Tres veces tú
Setenta y siete
Página 79 de 149
SETENTA Y SIETE
Renzi entra en la oficina.
—¿Ha preguntado alguien por mí?
Alice acude enseguida.
—Ha llamado Gianna Calvi, de la Rete, y el responsable de área, Aldo Locchi. He enviado las facturas a Medinews, como me indicó, y también hay alguien esperándolo, Dania Valenti. La he hecho pasar a la sala de espera.
—Has hecho bien, gracias.
Renzi se encamina hacia allí. Gira al fondo del pasillo y abre la puerta. Apoyada de espaldas a la cristalera abierta, con los auriculares en los oídos y un cigarrillo en la mano, hay una chica alta, con el pelo muy largo castaño oscuro y unos shorts muy cortos. Se mueve despacio, balanceándose al ritmo de la música que sin duda sale de los auriculares.
—Hola, aquí estoy, ya he llegado.
La chica se vuelve, le sonríe; a continuación, se quita los auriculares y tira el cigarrillo por la ventana de un capirotazo sin preocuparse lo más mínimo de adónde irá a parar o de si pasa alguien por debajo.
—Hola, estoy escuchando el último de Bruno Mars. Es un verdadero alucine, a mí él me parece un genio, es mi vida.
Y le sonríe de una manera muy suya, con esos labios carnosos, ligeramente brillantes, humedecidos con una barra de labios con sabor a fresa. Tiene un pequeño lunar en la mejilla y otro cerca de la ceja.
A Renzi lo sorprende haberse fijado, por lo general no se detiene en esos detalles, pero esa chica lo ha atraído como un imán. Y entonces sigue bajando, mira la camiseta roja con una gran lengua blanca en el centro y luego esos shorts tan cortos, esa cremallera subida con esfuerzo hasta el botón, casi a punto de estallar, y los bolsillos un poco más largos y más oscuros saliendo por debajo del pantalón. Renzi se detiene demasiado en ese pubis, en esas costuras, en esa parte del vaquero algo descolorida.
—¿Te gustan? Los he comprado esta mañana en la via del Corso.
Y se la encuentra allí, mirándolo sonriente, sin ninguna malicia, deseable como nunca habría imaginado que pudiera ser una chica, con las manos en los bolsillos y levantando ligeramente una pierna en busca de una pose traviesa o que de alguna manera haga que a ese hombre le guste más, sin saber que ya lo ha conquistado por completo.
—¿Tú eres Renzi o Mancini?
—Renzi.
—Bien. Me gusta más el apellido. El otro me suena a «manchado». Y, además, el tuyo me recuerda al presidente del Consejo de Ministros, aunque tú me pareces más afable.
Giorgio se ríe.
—Y ¿por qué?
—Porque él, cada vez que dice algo importante o serio, al final pone una cara que parece que te esté tomando el pelo.
A Renzi le hace gracia, la verdad es que no sabe cómo quitarle la razón.
—¿Vamos a mi despacho?
—Ay, no, qué rollo. Total, ya está todo claro, ¿no? Me ha enviado Calemi y me ha dicho que hablara con vosotros. Si hay algo que hacer, yo lo hago, vosotros decidme el qué. Me gustaría salir en la tele, pero no en algo que sea demasiado importante porque, si no, luego ya no podré seguir haciendo mi vida, y además me parece que en el fondo Calemi no quiere. Ostras, pero me gustaría ser famosa, ¿eh?… Podría ir a Pacha o al Ushuaïa de Ibiza sin verme obligada a trabajar de chica imagen y disfrutar por fin de una buena noche en la mesa con mis amigos.
—Pero si dices que Calemi no quiere…
—Bueno, pero a Calemi ya lo haré entrar yo en razón. —Se ríe, puede que de forma alusiva, y luego prosigue—: Es que todos pensáis que la vida que llevamos nosotras es fácil, pero no es así. No mola nada bailar y sonreírle a todo el mundo cuando tienes algo que te carcome o si te han hecho una faena, no te creas. A veces ha habido noches en que me entraban ganas de llorar y debía reírme a la fuerza.
