Tres veces tú
Cincuenta y seis
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CINCUENTA Y SEIS
Cuando llegamos a la sucursal de Honda en la via Gregorio VII, una gran cancela se abre haciéndonos descender una empinada rampa. Nos detenemos delante del garaje, que está lleno de motos diversas, y algunas de ellas llevan un cartel encima con un número que indica las que ya están reparadas. Giorgio baja de su SH mientras yo aparco la moto un poco más adelante. Un joven empleado de Honda está explicando el funcionamiento de un nuevo sistema antirrobo a un chico no muy despierto.
—No, te lo repito: tienes que pulsar el botón de arriba y después de dos bips se pone el antirrobo.
El tipo, inmediatamente después de haber oído la señal, intenta mover su moto.
—Pero ¡no suena!
—Es que tienes que esperar por lo menos veinte segundos, si no, es como si lo anularas.
—¿Y si el ladrón me la quita en esos segundos?
—Pero entonces tú estás delante…
—Y ¿qué hago?
—¡Gritar! ¡O pulsas este botón de aquí abajo, que se llama de pánico, y se pondrá a sonar enseguida!
Y, en efecto, eso sucede. El tipo se lleva las manos a los oídos y luego se le pueden leer los labios:
—Sí, sí, ya lo entiendo…
El empleado de Honda hace una mueca con la cara, como diciendo: «Pues menos mal…»; a continuación, vuelve a pulsar el botón de pánico y la alarma deja de sonar.
Entro en la sala de recambios y de recepción, donde Giorgio está hablando con un hombre alto, robusto, con el pelo corto, que, cuando me ve, parece contento y sorprendido.
—¡Así que me lo has traído de verdad!
Renzi asiente.
—Yo no miento. Stefano, ¿puedo presentarte a Gaetano?
—Mucho gusto.
Me estrecha la mano de forma calurosa.
—¿Estás bromeando? Pero ¡si te conozco de toda la vida! Tener aquí al gran Step es un honor para mí.
Estoy realmente sorprendido por su entusiasmo.
—No sabes la de dinero que he perdido contigo…
Ah, ya me parecía que había algo raro.
—Porque al principio apostaba contra ti, no tenía ni idea de que fueras el mejor. En las carreras de las camomillas, si tú estabas en pista, no había nada que hacer. De hecho, después empecé a apostar por ti y me recuperé, mejor dicho, debí de embolsarme unos cinco o seis mil euros…
—Menos mal…, me estaba sintiendo culpable.
—¿Tú? ¿Tú qué vas a sentirte culpable? Venga ya… —Se echa a reír—. Eres demasiado bueno.
Oh, y no pensaba que fueras tan simpático.
Entonces, de repente, se pone serio.
—¿Sabes que también estaba esa maldita noche que corrió Pollo? Pobrecillo… Incluso aposté por él. Era muy bueno… Oh, joder, perdona, claro, tú ya lo sabes… Y, de hecho, nunca he entendido cómo ocurrió… En un momento determinado, en una curva, se fue al suelo sin que lo tocara nadie. Te lo juro, fue algo absurdo. Para mí que le dispararon. No, te lo digo en serio… ¿No sabes que en esas carreras se movía un montón de dinero impresionante?
Se me encoge el corazón, es peor que un escopetazo, ahora que conozco la verdad. Pero hago como si nada.
—No he vuelto a ir nunca más. No volví a correr.
—Tienes razón, no debería habértelo recordado. Perdona. —Y entonces vuelve a ponerse en su papel profesional—. ¿Y bien?, ¿qué te ha pasado?
Le cuento el intento de robo y el manillar forzado.
—Lo que no entiendo es cómo pensaba llevarse la moto. No vi que tuviera ningún cómplice, ni un vigilante, ni siquiera una furgoneta alrededor, lo miré todo. Se escapó con su motocicleta con la matrícula tapada…
Gaetano sonríe.
—Ahora emplean esa técnica, se llama aparcamiento fantasma. Llevan la moto robada a una calle de por allí cerca, o a un patio o un callejón. Cuando tú sales, ya no la encuentras, haces la denuncia, pero, en cualquier caso, te marchas de allí; ellos regresan con toda la calma y se la llevan mucho más tarde, quizá de noche.
—No me lo puedo creer. Ahora se las saben todas.
Gaetano me sonríe.
—Lo siento. A ver qué se puede hacer.
Sale al patio y llega hasta mi moto. Intenta mover la dirección.
—Nada. Lo intentó con una patada, pero no consiguió partir del todo el bloqueo; luego trató de abrir por aquí, debía de tener un circuito de control para resetearlo todo e intentar arrancarla, pero entonces fue cuando debiste de llegar tú…
—Seguramente.
