Tres veces tú
Sesenta
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SESENTA
Mientras regresamos a casa por la noche, Gin está en silencio. La miro de vez en cuando mientras conduzco, pero no se vuelve hacia mí, escucha la música y mira hacia delante. Aun así, no está tranquila. Tú sabes muy bien, cuando conoces a la persona que se encuentra a tu lado, si hay algo que no va bien; lo notas por sus vibraciones, notas el silencio o la música repentina, notas la felicidad o la tristeza, notas la calma o la inquietud. Tú lo notas. Y Gin está extrañamente triste. Lo noto.
—¿Va todo bien? Estaba rica la cena…
—Sí, mucho. Me he divertido, me ha gustado volver a ver a Ele y a Marcantonio juntos, me ha recordado los viejos tiempos, cuando nos conocimos.
—Es verdad, a mí también.
—¿Sabes qué he pensado? Que cuando conoces a alguien todo es muy bonito, está todo por descubrir. Luego, a medida que vas avanzando, algunas cosas quizá no son tal como te las habías imaginado.
—Eso es porque siempre esperas algo.
—Es cierto, sería mejor no esperar nada.
—Ahora pareces un poco derrotista.
—Sí, puede ser. Conocer tu vida por un lado me ha gustado, pero por el otro ahora no puedo evitar hacer comparaciones, pienso en cómo estabas con otras, o en lo que sufriste por tu madre, o en cómo te decepcionó.
Sigo conduciendo y mirando a la carretera.
—El otro día fui a verla.
—¿A quién?
—A mi madre. Fui al cementerio y no había nadie, estaba vacío, excepto por una persona que estaba justo delante de su tumba. Era su amante. Me acordé de cuando los descubrí, de cuando sucedió todo aquel lío.
Gin me mira sorprendida.
—Pero no me dijiste nada. No me lo contaste.
—No, lo siento, es que no sabía cómo tomarme todo esto, antes tenía que asimilar sus palabras.
He comprendido que ese hombre estaba realmente enamorado, que los dos lo estaban, también mi madre. Que mi padre la hacía sufrir y…
—Step…, eso ya pasó, déjalo correr. No podías saberlo. No podías imaginar nada de todo eso. Y, además, quizá no sea verdad.
—Pero me lo encontré allí, con unas flores. Mi padre no ha ido a verla casi nunca.
—No estás seguro de eso.
—Lo sé.
—Las personas viven el dolor de la muerte de las maneras más diversas. Perder de repente a alguien puede hacerte perder tu seguridad.
Le sonrío. La miro de vez en cuando mientras conduzco.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras así?
—Porque eres hermosa.
—Y ¿qué tiene que ver eso ahora?
—Eres hermosa cuando justificas a las personas. Mi padre es un cabrón y punto. Quién sabe cómo debió de hacerla sufrir.
—No sabes si es verdad. A lo mejor ese tipo solo te lo dijo para justificarse. ¿Por qué no puede ser él el cabrón?
Nos quedamos un rato en silencio mientras sigo conduciendo. En la radio, de repente ponen Happy, de Pharrell Williams[23]. Es una canción muy alegre, un tema precioso, muy pegadizo, pero en este momento no viene muy a cuento. La música a veces desentona en nuestra vida. Sigo conduciendo mientras Gin me mira.
—Eso, por ejemplo, no me lo habías contado.
—¿Cómo que no?, te lo acabo de decir…
—Sí, pero también podrías no haberme dicho nada. No te apeteció compartirlo enseguida conmigo.
—Puede que necesitara un poco de tiempo. Pero al final lo he hecho. Ahora lo sabes, tú también formas parte de ello. No debes tener prisa. Creo que hay cosas que a veces necesitan silencio.
—Y ¿eso dónde lo has oído?
Me echo a reír.
—No sé, quizá sea de Renzi.
—Ah, ¿también es filósofo?
—Es un poco de todo. Todavía no tengo claro qué es lo que no sabe hacer.
—De todos modos, me gusta.
—A mí también.
—Pero ahora, haber descubierto que no conozco algo de tu vida…, no sé, me ha provocado una sensación de soledad. Me ha hecho pensar que nunca serás mío…
—Gin… ¿Otra vez? ¡Si ya te lo he contado!