—No, claro, me imagino que debe de ser duro.
—Exacto. —Entonces se queda pensando un momento—. ¿Sabes qué me gustaría un montón? Una serie. Ser como Vittoria Puccini cuando salía en «Elisa di Rivombrosa». ¡Con eso me harías del todo feliz! —Y luego lo abraza.
Giorgio mira sorprendido todos esos cabellos desparramados sobre su pecho, con extensiones incluidas, y su entusiasmo excesivo a la vez que endemoniadamente frágil. Y se queda así, con los brazos abiertos, sin saber muy bien qué hacer, y le viene a la cabeza un libro que leyó el pasado invierno, La verdad sobre el caso Harry Quebert. La protagonista es Nola, una chica muy jovencita que se enamora de un escritor veinte años mayor que ella. Tienen a todo el pueblo en contra, pero ella no deja de hacer cosas para reafirmar la autenticidad de su amor, y entonces, de repente, desaparece. Al principio Giorgio pensó que se trataba de uno de esos éxitos literarios prefabricados con una estrategia de marketing bien orquestada. Sin embargo, a medida que avanzaba en la lectura, Nola lo fue conquistando. Aunque esas cosas solo ocurren en los libros, pensó. Ahora, en cambio, es él quien se siente protagonista de esta extraña historia, de este encuentro fuera de lo común, y no sabe qué hacer con Dania mientras ella lo abraza de ese modo.
—¿Quieren tomar algo?… Oh, disculpen.
Alice, en la puerta, se ruboriza al encontrarlos así, descolocada. Dania se aparta de Renzi, le sonríe, se encoge de hombros y mastica un chicle que hasta ese momento había escondido quién sabe en qué lugar de su boca. Giorgio, por su parte, encuentra las palabras adecuadas como por arte de magia:
—Me estaba dando las gracias porque tal vez consigamos hacer realidad uno de sus sueños.
Alice asiente.
—Sí, por supuesto. —Y desaparece de nuevo tal y como ha aparecido.
Renzi y Dania se echan a reír. Ella no deja pasar la ocasión de subrayar:
—De todos modos, no estábamos haciendo nada malo.
—No, no, es cierto.
—Oye, ¿por qué no me acompañas al centro? Hoy hay unas ofertas de escándalo en H&M y he prometido que me pasaría.
Giorgio ni pestañea, pero no vacila ni un segundo.
—Claro, con mucho gusto.
Y salen así de la oficina.
—Hasta mañana.
Renzi cierra la puerta y le sonríe a Dania con esa ligereza que tanto había criticado en el amor de ese escritor por Nola. Una noche, los dos protagonistas de La verdad sobre el caso Harry Quebert incluso fueron motivo de una discusión en su casa:
—Si no tienen los mismos valores o la misma educación, un hombre no se enamora de una chica así… Mira, aunque solo sea por la edad.
—Tal vez porque a ti no te ha pasado —había respondido Teresa con una sonrisa.
—Ningún hombre empieza una relación como esa.
Fue ella quien le recomendó el libro y también quien defendió esa teoría.
—Hasta un hombre como tú podría enamorarse de alguien como Nola.
—Nunca, créeme.
Pero Renzi ya no se acuerda de su afirmación, ni siquiera se acuerda de avisar en casa de que llegará tarde. Solo parece tener ojos para Dania.
—Y ¿tú dónde vives?
—En el centro. Si quieres, pasamos por casa y te la enseño, es un ático cerca de la piazza delle Cappelle, pero pequeño, ¿eh?… Tú estarás acostumbrado a espacios más grandes.
—Estoy seguro de que me gustará.
Y, antes de que el claxon de un coche aparcado en doble fila suene tres veces, Renzi ya ha renegado de su «Nunca, créeme».