo dependiendo, pero lo llevo cada vez mejor.

—Ten cuidado con guardártelo todo demasiado adentro. A veces eso provoca reacciones desproporcionadas, mucho mayores de como las recordábamos y que además creíamos poder controlar…

Le sonrío.

—Gracias.

—No hay de qué. Mi padre era así… De vez en cuando estallaba y no sabes la que se organizaba… —Se queda pensando en algo, algún lejano recuerdo de él, de él con su madre, quizá de cuando era niño. Lo dejo solo. Pero luego, de repente, regresa—. Gracias por tus mensajes, y gracias también por el telegrama.

—Me habría gustado reunirme contigo en los alrededores de Verona o donde tuviera lugar el entierro.

—Gracias. No era el caso. Solo queríamos que estuvieran las personas más próximas a la familia. Como sabes, no se puede correr la voz de que los Mazzocca se extinguen como los demás. —Y se echa a reír. Sacude la cabeza—. ¡Vaya familia de capullos estamos hechos, testarudos orgullosos!

Él lo es en primer lugar, pero no se lo digo; también es susceptible.

—Y ¿no te habías quedado allí? Pensaba que habías decidido administrar los terrenos, las casas, todo ese infinito número de muebles que me contabas que había en cada casa, además de los vinos… —Señalo la botella—. Y los cuadros de los que me habías hablado, las diferentes colecciones antiguas…

Cierra los ojos y mueve las manos, como si me detuviera y rechazara todo eso.

—¡Qué va! Me da asco tratar con la gente. Mi hermana se ocupa, ella lo hace todo. Es paciente y tranquila, sabe calcular mejor que yo, ¡todo lo hace mejor que yo! —A continuación, apaga el cigarrillo, me sirve un poco más de vino y se llena la copa—. Prefiero trabajar aquí, en Roma, como diseñador gráfico, con todas las tocadas de huevos que tú conoces tan bien… —Me sonríe—. Pero también con todo el mundo girando alrededor, aquí, en Prati, estas chicas guapas no se ven en Verona…

—Lo cierto es que sé que incluso las hay mejores…

Marcantonio empieza a comer un poco de su salmón. Después sacude la cabeza.

—Está bien, pero yo estoy mejor aquí…

Y por el fondo pasa Priscilla. Él lo advierte.

—Pues eso, ¿ves? Mucho mejor.

Me hace reír con esos caprichos infantiles que tiene.

—Vale, vale, quédate aquí.

—Pues sí, y más ahora que Futura está creciendo en desmesura… ¡¿Has visto?, incluso rima!

—Idiota…

—Oye, que es verdad, vais muy fuertes, lo sé. Si no tuviera un contrato en exclusiva como asesor editorial para toda la producción gráfica de la Rete, estaría bien trabajar con vosotros.

—A mí también me gustaría.

Ahora come con mayor satisfacción. A continuación, se limpia la boca.

—Pero ahora en serio, en la Rete hablan muy bien de Futura. Les habéis vendido varios programas y todos funcionan estupendamente…

—Sí, hemos tenido suerte.

—Qué modesto. De todos modos, antes o después estaréis al nivel de Endemol o Magnolia, si no más.

—¡Las ganas! Todavía nos queda mucho camino.

—Sí, pero no hay prisa. Llegaréis. Quiero ir a verte pronto a la oficina. Renzi me ha pedido una cita.

—¿En serio? No me ha dicho nada.

—Yo se lo pedí. Le dije que hoy comíamos juntos y ya te lo contaría todo, también este detalle…

—¿Cuál?

—Ahora te lo cuento.

Bebo un poco de agua y me dispongo a escucharlo con curiosidad.

—El otro día, a través de un político importante, el mismo que me puso ahí…

—Nunca me lo has explicado.

—No éramos tan íntimos.

—No es verdad.

—¡Pues entonces es que no me fiaba de ti!

—¡Peor!

—Oye, ¿me quieres escuchar o no?

—Cuenta.

—Pues bien, como te decía, me llamó ese político y me pidió el favor de que viera a una persona. Yo, naturalmente, le dije que sí. Se me presentó una mujer, una diseñadora profesional, con un book lleno de trabajos buenísimos, ¡pero buenos de verdad! Así que me pongo a pensar: «Viste bien, lleva unas joyas bonitas, ha hecho trabajos importantes; ¿por qué quiere trabajar en la Rete como grafista y encima bajo mis órdenes? No es que sea un trabajo que te dé un empujón ni en el que ganes mucho»…

De repente, me tenso, siento que mi instinto me pone en guardia. Luego pienso que Marcantonio es amigo mío y que no tengo nada que temer. De manera que me relajo y decido escucharlo.

—Continúa…

—Bien, después de mostrarme todo su book empezó a hacerme preguntas, pero con mucha seguridad, cosa que por lo general no hace alguien cuando va a una entrevista y espera conseguir un trabajo. Y tampoco muestra tanta serenidad. Ella, en cambio, estaba tranquilísima. —Se queda en silencio y luego sigue hablando—: Y ¿sabes por qué? Porque en realidad creo que a esa mujer el trabajo no le interesaba en absoluto. Las preguntas que me hizo eran sobre un programa que hice contigo, allí, en el TDV, sobre todo el follón que hubo y otras curiosidades que, mira qué casualidad, siempre tenían relación contigo… Para mí que esa mujer solo pidió la entrevista para saber más cosas de ti.

Entonces se saca una tarjeta del bolsillo de la americana y me la pone delante.

—Mira, este es su nombre.

Miro la tarjeta blanca, en la que solo pone «GRAPHIC DESIGNER» y su nombre arriba.

—Babi Gervasi. Entonces sabes quién es, ¿verdad? ¿Puedes creerme si te digo que, como suponía que podías conocerla y que tal vez hubiera habido algún que otro asunto entre vosotros, no hice ninguna broma, ni alusión, ni comentario? Aunque era una mujer muy guapa… ¡¿Has visto qué buen amigo soy?!

—No te habría zurrado.

—¡Pero no fue por eso! —Y se echa a reír—. ¿Y bien?, ¿conoces o Babi Gervasi o no?

—Sí.

—¿Bien?

—Muy bien.

—¿Como yo conozco a Priscilla?

—No sé cómo conoces tú a Priscilla.

—Ah…, ¡eso contestas! Pues entonces se trata de algo importante. Por eso…

—¿Qué?

—Hubo un momento en que se descubrió y me preguntó: «¿Es verdad que está a punto de casarse?».

—Y ¿tú qué dijiste?

—Le contesté.

Entonces me mira sonriendo, socarrón, divertido, y bebe lentamente un poco más de franciacorta.

Me tiene en ascuas a propósito. Intento resistir, pero no lo consigo.

—¿Y bien? ¿Qué cojones le dijiste?

—La verdad. Le dije: «Solo sé que todavía no está casado…».

Ir a la siguiente página

Report Page