Tres veces tú

Tres veces tú


Sesenta y cinco

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SESENTA Y CINCO

Cuando llego debajo de casa de Pallina, la fiesta ya ha empezado. Se oye la música a tope procedente del cuarto piso, hay varias personas asomadas a la terraza y delante del portal está lleno de motos y scooters. Pero ¿a cuánta gente ha invitado? No me imaginaba que iba a ser algo así.

Sacudo la cabeza mientras pongo la cadena fijándola bien al poste de al lado. Después llamo por el interfono al tiempo que oigo que por los altavoces suena I Feel Good[25]. Alguien sale a la terraza y agita la mano siguiendo el ritmo, y enseguida llegan dos chicas que se ponen a bailar junto a él. No logro reconocerlo, no me parece ninguno de los amigos de siempre. En ese mismo instante abren la puerta sin querer saber siquiera quién ha llamado y me olvido de mi curiosidad. Es una fiesta como las de entonces, en las que nos colábamos todos y limpiábamos la casa. Estoy dentro del ascensor.

Esperemos que no le suceda a Pallina. No lo permitiría. Cuando salgo en el cuarto piso, la puerta de la casa está abierta. Un chico y una chica desconocidos para mí charlan animadamente en el umbral.

Él tiene una Beck’s en la mano, ella un cigarrillo liado, pero no es un porro, aunque lleva un piercing en la nariz y todo el pelo recogido en una especie de turbante de rastas. Se apartan a un lado para dejarme pasar, pero no me da tiempo a entrar en el salón.

—¡Mira quién ha llegado! —grita Pallina viniendo a mi encuentro—. ¡Step!

—¡Venga ya!

El tipo que está con el equipo baja un poco la música. Lo reconozco, es Lucone. Siempre le ha gustado hacer de DJ, aunque con pobres resultados.

—¡El gran Step, bienvenido, esta es tu noche! —dice por un micro que hace salir su declaración por todos los bafles repartidos por la casa, para que no quepa ninguna duda de que he llegado.

Y, uno tras otro, de la cocina, de los rincones del salón, del pequeño despacho, va viniendo gente, algún amigo perdido desde hace tiempo, pero nunca olvidado.

«¡Qué guay, Step!», «¡¿Qué pasa, tío?!», «Me han dicho que te casas… ¡Mi más sentido pésame!».

Algunos se echan a reír. Desde la ventana se acerca el que estaba bailando con las dos chicas.

—¡Schello! ¡Desde abajo estabas irreconocible!

Pelo corto, ropa elegante, incluso se ha afeitado.

—¡Step! —Me abraza. Hasta va perfumado. Parece su hermano clonado para mejor.

—¿Qué te ha pasado?

Me mira sorprendido.

—¿Por qué? No sé, puede que haya adelgazado.

—¡No, no lo entiendes: o has estado en Lourdes o no puede ser que se haya producido un milagro de este calibre!

Se ríe todavía como entonces y tose, casi perdiéndose en esa dificultad para respirar, demostrando que en eso no ha cambiado; todavía fuma muchísimo.

—¿Qué hay, tío? ¡Qué sorpresa!

Llegan Hook, el Siciliano, Palombini, Marinelli y muchos otros más, muchos a los que había perdido de vista, muchos que ni siquiera me acordaba de que existieran. Y todos tienen una palabra, una sonrisa, una broma para mí.

—Tú y yo nos vimos hace poco… —dice el Siciliano, como si quisiera alardear con los demás de quién sabe qué amistad ininterrumpida.

Entonces Pallina me abraza.

—Venga, dejadlo en paz, lo estáis ahogando… Si me lo estropeáis, después ¿quién se va a casar con él, eh?

Y una chica que está sentada en un sofá allí al lado con unas amigas le sonríe.

—Alguien se casará con él, alguien, no te preocupes…

Ahora la reconozco: es Maddalena, estuvimos juntos durante un tiempo, antes de conocer a Babi, antes de que ella se pusiera celosa, antes de que se liaran a tortas. Pero no me da tiempo a decir nada porque Pallina me empuja hasta la cocina.

—¡Mira quién es!

