Tres veces tú

Tres veces tú


Sesenta y dos

Página 64 de 149

SESENTA Y DOS

Cuando salimos de la oficina hay un Mercedes negro con chófer y todo esperándonos.

—No me lo puedo creer, has hecho las cosas a lo grande.

—¡No, solo son ciento veinte euros por todo el día, pero el coche y el chófer hacen que todo te parezca más importante de lo que es!

Cuando nos acercamos y se abre la portezuela, aparece Gin.

—¡Cariño, qué bonito es todo esto, qué bien que me hayas hecho venir! —Me abraza con fuerza y nos besamos. A continuación, me mira entusiasmada—. ¿Y bien?, ¿qué celebramos?

—Ah, ¿no sabes nada?

Miro a Giorgio, que se encoge de hombros.

—Claro que no, ¿cómo iba a decírselo? ¡Habría estropeado la sorpresa!

—¡Bueno, venga, no os hagáis los tontos! ¿Alguien me cuenta algo?

Le sonrío.

—Celebramos nuestra primera producción. Vamos a hacer una serie. ¿Te acuerdas de «Radio Love», ese proyecto del que te había hablado?

—¡Claro, por supuesto! Hasta me lo hiciste leer y te dije que me había gustado muchísimo…

—¡Pues la ha comprado la Rete, vamos a rodar veinticuatro capítulos el año que viene!

—¿De verdad? ¡Estoy supercontenta! —Y me abraza con fuerza—. ¡Muy bien, amor mío!

Giorgio nos sonríe.

—¿Había que celebrarlo o no?

—Pues ¡claro!

—Vamos, subamos al coche.

Giorgio se sienta delante, Gin y yo subimos atrás. Cerramos las puertas y el chófer arranca.

Giorgio se vuelve hacia Gin.

—¿Has traído lo que te ha pedido Alice?

—Claro, lo llevo todo aquí. —Y muestra una bolsa de gimnasia.

Los miro.

—Eh, no me lo estáis contando todo, tenéis demasiados secretos.

Gin me pone una mano sobre la pierna.

—Pronto lo descubrirás.

Justo cuando torcemos por la via Sabotino, veo que Simone está entrando en el bar Antonini. Lo sigo con la mirada y me doy cuenta de que hacia él se dirige una chica rubia, alta, vestida de manera llamativa. Se saludan y se besan en las mejillas. Es Giovanna Segnato.

Giorgio también lo ha visto.

—No lo había dudado. Ese chico es un testarudo. Tendré que pelearme con él de verdad. Mis palabras no han servido de nada.

Intento tranquilizarlo:

—Se le pasará.

—Le va a dejar el cerebro hecho puré. Hemos tirado dinero.

—Ya veremos, aún es pronto para decirlo; tengo que trabajar en ello.

—De acuerdo.

Gin nos mira atónita.

—Eh, ¿se puede saber de qué estáis hablando los dos? ¡«Dejar el cerebro hecho puré», «hemos tirado el dinero», «no ha aprendido la lección»…! Parece un asunto de drogas. No se trata de eso, ¿verdad?

—No, no… —Nos reímos. Giorgio la mira divertido—. Si estuviéramos solos, te diría de qué se trata. ¡Pero no agüemos la fiesta, vamos! Pensemos en otras cosas y, además, ya casi hemos llegado.

El Mercedes acelera por la subida panorámica, después emboca la via Alberto Cadlolo y al final el Hilton aparece delante. El coche traza una curva y se detiene justo ante la entrada.

—¡Bien, ya hemos llegado!

Giorgio baja del coche.

—Gracias, Marco, nos vemos después. —Y no dice nada más, pero nos sonríe a Gin y a mí, invitándonos a ir tras él.

—Por aquí.

Seguimos a Giorgio al interior del hotel y cogemos el primer ascensor, que nos lleva a la planta de abajo. Las puertas se abren en el jardín inferior, casi escondido desde la entrada del Hilton, pero todavía más hermoso y cuidado. Hay una gran piscina con varios parasoles abiertos y muchas hamacas con toallas de color crudo encima. Un responsable viene a nuestro encuentro.

—Buenos días.

—Buenos días. Soy Renzi, habíamos reservado.

El responsable revisa una hoja dentro de una carpeta.

—Sí, buenos días, señor Renzi, por supuesto. Por favor, síganme, señores.

Nos lleva a la parte más reservada del jardín, donde hay una gran mesa baja debajo de un cenador con una botella de champán y unas copas. Nos deja allí justo cuando llega un camarero.

—¡Señor Renzi, bienvenido!

—Gracias, Pietro.

Se estrechan la mano.