—Sí, pero ¿y si hubiera otras cosas que ocurren en tu vida que yo no sé? Cosas que quizá importen y que tú no me dices.
—Gin, te lo cuento todo. Las cosas importantes también y las menos importantes. Estuve en el cementerio para visitar a mi madre y encontré allí a su amante. ¡Te lo he explicado yo, no es que tú lo hayas descubierto!
Nos quedamos un rato callados. Ahora Happy casi parece divertida en medio de esta absurda discusión. No hay nada peor que cuando algo da un giro inesperado y no se puede enderezar.
Entonces Gin se vuelve hacia mí y sonríe.
—Tienes razón, perdóname. Es que estoy un poco estresada; a lo mejor son las hormonas, me están empezando a hacer perder mi habitual, más o menos, equilibrio mental, o serán los nervios de la boda.
Le sonrío.
—O las dos cosas.
—Eso, así, justifícame tú un poco…
—Un poco mucho.
Pharrell Williams canta la última estrofa, ahora por fin el tema está en consonancia con la atmósfera del coche. Entonces Gin, sin dejar de sonreír, me hace otra pregunta:
—Pero ¿tú me lo contarías todo todo? ¿También si hubieras hablado o visto a una ex?
—Claro, ¿por qué no iba a hacerlo?
—Y, si vieras a Babi, ¿me lo dirías?
Ya está. En estos momentos dispones de poquísimo tiempo, si esperas demasiado estás jodido. Si das la respuesta equivocada y ella en realidad te lo ha preguntado aposta porque ya lo sabe todo, estás jodido. Si, por el contrario, no sabe nada y tú se lo dices porque quieres ser sincero, también en ese caso estás jodido. De modo que, sea como sea, estás jodido. Pero el tiempo se ha acabado.
—Ella también es una ex.
—Sí, pero no me has contestado.
—Ya te he contestado antes, te he dicho que, si hablara o viera a una ex, te lo contaría.
—Te he pedido que fueras más concreto: si vieras a Babi, ¿me lo dirías?
—Sí, te lo diría.
E, inevitablemente, noto que el corazón me late más veloz, las pulsaciones aumentan, de alguna manera me suben los colores. Solo espero que en la oscuridad del coche no se dé cuenta. Gin se echa a reír.
—Pero has tardado un montón de tiempo en contestar a esa última pregunta.
—No es verdad. Había contestado a la de la ex, no sabía a qué te referías con exactitud.
—Mira, Mancini, ya te lo he dicho: tenemos la suerte de vivir algo espléndido, precioso, único…, no lo estropees.
Hemos llegado delante de casa. Por suerte, encuentro aparcamiento enseguida, entonces detengo el coche y paro el motor. A continuación, bajamos y meto las llaves en la cerradura del portal.
—¿Mancini?
—¿Sí?
—Vuélvete hacia mí. —Gin me mira—. Que sepas que lo sé. Lo sé todo.
Y en ese momento siento que voy a desmayarme. Joder, pero ¿cómo se ha enterado? ¡Se lo ha dicho la cabrona de la secretaria a cambio de sacar más dinero! No, alguien que nos vio en la exposición. ¡No, Renzi! ¡Renzi ha hablado! ¡No, no puede ser, no me lo creo, no me lo puedo creer, se lo ha dicho Babi, Babi en persona! Imposible. En cualquier caso, quien sea que se lo haya dicho, estoy jodido. ¿Y ahora? ¿Cómo salgo de esta? Hay que hacerse el inocente, negar.
—¿Qué sabes? No hay nada que saber.
—¿Ah, no? ¿No?
—No.
—Oye, que yo también los he visto… ¡A Marcantonio y a Ele besándose!
Entonces se ríe divertida.
—¡Qué locos están! ¿Tú crees que volverán a estar juntos? Y eso ¿me lo ibas a contar?
—Te lo cuento todo… Solo que en el momento adecuado.
Entramos en el ascensor y solo ahora, mirándome al espejo, me doy cuenta de lo sudado que estoy.