Tres veces tú

Tres veces tú


Cincuenta y uno

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CINCUENTA Y UNO

—Tu marido es un hombre fantástico, ¿has visto qué bien hiciste al hacerme caso?

Babi mira a Raffaella y entorna los ojos.

—Mamá, cuando haces eso me cabreas.

—Por favor, ¡qué manera de hablar! He intentado enseñártelo todo junto con tu padre, precisamente para evitar esto. Y, además, tu hijo está ahí delante de la tele, podría oírte.

Babi finge una carcajada irónica.

—¡Ya ves! Si se las sabe todas, incluso peores.

—De todos modos, te estaba hablando de tu marido. Quisiste cambiar de casa, dijiste que la de antes tenía poca luz, y te buscó esta en la piazza Caprera, cuarta planta, con muchísima luz, y con todos los interiores decorados. Y entonces tú quisiste darle la vuelta, pusiste el parquet blanco, los sofás grises, mesas de madera clara, y también acero, transparencias…; se ha convertido en una joya, pero antes tampoco estaba mal. ¿Dónde encuentras a un marido que siempre te hace caso? Lorenzo es justo el chico que a mí me gusta.

—¡Exacto: a ti! Podrías haberte casado tú con él.

—No somos de la misma edad.

—Pero si está lleno de mujeres mayores con toy boys como él.

Esta vez es Raffaella quien se echa a reír.

—Sí, es cierto. Y quizá incluso me habría sido fiel.

—Lo dudo. Me engaña.

—Pero ¿tú qué sabes? Eso es lo que te crees, porque trabaja mucho y se va a menudo de viaje.

Pero a lo mejor te equivocas. ¿Cómo es vuestra vida? —Babi se vuelve hacia ella y se encoge de hombros. Raffaella concreta—: En lo sexual, me refería…

—¡Te he entendido! Por ahora no le daremos ningún hermanito a Massimo.

La madre se queda callada. Coge una cápsula y la mete en la cafetera; luego, acordándose de que está en casa de su hija, se vuelve y, luciendo una sonrisa ficticia, le pregunta:

—Perdona, ¿puedo hacerme un café?

—Por supuesto, mamá, no hace falta que te andes con tantas formalidades. Por lo que a mí respecta, esta también es tu casa.

—Gracias. ¿Qué quieres decir con que no le daréis hermanitos?

Babi se sienta en el taburete y se pone a juguetear con un limón que coge del frutero que tiene delante.

—Que, a menos que se produzca una nueva intervención del Espíritu Santo, es prácticamente imposible que eso suceda…

—Ah…

—Sí, no follamos. —Babi se da cuenta de la incomodidad de su madre—. ¿Te molesta esa palabra? Si lo prefieres, finjo y te digo que «no hacemos el amor». Dilo como quieras, pero es así.

Empieza a salir el café; Raffaella espera el momento justo, entonces pulsa la tecla de arriba de la máquina para que se detenga. Coge el azúcar del estante y una cucharilla del primer cajón.

—Lo lamento. Me habría gustado ver a Massimo con un hermanito o una hermanita, habría estado más contento y, además, habría crecido mejor, menos solo, más activo en su vida social.

—Mira, mamá, puedes estar tranquila, él está muy bien integrado en el colegio, en fútbol, en natación, en las fiestas, no necesita nada de nada. Lorenzo no está nunca, siempre está viajando por trabajo, como dices tú, pero Massimo no tiene problemas de soledad, ninguno; es independiente, ha aprendido a vestirse y a desnudarse, por la noche incluso se duerme solo y sin miedos.

—Ya, pero he hablado con Flavia, la maestra, y me ha dicho que en clase le pegó a un niño. Le puso un ojo bien morado.

—Y ¿también te dijo por qué sucedió? Ese niño se llama Ivano, también conocido como Ivano «el Terrible». Tiene unos padres que en su casa gritan como locos, se tiran cosas, y, si lo he entendido bien, la madre, una tal Chiara, un día fue al colegio con las gafas de sol grandes porque llevaba un ojo hinchado. De modo que el marido, Donato, le levanta la mano y en consecuencia Ivano, como lo imita, se ha convertido en el Terrible. De hecho, pegó a una niña más pequeña y le rompió la nariz. A la niña le salía un montón de sangre y lloraba desesperada. Y entonces intervino Massimo; de no ser así, nunca habría pasado…

Raffaella da unas cuantas vueltas más con la cuchara en el café. A continuación, decide tomárselo. Se seca la boca con una servilleta de papel que encuentra en un servilletero que hay encima de la mesa. Lo hace lentamente, tomándose todo el tiempo necesario. Después lo deja y mira hacia el estudio. Massimo está sentado en el sofá viendo los dibujos animados, con la boca abierta, con su precioso perfil. De vez en cuando se ríe despreocupado, cierra los ojos y se deja caer hacia atrás sumergido por completo en ese mundo de animación. Raffaella lo mira.

—Es un niño precioso, lleno de energía.

—Sí, es idéntico a su padre.

Raffaella se vuelve hacia Babi.

—La verdad, encuentro que se parece más a ti que a Lorenzo.

—Mamá, sabes muy bien a qué me refiero. No es necesario hacer el paripé. —Y la deja en la cocina, con un sentimiento de inutilidad como esa servilleta de papel ya usada.

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