Un tipo que está de espaldas ocupado en los fogones se vuelve sonriéndome, lleva un gran delantal negro con un toro dibujado en el que se lee «MATADOR».

—¿Qué pasa, Step?, ¿cómo estás? —Bunny se limpia las manos en el delantal; a continuación, se acerca, me da la mano derecha, la cierra alrededor de la mía y tira de mí, tal como nos saludábamos entonces, como nos saludamos entre nosotros. Y me golpea la espalda y me abraza como si fuéramos hermanos.

«Pero yo era hermano de Pollo y tú eres Bunny y ahora estás con Pallina, que era su mujer».

Cierro los ojos. Pero Pollo ya no está, mientras que Pallina sí, y ha organizado todo esto por mí, por ella y por Bunny, para tener mi aprobación, si bien todavía no me ha pedido nada, pero en cierto modo lo está haciendo ahora. Y me parece que estoy viendo a Pollo sonriéndome y asintiendo.

«Déjala ir. No puedes dejar de ser feliz por los demás. Yo ya no estoy».

Y se me encoge el corazón, pero es así. De modo que me aparto de él y le sonrío.

—Eh, ese olorcito parece bueno… ¿Qué estás cocinando?

—¿Te gusta? —Bunny se pone otra vez a remover una gran olla de barro con un cucharón de madera—. Es polenta. Eh, estoy en la cocina desde las cuatro con todo esto. ¡Llevo sudando aquí en los fogones toda la tarde! ¡Hoy, aunque después me hinche a comer, estoy seguro de que la báscula quedará decepcionada!

Y se ríe de su broma y luego me mira, busca algo en mi mirada, y por un instante, solo por un instante, es como si quisiera estar completamente seguro de que yo he aceptado su decisión de estar juntos. Pero tal vez es solo una impresión. En cualquier caso, Pallina se ocupa de disipar cualquier duda.

—Venga, me lo llevo para que salude a los demás. —Me coge por debajo del brazo y, en cuanto salimos de la cocina, apoya la cabeza en mi hombro y me susurra—: Gracias…

Yo sonrío, pero no la miro.

—De todos modos, está bien, ha adelgazado.

—¿De verdad?

—Sí, está mejor.

Y me aprieta más fuerte el brazo, como si con esa última frase yo hubiera bendecido definitivamente a la pareja, cosa que, por supuesto, no me corresponde a mí; pero si les hace falta mi sonrisa, ¿cómo voy a negársela? Y seguimos saludando a la gente.

—Hola, Mario. Hola, Giorgia.

Entonces Pallina se fija en unas personas que están en una mesa con el vaso vacío en la mano, dándoles la vuelta a las botellas.

—Perdona, Step, se ha terminado la bebida. Ahora vuelvo. —Y se va corriendo con esa última garantía, como si no supiera moverme solo.

En una esquina, Maddalena me sonríe, pero Hook, que está a su lado, enseguida la estrecha hacia sí, la obliga a darle un beso y luego me mira como diciendo: «Eh, que ahora es mía». No hago ni caso. Me vuelvo hacia el otro lado como si nada. «Puedes quedártela». Yo también me sirvo algo de beber y, mientras tomo un trago de falanghina fría, los miro. Son los chicos de antes, los de las carreras de motos, de colarse en las fiestas, de los saqueos varios. Me parece como si hubiera pasado un siglo, que todo queda muy lejos. Ríen, bromean, se pasan una cerveza, un porro. Y oigo alguna conversación.

—Pues eso… reparte pizzas a domicilio. Dodo, en cambio, ha encontrado algo chulo, está de guardia en un garaje de la estación Termini.

—¡Venga ya!

—Sí, mil doscientos al mes, no tiene que moverse de allí y las extranjeras pican que no veas.

Se ríen como si eso fuera la máxima meta, la tan anhelada aspiración por fin alcanzada. Me viene a la cabeza un libro de Jack London, Martin Eden. Al principio de la historia él es un marinero, luego se convierte en un escritor de éxito por ella, por Ruth, de la que un día, al verla en la escalera de su casa, se enamora sin ningún motivo, porque el amor es así.