—Tuviste suerte.
—En realidad yo debería haberlo «arreglado» como en los viejos tiempos, aunque teniendo en cuenta cómo han cambiado las cosas, el hecho de que conserve todavía la moto debo considerarlo como algo bueno.
—Pues mira, me parece que solo hay que cambiar el manillar, pero tendría que ver cómo está el bloqueo de la dirección; te llamaré para decirte el presupuesto.
—De acuerdo.
—¡Eh! —interviene Giorgio—. Con cariño, que es mi hermano.
Gaetano sonríe.
—¡Lo sé, más aún!
—Eso es, muy bien.
A continuación, Gaetano me mira.
—¿Quieres montar un push and block?
—Y ¿eso qué es?
—Esto… —Se acerca a una motocicleta y me señala un bloqueo debajo del caballete—. Aunque se carguen el bloqueo de la dirección y conecten una centralita no pueden arrancar ni moverla, porque la moto no baja del caballete…
—A menos que vaya sobre una sola rueda.
—Entonces ¡es que es un campeón y hay que tenerle el máximo respeto!
Gaetano me mira como diciendo: «Es imposible». Pero ¡yo sé que Pollo era capaz de levantar una moto en un metro!
Gaetano sigue explicándome:
—Esto lo inventaron en Nápoles. Ahora, para llevarte una moto, lo único que puedes hacer es serrar el caballete, es prácticamente imposible.
—Así pues, ¿no hay manera de conseguirlo?
—En Nápoles han encontrado el sistema, pero aquí, en Roma, todavía no. Es un buen medio de disuasión.
—¿Cuánto vale?
—Ciento veinte euros.
Renzo lo mira.
—Quería decir cien euros.
—Está bien, móntamelo.
De modo que dejo la moto allí, subo detrás de Giorgio y, al poco rato, estamos de nuevo en la oficina.
—Hemos vuelto.
Alice viene enseguida a nuestro encuentro.
—Bien, han anticipado las pruebas del piloto a las dos y media. Ahora iba a llamarlos.
—De acuerdo, gracias, perfecto.
Nos dirigimos a nuestros despachos cuando nos fijamos en que la puerta del de Simone está cerrada. De forma instintiva, los dos nos inclinamos un poco hacia delante y vemos que Giovanna Segnato está todavía allí, y no solo eso: Simone está sentado encima de la mesa delante de ella, riendo con un café en la mano.
—También se han tomado unos bollos, me los ha hecho pedir al bar de aquí abajo. He pensado que podían ser indicaciones que ustedes habían dado y por eso lo he hecho. Espero no haberme equivocado.
Giorgio es más rápido que yo.
—Desde luego, no serán dos bollos lo que nos haga claudicar.
—Ha pedido cuatro.
—Ni tampoco cuatro. Has hecho bien. Ahora déjanos.
Alice regresa a su sitio. Giorgio se acerca tanto al cristal que Simone lo ve y, naturalmente, pasa de reírse a ponerse serio, baja de la mesa y habla de manera profesional a Giovanna Segnato.
Entonces su conversación parece haber llegado a su fin; ella se levanta de la silla, Simone la precede y abre la puerta.
—Bueno, nos llamamos pronto.
—Sí, claro, por favor, me parece perfecto lo que me has dicho… —Y diciendo esto llega a la puerta de la oficina y sale.
Simone regresa a su despacho como si nada, pero no le da tiempo a cerrar la puerta cuando Giorgio se le echa encima y empieza a gritar:
—Pero ¿te has vuelto tonto? ¡De autor creativo a autor gilipollas! ¿Qué has estado haciendo hasta ahora con esa?
—Pues nada, hemos hablado, la he conocido mejor…
—Pero ¿qué quieres conocer mejor? Esa, al cabo de cinco segundos, ya te ha desvelado su secreto: ¡dos tetas así y punto! Pero ¿a ti te parece que si nos la mandan aquí es porque es capaz de rebatir algún tratado de filosofía o más bien de hacerle subir otra cosa a Calemi o a las esferas que están por encima de él? Es que no me lo puedo creer…
Renzi empieza a dar vueltas por el despacho de Simone.
—Dime qué se te ha pasado por la cabeza. ¡Primero te inventas un programa superbueno y luego tienes una idea tan pésima!
—¿Cuál?
—¡La de intentarlo con Giovanna Segnato!
El chico lo mira, después se cruza de brazos.
—Oye, a mí Giovanna me gusta.
Giorgio no puede creer lo que oye; se precipita sobre la mesa de Simone, con las manos apoyadas en las esquinas, completamente inclinado hacia delante, de manera que le grita en toda la cara:
—Y ¡¿a ti te parece que te pagamos para que te enamores?! ¡¿Para que hagas el idiota con ella?!
