Tres veces tú
Setenta y seis
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SETENTA Y SEIS
Vamos a los mostradores, facturamos las maletas y nos quedamos únicamente con nuestras mochilas.
Cuando te dispones a hacer un viaje, no hay nada mejor que llevar solo un equipaje ligero, al menos para mí. Saco mi MacBook Air y me pongo a leer un rato. Después de revisar unos cuantos correos y empezar también alguna negociación interesante, veo un email escrito en español. Intento traducirlo, pero sin utilizar Google Translate, y creo entender que están interesados en hacer el programa «Quién quiere a quién», ¡y también la serie! Menos mal que lo he abierto. Le escribo inmediatamente un correo a Renzi y cierro el ordenador. Me vuelvo hacia Gin.
—¿Qué estás haciendo, que te veo tan enfrascada?
—Acaban de llegarme las fotos de anoche; ¡mira qué bonitas!
Entonces me muestra la carpeta que acaba de descargarse con centenares de imágenes. Pulsa en el icono y las abre todas a la vez. Una tras otra, se van solapando y empieza a ojearlas.
—Esta es preciosa, esta es divertida, en esta salen todas mis amigas, esta es de cuando lancé el ramo… No, esta es horrible, aquí salgo fatal.
—Qué va, estás guapa, te haces la graciosa, tienes una cara simpática.
—Pero si parezco un monstruo. ¡Se me notan todos los nervios de la boda!
—A mí me pareces guapísima.
Luego nos ponemos a mirar las fotos de las distintas mesas y ahora también tengo la impresión de ver de vez en cuando a personas a las que no he visto nunca.
—Y ¿este quién es?
—Ni idea, si no lo sabes tú… Está en la mesa con tu tía, la hermana de tu padre.
—Sí, esa es tía Giorgia, pero él no sé quién es. Aunque seguro que no era nadie que se hubiera colado.
—¿Por qué no? Imagínate, un desconocido en la boda de Step. Tú, que, con los Budokani, eras el terror de las fiestas romanas, ahora tienes que apechugar con un infiltrado en la mesa.
—Sí, pero como mucho debió de birlar un lirio blanco.
—Cierto. Bueno, y aquí están nuestras fotos, las que nos hicieron paseando por el jardín justo después de la ceremonia.
—Sí, madre mía…, qué horror.
—No, venga, no es verdad. Esta es bonita. —Se nos ve a contraluz, el velo de Gin muy bien definido, riéndonos de las alianzas, mirando nuestras manos puestas juntas; hay complicidad y alegría.
—Sí, es verdad, es realmente bonita.
—Mira, Step, aquí te ríes con los ojos cerrados, estás guapísimo, me gusta mucho cuando pones esa expresión.
—Pues tenemos que casarnos más a menudo.
—Eso no hay quien lo aguante.
—Pues entonces tenemos que sonreír más a menudo.
—Será lo más fácil.
—Una sonrisa es una curva que lo endereza todo.
—¿Esa frase también es de Renzi? Qué buena.
—No, es de Phyllis Diller, una actriz cómica estadounidense.
—Tienes razón, una sonrisa puede hacer mucho, pero no hacer llorar a nadie es todavía mejor.
Y justo en ese momento oímos la llamada de nuestro vuelo para el embarque, de modo que lo guardamos todo, cogemos las mochilas y nos dirigimos a la puerta. Pero no sé si Gin ha dejado caer esas palabras por casualidad.