Al cabo de mucho tiempo, cuando él ya se ha hecho rico y es un hombre de éxito, se presenta en casa de Ruth vestido elegantemente. Todos están contentos, es el hombre perfecto que la familia desea para ella. Pero cuando Martin Eden la ve, ahora que ha aprendido a leer y a escribir, desde lo alto de su nuevo conocimiento, y la oye hablar y hacer reflexiones, cosas que antes él no estaba seguro de ser capaz de valorar, comprende que Ruth, la mujer por la que lo ha hecho todo, por la que ha cambiado su vida, en realidad es una estúpida. Así pues, vuelve con su grupo, con aquellos marineros a menudo borrachos que no saben ni leer ni escribir, y entonces comprende que, después de todo lo que ha hecho en su vida, las personas a las que ha conocido, los nuevos caminos que ha recorrido, esos amigos de antes ya no tienen nada que ver con él.

—¿Qué ocurre, Step?, ¿qué haces ahí con esa cara? Pareces de un triste… Estás pensando en el matrimonio, ¿eh?…

Es Schello dando saltitos delante de mí mientras intenta hacerme reír. Pero, con ese pelo tan bien puesto y esa inesperada elegancia, también él parece fuera de lugar.

—No, la verdad es que estaba pensando en cómo han cambiado todos, sobre todo tú.

—¡Qué va! Puede que haya cambiado socialmente… Trabajo, tengo un buen coche, tengo un piso de alquiler en Parioli, visto de forma muy guay, pero por dentro no he cambiado ni una coma. ¡Yo voy a cambiar…!

Y se ríe con esa entrecortada y acatarrada risa de siempre. Sí, es verdad, en eso no cambiará nunca.

—Bien, me alegro por ti. Y entonces ¿a qué se debe esta increíble revolución?

—Bueno, ya lo sabes: te haces mayor, tienes nuevas experiencias. —Le da un largo trago a una cerveza—. Y, de alguna manera, cambias. —Luego suelta un enorme eructo—. ¡Pero no demasiado!

—Y vuelve a reírse.

Justo en ese momento, desde la cocina, con una gran fuente llena de polenta con salsa humeante, trocitos de carne y salchichas alrededor, llega Bunny.

—Señores… ¡Ya sale la polenta!

Y, aunque estamos a mediados de junio, todos entran desde la terraza, se levantan de los sofás, pasan desde el rellano. La mesa parece una invasión. Se pasan platos de papel, cuchillos, tenedores, una servilleta, mientras Bunny regresa a la cocina y sale inmediatamente después con una segunda fuente también llena de polenta, salsa, salchichas y carne.

—Aquí hay otra. ¡Dejadme sitio!

De modo que alguno se aparta a un lado, Hook y Maddalena me tapan, están delante de mí, cuando de repente lo veo. Parece estar pasándolo bien, charla con Palombini, agita las manos con su plato de plástico y el tenedor. Pero ¿quién es ese tipo? ¿Por qué me parece reconocerlo? Entonces me viene un flash. Es un instante. Es como una película rebobinada con rapidez y puesta en marcha al ralentí, y se detiene en el punto exacto, donde él aparece. Es el ladronzuelo de los cojones, el que me rompió el manillar, quinientos veinte euros gastados en la Honda por su culpa. Qué contento estoy de haber venido a esta fiesta. Paro al vuelo a Bunny, que está volviendo a la cocina.

—Sandro, hazme un favor, quédate detrás de mí y no dejes pasar a nadie.

—Claro, Step. Ningún problema. —Me sonríe. No sabe nada, no sabe qué pasará, pero, sea lo que sea, para él está bien. Como en los viejos tiempos, bastaba con un gesto, sin muchas palabras.

Así que voy lanzado hacia la mesa. Muy bien, Pallina, me alegro de tu elección, tienes mi bendición. El tipo sigue hablando con Palombini cuando ve que la gente delante de él se va apartando, una persona tras otra, empujada con amabilidad a un lado conforme nosotros avanzamos.