¡¿Quizá para que te la tires?! ¡Así tú estarás contento, pero a lo mejor alguien se enfada y los jodidos seremos nosotros! Joder, mira que eres tonto. ¿Acabamos de empezar con Futura y tú ya quieres cerrarla? No, dime, por favor, explícamelo, déjame que entienda qué cojones de plan increíble, qué absurdo proyecto tienes en mente, porque te aseguro que ahora mismo no te sigo.
En ese instante, aparezco en la puerta.
—Giorgio, cálmate.
Renzi se vuelve. No dice nada, respira hondo, intenta coger oxígeno. A continuación, se dirige hacia mí, y me hago a un lado mientras él sale del despacho sin decir nada más. Lo miro conforme se aleja; entonces, me vuelvo hacia Simone y busco su atención.
—Bueno, creo que Giorgio no se ha sentido respetado…
El chico sigue con los brazos cruzados. Vuelve la cabeza hacia la pared.
—Pero no es así. ¿A ti te parece que no lo respeto?
—Bueno, en vista de cómo te has comportado con Giovanna, él cree que no. —Simone se vuelve de golpe hacia mí, sorprendido, como si efectivamente no hubiera comprendido lo que le estoy diciendo o le pareciera absurdo—. Deja que me explique. Para él, tú ya formas parte de Futura, él te ve en nuestra empresa, así que es como si hubieras traicionado su confianza. Él piensa: «Pero ¿cómo es posible que yo le dé tanto y él lo arriesgue todo, por una estúpida chica que enseña las tetas y el culo?». La verdad es que no puedo reprochárselo. Si Calemi o quien esté detrás de Giovanna Segnato supiera que nosotros, en vez de hacerla trabajar, nos metemos en la cama con ella, traicionaríamos su confianza. Pero ¿no entiendes que te está utilizando para que los otros se mueran de celos y conseguir así un contrato anual más elevado con la cadena, o de verdad crees que le gustas en serio y que podría surgir algo de esto?
—Me parece una chica seria, auténtica, y además me cae bien. Coincidimos en un montón de cosas.
Giorgio vuelve a entrar corriendo; parecía que se había ido a alguna parte y, en cambio, se ve que estaba escuchando.
—Pues entonces ¡me preocupas de verdad, joder! —le grita de nuevo acercándose a su mesa mientras yo salgo—. ¡Mierda, así pues, no has entendido nada! ¿Cómo puedes pensar que es una chica seria, auténtica, que coincidís en un montón de cosas? ¡Tú no tienes nada en común con ella!
¡Esa te tritura el cerebro, te lo deja como esos guisantes que te comías de pequeño, te lo hace papilla! —Se le acerca y le da dos o tres golpes en la sien con el índice—. ¡Si es que tienes cerebro!
Simone aparta la cabeza a un lado, molesto.
—¡Esa se iría contigo dos, tres, cuatro veces, tal vez incluso diez, pero después desaparecería!
Entonces empezarías a encontrarte su móvil apagado, irías a buscarla por los bares, la verías en su página de Facebook viajando por el mundo, en Nueva York, en Formentera, en Abu Dhabi, aparte de que además se lo contaría a Calemi o a saber a quién que esté por encima de él, y disfrutaría diciéndoselo, y ellos dejarían de tener relaciones con nosotros. ¿Quieres a alguien así? ¡Yo te la pago! Pero no te metas en líos, joder. ¡Pensaba que eras un genio y, en cambio, eres un primo!
Y, con esa última frase, lo deja definitivamente solo, sale al pasillo y me adelanta.
—Venga, vámonos, nos esperan en el Teatro delle Vittorie para el episodio piloto.
—¿Y él?
—¡Lo dejamos aquí, reflexionando! ¡El genio tiene que reencontrarse, necesita estar solo, le irá bien!
Alice nos observa al pasar, pero después aparta la mirada, no dice nada. De modo que cuando estamos en el ascensor, Giorgio solo espera a que se cierren las puertas, permanece un instante en silencio y luego se echa a reír.
—¡Joder, hemos estado perfectos!
—¡Sí, parecíamos el poli bueno y el poli malo!
—Es verdad.
—Aunque yo solía hacer de malo…
Y en un instante me acuerdo de Pollo, de nuestra amistad, de todas las tonterías que hacíamos, y se me forma un nudo en la garganta; pero este no es el momento, ahora no.
—¡Vale, pues la próxima vez te toca a ti hacer de malo!
—Esperemos que no haya una próxima vez.
—La habrá, seguro.
Y a estas alturas ya sé que, por desgracia, tiene razón; acierta en demasiadas cosas.