—Buenos días también a ustedes, señores. Bien, les he hecho preparar salmón fresco natural cortado en finas lonchas, unas huevas también de salmón; después, dos clases de ensaladas, una con naranjas sicilianas, olivas griegas e hinojo y otra con canónigos, aguacate y maíz; también hay cerezas, fresas, uvas y melocotón, y nueces cortadas en láminas y rociadas con vino blanco. Usted me había pedido también verdura al vapor y he mandado preparar zanahorias, calabacines y patatas; espero que vaya todo bien.

—¿Gin?

Ella le sonríe a Renzi.

—Sí, perfecto.

—Estupendo, enseguida se lo hago traer todo. Las verduras también se están haciendo y ya deberían estar listas.

—¿Puede traernos también un poco de agua mineral?

—Sí, por supuesto. Allí, sobre la mesita, están las llaves de la cabina que está detrás de ustedes para cambiarse, y también hay una campanilla. Cualquier cosa que necesiten, llámenme.

—Gracias.

El responsable se aleja. Gin abre la bolsa.

—Bueno, ya lo habrás adivinado… ¡Solo tenía que traerte el bañador! Te he cogido el negro, ¿está bien?

—Has estado perfecta.

—Por tan poca cosa… Bueno, si no os importa, voy a cambiarme, porque me estoy muriendo de calor y me gustaría darme un baño.

—¡Por supuesto!

Gin desaparece en la cabina con su bolsa. Giorgio coge entonces el champán y empieza a abrirlo.

Lo miro divertido.

—Cerrar los capítulos de la serie me parece algo muy agradable, esperemos que suceda a menudo.

—Sucederá muy a menudo, y cada vez me inventaré una buena manera de celebrarlo —dice Giorgio.

—Con el calor que hace hoy, tu elección me parece impecable.

—A mí también.

Y justo en ese momento el tapón salta con un ruido pleno, perfectamente a tono con la euforia del momento. La espuma sale de la botella, Giorgio moja el índice, se me acerca y me toca detrás de la oreja.

—Trae suerte… —me asegura.

—Lo sé, lo sé… —Y hago lo mismo con él.

A continuación, llena mi copa, después la de Gin y, por último, la suya. Pero cuando me pasa la mía oímos una voz a nuestra espalda:

—Vaya, vaya, vaya… Pero qué sorpresa. El mismo día en que se ha producido mi derrota veo que alguien celebra algo.

Es Gennaro Ottavi, al que él llama el Empanada, acompañado de un hombre con traje azul. Lleva un bañador rojo, una camiseta blanca que apenas consigue cubrirle la barriga y en los pies unos zuecos viejos, amarillentos, con la parte de arriba algo gastada. Fuma un cigarrillo y sonríe de manera sarcástica.

Giorgio lo saluda sorprendido.

—Hola, Gennaro, ¿cómo estás? Me dijeron que te habías retirado, y eso nos ha permitido llevar a cabo nuestro proyecto.

El Empanada cambia de expresión y deja de fumar. El hombre que está a su espalda coge rápidamente un cenicero de una mesa cercana para que él pueda apagar el cigarrillo.

—No me he retirado, me he visto obligado a retirarme. Y creo que detrás de todo esto estáis vosotros.

Giorgio se sienta y sonríe.

—Cuidado, Ottavi, para hacer una acusación como esa hay que tener pruebas. ¿Cómo puedes pensar que nosotros hemos sido los culpables de lo que sea que haya pasado?… Porque, aparte… —le sonríe—, no tengo la menor idea de lo que estás hablando.

Se miran en silencio. El Empanada entorna los ojos.

—Después de todo lo que he hecho por ti, ¿así me lo pagas?

Giorgio ya no se ríe.

—Tú no has hecho nada por mí. Todo lo que he conseguido en esta vida lo he hecho yo. Tú solo me has utilizado.

Los dos se quedan de nuevo en silencio. Entonces Giorgio le sonríe de nuevo.

—Y, de todos modos, para mí solo fue un aprendizaje. Ahora estoy aquí, disfrutando de este bonito día con mi nuevo jefe, y no tengo ningunas ganas de discutir contigo. ¿Podemos invitarte a champán?

Justo en ese momento, de la cabina a nuestra espalda sale Gin muy sonriente y tranquila.

—¿Qué tal estoy con este bañador? —Entonces, al ver que hay otras personas, cambia de actitud—. Oh, disculpad…

Ottavi no le dedica ni una mirada.

—No quiero vuestro champán. Hoy vosotros os reís de mí; puede que un día sea yo quien se ría de vosotros, y no seré tan educado.

En ese instante, me levanto.

—Mirad, no sé de qué estáis hablando. Decís las cosas en código, así que, si queréis continuar con vuestra discusión, podéis hacerlo más lejos. Para mí hoy es un agradable día de relax. Gracias.