Entonces, intrigado, deja de hablar, luego me ve, me mira mientras camino deprisa, directo hacia él, sin titubeos. Solo al final abre mucho los ojos cuando ya es demasiado tarde. Deja caer el plato y el tenedor y se vuelve para huir, pero en un instante estoy encima de él. Lo cojo del cuello por detrás, apretándolo fuerte con la derecha, al tiempo que con la izquierda le agarro todos los pelos que tiene y lo empujo hacia la primera salida abierta.

—Ay, joder, ay.

—Cállate, silencio.

Bunny está detrás de mí, en cuanto estamos fuera cierra la puerta de la terraza. Veo que alguno sigue la escena desde dentro, pero enseguida pierde interés y vuelve a la cola de la polenta todavía caliente. Bunny aparta dos hamacas para cerrar el paso a esa parte de la terraza donde estamos. Con la derecha empujo la cara del tipo contra la pared y le mantengo la mejilla aplastada, mientras con la izquierda lo sujeto por el pelo.

—¡Ay, joder, me haces daño!

—No es nada. Te acuerdas de mí, ¿no?

El tipo con la mejilla contra la pared se agita dando golpes con los pies.

—¡Pero si no puedo verte!

—Me has visto antes, cuando iba a tu encuentro, me has reconocido. De todos modos, te refrescaré la memoria: soy el gilipollas al que querías birlarle la moto pero, en cambio, solo le rompiste el manillar.

Ahora Bunny también sabe toda la historia. Con el rabillo del ojo, lo veo cruzarse de brazos y ladear la cabeza como si quisiera mirar mejor al tipo. Entonces sacude la cabeza como diciendo: «Ah, eso no tendrías que haberlo hecho, la moto de Step, no».

A continuación, con ambas manos, golpeo con fuerza la cabeza del tipo contra la pared.

—¿Te acuerdas ahora? ¿O tengo que refrescarte la memoria?

—Ay, sí, sí, perdona, no sabía que era tuya, hice una gilipollez.

—Sí, una gilipollez de más de quinientos euros… —Y, dicho esto, sin dejar de sujetarlo por el pelo con la izquierda contra la pared, empiezo a registrarlo con la derecha.

El tipo se revuelve.

—Quieto, quieto, estate quieto…

Le tiro fuerte del pelo hacia atrás, apretando con el puño. Suelta un grito.

—He dicho que te estés quieto. —Continúo hurgando hasta que en el interior de la cazadora vaquera encuentro su cartera—. Oh. Aquí está… —La saco—. ¡Cómo abulta! —La abro manteniendo una mano contra la pared y agarro todo el dinero que hay dentro. Después la tiro al suelo—. ¿Qué has hecho? Esta vez sí que has podido colocar una buena moto, ¿eh? —Pero no espero respuesta. Lo empujo más fuerte contra la pared y doy dos rápidos pasos hacia atrás, cogiendo distancia. Después cuento el dinero—. Cien, doscientos, trescientos…, seiscientos. Bueno, los gastos más las molestias.

No necesito más. —Entonces dejo caer algún billete de diez y de veinte al suelo—. Ahora lo recoges todo y dentro de dos segundos exactos te vas, sin despedirte de nadie, ¿está claro? Desaparece.

El tipo recoge rápidamente la cartera y el dinero que están en el suelo y luego se lleva una buena patada, fuerte, de punta, en el trasero.

—¡Ay, joder!

—Pues esto no es nada. No vuelvas a cruzarte nunca más en mi vida. Me molesta la gente que estropea las cosas, sobre todo las mías. Da gracias por que no te haya tirado abajo.

Me mira un instante, observa a Bunny, a continuación se mete la cartera en el bolsillo y se marcha. Cruza rápidamente el salón, lo seguimos con la mirada hasta que pasa por la puerta y desaparece por la escalera.

—¡Oh! Joder, me ha roto la moto, pero al menos he recuperado el dinero. —Me lo meto en el bolsillo—. No sé por qué, tenía la sensación de que me lo iba a encontrar, pero no aquí, en casa de Pallina. A saber quién coño es.

Bunny se ríe como un loco.

—¿Qué pasa?

—Nada. Ahora ya lo veo claro; lo ha traído Palombini, ha dicho que me lo quería presentar para que pudiera hacer un buen negocio con él.

—¿De qué se trataba?

—¡Palombini quería hacerme comprar una moto!

—Menudo pringado el Palomo… ¡Vamos a ver qué tal ha quedado la polenta, venga!

—Sí, sí.

Dejo pasar a Bunny y le doy una palmada en la espalda, él se vuelve y me sonríe.

—Me alegro de que hayas venido, Step; para Pallina era muy importante. Y para mí también.

—Yo también me alegro.

A continuación, va a la mesa, coge un plato, sirve polenta, recoge un poco de salsa todavía caliente del borde, un trozo de carne, una salchicha, y me lo pasa junto a una servilleta.

—Gracias.

Después se mueve hacia un lado, coge un vaso y lo llena de vino tinto.

—Toma, Step. Es un Brunello excelente.

—Pero…

—Voy a ver si Pallina necesita algo.

—De acuerdo.

Entonces, una vez solo, me siento en el sofá, dejo el vaso encima de la mesa baja que está frente a mí y pruebo la polenta. No está nada mal. Corto con el tenedor una salchicha y también la pruebo.

Todavía está caliente, bien hecha, y no tiene nada de grasa. Iría bien un poco de pan. Justo mientras miro a mi alrededor para ver si hay sobre la mesa, alguien se deja caer a mi lado en el sofá.

—¡Oh! ¡Estás aquí!

Me vuelvo.

—¡Guido!

—¿Qué pasa, Step?, ¿cómo estás?

Nos abrazamos.

—Muy bien, ¿y tú?

—Siempre bien. ¿Estás listo para mañana? Te paso a recoger a las cinco, ¿vale?

—Eh, te lo ruego, nada de putas…

—¿Cómo?, ¿perdona? Cuando te lo pregunté me diste carta blanca para tu despedida de soltero.

Y, ahora, ¿me vienes con esas? ¡Joder, eso no se hace! ¡Habrá de todo y más! —Lo miro divertido y él prosigue—: ¿Qué pasa? ¿Tienes miedo? ¡No es propio de ti!

Me limpio la boca con la servilleta y bebo un poco de vino tinto.

—Este lo he traído yo; ¿qué tal?

—¡Bueno!

—¿Lo ves? Solo suministro cosas de primera calidad; confía en mí, ¡será una despedida perfecta!

Me echo a reír.

—Está bien.

—Entonces paso a recogerte a las cinco. ¡Oye, estate preparado, no desaparezcas! ¡Desaparece al día siguiente, si quieres, pero mañana por la noche, no! —Entonces se queda pensando un momento—. Aunque… ¡No estaría mal! —Y se ríe él solo mientras se aleja.

Sacudo la cabeza y sigo comiendo ese excelente plato de polenta, salchichas y carne. Cuando termino, bebo otro trago de vino y me seco la boca.

—Hola, Step.

Me vuelvo. Es Maddalena. Me sonríe.

—Me alegro de verte.

—Yo también me alegro.

Se sienta en el apoyabrazos del sofá.

—Yo más, estoy segura. —Se echa a reír—. Siempre estuve yo más colgada que tú…

—No es verdad. En ese momento estábamos a la par.

Me toca el brazo con la mano, me alisa la camisa.

—Estás bien, ¿sabes? Estás más guapo ahora, más atractivo, quizá porque has crecido, te vistes de manera elegante…

—Sigo siendo el mismo. —Miro a Hook al fondo de la sala. Charla con Lucone, pero de vez en cuando veo que lanza una mirada hacia aquí. Se lo señalo a Maddalena—. A ver si se va a enfadar.

—No puede enfadarse, ni que me estuviera prohibido hablar con la gente. Y, además, tú eres amigo mío, te conozco desde hace mucho tiempo…

—No me gustaría discutir esta noche.

Me sonríe.

—Está bien, ya me voy. ¿Nos vemos algún día? Me gustaría ir a dar una vuelta contigo…

—Voy a casarme.

—Lo sé, pero no soy celosa… —Se echa a reír y se aleja.