Ottavi retoma la conversación:

—De todos modos…

Me vuelvo de golpe.

—Tal vez no me ha entendido. La discusión se acaba aquí. Queremos estar solos, darnos un baño y no tener que escuchar sus problemas. Gracias.

Gennaro Ottavi nos mira durante unos segundos. A continuación, comprende que no procede insistir y, sin decir una palabra, se da la vuelta y se va, seguido de su guardaespaldas.

Me desabrocho la camisa.

—Madre mía, qué aburrimiento. Es tan redondo como pesado. Pero ¿cuánto tiempo estuviste con él?

—Cinco años.

—Demasiados. Yo no duraría ni cinco minutos.

—Somos distintos…

—Sí, pero ese es un capullo para los dos.

Giorgio se ríe y se inclina para coger una copa, que le tiende a Gin, seguidamente me pasa una a mí y la última se la queda en la mano.

—Bueno… Por Futura y, por tanto, por nuestro futuro, por la felicidad, por nuestra serenidad y también por la del Empanada…, ¡para que no nos toque más los cojones!

Reímos y entrechocamos las copas. Luego, mientras me tomo el excelente Cristal helado, veo a lo lejos a Ottavi hablando por teléfono y paseando nervioso al tiempo que sacude la cabeza.

—Bien, hace mucho calor; si no os importa, voy a tirarme al agua. —Gin se quita las Havaianas, da unos pasos hasta el borde de la piscina, dobla las piernas y se zambulle de cabeza con las manos perfectamente unidas. Recorre un buen trecho por debajo del agua y emerge en el centro de la piscina.

Dejo la copa de champán ya vacía encima de la mesa y observo a Giorgio divertido.

—Increíble, mira que llegan a ser absurdas las casualidades de la vida. Hoy hemos conseguido arrancarle a Ottavi el proyecto de la serie, venimos a celebrarlo al Hilton, y ¿a quién nos encontramos? ¡A Ottavi!

—Ya…

Giorgio bebe su champán sin mirarme.

—O sea… ¿No es una casualidad?

Se vuelve hacia mí.

—De vez en cuando viene al Hilton, pero no siempre. Aunque hoy Pietro, ese amable camarero que nos está preparando la comida, me había avisado de que estaba. Y ahora que incluso ha venido a saludarnos…, ¡ahora sí que estoy disfrutando! —Giorgio termina de beberse toda su copa—. Y aún será mejor cuando nuestra serie tenga una gran audiencia.

Cojo el bañador.

—¿Por qué ha tenido que retirarse? ¿Qué le has hecho?

—Qué ha hecho él…

Me pasa el móvil y me muestra unas fotos de una chica guapísima muy desnuda.

—Se llama Carolina, se ha enamorado de repente de nuestro Empanada, y él se ha creído en serio que una mujer así de guapa lo deseaba… Se acostó con ella a escondidas de su mujer, Veronica. Pero esa Carolina, no sé cómo, hizo unas fotos y también lo filmó…

Sigue pasando las fotografías del teléfono y, en efecto, más adelante sale el Empanada desnudo, feo como un gusano, con Carolina también desnuda pero ella en cambio es una belleza, y lleva a cabo algunas prodigiosas peripecias, todas ellas naturalmente para satisfacción del objetivo.

—Ahora, por desgracia, querían publicar el reportaje en Chi, pero no creo que la mujer del Empanada se lo tomara muy bien. Aparte de que es ella y su imperio quien lo subvenciona desde el principio. Le ha permitido crecer y que pudiera hacer todos esos regalos. Luego resulta que él sabe moverse, claro, pero es demasiado presuntuoso. Es tan presuntuoso que parece estúpido. ¿Cómo es posible que no se diera cuenta de que, si le gustaba a una belleza como esa, era solo porque ella es una zorra?

Dejo el móvil y le sirvo champán. Después lleno mi copa.

—Y a la que además han pagado muy bien para fingir que él le gustaba muchísimo…

—Porque es demasiado presuntuoso.

—¡Exacto!

Brindamos de nuevo y, a continuación, me dirijo a la cabina.

—Tienes razón, no me cuentes nada más. ¿Sabes?, las carreras de motos me gustaban muchísimo porque tenía la posibilidad de ganar, pero también de perder, nunca tenías ninguna garantía. Odio a los que se pegan con alguien claramente más débil; primero porque es de cobardes y, luego, porque siempre he pensado que al final es un aburrimiento, que es una victoria fácil. Para mí ganar es bonito cuando no sabes hasta el final si has sido el mejor.

—No te preocupes. Me daré alguna satisfacción solo con el Empanada. Jugaré a su juego. Pero con el resto del mundo prometo ser correcto.

Ir a la siguiente página

Report Page