La miro por un instante mientras se marcha y veo que ella lo sabe, pero luego me dedico a otra cosa, si no, al final sí que habrá alguna pelea esta noche. Entonces me levanto, doy una vuelta conforme la música suena cada vez más alta, cojo un vaso, me sirvo ron y salgo a la terraza. Antes de que tenga tiempo a apoyarme en la barandilla, vuelvo a no estar solo.

—Step, ella es Isabel.

Schello me presenta a una hermosa chica morena con los ojos azules, alta y delgada, con un vestido que deja ver todas sus formas, quizá mejorándolas.

—Hola, encantada. —Me estrecha la mano y me sonríe. También tiene unos dientes preciosos.

—Encantado.

—Bueno, ella ya ha hecho algo en televisión, pero todo cosas pequeñas, necesita algo más grande. Para mí que podría arrasar, tiene todos los números. ¡Incluso más! —Schello ríe, mientras la chica lo riñe.

—Venga, Alberto.

Schello recobra la compostura.

—Vale, era una broma, ¿podrás hacerle una prueba? Pero algo serio…

—Solo hacemos cosas serias. En cuanto empiece el programa haré que te llame quien se encargue. Ahora, perdonad, pero tengo que irme.

—Vale, gracias, Step, eres un amigo.

—Gracias.

Y los dejo así, en la terraza. Luego busco a Pallina, la encuentro en la cocina con Bunny, están terminando de sacar el postre.

—Adiós, gracias por todo. Nos vemos pronto, no faltéis.

—¿Ya te vas?

—Sí, tengo muchas cosas que hacer estos próximos días.

Pallina se ilumina.

—Ah, claro, qué ilusión. —Y me abraza con fuerza. Después me dice bajito—: Nuestra amiga no ha vuelto a llamarme, no sé si sabrá… Hoy no me ha parecido el momento de invitarla.

Me aparto y le sonrío.

—¡Muy bien, de vez en cuando tienes unas ideas excelentes! —Después saludo a Bunny y me marcho sin decir nada a nadie más.

Cuando llego a casa voy con el mayor cuidado posible, camino de puntillas, intentando no hacer ruido. Pero tengo sed, me apetece otro ron. El ruido de los vasos al tocarse cuando cojo uno despierta a Gin.

—¿Eres tú?

—No, es un ladrón.

—Pues entonces eres tú. Me has robado el corazón.

Entro en el dormitorio, está a oscuras y ella está como si todavía durmiera.

—¿Sabes que estando sonámbula dices unas cosas muy bonitas?

La veo sonreír en la penumbra.

—Solo estando sonámbula me atrevo a decirlas.

—Has sido muy lista, te has salvado. Una bonita fiesta, pero un poco nostálgica y melancólica…

—¿Quién había?

Noto su voz algo tensa, pero hago como si nada.

—Los de siempre, mis amigos del pasado.

Alguno ha mejorado, alguno no. Alguno no ha tenido valor de venir, otro quizá tenía otras cosas que hacer. ¿Quieres saber la increíble nota positiva? He pillado al que quiso robarme la moto…

—Venga ya, y ¿qué ha pasado? Ya me lo imagino…

—Te equivocas, se ha ofrecido a pagarme los daños y hemos llegado a un acuerdo.

Se incorpora y se sienta.

—¿Qué? ¡No me lo creo! Step ha cambiado…

—Sí.

—Entonces eres un hombre con el que casarse…

Le sonrío.

—Sí.

—Pero tengo que darte una mala noticia, mañana tienes que irte…

—¿Cómo? ¿Todavía no nos hemos casado y ya me echas? ¿Acaso no me crees? Oye, que no le he pegado. ¡Esta noche he estado perfecto!

—Me lo imagino. Dame un beso.

Entonces me acerco y me siento a su lado, la abrazo y la beso con dulzura. Está caliente, perfumada, suave, deseable. Me mira divertida.

—Mañana tienes que irte porque los futuros marido y mujer no pueden verse el día antes de la boda. Pero esta noche puedes quedarte…

—Bien.

—Y también puedes aprovechar…

—Estupendo.

Y, mientras se quita el camisón, me alegro de no tener alrededor ningún fantasma del pasado. Así, con ligereza, yo también empiezo a desnudarme.

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